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domingo, 30 de marzo de 2008

Prosas sueltas para mi abuela madre, Elisa Vásquez

Escrito por: Enrique Alberto Cabrera Vásquez (Quiquito)
No me avisaste que te iba, mi vieja entrañable de tantas malas noches, dedicación de mis insomnios vigilando los tuyos, abuela madre, mamá de todos mis tiempos floridos y rebelde.

Cobijado bajo el remanso de tu devoción disfruté de tú sentido cuidado y amor fervoroso, madre abuela encantada, fénix espaldarazo permanente en todo mí existir.

Viví en tus desvaríos protagónico donde alojaste en tiempos ido tu lucidez, deteniendo tu mente en tu Quiquito y Bertico, tus nieto
hijos adorado, desvelo apasionado de tus largas jornadas de cariño y cuidado. Luz única donde se quedó tu memoria perdida.

Y en tí fuimos tus pequeños niños de siempre, sublevados contra lo imberbe que afloraba, bebiendo en el dulce manantial de tus afectos, retamo jardín de esmero donde quedó hechizada tu memoria pretérita.

Crepuscular nostalgia irreverente que tomas mis horas tardías invocando con melancolía tu adiós sin aviso.

Y te fuiste asi, tan un poco de sorpresa, ausente yo de tu lado, sin mi presencia de exigente cuidado, distante de mis cariñosa broncas.

En mi conciencia queda aquel instante de nuestra despedida, tu sentada en tu humilde lecho, yo preguntando por tu salud, tú diciéndome que te sentía bien. ¡Que engaño! Más al volver te encuentro dentro en un féretro. Yerta, placida. Tranquilamente colocada en el tiempo sin regreso, entrando la primavera. Arropada por la sombra de la nada. Reposando dentro de un ataúd, “como un inmenso sol de tarde agonizando sobre cielos extintos” Y entonces te vi hermosa, la muerte te dio nueva vida en mi corazón herido por tu partida dolorosa, y conmovidamente derrame mis lágrimas sobre tu ataúd, lloré por ti y por papá cuyo cadáver nunca vi y al que no pude llorar como un niño abandonado aquel 24 de diciembre de 1976. Y sobre la presencia ruin de la muerte me abrace a tu vida, tan sana, sincera, ingenua y devota; diciéndome con fuerza interior lo mucho que te quise, que te quiero hasta el fin de mi existir, mi Elisa de mis adentros. Sobre el vértigo de mi luctuoso dolor atino a comprender que tu alba no será ya miseria humana, ni sollozo impotente de recuerdo traumático, huella de época pasada donde dejaste tu lozana juventud. Ahora todo será paz, Sueño de vida que vence a la muerte. Largo fue tu tiempo entre nosotros, 97 años de lucha, sacrificios y privaciones. De ofensas y agravios recibidos, de hostilidad inhumana ante el calvario de tu afectación mental, cuyo desvío te mantuvo alejada de la conciencia del tiempo tan nefasto, imprudente, calculador y mezquino. Viviste libre de esa contaminación que solo la conciencia de las cosa posibilita. “No ser, es ser feliz; todo, hasta el grito de la luz, es una profanación del Silencio Eterno: es un Dolor.” “Ante ti apaciguo el tumulto de mi vida jardín de sombra y de reflejos de ferias de sol y pompas donde agonizan las almas en una como divina tranquilidad Eliseo”

Mamá, desde la acuidad áfona de mis sentimientos vuela la honda lúgubre de mi corazón herido ante el peso emocional de tu partida, saltando temores venciendo el dolor, ahíto de tu efusivo amor de siempre, litúrgico canto de gratitud de un nieto agradecido, ahora huérfano de tu aroma peculiar , fresca compañera de mi hogar, mi protectora inseparable. Silencio hospitalario de mi huerto. Opalescencia cotidiana de mis sueños. Rutilante arcoiris de mi vida. ¡Besos!

Sábado 29 de marzo 3:20 de la madrugada

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