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viernes, 18 de diciembre de 2015

El oficio de escritor: entre la realidad, el ego y la forma

Reseña del libro “El novelista perplejo”, de Rafael Chirbes.

Escrito por: Enric Llopis.

Varias fotos del extinto escritor valenciano Rafael Chirbes.

“El más grande de todos los novelistas –Dostoievski-, siempre escribe mal, al menos según dicen los conocedores de la lengua rusa”, escribe Virginia Woolf en un artículo de crítica literaria publicado en enero de 1920. “Pero la tarea del novelista carga tales fardos sobre cada uno de los nervios, músculos y fibras que exigirle además una prosa cargada de belleza” resultaría un esfuerzo excesivo. En el mismo texto incluido en “The Athenaeum” (traducido al castellano por Miguel Martínez-Lage en “Horas en una biblioteca”, de la editorial “El Aleph”), compara al escritor ruso con Joseph Conrad, cuya prosa es tan bella en algunas novelas que el lector se queda admirado “como la abeja en la corola de una flor”. Pero esto implica que Conrad tenga que “encapsular la energía” para resaltar la componente estética de la narración, de ahí que –explica Virginia Woolf- tantas páginas de este autor resulten “flojas”, “adormecedoras” y “monótonas”. ¿Hay una contradicción entre el estilismo y la belleza formal y, por otro lado, la pasión, la fuerza e intensidad en descripciones y personajes? ¿La perfección técnica le resta vitalidad a un texto literario, incluso lo despersonaliza?

En “El escritor y sus fantasmas” (Seix Barral), Ernesto Sábato responde a alguna de estas preguntas cuando afirma que los retóricos consideraban el estilo “como ornamento, como un lenguaje festival; cuando en verdad es la única forma en que un artista puede decir lo que tiene que decir. Y si el resultado es insólito no es porque el lenguaje lo sea sino porque lo es la manera que tiene ese hombre de ver el mundo”. Por eso, cuando Sabato glosa el estilo de Flaubert, considerado uno de los eximios narradores de la Historia de la Literatura, le achaca que no deje de lado su “corona de flores de naranjo”, es decir, su perfección estilística, pues precisamente este “famoso estilo de Flaubert”, esta “pantalla erizada de joyas”, es como una “pantalla” que se interpone entre el asunto tratado y la emoción que el texto debería producirle al lector.

De tanto en tanto los narradores explicitan sus reflexiones sobre la novela, el sentido de éstas, así como lo que les mueve a escribir. Fallecido en agosto de 2015 y autor de novelas como “Los disparos del cazador”, “La larga marcha”, “Los viejos amigos”, “Crematorio” o “En la orilla”, Rafael Chirbes escribió en 2002 “El novelista perplejo”, un ensayo publicado por Anagrama en el que recoge el contenido de media docena de conferencias sobre sus principales preocupaciones literarias. Sostiene, por ejemplo, que a los críticos y estudiosos les obsesiona encuadrar el estilo de un escritor, pero en el momento en que este se fija y solidifica, opina Chirbes, “está perdido” pues ha encontrado “un maletín de formas que repite de novela en novela”, es decir, convierte en “retórica” lo que en un momento pudo ser un hallazgo. El estilo se convertiría, así pues, en sinónimo de rutina y reiteración de patrones, asimilados a una impronta personal.

La novela no discurre con prisas, no es amiga de los vértigos ni del resultadismo mediático. Trabaja a fuego lento y erosiona la realidad poco a poco, hasta que construye nuevos puntos de vista sobre el universo exterior. “No importa tanto el número de lectores a corto plazo que tenga un libro, lo que importa es que alguna vez el mundo ha sido contemplado desde un lugar nuevo”, explica Chirbes. El autor de “El novelista perplejo” no comparte que el objetivo de la literatura sea el puro placer estético del lector, entre otras razones, por la subjetividad que se esconde tras esa pretensón. Así, Rafael Chirbes encuentra ese goce estético en parágrafos del “Manifiesto Comunista” como el siguiente: “Ha ahogado el sagrado éxtasis del fervor religioso, el entusiasmo caballeresco y el sentimentalismo burgués en las aguas heladas del cálculo egoísta”. ¿En qué antología literaria se destacan estas palabras con las que Marx y Engels describían en 1848 a la burguesía en ascenso? “Desde mi punto de vista, el placer estético está íntimamente ligado a la percepción de la realidad desde un lugar nuevo”.

El autor de “Crematorio” y “En la orilla” reivindica una literatura que mire al exterior y acopie materiales de la realidad, que se fije en el afuera, frente a los ejercicios de solipsismo e introspección tan caros a otros escritores. Por esta razón en “El novelista perplejo” Chirbes no se cansa de proclamar el valor de narradores como Galdós o Max Aub. También Balzac, Zola, Tolstói, Dostoievski o Clarín partían de aspectos de la realidad material que les disgustaban, con una intención transformadora. Hoy, por el contrario, afirmaba Chirbes en una conferencia titulada “El yo culpable”, “leo libros correctamente escritos, algunos hasta llenos de ingenio, que no carecen de méritos y que incluso responden con brillantez a ciertos problemas literarios que los críticos y expertos estudian, y, sin embargo, casi siempre estos libros me parecen muertos, inútiles, vacíos”. Les falta el impulso exterior. Pero esto no significa que el narrador valenciano desprecie la buena escritura, al fin y al cabo, las palabras son la materia prima con la que trabaja el escritor: requieren cuidado y esmero. En una conferencia ante estudiantes de un instituto de Zafra (Badajoz), afirma: “Debemos mimar las palabras y su ordenado conjunto, lo que llamamos la lengua, porque, si la usamos bien, transportan con viveza y precisión ese mundo que hemos vivido y llevamos dentro”. Son palabras que le dedica a Carmen Martín Gaite.

Cuando se cita a Valle-Inclán como gran renovador del lenguaje teatral o se destaca su manejo del idioma, Rafael Chirbes recuerda que esto es indisociable de la fuerza expresiva de sus obras, de su contacto con la realidad histórica. De hecho, “en el espléndido lenguaje de Luces de Bohemia está prendida la sordidez del exterior (…)”. ¿Tendría la misma fuerza ese castellano valleinclanesco sin el drama de ese obrero anarquista a quien se le va a aplicar la “Ley de Fugas”? Pero la cuestión de las formas permite ir un punto más lejos en la reflexión. En el libro “La CIA y la guerra fría cultural” Frances Stonor Saunders destaca que los servicios secretos de Estados Unidos primaron el expresionismo abstracto como corriente artística frente a la Unión Soviética durante la “guerra fría”. El “macartismo” y la “caza de brujas” antepuso una realidad amable, patriótica y edulcorada, que escondía los conflictos de fondo en la novela, el cine o el teatro (escritores como Dashiell Hammet terminaron en la cárcel). En el estado español se produjo “una autocrítica del realismo inducida por las vanguardias”, apunta Chirbes. Era el tiempo de los escritores autocentrados en la literatura, en los libros y las “revoluciones del lenguaje”: Nabokov, Cabrera Infante, Severo Sarduy, Octavio Paz… Era el tiempo de los “enterradores del realismo”.

El escritor y periodista defiende también la novela en un sentido artesanal, entendido como que el narrador ha de fraguar una “obra maestra”. Es lo contrario de la prosa de consumo rápido, de usar y tirar, de la redacción a vuela pluma pensando en la lista de ventas y los premios literarios. La propuesta resulta ambiciosa, pues consiste en que cualquier novela contemporánea “lleve incorporada el saber novelesco y la reflexión en torno a ese saber de cuantas la han precedido”. Un narrador que se precie no puede ser alguien desconocedor de las obras de Marcel Proust, Thomas Mann o Robert Musil, subraya Chirbes.

Es más, la novela “debe proseguir y actualizar la lista de interrogantes intelectuales y técnicos que han marcado su historia”. Pero sin que la propia escritura, los engranajes del texto y los procedimientos literarios agoten la narración. Porque cuando Cervantes escribió el Quijote lo hizo contra los grandes relatos de caballerías y un mundo en decadencia; Balzac se enfrentó en sus textos a la carencia de escrúpulos de la burguesía emergente; Galdós criticó el oscurantismo y la intransigencia; Flaubert, las “escenas de costumbres provincianas”. Y se podría eternizar la reflexión sobre la novela y el oficio de escribir, que tal vez zanje Cesare Pavese al afirmar, recuerda Rafael Chirbes, que la poesía no se enuncia sino que se intenta. “Me parece que soy novelista cuando estoy escribiendo una novela”, concluye el autor de “En la orilla”.

Rafael Chirbes nació el 27 de junio de 1949 en Tabernes de Valldigna, provincia de Valencia. Falleció en Tabernes de Valldigna el 15 de agosto de 2015.

Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949 -  2015). Es autor de las novelas Mimoun, En la lucha final, La buena letra, Los disparos del cazador, La larga marcha, La caída de Madrid (Premio de la Crítica Valenciana), Los viejos amigos (Premio Cálamo), Crematorio (Premio de la Crítica, Premio de la Crítica Valenciana, Premio Cálamo, Premio Dulce Chacón y con una adaptación televisiva de gran éxito), y En la orilla (Premio Nacional de Narrativa, Premio de la Crítica, Premio de la Crítica Valenciana, Premio Francisco Umbral, Premio ICON al Pensamiento), que fue seleccionada como mejor novela española del año por los suplementos culturales de El Mundo, El País y ABC, entre otros. También es autor de El novelista perplejo, El viajero sedentario, Mediterráneos y Por cuenta propia.

Muere el escritor Rafael Chirbes, célebre autor valenciano.

El novelista que retrató la degradación política y moral de la sociedad española actual falleció ayer a los 66 años

El autor de 'Crematorio' y 'En la orilla', uno de los grandes de la literatura contemporánea española, fallece a causa de un cáncer de pulmón fulminante

El novelista que retrató la degradación política y moral de la sociedad española actual falleció ayer a los 66 años. Rafael Chirbes (Tavernes de la Valldigna, 1949) murió a causa de un cáncer de pulmón irreversible que le fue detectado recientemente, según informó su editor Jorge Herralde, desolado con la pérdida. “Es un mazazo, una noticia brutal que no me esperaba en absoluto. Yo sabía que no estaba bien de salud, que tenía problemas de tiroides y el azúcar alto, pero nada hacía presagiar este desenlace”, explicó a este periódico desde la isla de Antigua, donde se encuentra de vacaciones. “Aparte de considerarle un escritor extraordinario, era uno de mis mejores amigos y una persona de una integridad moral fuera de serie”, añadió el editor.

El escritor, que llevaba un año luchando contra su adicción al tabaco, había entregado ya su nuevo libro, París-Austerlitz, cuya salida está prevista para comienzos de 2016. “Es un Chirbes diferente, otro tipo de novela”, adelantó Herralde, que conversó con el autor de Crematorio por última vez poco antes de irse de vacaciones. “Estaba muy interesado e ilusionado por el cambio político en Valencia, él había sido supercrítico con el PP y la política de devastación que habían seguido en Valencia”, añadió.
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Herralde recordó que en los últimos meses había viajado a Madrid en dos ocasiones, además de Lisboa. “Era un autor que había tenido más reconocimiento en otros países que en España, aunque esto había cambiado en los últimos años”, dijo.

A partir de 2007, con la publicación de Crematorio (premio Nacional de la Crítica y adaptado a la televisión por Canal +), comenzó el gran despegue de Chirbes, que para entonces ya había dado muestras de su talento literario en títulos como Mimoun, La larga marcha o Los viejos amigos. En 2013, tras la publicación de En la orilla, recibe el definitivo espaldarazo de la crítica con la conquista de los galardones más importantes, entre ellos el Nacional de Narrativa. Aunque le desagradaba que se le etiquetase como el novelista de la crisis económica, en sus últimas obras reflejaba el desorden social, económico y político generado por la cultura del pelotazo urbanístico.

En sus libros se retratan las prácticas mafiosas de empresarios y políticos, que se mezcla con la amarga desazón de las amistades que se corrompen por el poder y por el dinero. De ideología de izquierdas, Chirbes vivía consagrado a la escritura, recluido en la pequeña población alicantina de Beniarbeig, junto a sus dos perros. El ruido mediático le atemorizaba y declinaba, educadamente, opinar “sobre cualquier cosa”, como se le pedía a partir del éxito de ventas de sus últimos libros.

 

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