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sábado, 6 de mayo de 2017

Falleció el escritor argentino Abelardo Castillo a los 82 años, prócer de la literatura y amante del ajedrez

Abelardo Castillo nacido en 1935 en Buenos Aires, fue un consumado cuentista (muchos de sus relatos cortos son antológicos), pero también un novelista de relevancia, dramaturgo y ensayista.

Sábado 06 mayo 2017.- Falleció el pasado martes 02 de mayo el prestigios escritor argentino Abelardo Castillo, su muerte conmueve a los círculos intelectuales de la Argentina y el mundo, como así también, justo es decirlo, a la comunidad ajedrecística argentina, en tanto fue Castillo un apasionado ajedrecista.

Fundó y dirigió las revistas “El Escarabajo de Oro” (1961-1974), considerada por la crítica especializada como la más prestigiosa publicación literaria de los años 60, y “El Ornitorrinco” (1977-1986).

El escritor, cuentista y dramaturgo argentino Abelardo Castillo murió en la noche del lunes 1º de mayo en Buenos Aires a los 82 años. Castillo falleció a causa de una infección intestinal que sufrió luego de una cirugía a la que se había sometido en las últimas semanas.

Fundó y dirigió las revistas “El Escarabajo de Oro” (1961-1974), considerada por la crítica especializada como la más prestigiosa publicación literaria de los años 60, y “El Ornitorrinco” (1977-1986). Esta última, fundada junto a Heker y Sylvia Iparraguirre -su esposa y también escritora-, encarnó una de las pocas formas de resistencia cultural durante la última dictadura militar (1976-1983).

Castillo publicó numerosos títulos, entre ellos “Las otras puertas”, “Cuentos crueles”, “Las panteras y el templo”, “El oficio de mentir” y “El evangelio según Van Hutten”. Fue considerado uno de los escritores fundamentales de la segunda mitad del siglo XX en Argentina.

Sus relatos han sido reunidos en el libro “Cuentos completos” y sus cuadernos personales en el tomo “Diarios 1954-1991”. En diciembresacó “Del mundo que conocimos”, una selección personal de sus cuentos.

Admirador de Edgar Allan Poe, le dedicó en 1964 su obra de teatro “Israfel”, por la que recibió el Premio de Autores Contemporáneos de la UNESCO. Otros de sus títulos de dramaturgia fueron “El otro Judas” y “El señor Brecht en el Salón Dorado”.

En 1961 ganó el premio Casa de las Américas por sus cuentos reunidos en “Las otras puertas”. En su decálogo personal para escribas, Castillo, traducido a una docena de idiomas, apunta: “Los novelistas y los editores creen que una novela es más importante que un cuento. No les creas. Sólo es más larga”.

Y advierte luego: “Los cuentistas afirman que el cuento es el género más difícil. Tampoco les creas. Sólo es más corto. El cuento es difícil únicamente para aquellos que nunca deberían intentarlo. Para Poe era facilísimo, para (Julio) Cortázar, (Antón) Chéjov o (Ernest) Hemingway también”.

Entre gran cantidad de títulos destacados pueden citarse “Israfel” (teatro), “Patrón” y “La mujer de otro” (cuentos) y “Crónica de un iniciado” (novela), por sólo nombrar algunos.

Fue fundador y directos de las prestigiosas revistas literarias “El escarabajo de oro” (de proyección internacional) y “El Ornitorrinco”.

Multipremiado por su obra, dedicó buena parte de su vida a la formación de nuevos valores de las letras, actividad en la que fue sumamente apreciado por los noveles escritores.

El ajedrez, su otra pasión, se encuentra omnipresente en buena parte de su obra. Así puede observarse por ejemplo en su novela “El Evangelio según Van Hutten”, en el cuento “Week End” y, sobre todo, en el relato “La cuestión de la Dama en el Max Lange”, donde, además de poner de manifiesto sus conocimientos del juego, desarrolla con magistral destreza una trama policial en el ambiente de una partida de torneo.

Castillo nació el 27 de marzo de 1935 en la ciudad de Buenos Aires, vivió luego su adolescencia en San Pedro, unos 180 kilómetros al norte y a orillas del río Paraná, y luego regresó para asentarse definitivamente en la capital.

Réquiem a la memoria del politólogo de la democracia, Giovanni Sartori

Muere el politólogo Giovanni Sartori a los 92 años

Giovanni Sartori fue un investigador en el campo de la ciencia política. (13 de mayo de 1924, Florencia, Italia.- 4 de abril de 2017, Florencia, Italia). Educación: Universidad de Florencia (1946). Ocupación: Periodista, politólogo, escritor, sociólogo y profesor universitario. Premios: Beca Guggenheim en Ciencias Sociales, Estados Unidos y Canadá, Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2005

Por: By Álvaro Cepeda Neri

06, mayo 2017.- I. Historiador y, sobre todo y ante todo, politólogo de la democracia, desde los griegos con su populismo: demos, pueblo, y kratos, poder. Y desde entonces nacida como democracia directa con rasgos ya de compatible con la democracia representativa o indirecta, hasta su devenir como democracia anclada en el liberalismo político, fue materia teórica y práctica de la reflexión de Giovanni Sartori, nacido en Florencia en la Italia de Dante y Maquiavelo (1924-2017). A mi juicio, le faltó asomarse a la obra de Hans Kelsen (como sí lo hizo ese gigante de la ciencia política y sus raíces en el resto de las ciencias sociales de fundamento jurídico), con lo cual hubiera engrandecido sus contribuciones al estudio metódico y sistemático de la democracia representativa a la que le imprimió originales adiciones. Con la obra de Sartori comprendemos mejor la otra cara de la democracia directa; cómo la crean los pensadores y políticos de Atenas para alcanzar su grandeza en el llamado Siglo de Pericles, cuando los Sofistas (Protágoras, Fidias, Eurípides, etcétera) y Sócrates, crearon el origen teorético para la praxis de todo el conocimiento para pensar, querer y sentir que sistematizó Inmanuel Kant en sus tres críticas, para abrevar racionalmente en la cultura. Ésta como lo “humano, demasiado humano”, para romper con la intervención de la metafísica de los dioses-religiones, en lo que, históricamente es exclusiva creación y responsabilidad humana.

II. Un réquiem a la Mozart para anunciar la muerte física de Sartori, quien nos deja sus libros. Trabajador productivo, de su vasta bibliografía tengo a la mano en mi biblioteca 11 de ellos: Aspectos de la democracia; ¿Qué es la democracia?; La democracia después del comunismo; Partidos y sistemas de partidos; La comparación de las ciencias sociales. La democracia en 3 lecciones; Ingeniería constitucional comparada; Teoría de le democracia: el debate contemporáneo; Cómo hacer ciencia política; Lógica y método en las ciencias sociales; Elementos de teoría política. Pero hay más textos de quien se ocupó además en el magisterio universitario, conferencias, asesorías. Hasta ahora la mejor biografía intelectual del pensador la coordinó Patricio Lóizaga en el Diccionario de Pensadores Contemporáneos (Emecé). Su más celebrado ensayo es su crítica al poder devastador de la televisión: Homo videns: la sociedad teledirigida; La carrera hacia ninguna parte, diez lecciones sobre nuestra sociedad en peligro fue su último libro. Ejerció el periodismo de crítica política. Y se dejó imponer una medalla por Peña, émulo del “sultán” Silvio Berlusconi.

III. Deja, pues, un legado bibliográfico para repensar la teoría y práctica democrática en relación con nuestro tiempo. No fue un pensador original; empero, sí consignó en sus páginas al trabajador intelectual que siguió la veta de las democracias, para ofrecer más reflexiones que a los aprendices nos ha abierto caminos para seguir las innovaciones de la democracia representativa, y tangencialmente sobre la democracia directa donde habita el hoy tan criticado populismo de los centro-izquierdas. Su obra es recomendable para explorar la racionalidad política del constitucionalismo democratizador. Sus contribuciones reafirmaron que la democracia del liberalismo político anclada en las democracias de Atenas a la república Romana han mantenido la primacía de las libertades, los contrapoderes, la división del poder, las elecciones, el imperio de la ley o estado de derecho, el federalismo, los partidos, la necesidad de que los gobernantes den cuenta razón, etcétera.

Muere el politólogo Giovanni Sartori a los 92 años

4 Abril, 2017    

Ciudad de México.- El filósofo y politólogo Giovanni Sartori murió este martes a los 92 años debido a complicaciones respiratorias, confirmó Corriere della Sera, diario del que era columnista.

El intelectual nacido en Florencia en 1924 es autor de decenas de libros dedicados a vertientes de la ciencia política, como: Homo Videns, La democracia después del comunismo y La democracia en 20 lecciones, entre otros.

En 2005, Sartori fue galardonado con el Premio Príncipe de Asturias en Ciencias Sociales “por su trabajo y la elaboración de una teoría de la democracia en la que ha estado siempre presente su compromiso con las garantías y las libertades de la sociedad abierta”, de acuerdo al jurado.

El pensador recibió el Premio Príncipe de Asturias de Ciencias Sociales en 2005.

El autor de La carrera hacia ningún lugar (2016) fue profesor de las universidades de Florencia, Stanford y Columbia además de un columnista poémico, que trató en sus entregas periodísticas temas como el multiculturalismo y el medio ambiente.

Entre sus muchas cualidades, enfatiza el diario italiano, destacó “la capacidad de conjugar la excelencia científica y la eficacia de la comunicación”. Sus obras se han traducido a más de veinte idiomas.

miércoles, 26 de abril de 2017

Poemario. Toda vida exterminada... Todo llanto incendiado

Poemario. Toda vida exterminada... Todo llanto incendiado

(En homenaje a los miles de inocentes asesinados en Siria, Palestina, Iraq, Libia, Afganistán, Sudán...)

Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez

San Pedro de Macorís, viernes 14 de abril, 2017.-

Poemario.Toda vida exterminada... Todo llanto incendiado.



I

Carnes de niños ardiendo
Huérfanos asesinados en su inocencia
Fetos arrancados del vientre madre
Humanos quemados; despedazados
Fogatas de pólvora sobre sus cuerpos
La metralla criminal estampada
en sus rostros diezmado
Sus vidas arrancadas
por bombas y metrallas calculadas



 II

Cadáveres amados sin ataúdes,
la perplejidad arrancada de sus ojos.
Sin plegaria de canto puesto
Ni mortaja de desdichado
Ni incienso exorcizado
Ni responso de deudos indignados
La solemnidad proscrita
en las tinieblas que lo arropa
Pueblos voces de consciencias claras
denunciando su asesinato
Petrificando en cada alba
su sangre derramada.



III

No hay noche; no hay día,
las lluvias estranguladas en sus interiores
La muerte oculta el sol en sus entrañas
Las bombas y las metrallas pulverizando
toda luz de sus miradas
y esperanza anhelada,
en la recóndita alegría de sus sueños.
Toda vida exterminada en su vuelo.
Manos despellejadas
arañando la faz de la tierra
buscando su libertad en la muerte




IV

Los muertos y la sangre
caminando al unísono,
Desplazándose sobre misterio cuajado
hacia un destino desconcierto
Misterio de todo tiempo ido,
venido, esperado.
La voracidad del fuego
achicharrando sus despojos.


V

Toda vida,
con colores y sin colores,
con lluvia y sin lluvia
con sexo y sin sexo
con orgasmo y sin orgasmo
Llevada en olores humanos
Con amores momificado
Siempre la misma vida,
bajo todo cielo visto
bajo todo cambio luna
Única, siempre única,
precisa, cierta,
triste o alegre,
siempre la finita vida
arropada en su memoria
Ahora sometida
al fuego del exterminio


VI

Acariciada con época ternura,
amada en todo tiempo cálido,
frío, impreciso
Es la vida humana.
Sostenida con el asombro
de toda mirada abierta
a los cielos en las auroras.
Encanto de la existencia misma
belleza de la naturaleza
alegría de todo mundo fauno


VII

¡Ah!, la vida,
tan amada, ansiada, reverenciada,
ahora exterminada
con rugir potencia de fuego
Estruendo destructor masivo
y temblores de pánico
en los rostros castigados.
Los muertos victimas espectrados,
enlazados en sus llagas,
huesos y carne reducidas
Sepultados bajo diplomacia hueca
y el silencio cómplice de Las Naciones



VIII

¡Oh!, son los muertos de Siria,
Palestina, Iraq, Libia, Afganistán,
Sudán...
Desfilando;                            ,,
envuelto en su propia sangre;
huyendo de su sombra cuita
Jadeos de pavor en sus instintos
bajo un sol negro de plomo
luchando contra el silencio del olvido

IX

¡Oh!, la sangre de esos
humanos asesinados.
Extinguiéndose
en la agenda de los medios
Mandato de sus asesinos.
Incendiando toda vida
con sus edades.
Patentizando su agonía y sufrimientos



X
¡Horror!
¡Tierra arrasada!
Ordena iracundo y soberbia
el mando superior.
Terror de los poderosos
Imponiendo luto y dolor
Siria, Palestina, Iraq, Libia,
Afganistán, Sudán...
El aire multiplicando
sus aullidos de dolor
y las quejas de su luto;
angustias y lágrimas ardiendo sobre
sus dolores dilatados.
Los poderes repartiéndose su
riquezas y bienes usurpados
con lúdica diplomacia.
Perfumándose con su sangre.


XI

¡Y tantas vidas exterminadas!
¡Y tanta sangre vertida!
¡Silencio de horror en
las miradas extraviadas!
Piedad por los sacrificados
Los campanarios enmudeciendo de terror


XII

¡Oh, hasta cuando!
¡Basta ya de tanta barbarie!
¡De tanto genocidio!
¡De tantas muertes sin sentido
¡De tanto escalofrío de pavor!


XIII

Brillan de emoción las
miradas de los asesinos
por el oro negro robado,
a los pueblos asaltados.
Codicia cruel de los tiranos



XIV

Asadero de niños y mujeres colgado,
de viudas y viudos;
de huérfanos y abuelos sacrificados.
Vidas arrancadas con felonía;
por bombas xenofobia lanzada.
Toda vida exterminada... 
Mandato de la plutocracia enseñoreada


XV

¡Oh!,
cuanto dolor y sufrimiento perpetrado
¡Allí, en esos pueblos incendiados!
Siria, Palestina, Iraq, Libia,
Afganistán, Sudan...
la fuerza destructiva
desfigurando los matices de su cielo.
Y todo indicio de vida avistado.
Oculta el nombre de los tormentos
Y los horrores de los victimizados.
No el de los muertos y sus asesinos.


XVI

Ellos,
los muertos de Siria, Palestina,
Iraq, Libia, Afganistán, Sudan...
irradiados por bombas y metrallas
proveniente de aleves canallas
locura del despotismo cobarde 
Muertos glorificados en
la conciencia de pueblos consternados
demandando justicia diáfana 
a esta horrorifica violencia
que destruye pueblos hermanos.
¿Quién se la dará?


 

  
  

 











miércoles, 12 de abril de 2017

Lo que queda del comunismo

Lo que queda del comunismo
Lenin ya no vive, los viejos comunistas podrán estar muertos, pero el sentido de injusticia que los animó está más vivo que nunca.

Foto. Lenin arengando a tropas del Ejército Rojo que se dirigían al frente polaco en Moscú, en 1920. A la derecha de Lenin, viendo a la cámara, está León Trotski, quien después fue borrado de las copias de esta foto. Credit Grigory Petrovich Goldstein


Escrito por David Priestland, The New York Times 

Oxford, INGLATERRA, 11 de abril de 2017 — “¡Hurra! ¡Hurra! ¡Hurra!”. Recuerdo vívidamente el fuerte sonido emitido por los serios soldados en uniforme gris al escuchar el saludo de su comandante: “¡Felicidades por el 70 aniversario de la Gran Revolución Socialista de Octubre!”.

Como estudiante de intercambio en Moscú en 1987, había asistido a la calle Gorky esa fría mañana de noviembre para ver el desfile militar en su camino hacia la Plaza Roja. Una fila de dignatarios soviéticos y extranjeros reunidos presidía mientras los jóvenes soldados rendían tributo en el Mausoleo de Lenin. Este aparentemente impresionante despliegue buscaba mostrar la perdurable energía revolucionaria del comunismo y su alcance internacional.

El líder soviético, Mijaíl Gorbachov, habló de un movimiento vigorizado por los valores de 1917 ante una audiencia de líderes de izquierda que incluía a Oliver Tambo del Congreso Nacional Africano y a Yasser Arafat de la Organización para la Liberación de Palestina. Había banderines con la proclamación del poeta Vladimir Mayakovsky: “¡Lenin vivió, Lenin vive, Lenin vivirá para siempre!”.

El clamor tenía un dejo de falsedad, pues los problemas económicos de la URSS eran obvios para todos, en especial para mis amigos estudiantes rusos, que dependían para comer de las pobremente aprovisionadas universidades. A pesar de eso, el sistema todavía parecía tan sólido como el mármol del mausoleo. Igual que la mayoría de los observadores, yo no habría creído que dos años después el comunismo estaría derrumbándose, y cuatro después, la misma Unión Soviética habría caído.

Pronto, las opiniones populares sobre 1917 cambiaron del todo: el libre mercado parecía natural e inevitable, mientras que los comunistas parecían destinados al “basurero de la historia” de León Trotski. El orden liberal globalizado podría enfrentar desafíos, pero provenientes del islamismo o el capitalismo de Estado chino, no de un desacreditado marxismo.

Hoy, cuando se cumple el centenario de la Revolución de Febrero —precuela del golpe de Estado de los bolcheviques en noviembre dirigidos por Lenin— la historia ha dado un vuelco de nuevo. China y Rusia despliegan símbolos de su herencia comunista para fortalecer nacionalismos antiliberales; en Occidente, la confianza en el capitalismo de libre mercado no se ha recuperado de la crisis financiera de 2008, y nuevas fuerzas de la extrema derecha y la izquierda activista rivalizan por la popularidad.

En Estados Unidos, la fuerza inesperada del socialista independiente Bernie Sanders en la carrera democrática del año pasado, y en España las victorias electorales del partido Podemos, dirigido por un antiguo comunista, son señales de un resurgimiento común de la izquierda. En el Reino Unido de 2015, el clásico de Marx y Engels, El manifiesto comunista, fue un éxito de ventas.

Entonces ¿presencié el último hurra al comunismo ese día en Moscú, o el comunismo remodelado para el siglo XXI está luchando por nacer?

Hay pistas de una respuesta a esta compleja épica secular, esta trama llena de comienzos falsos, casi muertes e impredecibles resurgimientos.

Los comunistas ofrecían soluciones convincentes y muy claras: defendían la igualdad económica; abrazaban la industria moderna y la planificación estatal, y argumentaban que el cambio debía provenir de la lucha de clases revolucionaria.

Tomemos como ejemplo la vida de Semyon Kanatchikov. Hijo de un antiguo siervo, dejó la pobreza rural por un empleo en una fábrica y la emoción de la modernidad. Vigoroso y sociable, Kanatchikov se propuso mejorarse a sí mismo con el libro The Self-Teacher of Dance and Good Manners como guía. Una vez en Moscú, se unió a un círculo de discusión socialista y, finalmente, al partido bolchevique.

La experiencia de Kanatchikov lo hizo receptivo a las ideas revolucionarias: una aguda conciencia del abismo entre los ricos y los pobres, una sensación de que el antiguo orden estaba bloqueando el surgimiento de uno nuevo y un odio hacia el poder arbitrario. Los comunistas ofrecían soluciones convincentes y muy claras. A diferencia de los liberales, defendían la igualdad económica; en contraste con los anarquistas, abrazaban la industria moderna y la planificación estatal; contrariamente a los socialistas moderados, argumentaban que el cambio debía provenir de la lucha de clases revolucionaria.

En la práctica, estos ideales eran difíciles de combinar. Un Estado muy poderoso tendía a suprimir el crecimiento mientras permitía el ascenso de nuevas élites, y la violencia de la Revolución traía consigo la caza periódica de “enemigos”. Kanatchikov también se convirtió en una víctima. Aunque se le habían otorgado nombramientos prestigiosos después de la Revolución, su relación con Trostki, el archirrival de Stalin, tuvo como consecuencia su degradación en 1926.

Para entonces, la apariencia del comunismo era sombría. Las primeras flamas de la Revolución en Europa Central después de la Primera Guerra Mundial se habían extinguido. La URSS se encontró aislada, y los partidos comunistas de otros lugares eran pequeños y problemáticos. La modernidad forjada en Estados Unidos en los años veinte fue descaradamente consumista, no comunista.

Sin embargo, las fallas del liberalismo pronto llegaron al rescate del comunismo. La caída de la Bolsa en 1929 y la depresión económica que le siguió hicieron que las ideas socialistas de la igualdad y la planeación estatal se vieran como una atractiva alternativa a la mano invisible del mercado. La militancia comunista también surgió como una de las pocas fuerzas políticas listas para resistir la amenaza del fascismo.

La caída de la Bolsa en 1929 y la depresión económica que le siguió hicieron que las ideas socialistas de la igualdad y la planeación estatal se vieran como una atractiva alternativa a la mano invisible del mercado.

Incluso el nada prometedor terreno de Estados Unidos, incompatible con el colectivismo y el socialismo ateo, se convirtió en tierra fértil. Apoyados en el abandono por parte de Moscú en 1935 de su doctrina sectaria a favor de una política de asistencia a los “frentes populares”, los comunistas estadounidenses hicieron causa común con los izquierdistas moderados en contra del fascismo. Al Richmond, un periodista de Nueva York que trabajaba en The Daily Worker, evocaba el nuevo optimismo mientras él y sus colegas pasaban las noches en un restaurante italiano brindando por “la vida como era entonces, por esa época, sus portentos y esperanzas, seguros de nuestras respuestas al ritmo de esos tiempos, pues en él escuchábamos nuestro propio latir”.

Ese optimismo era compartido por un grupo selecto. Víctima de las purgas de Stalin, Semyon Kanatchikov murió en un gulag en 1940.

Muchos estaban dispuestos a pasar por alto el terror de Stalin en aras de la unidad antifascista. Sin embargo, la segunda ola del comunismo a fines de los años treinta y principios de los cuarenta no sobrevivió por mucho la derrota del fascismo. Al intensificarse la Guerra Fría, la identificación del comunismo con el imperio soviético en Europa del Este comprometió su afirmación de ser liberador. En Europa occidental, un capitalismo regulado y reformado, alentado por Estados Unidos, proporcionaba estándares de vida más altos y Estados que brindaban seguridad social. Las economías planificadas que tenían sentido en tiempos de guerra eran menos aptas para la paz.

No obstante, mientras el comunismo decaía en el norte del mundo, en el sur crecía. Ahí, las promesas comunistas de una rápida modernización dirigida por el Estado captaron la imaginación de muchos nacionalistas anticoloniales. Fue aquí donde se expandió una tercera ola roja, que arrancó en Asia del Este en los años cuarenta y en el sur poscolonial a partir de finales de los sesenta.

Para Geng Changsuo, un chino que visitó una granja colectiva modelo en Ucrania en 1925 —tres años después de que la guerrilla comunista de Mao Zedong entrara a Pekín— el legado de 1917 todavía era potente. Al sobrio dirigente campesino de Wugong, una aldea a unos 193 kilómetros al sur de Pekín, el viaje lo transformó. De vuelta a su hogar, se rasuró la barba y el bigote, donó su ropa occidental y se convirtió en un predicador de la colectivización agrícola y el milagroso tractor.

La China revolucionaria solo afianzó la determinación de Washington de contener al comunismo. Sin embargo, mientras Estados Unidos peleaba su desastrosa guerra en Vietnam, una nueva generación de nacionalistas marxistas surgió en el sur, atacando al “neoimperialismo” que creían que sus mayores, los socialistas moderados, habían tolerado. La Conferencia Tricontinental de La Habana en 1966, patrocinada por Cuba y a la que asistieron socialistas africanos, latinoamericanos y asiáticos, introdujo una nueva ola de revoluciones. Para 1980, los Estados marxistas-leninistas se extendían de Afganistán a Angola, pasando por Yemen del Sur y Somalia.

Occidente también fue testigo de un renacimiento marxista en los años sesenta, pero sus estudiantes radicales estaban en última instancia más comprometidos con la autonomía individual, la democracia en la vida diaria y el cosmopolitismo que con la disciplina leninista, la lucha de clases y el poder del Estado. La carrera del alborotador estudiante alemán Joschka Fischer es un ejemplo impactante: miembro de un grupo llamado Lucha Revolucionaria que trató de inspirar una revuelta comunista entre los trabajadores de la industria automotriz, luego se convirtió en el líder del Partido Verde Alemán.

El surgimiento a partir de los últimos años de la década de los setenta de un orden dirigido por Estados Unidos y dominado por mercados globales, seguido por la caída del comunismo soviético a finales de los ochenta, provocó una crisis entre la izquierda radical de todas partes. Fischer, como muchos otros estudiantes de los sesenta, se adaptó al nuevo mundo: como ministro alemán del Exterior, apoyó el bombardeo de Estados Unidos en 1999 a Kósovo (contra las fuerzas del antiguo líder comunista serbio Slobodan Milosevic) y respaldó los recortes a la seguridad social en Alemania en 2003.

En el sur, el Fondo Monetario Internacional obligó a los países poscomunistas endeudados a hacer reformas al mercado, y algunas antiguas élites comunistas se convirtieron rápidamente al neoliberalismo. Ahora solo queda un puñado de Estados comunistas de nombre: Corea del Norte y Cuba, y los más capitalistas como China, Vietnam y Laos.

Hoy en día, cuando ha transcurrido más de un cuarto de siglo desde la caída de la URSS, ¿es posible una cuarta reencarnación del comunismo?

Un importante obstáculo es la división posterior a los años sesenta entre una vieja izquierda que da prioridad a la igualdad económica, y los herederos de Fischer, que subrayan los valores cosmopolitas, las políticas de género y la multiculturalidad. Además, defender los intereses de los desposeídos a escala global parece una tarea casi imposible. La crisis de 2008 solo intensificó el dilema de la izquierda, creando una oportunidad para que nacionalistas radicales como Donald Trump y Marine Le Pen exploten el enojo en contra de la desigualdad económica en el norte mundial.

Una nueva izquierda podría entonces tener éxito uniendo a los fracasados, tanto obreros como profesionistas, en el entorno del nuevo orden económico.

Estamos en el comienzo de un periodo de grandes cambios económicos y turbulencia social. Ante la falla del altamente injusto y tecnológico capitalismo para brindar suficientes empleos decentemente pagados, los jóvenes pueden adoptar una agenda económica más radical. Una nueva izquierda podría entonces tener éxito uniendo a los fracasados, tanto obreros como profesionales, en el entorno del nuevo orden económico. Ya estamos viendo exigencias de un Estado que redistribuya más.

Ideas como el salario base universal, con el que los Países Bajos y Finlandia están experimentando, están más cerca del espíritu de la visión de Marx de la capacidad del comunismo de satisfacer los deseos de todos: “De cada uno según su capacidad, a cada uno según su necesidad”.

Esto está muy lejos de la Plaza Roja en 1987, y aún más lejos de la toma del Palacio de Invierno de San Petersburgo en 1917. No habrá un retorno al comunismo de los planes quinquenales y el Gulag. Sin embargo, si hay algo que esta turbulenta historia nos enseña, es que “los últimos hurras” pueden ser tan ilusorios como el “fin de una ideología” predicho en los años cincuenta o el “fin de la historia” de Francis Fukuyama en 1989.

Lenin ya no vive, los viejos comunistas podrán estar muertos, pero el sentido de injusticia que los animó está más vivo que nunca.

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