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domingo, 26 de mayo de 2019

La Canción de la Hetera, de Freddy Gatón Arce, referente epifanía en la Literatura dominicana

La Canción de la Hetera, de Freddy Gatón Arce, referente epifanía en la Literatura dominicana


Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo).

Nota: este ensayo de  crítica literaria se encuentra en el libro ensayo  biográfico que escribí titulado, Freddy Gatón Arce, vuela en arcoíris de palabras, que se encuentra en proceso de impresión. En esta obra le dedicamos cinco páginas comentando la novela La guerrillera Sila Cuásar, y que ya publicamos. En esta ocasión damos a conocer nuestra observación crítica sobre segunda novela que escribió el fallecido periodista, poeta, escritor, abogado, y novelista, nacido en San Pedro de Macorís,  con el título,  La Canción de la Hetera, a esta última le dedicamos 15 páginas del libro, desde la página 99 hasta la 114. A continuación presentamos a los lectores amantes de las letras, la cultura y la literatura lo escrito sobre La Canción de la Hetera,. Gracias. 

San Pedro de Macorís.– 24.- mayo.- mayo.- 2019.– La Canción de la Hetera, publicada en 1992,  nos presenta un anagnórisis de imágenes cantaradas entregándose su pasión, su deseo carnal, sus sentimientos y entrega hetairas e imprudente, disfrutando el fuego de sus cuerpos en noches prolongadas y abrazados jadeos,  estremecidos,  absorbiendo  la insatisfacción de no conseguir en sus mojadas sacudida  la  concretización de la imaginación fantaseada  en sus descanso, visiones  iridiscentes  venida del ocio y el pensar que las ansias de placer anida.

Esta novela hace un recorrido, el de una mujer devota con su responsabilidad y la de un hombre atormentado en su afán de superar el ambiente de pobreza y necesidades imperante en su hábitat  marginal.

De entrada llama poderosamente la atención el término hetera incluido en el título del libro. Esto, nos obliga a indagar, a auxiliarnos del  diccionario  para entender correctamente  su definición y significado. Viene del griego, un nombre femenino que simboliza una cortesana, una prostituta;  «una gastada hetera de lujo que vivió como las cigarras y no guardó para la vejez», según el diccionario Wikipedia y enciclopedia digital que se encuentra disponible a través de Internet.

«Heteras o hetairas o hetairai era el nombre que recibían en la antigua Grecia las cortesanas. Se sostiene que, según las distintas fuentes, tenían diversas funciones, como Aspasia, maestra de retórica y logógrafo, y otras eran damas de compañía (o prostituta refinada). Gema oval griega antigua con escena erótica, periodo Clásico tardío, finales del 5to – principios del 4to siglo a. C.»

«Eran mujeres independientes y, en ciertos casos, de gran prestigio social; estaban obligadas a pagar impuestos. El colectivo estaba formado principalmente por antiguas esclavas y extranjeras, y eran célebres por su preparación para la danza y la música, así como por su aspecto físico. Existen evidencias de que, al contrario que la mayoría de las mujeres de la época, recibían educación. Hay que resaltar también que eran las únicas que podían participar en los simposios, siendo sus opiniones y creencias muy respetadas por los hombres.»

«Mientras que las mujeres decorosas se ponían prendas de lino o lana, las hetairas utilizaban prendas transparentes, generalmente de color azafranado, si bien solían desenvolverse completamente desnudas. Se maquillaban con polvo de albayalde, lo que daba a entender que no tenían necesidad de trabajar expuestas al sol. Sus peinados, como los de las mujeres de clase alta, eran enrevesados y llenos de postizos. Para la eliminación del vello púbico utilizaban una especie de pasta depilatoria, denominada dropa, compuesta a base de vinagre y tierra de Chipre». Explica Wikipedia.

Y aquí viene la duda e interrogantes cáustica, pues,  Nieves,  aunque era la amante pública y conocida de Miguel y dormía todas las noches junto a él en la misma cama y bajo el mismo techo, disfrutaba con emoción la fidelidad que le profesaba hasta el más alto sacrificio y cansancio. Privona, no le  coqueteaba a ningún otro hombre. Lo respetaba con orgullo y vanidad de mujer enamorada.

Nieves vivía de su trabajo como costurera o modista dándole pedal hasta el agotamiento a una máquina de coser.  Les trabajaba  a personas pudientes. Se ganó el respeto y la consideración de los lugareños. Se le distinguía. Entonces,  a ella, Nieves la de Mao que llegó a Santiago y luego se trasladó a la Capital, no le cabe este  título deshonroso. Pero esta novela  tiene un caminar variopinto. Es la fructífera imaginación de un autor capaz. Mezcla de recuerdos y transe de la historia vivida por el autor, una historia que anduvo entre curvas, recovecos y acentos indescifrables. Nieves, la Nieves incluida como principal personaje de  estos relatos y narrativa elegante del extraordinario poeta Freddy Gaton Arce, no le pega lo de heteras o  hetairas o  hetairai. Era una mujer  de pueblo, de Mao, de origen humilde, de gente de bien, incapaz de cometer  dolo o agravio alguno. Nieves era una mujer honesta. Su gran pecado, enamorarse perdidamente de su Miguel.  «Estaba en la Normal de Santiago cuando lo vi y me gustó. Y papá murió sin que él pidiera mi mano y empecé a coser para buscarlo y mantenerme. Y aquí estoy de modista, es verdad. Y ya nadie me dice Nidia sino Nieves, doña Nieves. Esto no es pecado». Fabuloso.

Nieves, presurosa, se inclinó ante el primer palpitar sentimental de su corazón. Se enamoró angustiosamente de Miguel. Buscó su aliento, sus brazos  y su calor. Entregada asumió aquello como un designio imperturbable.

El  afán y  afectividad de los amantes provocó miradas egoístas; la morbosidad circundante le imprimió cierto ruido a aquel romance desbordado. Contaminaron sus pasos con envidiosa chismografía lesiva. La razón, ella, Nidia. Nieves. Paloma,  era espontáneamente bella. Los machos las deseaban. La soñaban en la cama abierta, entera. Sus pasos y caminar, su molde de hembra, levantaba instintivamente la antena de sus entrepiernas.

Esta historia comienza en el Santiago de 1938 y la Capital de ese mismo año y mundo.  Y he aquí contada como canción para que el que la lea o escuche la tenga presente. Sepa de Nieves y de Miguel y el mundo social en que se desenvolvieron, los hombres y mujeres con lo que intimaron, y cayeron en  infidencia;  como  hicieron alguna amistad.  Porque cada persona que se le cruzó en el camino  tenía su propia historia y su propio sueño y sus decires y confabulación e interés  particular  sobre lo que se decía y especulaba  en torno al amor de estos dos amantes criollos,  seguidos por incontables comentarios. «Los recuerdos comparan unos  con otros sin anularse; los olvidos también. Pero aquellos  y éstos guardan independencia, y se complementan sinembargo. ¿Cuándo?».

Con coraje ejecutó lo planeado. «Iba por las quimbambas de su hogar cuando en la soledad de su aposento temprano hizo un atado con sus mejores ropas y enseguida se fue como quien no quiere las cosas como si las llevara a planchar  y prontamente volvió el rumbo hacia  las calles céntricas de Santiago de los Caballeros y después de kilómetros y kilómetros de viaje una guagua de Palé la deja frente al mercado de la Capital». Así inició su estadía y su andar amoroso la Nieves  que sería de Miguel y de nadie más.

Freddy Gaton Arce enlaza y desenlaza en un ir y venir los tropiezos, promesas, anhelos, búsqueda de mejor suerte y del hombre ya visto, escogido, que un día se marchó inesperadamente, se extravió entre gentíos, bisagras, caminos polvorientos y carreteras añadidas; así como, provocaciones y tentaciones  de nalgas sexis floreteándole  a la vista, incitándolo, convocándolo, ofreciéndosele; nalgas voluptuosas presta y dispuesta a recular hacia su bragueta flamante y caprichosa, pegársele de espalda enseñada, nalga vistosa, mostrada intencionalmente, para llegar hasta él y  conseguir y sentir la penetración maravillosa del animal andante que al final es doblegado por su instinto de caza. Es la lujuria enfebrecida  de los sentidos levitando en el éxtasis de los genitales poseídos y entrecogidos; locura  de dos cuerpos atraído automáticamente por ese impulso  de sangre que nubla la razón y desafía consecuencias.

«Y esto fue lo que ella sabe. Y lo que enseña todavía. No conservo otra impresión de destino; en el hadar y el cálculo  se anda  siempre al desnudo, en tierra y aire intransferibles, o en el enigma y la certidumbre. Ella quizás vino desde edades y lugares remotos o de improviso, o a lo mejor por etapas y entrega como los folletines».

«Son los desenfrenos que no acabo ni debería buscar comprender. Porque ciertamente que ningún macho nunca, en la desesperación o el decaimiento o la entereza, nunca, espero, nunca digo, acepte que tal solicitud va, intima, para él; o si no hacia algún dios confuso  en el reino y el paroxismo de los ayuntamientos y los desafíos, o en la memoria».

La narrativa va describiendo situaciones significativas de un pasado cuyos recuerdos proyecta la nostalgia. «La zona cercana a la desembocadura del Ozama era en 1938 campo de marineros, portuarios, nocherniegos, mujerzuelas, sarasa, viragos, tahúres, donde ésos y otros seres  de carne y viento y mar y tierra negociaron, discernían, apasionábanse, vivieron junto a familias modestas y honorables de ambas orillas». Aquel que vivió esa época, que lo oyó y oye contar, que la escucha  como historia de un pasado de hazaña, gloria y miedo, se ve forzado a respirar hondo, a buscar en la imaginación aquellos hechos que siempre se cuentan con la piel erizada.

En La Canción de la Hetera hay pinceladas sobre la paranoia de una dictadura enloquecida, que, temerosa, les prohibió a los jóvenes estudiantes de la universidad estatal, la única que exista, que estudiaran de noche en los pasillos bien iluminados después de pasadas las horas de clase. De cómo los pueblos del Este se congregaron en el trayecto de Higüey a la Capital  para vitorear a viva voz a la Virgen Madre  de los creyentes católicos como respuesta a los letreros ofensivos «Dios y Trujillo», y las encerronas y emboscadas  a una juventud que comenzaba a despertar del letargo entumecido de la postración y el temor; que comenzaba a reaccionar con fervor a riesgo de su vida.

La Canción de la Hetera  es más que el relato fresco del sentimiento de una mujer profundamente enamorada, cerrada a una sola banda hacia su Miguel insustituible, es también formas  enmarañadas de normas impuestas por la gobernabilidad absoluta cuyas ejecuciones limitaban la libertad de sentir la plena cobija de un amor de protección, de solidaridad, confidencia y acompañamiento en las buenas y en las malas, como demanda, exige  e indica el amor autentico y  resuelto a afrontar padecimientos e incuria resultantes de la precariedad del orden desordenado, por la férrea  disciplina  nefasta  de un régimen prolongado en su delirio de megalomanía.

Porque si bien Nieves «fue criada en el respeto a la ley, pero no en su terror ni en su aparato, debilidad e injusticia. Ni sus padres ni ella la conocieron textualmente; en cambio, amaron  vivir en armonía con ellos mismos, con sus conciencias, y con los demás».

«Y así la epopeya, como en otros casos, sigana vuelo de corta ala pierde época. Y por esto de  La Atarrazana ya pocos mencionan su esplendores primigenios, ni presumen hablando de recientes agravios como el pretencioso cabaret París, el burdel de Chea Cabo Prieto, el Manhattan Dancing Club, El Dorado, de los ventorrillos, las vorágines, los remansos, los ciclones, las pleamares, de cuando arrástrase por los bajos fondos; tampoco de las hidalguías y solidaridades de las pobrezas limpias, de cuando ya no enredan en lonas  de goleta  y veleros los navegantes y carpinteros de los astilleros del Ozama, así como las almas de los audaces y aventureros que se esforzaron e imaginaron durante siglos por ésas y otras aguas antillanas. Porque son los pasados, como con  los presentes, acontece que todo será dicho y puede decirse otra vez decenio, pero quizás se rehaga y narre de otro modo lo que estuvo y ya no está, lo que ha  de venir  y no se aproxima ni presume todavía».

Freddy Gaton Arce con dominio de los personajes y del ambiente novelesco de la obra nos cita al recuerdo y la remembranza;  a revivir episodios para que se mantengan frescos y sean cruzadas en la reconstrucción de los sueños.  «…Parece  que ignoran que hoy no es ayer, ni la memoria  y la experiencia ajena merecen  crédito y premio de copia. Pero los deambulantes creen que si y vibran. Al conjuro  de sus palabras, de sus acentos perentorios, en sus anhelos avistan que el pasado laberintos tórnase revelación, promesas, actualidad.  Y digo quien escribo que los enamorados tienen razón en iniciar  su propia conquista».

Con destreza constructiva indica. «Ráfaga o sombra, cara nueva  subrayada por su atractivo porte, sin proponérselo Nieves rebasa la fábrica de hielo La Marina, los tugurios, la puerta de Las Atarazanas, el muelle hasta la entrada por Don Diego, las ruinas del Alcázar, y aunparada ante La Bodega retiene pegados a su cuerpo los ojos de los que moran y afanan por esos rincones».

Destaca el atrevido pensar de un hombre decaído por su avanzada  existencia de años cuando apareció ante sus ojos esta Nieves mujer y hembra a la vez, con una torva rapidez,  y que lo hizo suspirar  perturbado y recordar automáticamente su pasado tiempo de energía juvenil, por lo que exclamó con aire de resignación, vencido, «cuándo fue que esta muchacha dejó de venir por aquí que no me había dado cuenta. Y algún memorista habría registrado que a diario ella desaparece en cualquier bocacalle con su rastro, y se la considera  por eso una desolación cotidianamente repuesta».

«Cuando ella muda y trasmuta lugares y criaturas, contornos, sin dejar de ser tal y como es, probablemente el lector se cuestione si esas relaciones crean nostalgias o no, si  tales pasajes arraigan  en lo huido o no, si esa figura que pisa tierra y actúa como quien busca negocios y ofrece su nombre y dirección a fámulas y otras féminas,  se cuestione el lector  si Nieves, con su  cabeza alteada y la sonrisa inminente y la oferta  de géneros y modas recientes y vistosas, con sus humores primarios de hembra; si el lector ve en ella una rastrera reliquia ardorosa o una marca y visión de espíritu transportador que aliña al mundo  y la vuelve saludable  y digna de criptografía».

Así acaramelada en su oficio de sastra. Cautiva. Sin producir prodigios algunos «en su trayecto mañanero»,  se da a conocer meticulosamente y en detalle. «Aumentan sus visitantes, y la señora de la casa le cede una habitación más amplia para sus trapos y clientas, y la  presenta en la agencia en donde le venden a plazos una máquina de coser que  hace de todo. Y he aquí, en tres jueves, Nieves  convertida en modista y confidente de una y otra y la de más allá. A las mujeres les toma las medidas, las lenguas y los dineros, pero calla, sonríe, y su mirada brilla,  negra, en el fondo de su discreción y su elegancia. Imanta».

«Atenta y recogida en su halago, Nieves espera a Miguel  cada primanoche  para abrazarlo y entregarle  la magia de su reposo y su bondad, para él más reparadores que el baño y la cena. Pero hoy ha tardado y lo recibe  con mimos que disimulan su tensión; estruja sus mejillas contra su pecho y las manos por lo alto y lo bajo de la espalda del amado».

«La firmeza y el ánimo de Nieves exceden las puntillosas normas puritanas. Nada más austero y erguido  para ella que la conciencia y el amor. Lo ingenuo y guapo de su ir hacia  Miguel sin otro miramiento que la entrega y la fidelidad».

«A partir de esa mañana la llaman  doña Nieves, tratamiento que recibe con afable dignidad. Para Miguel no. La nombra Paloma, por el zureo y la conmoción de ella al estrecharla. Ahora más, porque abre los brazos y la arranca de sus labores; _Nidia

Y hacen el amor hasta quejarse  de amor».

«Este fuego puede durar mucho o poco, y no quiero, cuando se prolongue, sea  en recuerdos y olvidos. Todavía insaciados de besarnos y estrujarnos, y una anguila  cayó sobre la corriente  y dijo que el himen puede consagrarse, y yo, quemada como un infierno en la transparencia tejida  de sombras del pubis, y una reventazón me henchía los pezones como una noche antigua y se mojaron mis muslos como con un río oculto codicioso y codiciado, y mi pétalo, oh, yo quería entonces que entrara en mi por la primera  vez, y ajustarlo, a todos él, como si mi naturaleza fuera un guante  para su mano, y yo estaba remota, pero no perdida, y me sequé como con esas  securas que azotan a La Línea cuando se ansía la cosecha».

La construcción de este texto novela coincide con la definición que hace  Ricardo  Garibay al señalar que. “La  literatura  no  es  ficción  de  mundo, como  creen  personas  de  poca fe  y obligadamente  inocentes  y  académicas. Es mundo vivo, que se ve, se oye y se tienta”.  “Hacer del periodismo literatura es un reto esencial que han ejercido ya  varios  escritores  de  renombre  y  que  de  alguna  manera  es  necesario  seguir  haciendo».  Y así es. La composición  de La Canción de la Hetera  viaja en ese sentido.  Nieves representa una situación real. La situación social y premuras económicas padecidas por Miguel, Nieves y sus hermanas, la vida de los prostíbulos en la Capital, la misas en el templo de Santa Bárbara, los callejoncitos de piedras, Chencho hablando con el Diablo, Maquibrá, La Foca, Lilón, el viejo Acosta, Luisito sufriendo frío en Nueva York, los pensionistas en la casa pensión de la señora,  la zona colonial, la calle El Conde, la inscripción obligatoria en el Partido Dominicano de Trujillo, la crónica en el Listín Diario de Diódoro Danilo, «sobre las mañanas frías de noviembre», el sepelio de Chencho y Vinicia, convertido en pasto de los recuerdos y los olvidos, la amistad entre los ancianos y Nieves, la reseña del canónigo criollo Luis Jerónimo Alcocer en su «Relación sumaria del estado presente de la Isla Española en las Yndias Occidentales hasta el año 1650», constituyen narraciones formidables . Son  veintinueve capítulos breves condensados en 78 páginas.

La Nieves de Freddy Gaton Arce no perece se prolonga en la imaginación  del deseo de todo hombres apetitoso de carne hembra. Pero más. La Canción de la Hetera es un parto literario brilloso, breve, sabroso, cuyas páginas muestran  una narrativa del sentir de una generación que se sobrepuso a las razones de obediencias automáticas para encontrar caminos propio, limpios  insospechado,  luchando  de manera  denodada por subsistir  y  vencer y alcanzar el anhelado futuro luminoso. Una generación amante de la humanidad, con deseo de libertad,  sensible, solidaria, sincera, forjada en el mérito  del trabajo y la honradez cultivada.

La Guerrillera Sila Cuásar y La Canción de la Hetera  son dos novelas cortas cuyas páginas tienen una intensidad vibrante. Dos obras  de menos de cien páginas cada una  pero cargada de una  grandeza literaria atractiva;  tienden  a subrayar las letras dominicana como referente epífano. Epífanos que  lo asemejan a  Joyce, Hemingway,  Kafka, Dickens, Wilde, Borges, y Cortázar.  Su brevedad y estilo discursivo les confieren estas categorías. No hay duda.

La calidad y el nivel literario exhibido por Freddy Gaton Arce en estas dos novelas breves lo llevan a que se le compare con los renombrados autores indicados en el párrafo anterior. Les confiere el  honor de situarse en el listado de esa artística creación  de Joyce,  y que desarrollarían exitosamente los escritores que han caminados sobre sus huellas.

(Foto de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo), autor del presente ensayo).
(Foto de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo), autor del presente ensayo)

Lo epífano  está en la captura genial de esos instantes que se suceden en las dos novelas, el transcurso corto de la ficción en espacio tiempo.  Más que los personajes se destacan los detalles, los diálogos, las situaciones que rodean a los personajes. No hay instantes especiales sino un correr de imágenes que se sitúan por encima de los presuntos personajes centrales, llevando al lector por sendas abigarrada; presentándoles  momentos irrepetibles.  Ese pensamiento dubitativo, esa esperanza en duda, esas señales enigmáticas, esa devoción y ese culto a lo desconocido.  La fidelidad religiosa y la dependencia de estereotipos culturales dominantes. Todo transcurre dentro de una argumentación carente de adornos convencionales. Todo está expuesto de manera precisa y sin tintes agotador.  Hay en ellas una prosa limpia, magnética y majestuosa. ¡He aquí su grandeza imperturbable!

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