Tomado del Listín Diario de 2015/05/15/.
Giovanni Di Pietro: Yo diría que soy un satanás sin cuernos y sin rabo
Escrito por: Néstor Medrano.- Listín Diario
República Dominicana,.- 20.- abril.- 2019.- Su sinceridad intelectual lo llevó al desgarro de la piel de la generalidad de los escritores que fueron mencionados, no por ellos, sino por sus obras, en las ácidas críticas a la novelística dominicana que Giovanni Di Pietro hizo desde los periódicos donde tuvo acceso para desarrollar sus publicaciones y por supuesto, en sus libros.
Es un reconocido investigador, que vivió y probó los sinsabores del mundo literario dominicano y hay quienes opinan que se creó muchos frentes, en un medio donde el elogio y la complacencia, a más de la crítica suave o el comentario amable, marchan junto a la vanidad y al ego súper engolado de creadores ciertos…y falsos.
Al hablar un poco de la “satanización”, de la cual fue objeto, por parte de los escritores dominicanos que no reaccionaron bien ante sus críticas, dice “que soy un Satanás sin cuernos y sin rabo”.
Tiene sus ideas sobre lo que se está haciendo en términos literarios en el país, al grado de afirmar que la mejor novela dominicana no se encuentra en el presente, como asegura se piensa, sino en el pasado. Esto quiere decir, según plantea, que la gran novelística nacional empieza en el siglo XIX y llega a principios de los años sesenta; de ahí en adelante, sólo decae.
“Una peculiaridad de los novelistas dominicanos es que casi nunca han elaborado una auténtica obra narrativa que tratara de ver el devenir de la nación e hiciera una crónica de ese devenir. Hay obras aisladas que se elevan a un nivel alto y que se han quedado en la historia literaria sin problemas. Hablo de Enriquillo, de Engracia y Antoñita, de La sangre, de La Mañosa, de Bienvenida y la noche. Son pocas, pero son obras que han hecho historia literaria de manera indiscutible”, puntualiza.
También opina sobre el quehacer literario de la mujer y dice, en relación a las novelistas actuales, que “no he quedado muy impresionado por su producción”.
“Muchas de ellas se han quedado dentro del molde de la novela erótica. Lo que quiere decir que sólo han hecho pornografía, pero pretendiendo que sea una literatura de tipo feminista”, señala.
Esta es una entrevista, en la que Giovanni Di Pietro lo expresa todo, sus juicios críticos, sus señalamientos sobre autores jóvenes que lo decepcionaron y sus creencias sobre la identidad dominicana, a continuación, el diálogo:
A Giovanni Di Pietro muchos lo conocimos en términos literarios por sus estudios críticos sobre la novela dominicana, de estos estudios críticos surgieron fuertes controversias y autores dominicanos lo satanizaron desde entonces, ¿todavía tiene los mismos criterios sobre los valores de la novela dominicana?
Yo nunca he tenido una opinión negativa acerca de la novela dominicana, como muchos creen y se obstinan en repetir hasta el cansancio. Simplemente he dicho desde el principio que hay novelas que valen la pena y otras que no lo valen. Entre las últimas hay un número conspicuo que está compuesto de puros desastres, sea porque el novelista no sabía lo que estaba haciendo o porque quería dar gato por liebre.
Los novelistas, especialmente los más jóvenes, se quejan conmigo por una tesis que tengo y que sigo sustentando y que está fundamentada sobre la lectura cuidadosa de las obras que componen la novelística nacional, la cual dice que la mejor novela dominicana no se encuentra en el presente, como se piensa, sino en el pasado. Esto quiere decir que la gran novelística nacional empieza en el siglo XIX y llega a principios de los años sesenta; de ahí en adelante, sólo decae. Es que los novelistas de antes era gente bien formada, que leía y que tenía una cultura. Los que vinieron luego empezaron a improvisar en términos formales y se perdieron por un tiempo en la novela experimental. Imitaron lo que venía de afuera sin considerar si aplicaba y cómo a la realidad del país. De ahí que existen cosas horribles que se justificaron como obras experimentales u obras que supuestamente estaban al día, como las novelas que se inspiraron en el marxismo y en el existencialismo. El autor no sentía con sinceridad ni una ni otra cosa; sólo repetía lo que se hacía en el extranjero y el resultado no podía ser otro que una novela sumamente mediocre y de contenido aproximativo o falso.
Como es obvio, esto no quiere decir que no aparecieran novelistas que sí sabían lo que estaban haciendo y se esforzaran en escribir obras de valía. Toma el ciclo de la “novela bíblica”, por ejemplo. Esa fue una verdadera novelística de altura que reflejaba la realidad inmediata en lo político, lo social y lo moral con relación a lo que ocurría en el país a finales del régimen y a su caída. Es una clase de novelística que tenía futuro, que prometía. Sin embargo, después de esas cuatro obras de Marcio, de Ramón Emilio y de Deive, por alguna razón, todo se fue a pique. Marcio se perdió en la experimentación; Ramón Emilio se calló, y Deive se dedicó a la novela histórica vista como mera reconstrucción de un período o como evasión. O sea, que esas obras no tenían nada que ver con la actualidad candente, que es lo que siempre hace una buena obra.
Una peculiaridad de los novelistas dominicanos es que casi nunca han elaborado una auténtica obra narrativa que tratara de ver el devenir de la nación e hiciera una crónica de ese devenir. Hay obras aisladas que se elevan a un nivel alto y que se han quedado en la historia literaria sin problemas. Hablo de Enriquillo, de Engracia y Antoñita, de La sangre, de La Mañosa, de Bienvenida y la noche. Son pocas, pero son obras que han hecho historia literaria de manera indiscutible. A Cestero podemos considerarlo como un novelista que realizó una obra, si ponemos todas sus novelas juntas. Igual ocurre con Ramón Lacay Polanco, el único que logró escribir novelas existenciales con sentido en el país. Un novelista que tiene una obra es Marcallé Abreu. Es una obra unificada que trata de los cambios políticos, sociales y morales en la sociedad dominicana desde los años setenta hasta el momento. Marcio también tiene una obra. Pero él siempre saca a relucir el cuentecito de Villa Francisca, y prácticamente está contando la misma historia en cada una de sus novelas; claro está, cambiando los personajes. ¿Qué ha ocurrido en la RD desde la caída de Trujillo? Es raro que Marcio entre en ello, y, si lo hace, no es lo que transciende en su obra. Lo que transciende es el tema harto común del trujillismo-antitrujillismo. Lo que quiere decir que su obra no tiene una efectiva unidad. No la tiene porque le falta un propósito claro; yo diría, un mensaje de carácter nacional.
Que se entienda, esto no significa que estoy atacando a Marcio. Ha hecho un trabajo de mucho mérito que siempre le he reconocido. Es que simplemente tengo una debilidad con sus primeras novelas, Judas y El buen ladrón. Lo que digo de Marcio puedo decirlo también de otros novelistas, como Ramón Emilio, por ejemplo, o como Andrés L. Mateo. Entiendo que tengo derecho a esta opinión, pues con ella no estoy atropellando a nadie personalmente; sólo estoy explicando lo que para mí funciona desde mi perspectiva como lector de la novelística del país. El problema es que los novelistas se molestan con estas ideas mías porque confunden lo que es un juicio crítico con un ataque a su propia persona. Mi satanización, como tú lo dices, sale de ahí. Pero yo diría que soy un Satanás sin cuernos y sin rabo.
¿Cree que ya existe una novela dominicana, o todavía no logran los autores dominicanos el soplo vital que les dé la forma y el fondo para concebir un buen producto literario?
Una novela dominicana existe, pero es una novela del pasado, como explico más arriba, no del presente. Ningún novelista puede lograr un “soplo vital”, si no se identifica en lo profundo con los problemas de su país, problemas políticos, sociales y morales; o sea, si no trata de reflejar en sus obras lo que está ocurriendo con el pueblo y la nación. Para mí, los novelistas dominicanos, especialmente los más recientes, no hacen eso ni sueñan siquiera con hacerlo. Son como avestruces. Ante el descalabro vigente, esconden su cabeza en la arena. Esto no ocurría en el pasado, ni siquiera durante la dictadura de Trujillo. En ese periodo o el novelista criticaba abiertamente al régimen, como en el caso de Requena, en Cementerio sin cruces, y de Pérez Cabral, en Jengibre, o lo hacía por debajo, de forma críptica, como en las obras de González Herrera y Marrero Aristy.
En la actualidad vivimos bajo la tiranía del sistema neoliberal. Entonces, ¿dónde diablos están los novelistas que cuestionan esa tiranía y que denuncian sus innegables crímenes? ¿Quién entre ellos seriamente objeta la corrupción rampante y la inmoralidad que se ha apoderado de la gente en todos los estratos sociales? Aquí y allá aparece alguna novelita que pretende que lo está haciendo, pero de eso se trata, de una novelita que sólo pretende hacerlo. Esto no es lo mismo que enfrentarse con el problema directamente y en lo profundo. De los sesenta a los ochenta, los novelistas dominicanos se dedicaron a tratar un solo tema, el del trujillismo-antitrujillismo. A lo largo de los años noventa, una vez se descubrió la novela erótica, especialmente por parte de las novelistas, no hicieron otra cosa que hablar de coitos, sexo oral y masturbaciones. Mientras tanto, el país se caía a pedacitos y la gente huía en yola a Puerto Rico. Después de los noventa llegó la novela “light”, y ese es el estólido sendero que la novelística dominicana sigue hasta el momento. La novela “light” no tiene nada de literario; es puro entretenimiento, y lo que se busca es reproducir las más estúpidas tonterías en que el mundo actual se complace. Lo que el novelista “light” quiere es proyectarse en el imaginario de la farándula, aparecer en los programas de televisión y contestar preguntas preparadas de antemano por cretinos que no saben ni siquiera qué es literatura.
Son poquísimos los novelistas que han tratado de romper con este molde, y lo han hecho con mucho trabajo y sacrificio, exponiéndose irreparablemente al aislamiento y al ostracismo. Marcallé Abreu es un ejemplo de lo que digo, y esto aunque le dieran el Premio Nacional este año. ¡Cómo si ese premio tuviera algo que ver con la calidad literaria! Es más bien un premio social que, aparte de darle al escritor algún respaldo en términos de notoriedad, quizás a lo sumo le resuelva algún problema de deudas para pagar un carro o el colegio de los hijos o el apartamento donde vive.
Mucha ha sido la discusión sobre la calidad literaria de los escritores dominicanos, entre los novelistas que ejercen el oficio hay mujeres que publican con cierta asiduidad, ¿son las mujeres las que mejor están ejerciendo el oficio de novelistas?
De nuevo, tradicionalmente las mujeres novelistas eran muchas veces mejores que los hombres. Sueña Pilarín, de Abigaíl Mejía, por ejemplo, vale por muchas novelas escritas por hombres. Caña Dulce, de Marrero de Munné, La Victoria, de Carmen Natalia, y El caballero de la ciudad, de Ludin Lugo, son obras poco estudiadas y generalmente relegadas al olvido simplemente porque fueron escritas por mujeres. Hasta las novelas de Francasci, del todo olvidadas, en muchos aspectos ofrecen más que ciertas novelas escritas por hombres. Como mínimo, estas obras están muy bien escritas y expresan sentimientos y una gran preocupación por temas que son válidos desde la perspectiva nacional y universal. El caballero de la ciudad, por ejemplo, no se limita a la reproducción de la gastada antítesis trujillismo-antitrujillismo, y eso aunque vaya trazando en su trama el desarrollo de la historia del país desde el comienzo de la dictadura hasta su final.
Con relación a las novelistas actuales, no he quedado muy impresionado por su producción. Muchas de ellas se han quedado dentro del molde de la novela erótica. Lo que quiere decir que sólo han hecho pornografía, pero pretendiendo que sea una literatura de tipo feminista. El feminismo no es más que una ideología, y si la novela de inspiración trujillista o marxista, por ejemplo, era algo reprobable porque nada más reproducía un esquema ideológico absurdo, la novela inspirada por el verbo feminista, quedándose en la mera fase pornográfica, es tan nefasta como los otros dos tipos. Para la novela feminista, el hombre es siempre un sucio abusador; un sujeto que, aunque se crea gran cosa, ni siquiera es capaz fisiológicamente de experimentar, como la mujer, un orgasmo pleno. Todos los hombres que aparecen en estas novelas no son más que zánganos, tontos útiles que las mujeres sólo usan cuando les conviene y desechan sin pensarlo dos veces. O sea, que estamos hablando de fantasías de gente sexualmente reprimida, de cuarentonas dejadas atrás que buscan en la literatura alguna revancha contra los hombres.
¿Por qué Joaquín Balaguer en un ensayo crítico y no Marcio Veloz Maggiolo, Juan Bosch o Manuel del Cabral?
Mi libro Joaquín Balaguer: sin elogios ni condenas no es, en esencia, un ensayo crítico; es la recopilación de varios ensayos sobre aspectos de su obra literaria sin una clara unidad. Yo no doy para elaborar ensayos críticos largos y exhaustivos. Prefiero el ensayo corto y acerca de un tema específico. Es así que funcionan todos mis libros de crítica. Son recopilaciones de ensayos donde analizo ciertas obras o ciertos temas. Por eso, los ensayos que conforman ese libro sobre Balaguer son ensayos escritos en diferentes períodos y según el interés que tenía en ese momento.
Con relación al porqué de mí interés por la obra de Balaguer, que es lo que tu pregunta implica, diría que tengo una natural atracción hacia figuras que están olvidadas o que por alguna razón no encajan bien en el canon literario prevaleciente. A mí me interesó la obra de Balaguer por esta segunda razón. Vi en él como literato a una figura que todo el mundo, todo el mundo que no fuera uno de sus aduladores incondicionales, despreciaba. No es un poeta, se decía. O algunos sostenían que Los Carpinteros era una novela excelente. Eso hizo que me interesara en él para averiguar por mi propia cuenta si esas opiniones eran verdaderas. De ahí salieron los ensayos de análisis realizados.
Después quise entender el porqué del odio que se le tenía. Por qué se hacía de todo para estigmatizar su figura. Mis ensayos acerca de Los que falsificaron la firma de Dios, de Sención, y acerca de Yo y mis condiscípulos fueron una manera de enfrentarme a este asunto. En el ensayo sobre la novela de Sención, yo no critiqué a ese novelista por sus ataques contra Balaguer, sino más bien por la manera trivial en que lo hizo. Que después los acólitos de ese mandatario, dentro de un ambiente de fuerte reyerta política, interpretaran mi ensayo como una defensa de su ídolo, o que los partidarios de la obra de Sención me consideraran un calumniador del novelista, ya eso estuvo fuera de mi alcance. Cada quien vio en mi crítica lo que quiso ver, mientras que yo simplemente estaba tratando de entender el fenómeno de cómo una novela mediocre como esa pudiera recibir tanta atención y cómo pudiera dársele tanta importancia. Todavía hay gente que está rabiosa conmigo por ese ensayo.
O sea, para mí Balaguer era sólo un fenómeno que estudiar, más allá tanto de su ideología, como de la ideología de sus detractores.
A mí me parece que ese libro mío es válido, y quizás sea el más objetivo que se haya escrito sobre la obra de Balaguer. Lástima, pues, que nadie le haya hecho caso y nadie lo mencione. Pero eso es harto común a todos mis libros de crítica. Los que los han leído quizás no se cuenten ni siquiera con los dedos de una mano.
¿Qué le sugieren estos nombres en la literatura dominicana: Carmen Imbert Brugal, Ligia Minaya, Ángela Hernández, Emilia Pereyra, Martha Rivera, Jeannette Miller, Rita Indiana, lo mejor de la novelística criolla actual escrita por mujeres?
Si eso es lo mejor de la novelística criolla actual escrita por mujeres, yo sólo me río. Hablo de las novelistas que conozco y acerca de las cuales he escrito algo, como Imbert Brugal, Minaya, Pereyra y Rivera. Para que sepas por qué opino así, consulta los ensayos que he escrito sobre ellas. De Miller conozco sólo una novela, y creo que es la única que haya escrito. Me gustó, y ahí está el ensayo explicando por qué. Nunca he leído nada de Ángela Hernández o de Rita Indiana. No opino acerca de ellas, pues. Minaya, de la cual conozco los cuentos y tres novelas, es un caso clínico, especialmente cuando le da con escribir cuentos y novelas eróticos. Los “tambores” de Pereyra en su supuesta novela histórica acerca del pirata Drake no me gustaron para nada. Creo que se equivocó de instrumento musical en este caso.
¿Qué le sugieren estos nombres en la literatura dominicana: Avelino Stanley, Marcio Veloz Maggiolo, Pedro Antonio Valdez, Andrés L. Mateo, Efraím Castillo, Roberto Marcallé, Pedro Vergés, Luis R. Lora, Haffe Serulle, Ray Andújar, José Acosta, lo mejor de la novelística criolla escrita por hombres?
De Avelino me gustaron ciertos cuentos donde criticaba a Balaguer. Sus novelas me dicen muy poco. Avelino y yo hemos tenido polémicas en el pasado. No sé de su parte, pero de la mía siempre lo he considerado un amigo. Sin embargo, la amistad, como muy bien se sabe, no tiene nada que ver con la crítica literaria, la cual, como ejercicio objetivo, está por encima de los sentimientos de amistad y odio que podamos tener hacia cualquier persona. He criticado acremente ciertas novelas de escritores que considero amigos y no ha sido fácil para mí, ya que todavía demuestran cierto recelo hacia mí.
De Marcio, ya he hablado. Aprecio mucho sus primeras novelas y los cuentos llamados “bíblicos”. He escrito acerca de casi todas sus novelas, de los cuentos “bíblicos” y hasta de una obra teatral suya. Lo considero un novelista que conoce su asunto, pero que se descuida sobremanera y se repite a menudo. Una novela sobre Villa Francisca, quizás dos, está bien; pero, cuando ya no se sale de ese barrio imaginario, hay algo que falta. ¿O no? Me han gustado algunas novelas para niños. No conozco las últimas cosas que ha publicado.
Esperaba mucho de Pedro Antonio, pero él nunca desarrolló una novelística unificada, sino que se fue de un tema a otro sin profundizar en nada. Aprecié mucho el manejo del lenguaje y de los personajes en El ángel caído, sólo que, más allá de eso, es muy poco lo que esa obra tenía que ofrecer. Es que las novelas de Pedro Antonio, por lo menos las que conozco, no tienen ningún contenido de importancia. Parecen cosas que se le ocurren de un día para otro y que él simplemente decide plasmar en la página escrita. ¿Dónde están sus ideas? ¿Qué es lo que piensa acerca de su país, de la sociedad, del mundo y de la humanidad? A mí me parecen novelas “light” y punto. ¿Acaso debería interesar al lector la manía de ese personaje a quien le gusta oler la ropa íntima de una mujer gorda y fea? La famosa “pelirroja” de La salamandra es un personaje que harta. Se supone que encierra en sí mismo algún tipo de simbolismo; sin embargo, cuando lo miramos de cerca, todo se reduce a una mezcla inconexa de elementos que no se relacionan con nada en específico, a menos que no queramos interesarnos en encuentros sexuales serpentinos en sótanos húmedos o demasiado promiscuos en el baño de una librería dominicana de Nueva York.
He leído y he escrito sobre todas las novelas de Andrés. Para mí la novela que más se destaca es todavía La otra Penélope. Digo esto porque es una obra que refleja una relación directa entre él como novelista y el ambiente político y social prevaleciente al finalizar la Guerra de abril y en los doce años de Balaguer. En esta novela, Andrés tiene un discurso bien preciso y de actualidad, exactamente lo que no ocurre en sus otras obras, aunque estén siempre bien escritas y bien elaboradas.
De Castillo conozco solamente una vieja novela, Curriculum: el síndrome de la visa, una cosa para mí muy aburrida. Como decía cuando escribí acerca de ella, a este novelista le gusta pasarse por un “sabelotodo”, y entonces los personajes que aparecen en esa obra no son personajes libres de decir lo suyo y de actuar como creaciones literarias independientes; son más bien simples muñecos que repiten palabras e ideas que el novelista, como ventrílocuo, pone en sus labios. Además, siempre con relación a esa obra, me chocó que su personaje principal, el cual representa al autor, se saliera con la opinión, externada en beneficio de su hijo, que lo único bueno que las mujeres tienen es lo que llevan entre sus piernas. Esta opinión, salida de la boca de un supuesto guerrillero constitucionalista, nos dice mucho acerca del sentido de la novela. Con tipos como ese, ¿acaso extraña que este país se haya reducido a lo que es ahora?
Ya he hablado acerca de Marcallé Abreu y no voy a repetirlo. A mí me acusan de decir demasiadas cosas buenas con relación a su obra, pero entiendo que lo que he venido sosteniendo a través de los años en todos los ensayos que le he dedicado se explica. Roberto es el único novelista dominicano que ha tomado en serio el trágico devenir de este país y ha escrito coherentemente acerca de él desde los años setenta hasta hoy. Algún día, si es que este país no se lo traga el mar, la obra de Marcallé habrá que estudiarla a fondo como una preclara ilustración de todas la facetas de una sociedad en franco descalabro, pues él es ese raro tipo de novelista que no esconde su cabeza en la arena como un avestruz, algo que, como ya dije, es lo que hacen en su casi totalidad todos los demás. Roberto ha creado y sigue creando un apurado mural de la historia de la nación dominicana en los tiempos modernos.
Hasta el momento, Pedro Vergés se queda en lo que siempre ha sido y es: un novelista de una sola novela, Sólo cenizas hallarás (bolero). Él lleva años anunciando otra novela, me parece que una continuación de ésta, pero que nunca aparece. Que Sólo cenizas hallarás tiene sus méritos, no lo pongo en duda, pues hasta le ganó un importante premio en España. Pero a este país se le conoce por producir narradores y poetas que ganan los laureles de los premios internacionales, sólo para luego quedarse descansando tranquilamente bajo su sombra y nunca realizar una auténtica obra. En lo personal, encontré a esta novela un tanto aburrida, con la escena de los pollos del sargento como quizás la única nota de interés a causa de la vena humorística que de ella se desprende.
De Lora no conozco ni el nombre. Nunca me ha llegado una obra suya y nunca la he visto en ninguna bibliografía. ¿Será un novelista imaginario? Hasta esto es posible dentro de esa fauna y flora que caracterizan la novelística dominicana y, pues, no me extrañaría en lo más mínimo que así fuera. Digo esto porque sé de poetas a quienes se les llama poetas, pero que han escrito y publicado sólo un raquítico poemita en alguna revista desconocida, a lo mejor digital nada más.
De Haffe Serulle conozco sólo dos de sus primeras novelas, El vuelo de los imperios y Matar al presidente. Para mí no fueron gran cosa. Pero, ¿qué vale mi opinión? Es una entre tantas, quizás estas más calificadas que la mía.
De Andújar conozco Candela. Cuando escribí sobre ella dije que me gustaba cómo este novelista manejaba el lenguaje y que sabía crear personajes, pero que la suya era una novela “soft porn”, ya que no tenía nada que ofrecer, con la excepción de una larga sarta de coitos. No he cambiado mi opinión en lo más mínimo. Que una novela tenga un coito aquí, allá y acullá, no lo cuestiono; sin embargo, que se reduzca exclusivamente a eso es algo lamentable. Además, Andújar parece ser uno de esos escritores “light” que tiene su séquito de fanáticos, como si fuera una estrella de la farándula televisiva. Esta camada de escritores hace siempre mucha bulla, pero todavía queda por verse de qué son capaces en términos de una literatura seria, hecha de obras rigurosas que reflejen ideas.
Leí que a José Acosta se le otorgó el Premio de Las Américas este año. Cuando vi la noticia, me quedé perplejo, pues no me explicaba cómo alguien tan laureado en las letras continentales pudiera escribir esa novela sobre la cual acababa de escribir, La multitud, una obra llena de inverosimilitudes, confusión y muchísima pretensión intelectual. Después un amigo me comentó que ese premio se les otorgaba exclusivamente a escritores de habla española en Nueva York, lo que cambió toda la perspectiva. O sea, que su premio, aunque fuera anunciado como tal en los periódicos dominicanos, no tenía nada que ver con la literatura continental. Acosta había ganado sólo contra unos cuantos pelagatos de novelistas de habla hispana en la Gran Manzana y ya.
¿Es Giovanni Di Pietro un revolucionario de la Literatura, un maestro o un luchador que todavía sueña con la utopía de la novela con argumento, la que cuenta historias más allá del trasfondo light?
Yo no soy ningún revolucionario en la literatura, pues insisto que los que quieren escribir bien tienen que tener un dominio de su asunto y un pensamiento y esto es posible sólo regresando a los clásicos, los de la literatura dominicana, que los hay, como los de otras literaturas y, en especial, de la gran tradición europea que se remonta a los griegos y los romanos. Dime tú, ¿cómo es posible para un joven novelista dominicano escribir cosas buenas sin conocer la obra de Galván, de Billini, de Bosch, de Marrero Aristy, entre otros? A mí me tocó en una ocasión escuchar una conversación en que un mequetrefe de la UASD se ufanaba de no haber leído el Quijote porque, como lo expresaba, era una obra ya pasada de moda. ¡Más despistado de ahí en la literatura, ni el mismito “hijo de Límber”, como se diría en buen dominicano!
¿Novela con argumento? ¿Y por qué no? ¿Acaso tiene sentido leer 300 páginas que no dicen ni comunican nada, aunque estén bien y hasta brillantemente escritas? Todas las grandes obras literarias de la humanidad son obras con argumento. Que en este mundo “light” del criminal relativismo neoliberal se entienda que una novela no tiene que tener argumento, que su conjunto conste sólo de palabras compuestas casi al azar, está fuera de mi alcance entender. A este tipo de escritura la he denominado “escritura masturbadora”, y eso es exactamente lo que es.
Yo quiero aprender de una novela, tanto en términos del manejo del lenguaje y de los personajes como en términos de ideas. ¿Por qué tengo que gastar tiempo en algo que no tiene sentido, que no me dice nada acerca de nada? Entonces, en ese caso, leer una novela es como mirar muñequitos en la televisión. Me extrañaría mucho que Cervantes escribiera el Quijote con eso en mente. Pero esto es lo que los cerebros y los corazones vacíos andan buscando cuando promueven la literatura “light” como válida. Para mí es una situación para llorar, si no para pegarse un tiro por la frustración de ver tamaño desierto cultural entre la gente de hoy.
En épocas pasadas se fomentaron los grupos y las capillas literarias, de los cuales existen historias de rupturas entre autores de la literatura fundamental de nuestro país, lucha de egos, muchos fueron excluidos y marginados, otros encumbrados, ¿cree usted que ha sido separada la paja del trigo o seguimos reburujados?
La literatura de todos los países y en todos los tiempos está y ha estado llena de “prime donne”, puesto que la gran mayoría de los que escriben tienden a la vanidad más lastimosa. El único grupo que sobrepasa a los escritores es el de la farándula del cine y de la televisión. En la cultura “light” que nos gastamos, ya no existe mucha diferencia entre un escritor y una vedette cualquiera. Ambos se venden al mayor postor. Ambos no tienen nada que ofrecer. De modo que hay autores que envidian y odian a otros; grupos que hacen lo mismo; vacas sagradas que no dejan que un pobre muchacho que apenas está empezando pueda acceder aunque sea un segundo al brillo de la fama.
Nadie se percata que la esencia del grande escritor es su humildad, la idea que nunca ha logrado esa excelencia que busca y que la opinión del vulgo y de los críticos nunca debería tener peso con los resultados de su obra.
En cuanto a separar la paja del trigo, es lo que quise hacer yo con mi crítica desde el principio; pero, mira dónde me ha llevado: lo de ser un paría por excelencia. No es poco decir que a mí, por lo que he tratado de hacer, se me ha llamado de todo, de “italianito” a “sapo” y a “culebra”, y en una memorable ocasión alguien, sin duda un novelista rencoroso, hasta me sacó la lengua en la calle.
Ironizaba un profesor mío de filosofía que el tiempo selecciona. Entiendo, pues, que algún día mi crítica será reivindicada de alguna forma, pese a lo poco que en verdad pueda contar.
¿Qué opina del desdén que se muestra desde muchos ámbitos hacia los autores dominicanos y las preferencias de autores del exterior sobre nuestros escritores, es cierto que esto se debe a que tienen una mayor calidad o que se trata de una realidad impuesta por las propias deficiencias sistémicas del país?
Mucho del problema se lo buscaron los mismos escritores dominicanos. No los buenos, ya que sus obra raras veces salen del país, sino los malos, siempre listos para promover sus adefesios a todo lo largo y ancho del globo terráqueo. La literatura dominicana tiene obras de sobra que están a la par y hasta les ganan a cualquier obra literaria producida en el extranjero; sin embargo, éstas no se conocen o se conocen muy poco. Los diferentes gobiernos, con la excepción –¡valga ironía!– del gobierno de Trujillo, no han hecho nada para que la cultura y la literatura dominicanas se conozcan fuera de sus fronteras. De ahí que tengamos esa singular situación en que un eximio poeta como Franklin Mieses Burgos, no se conozca fuera del país ni siquiera por nombre. Una plétora de poetastros se dedicó a tacharlo de trujillista como máximo y de poeta desinteresado en los asuntos políticos y sociales como mínimo y, sin haberlo leído nunca o leído sólo a medias, acabó relegándolo al olvido.
Es que la literatura dominicana tampoco se conoce dentro del mismo país. Cuando me interesé en la obra de Sanz-Lajara, por ejemplo, ninguno me sabía decir que Caonex era una novela. Nadie había oído hablar de ella y nadie la había leído. Todos me decían que El derrumbe, de García-Godoy era una novela, mientras se trata de un libro de sociología. A Over se la lee como una novela social, o de la caña, como se dice, cuando en verdad es una obra en la cual Marrero Aristy cuestiona de forma tajante la dictadura de Trujillo. Avelino Stanley considera Bienvenida y la noche, de Rueda, una crónica en vez de una novela. Sostener eso a secas es como estar en la luna. Como es obvio, no faltarían infinitos otros ejemplos.
La excelencia de la literatura dominicana ante las demás literaturas es evidente a todos los que quieran admitirlo. ¿Acaso no cuenta con Bosch, con Marrero Aristy, con Lacay Polanco, con Rueda, con Freddy Gatón Arce, con Mieses Burgos, con Máximo Avilés Blonda, con Lupo Hernández Rueda, con Fernández Spencer, con Manuel Del Cabral, con León David, con Federico Henríquez Gratereaux y un largo etcétera? ¿Y no cuenta con ese gran humanista que fue Pedro Henríquez Ureña? Es que los países desventurados como la República Dominicana sufren de un complejo de inferioridad. En consecuencia, se creen que todo lo que llega de fuera es mejor y que hay que preferirlo a lo que se produce en suelo patrio.
A esto se remedia sólo exportando obras de indudable excelencia, no las obras mediocres que dañan la reputación del país, su cultura y literatura.
¿Podemos competir desde nuestra realidad actual en un mundo editorial cada vez más competitivo y signado por poderosas casas editoriales, que en nuestros mundos literarios locales se rigen por el grupismo y la exclusión, y de ahí su fracaso local?
Hay que ser realistas. Ya nadie le hace caso a la literatura. Los jóvenes no leen por estar metidos constantemente con su nariz en los celulares. Las universidades han fracasado por completo, pues se convirtieron en centro de almacenamiento de jóvenes desempleados que ni siquiera tienen la esperanza de encontrar trabajo y en escuelas técnicas con el criterio de que lo que hay que hacer es producir en serie la misma clase de gente para que le sirva al mercado. ¿Una formación académica humanística? ¡Ni en sueño! Y entonces, ante esta realidad, ¿cómo esperar que el libro y la lectura tengan un futuro? Un pelotero vale más que un escritor. Así un narcotraficante. Es a eso a que nos hemos reducido.
No hay que hacerse ilusiones, pues. El libro y la lectura se convertirán en cosas de pocos muy pronto; la imagen prevalecerá sobre la palabra escrita, pues ya es prácticamente lo único que esos jóvenes de quienes hablo conocen. El que quiera hacer literatura en el futuro –y ya esto está ocurriendo– tiene que hacerlo con criterio puramente personal, como una vocación a la cual no puede y no sabe renunciar, so pena de perder su identidad más íntima. El escritor se encerrará en sí mismo y en su propio mundo y tratará de salvar lo salvable, exactamente como ocurrió en la Edad Media. Quizás después, mucho tiempo después, la gente se acordará de que una vez hubo algo llamado literatura y que ésta era buena para su alma y, pues, recapacitará. Es la única esperanza que nos queda, según mi entender.
Es así. Hay que observar el fenómeno de una forma desapasionada. ¿Quién diablos lee en estos tiempos? ¿Quién le da importancia a la literatura? Antes un niño esperaba la Navidad para que le regalaran un libro; ahora, es el iPhone u otro tonto artilugio como ese. ¡Es que los jóvenes tienen el e-book, se me dice! Eso es pura basura. Dime cuántos jóvenes bajan a Dostoievski o a Manzoni o a Homero o a Virgilio o a Dante. Si algo bajan, es a Dan Brown y a libros de autoayuda; los más son videos y canciones de contenido muy dudoso.
En las universidades, ya los estudiantes no saben qué es ni dónde se encuentra la biblioteca. Donde yo soy profesor, ese lugar ni siquiera lleva el nombre de biblioteca y es como si la universidad se avergonzara de llamarla así, empleando el eufemismo de “Centro de recursos para el aprendizaje”. Hace años, cuando hacía mi maestría en Canadá, la lucha de los estudiantes era para que la biblioteca se quedara abierta hasta la medianoche y así aprovecharla mejor. Eso de que ahora todo está en la red y uno tiene acceso rápido a lo que quiere es otra necedad. La red es un enorme vertedero en el cual las cosas que sirven se ahogan en basura y donde a los estudiantes, que ya no hacen investigación de ninguna clase, se les hace muy cuesta arriba distinguir una cosa de la otra. Sólo la lectura de libros esencialmente en papel, que se puedan tocar, estrujar, hasta echar en el zafacón si queremos, enseña a pensar y a sentir emociones, justamente lo que se necesita para que este mundo deje de ser esa cloaca en que se ha vuelto.
Las casas editoriales crean sus escritores y los lanzan al mercado. La idea es ganar dinero, mucho dinero, y de ningún modo estimular la cultura entre la gente. De ahí que escritores mediocres y sin ideas siempre estén en la lista de los más vendidos. Antes, un editor era un editor; tenía un proyecto cultural que llevaba a cabo. Ahora, es sólo el dueño de la imprenta asesorado por un ejército de expertos en mercadeo.
¿Qué escritor o escritora dominicana satisfacen a Giovanni Di Pietro en términos de su obra?
¿Hablamos de una obra, un libro en específico, o la obra de toda una vida? Hay una diferencia. Muchos escritores dominicanos tienen una obra en específico que encuentro admirable; pocos, muy pocos, especialmente entre los nuevos, una obra caracterizada por el trabajo tesonero de una vida o parte de esa vida.
A mí, como ya se ha podido deducir de lo que he dicho hasta ahora, me gustan los viejos. Dame un González Herrera o un Haím H. López-Penha o un Sanz-Lajara o un Lacay Polanco cualquier día y estoy contento; no le hago mucho caso a las “Distinguidas señoras”, las “salamandras”, los “tambores”, los “bólidos”, los “días de todos”, los “palomos”, los “tiempos muertos”, las “he olvidado tu nombre”, las “mariposas de arena”, las “te veré caer”, las “cornalinas” y congéneres, pues los encuentro tontos y aburridos, cosas tan “light” que se desvanecen en un santiamén en el aire. No quiero ofender a nadie, pero ¿por qué perder el tiempo en tales cosas, cuando puedo leer a Bosch, a Billini, a Cestero, a Galván? Tenemos que invertir nuestro tiempo sabiamente en este mundo donde ya el tiempo del cual disponemos es siempre menor cada día.
¿Han sido responsables los intelectuales dominicanos con su realidad, sus valores o traidores como denuncia Manuel Núñez en su libro El Ocaso de la Nación Dominicana, al minimizar las luchas patrióticas de la Independencia y la Restauración ante las tropas haitianas?
Aquí, en este país, se reconoce el derecho de los haitianos a defender su patria y hasta de imponer sus intereses a los demás. Sin embargo, se les niega tajantemente ese mismo derecho a los dominicanos. ¡Ah, es que eres antihaitiano!, grita cierta gente. ¡Estás contra los derechos humanos! Pero los derechos humanos tienen que ser válidos para todos, para el ciudadano de un país y para el “otro” también, o ya no son derechos humanos. Es que la defensa de los derechos humanos se ha convertido en una nueva ideología, como lo fueron el capitalismo y el comunismo antes, y, además, en una enorme fuente de lucro para oenegés de todo tipo. Pero, explícame cómo un gobierno, cualquiera de ellos, puede subvencionar sin problema a una asociación que aboga por la limitación de sus poderes y hasta por su misma destrucción. Es un absurdo; sin embargo, es exactamente lo que ocurre, aquí en República Dominicana como en España o Italia. Que la defensa de los derechos humanos es una ideología al servicio de los intereses del sistema neoliberal, el cual no cree en los estados nacionales y quiere eliminarlos, es evidente por el hecho de que se encuentra por todos los lados del globo. Si no fuera así, no lo estaría. Hay que respetar los derechos del “otro”, pero sin irrespetar nuestros propios derechos. Es bonito hablar de un mundo globalizado donde no existan diferencias étnicas. Lo único que eso es válido sólo para los países poderosos, los cuales tienen su agenda ideológica y quieren imponerla a rajatabla a cada país.
La agenda desnacionalizadora está en manos de intelectuales de ascendencia izquierdista en todos los países donde se registra este cambio. Al caer el muro de Berlín, los intelectuales que vivían del cuento de la revolución socialista se encontraron sin causa y, peor aún, sin recursos, los cuales les provenían de la Unión Soviética. Habían cambiado los tiempos; la historia había supuestamente llegado a su fin; entonces, parafraseando a Lenin, ¿qué hacer? Había que buscar el pan de cada día, y eso se alcanzaba o sudando la gota gorda trabajando, algo a lo cual no estaban bien dispuestos, o buscándose otro amo, el cual, encargándolos de una nueva cruzada, les haría posible tener unos cuartos en el bolsillo con que tomarse una cervecita en el Malecón con sus amigos. Los intelectuales izquierdistas optaron, pues, por venderse. Y se vendieron exactamente a sus viejos enemigos, esos mismos contra los cuales habían luchado desde el siglo pasado. Éstos, contentos, se hicieron los generosos y les encargaron de crear oenegés de supuesta ayuda humanitaria, partes de una fantasiosa sociedad civil inventada por ellos, las cuales se dedicarían a socavar al estado nacional y sentar las bases por una nueva utopía, la del mundo globalizado donde, de nuevo, el cordero se acostaría con el lobo.
Esa es la gente que hoy gestiona el poder en muchos países. Son personas sin escrúpulos que se venden siempre al mayor postor, que se olvidaron de su historia y consideran la palabra “patria” como una palabra sucia. No estoy exagerando. En Italia, por ejemplo, los que gestionan el poder para los banqueros y los intereses extranjeros son todos excomunistas. Desaparecido el glorioso PCI de Antonio Gramsci, muerto en prisión, y no exactamente por culpa de los fascistas de Mussolini, se insertaron rápido en otros partidos que anteriormente habían combatido. Cuando éstos colapsaron, se pasaron al movimiento de Berlusconi. Al apagarse la estrella política de este payaso, se inventaron un nuevo partido, llamado el Partido Democrático, ahora en el poder, el cual no solo hizo campaña empleando la mismita imagen de Obama, sino que, ganadas las elecciones, se dedicó a vender a intereses foráneos todas las industrias y todos los servicios del país a precio de vaca muerta, dizque para hacerlos más productivos privatizándolos. Ahora, en mi patria, ni el queso Parmigiano es de producción nacional, el idioma está por desaparecer por la adopción a nivel oficial de términos ingleses que nadie entiende, y, con el idioma, también desaparece la identidad del mismo pueblo, la cual sufre bajo los efectos de la masiva inmigración ilegal incontrolada, estimulada esencialmente por entes internacionales bajo el amparo de esos dichosos “derechos humanos” de una sola vía. Napolitano, el expresidente, un viejo decrépito que nunca trabajó un solo día en su vida, pues la dedicó toda al PCI, cuando ministro de defensa en uno de los gobiernos de coalición, se fue a Washington a firmar acuerdos para que los gringos, como si no les bastaran las 123 bases militares que tienen en el territorio desde el fin de la Segunda guerra mundial, pudieran abrir otras donde almacenar sus armas nucleares. Yo me avergüenzo de mi país ya. Ese no es el país de Dante, de Petrarca, de Maquiavelo, de Boccacio, de Ariosto, de Miguel Ángel, de Da Vinci, de Leopardi, de Manzoni, de Carducci, de D’Annunzio y así por el estilo; es un país esclavo, un país que dejó de entender lo que significa la palabra “patria”, la cual los únicos que la emplearon con cierto acierto y contenido noble fueron, ironía del caso, solamente los que se llamaron fascistas.
Yo leo las entregas de Manuel Núñez religiosamente, y me da mucha pena. Me da pena porque los demás intelectuales dominicanos lo han dejado sólo ante no tanto las pretensiones de un estado fallido en todos los sentidos, como el de Haití, sino también ante los ataques inmisericordes de los “vendepatrias” y los racistas a la inversa. A él lo han llamado de todo, sólo porque piensa de manera diferente. Dicen que se vendió a los Vincho; pero, quienes lo dicen, ¿no se vendieron a los intereses extranjeros que quieren acabar con este país? Manuel por lo menos alzó su voz, y uno puede o no estar de acuerdo con sus tesis; la gran mayoría de los intelectuales, ¿qué ha hecho? Muchos de ellos se hacen los desentendidos, y esconden su cabeza de avestruz en la arena del olvido; otros, no hablan por tenerle miedo a perder su visa gringa; otros más, no les interesa un comino el futuro de su patria, pues están convencidos de que la globalización significa que ellos pueden entrar y salir por las puertas anchas del poder mundial sin que se les recrimine el color de su piel o el lugar de donde provienen. Son todos ilusos. El que no defiende lo suyo, lo pierde. Yo le sugiero a cualquiera que consulte los mapas de Palestina de principios del siglo XX hasta la fecha para que se dé cuenta de lo que la inmigración incontrolada en masa bajo el amparo de los supuestos derechos humanos significa en términos de la viabilidad de una nación.
¿Qué opina de la situación actual de los escritores dominicanos? ¿Quién es escritor, el que escribe o el que publica?
Escritor es el que escribe bien, tiene algo importante que decir y también publica. Ahora mismo, se trata de publicar uno mismo, ya que es difícil que alguna entidad se interese en gastar dinero para publicarte algo, a menos que no se trate de un libro seguro en cuanto a ganancias pecuniarias se refiere. Yo prácticamente he costeado casi todas mis publicaciones. Saco el libro porque quiero sacarlo y porque entiendo que aporta algo y es una gran satisfacción personal para mí. Sé de antemano que ese libro no se va a vender, pero no me echo atrás; sigo en esa senda para ver el resultado final, aunque siempre me quede insatisfecho porque, una vez el libro está impreso, quiero cambiar todo, en términos de la escritura, no en términos del contenido, con el cual siempre estoy conforme.
Mi situación es la misma de casi todos los escritores dominicanos. De esta situación de penuria para sacar libros no se salvan ni siquiera las vacas sagradas de la literatura nacional; se salvan sólo los expolíticos que, al haber hecho fortuna gracias al saqueo del erario público, les da con meterse a literatos. Organizan puestas en circulación espectaculares, con un montón de escritores y críticos de su entorno que lo alaban y suben su obra a las nubes, pero sin ningún fundamento estético serio y duradero. Yo, por ejemplo, creo que he publicado unos nueve poemarios, pero ¿quién les ha hecho caso? Me la paso acabando con las novelas de otra gente; sin embargo, ¿acaso a alguien se le ha ocurrido hacer lo mismo con las dos novelas que publiqué algunos años atrás?
Pero, al final, nada de eso importa. Importa que el que escribe se dé un buen gustazo publicando sus libros. Si después, en un lejano futuro, algo quedará de ellos, bien hecho estaría; si no, quedaría sólo el hecho de haber hecho las cosas, como rezaba esa canción, “a mi manera”.
Quien conoce su obra y su accionar como intelectual comprometido sabe que tiene un pensamiento de defensa, sin sectarismos ni extremismos del interés y soberanía nacionales, ¿qué opinión le merecen las posiciones asumidas por los literatos de origen dominicano Junot Díaz y Julia Álvarez ante las campañas contra RD y la problemática haitiana?
Junot y Julia son solamente dos globos inflados y, como tales, han dado muestra desde el inicio de tomar el camino hasta desinflarse. Por eso tienen tanto interés en meterse en asuntos de las oenegés antinacionales. Mantienen de esa forma una fachada de popularidad que ya no les pertenece. Junot escribió cuentos pasados de moda, pero que los críticos gringos, por asuntos de política interna, instrumentalizaron y promovieron en medio mundo. Había que descubrir la así llamada “Latino literature”, pues era lo políticamente correcto a finales de los ochentas y principios de los noventas. Ocurrió lo mismo con Julia, con anterioridad a Junot. Ésta se la pasa reescribiendo siempre la misma novela, con personajes que llevan otros nombres, y si quedará algo de ella, será sólo esa novelita titulada How the García Girls Lost their Accents, que ya nadie lee. Al desaparecer el breve boom de la “Latino literature”, ¿cómo mantener la notoriedad que habían alcanzado de la noche a la mañana? Simple, subirse al carro vencedor de las oenegés, convirtiéndose así en los representantes internacionales de los “vendepatrias”.
Yo no entiendo cómo alguien pueda ir en contra de su propio país. No es que tenga que defenderlo cuando hace cosas malas, pero atacarlo sin misericordia y con resentimiento por una situación insoportable y que necesita de la ayuda de mentes lúcidas para que se resuelva de una manera inteligente, es inconcebible. Pero ellos, como todos los “vendepatrias”, pertenecen a esa pequeña burguesía trepadora, de la cual hablaba Bosch, a la cual le faltan los más elementales ideales nacionales. El propósito en la vida de los que la componen es exclusivamente el de convertirse en ricos y famosos.
Si se me objetara que yo, como extranjero, no tengo derecho a hablar sobre asuntos dominicanos como Junot y Julia, quienes lo son, diría que están equivocados. Yo, como mínimo, mal o bueno que sea, escribo en español; ellos, lo hacen en un idioma extranjero. Yo tengo una obra dominicana que ni el uno ni la otra tienen y, pues, tengo más derecho a opinar que ambos sobre esos asuntos. Además, tengo esposa e hijos dominicanos y malviví en este país dando clasecitas en la UASD y otros centros educativos como cualquier pluriempleado dominicano. Ellos, ¿qué hicieron? Sólo escalar importantes puestos docentes en una universidad y un colegio de élites, eso es todo.
¿Existe una novela dominicana? ¿Quién la escribió?
Hay varias novelas dominicanas que son seminales, que es lo que me imagino quieres decir. Enriquillo es una de ellas. Lo es La Mañosa. También lo es La sangre. Hasta lo es una novela como Caonex, de Sanz-Lajara, pese a su verbo trujillista o quizás gracias a ese mismo verbo. Sólo hay que escarbar en la novelística del país, como lo he hecho, para darse cuenta de ello. ¿Acaso no es seminal Engracia y Antoñita, de Billini? Es un fascinante documento del liberalismo palabrero dominicano decimonónico. Y son novelas seminales las denominadas “novelas bíblicas”. Ahora bien, que muchas veces estas novelas no hayan tenido una gran influencia en el desarrollo de la novelística actual es otro asunto. Esto se lo achaco a la falta de preparación de los novelistas de hoy, los cuales prefieren ir de caza en otros predios en vez de los suyos.
¿Qué opina de los autores jóvenes dominicanos?
No hay mucho de qué opinar, pues la vasta mayoría de ellos está completamente despistada. Prefieren lo ajeno a lo propio y no es de esa forma que se pueda crear una novelística profunda y con sentido. Si no conozco mis raíces, no conozco nada y nada lograré. Aquí hay jóvenes que se la pasan inventando historias acerca de Nueva York y Chicago o algún lugar fantasioso, cuando su país se está cayendo a pedacitos. La crisis actual de la sociedad dominicana haría óptimo material para una novelística de altura, pero los jóvenes están desperdiciando esa oportunidad y se dedican a escribir novelitas estúpidas y “light” que no dicen nada a nadie.
¿Qué opina de las intervenciones de los intelectuales dominicanos en las redes, se abusa de Facebook, los temas que tratan son frívolos, inducen al debate o deberían alejarse un poco?
Yo no entiendo por qué diablos la gente se viste y se desviste públicamente en Facebook, Ya no existe vergüenza ni decoro. Si me tiro un pedo, automáticamente asumo que debería interesarle a todo el mundo, y ahí pongo en Facebook la gran noticia: “Hoy, 10 de abril, 2000 y tanto, exactamente a las siete de la mañana, hora local, me tiré un pedo mientras cagaba en el baño.” La cosa es así de absurdo. El auténtico escritor no tiene ninguna necesidad de publicitar su ego así como ahora lo hacen muchos escritores jóvenes y no tan jóvenes. Leer esas páginas, siempre llenas de elogios desmedidos, a menos que no sea ataques rabiosos contra otros, es la cosa más aburrida que hay. Es tiempo perdido que no se recuperará nunca más. ¿Para qué leer tonterías y chismes en las redes, cuando podemos leer aunque sea medio verso de Dante?
Finalmente, ¿Quién es Giovanni Di Pietro?, que los niños, los adolescentes y los jóvenes puedan entender las razones de su pensamiento y de sus actitudes intelectuales de escritor comprometido con una causa posiblemente perdida.
Giovanni Di Pietro es simplemente un tipo que se esforzó en escribir cosas honestas acerca de la literatura dominicana y hacerlo contra viento y marea. Un tipo que nunca tuvo ninguna hacha que afilar, aunque a menudo se le haya acusado de eso. Trató de ser sincero con todos, no escondió nada y siempre dio sus opiniones apegadas a la máxima objetividad. Tuvo amigos y muchos enemigos. A estos últimos, nunca entendió por qué los tuviera, ya que de ningún modo se propuso convertirlos en lo que son. Pensó que este país es digno de mejor suerte y trató de contribuir a que lo fuera a través de su trabajo como docente y sus ensayos críticos. Jamás pidió que le dieran alguna recompensa por lo que hizo. No fue un santo, pero tampoco ese demonio que cierta gente se obstina en ver en él. Ante el silogismo constantemente expreso, o sea, que dominicano es sinónimo de mediocre, se dedicó a dar pruebas de todo lo contrario. Para hacerlo, sacó del olvido a muchos escritores y reconoció la importancia de otros cuando nadie quería reconocérsela. Enseñó en la UASD y la UNPHU y moldeó para bien las mentes de sus estudiantes. Muchos de éstos sufrieron con él por las exigencias que les hacía; sin embargo, con el tiempo y la reflexión, entendieron que aprendieron algo valioso de la cultura y la vida en sus clases. Hizo una crítica que nunca resulta aburrida, pues entendió que la práctica de esa disciplina implica ofrecer las pruebas por todo cuanto se sostiene y no abusar nunca de los lectores. Giovanni es un tipo que entiende que es preferible ser buena persona a ser buen escritor sin valores humanos, si tal cosa es posible. Aunque su causa estuviera perdida, y a sabiendas de ello, jamás se convirtió en un ser indiferente y siempre trató de hacerle frente a cualquier reto que se le presentara en la vida.
Deme cinco nombres que crea merecen obtener el Premio Nacional de Literatura de la Fundación Corripio y el Ministerio de Cultura en el 2016.
No tengo cinco nombres, pues ya se les entregó ese galardón a unos cuantos que consideraba dignos de recibirlo. Los que tengo y he tenido desde hace largo tiempo son dos: Federico Henríquez Gratereaux y León David. Digo esto porque entiendo que el Premio Nacional, para que tenga prestigio, tiene que ser otorgado a personas que han realizado una obra literaria extraordinaria por toda una vida. ¿Acaso hay mejor ensayista que Federico? A León lo desprecia mucha gente, pero yo le he dedicado no pocos ensayos porque, que les guste o no a ciertos personeros, él tomó una decisión importante en su vida como escritor que es, que ante el horrible descalabro del país en todos los sentidos, lo que tenía que hacer como artista de la palabra era salvar el lenguaje de la aproximación y del embrutecimiento vigentes. Al pobre lo han tachado de elitista, que es un término altamente ofensivo en ese medio farandulero que caracteriza la cultura dominicana presente.
Biografía activa
Italiano de origen, realizó sus estudios en Canadá (Ph, D. McGill University). Fue profesor de literatura italiana en Concordia University y en Queen’s University y profesora de Literatura Inglesa y Norteamericana en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, así como en la Universidad Nacional Pedro Henríquez Ureña.
Entre sus libros publicados se encuentran los poemarios Poemas oníricos y más; El libro del unicornio, Cánticos del amor y del tiempo, Il mio spirito, Abtología poética 1998-2005. Parodias clásicas; Dante, infierno; En el umbral: Sulla soglia y por El Camino de la desesperanza, además de sus estudios críticos sobre la Literatura dominicana.