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domingo, 2 de noviembre de 2008

Las Asesinó para robarles sus fragancias.

Logró el perfume del amor que hechizó a la multitud que aborreció sus crímenes

Foto de Patrick Suskind, el autor del libro

Escrito por:  Enrique Cabrera Vásquez

SAN PEDRO DE MACORIS.- Magistral, sensacional; grandiosa y excelente. Con un alcance de imaginación infinito y maravilloso. Es todo un texto culminante de ingeniosidad sumamente creativa e hipnotizante, llena de depurada originalidad profesional, que nos atenaza en el recodo de sus páginas fascinantes cargadas de emociones impactantes.

Es “El Perfume historia de un asesino” de Patrick Suskind, autor alemán de prodigiosa capacidad literaria e intelectual. Una obra de ciencia ficción que nos aprisiona en sus frágiles tentáculos, en su envoltura novelesca, donde el drama electrizante de los hechos es expuesto con una singularidad espeluznante, penetrante y cosquillosa.

Es la historia de “uno de los hombres más geniales y abominable de una época en que no escasearon los hombres abominables y geniales”. Es una cruda historia de la Francia del siglo XV111. “ Se llamaba Jea-Baptiste Grenouille y si su nombre, a diferencia del de otros monstruos geniales como Sade, Saint-Just, Fouché, Napoleón, etc., ha caído en el olvido, no se debe en modo alguno a que a Grenouille fuera a la zaga de estos hombres célebres y tenebrosos en altanería, desprecio por sus semejantes, inmoralidad, en una palabra, impiedad, sino a que su genio y su única ambición se limitaban a un terreno que no deja huellas en la historia: al efímero mundo de los olores” . Así nos describe a grandes rasgos Patrick Suskind al personaje protagónico de su “Perfume historia de un asesino”.

Jean- Baptiste Grenouille mató veinte y seis (26) bellas y hermosas doncellas, radiantes, lindas y atractivas. Descubrió con claridad que su vida no tenía sentido sin la posesión de sus fragancias. “Debía conocerlas con todas sus particularidades, hasta el más íntimo y sutil de sus pormenores”. Cuando mató la primera, “la tendió en el suelo entre los huesos de ciruela, le desgarró el vestido y la fragancia se convirtió en torrente que le inundó con su aroma”.

“Apretó la cara contra su piel y la pasó con las ventanas de la nariz esponjadas, por su vientre, pecho, garganta, rostro, cabellos y otra vez por el vientre hasta el sexo, los muslos y las blancas pantorrillas. La olfateó desde la cabeza hasta la punta de los pies, recogiendo los últimos restos de su fragancia en la barbilla, en el ombligo y en el hueco del codo” .Se sació hasta el agotamiento de su perfume y su vida inició un nuevo ciclo de interés y sentido existencial. “Tenía la impresión de haber nacido por segunda vez, no, no por segunda, sino por primera vez, ya que hasta la fecha había existido como un animal, con sólo una nebulosa conciencia de sí mismo. En cambio, hoy le parecía saber por fin quien era en realidad; nada menos que un genio; y que su vida tenía un sentido, una meta y un alto destino, nada menos que el de revolucionar el mundo de los olores; y que sólo él en todo el mundo poseía todos los medios para ello: a saber, su exquisita nariz, su memoria fenomenal y, lo más importante de todo, la excepcional fragancia de esta muchacha de la Rue de Marais, en cuya fórmula mágica figuraba todo lo que componía una gran fragancia, un perfume, delicadeza, fuerza, duración, variedad y una belleza abrumadora, irresistible. Había encontrado la brújula de su vida futura”.

Poseído de una gran pasión siempre insatisfecha, inició su tenebrosa conducta criminal Jean-Baptiste Grenouill; todo un asesino de indefensas muchachas acabadas de cumplir diez y seis (16) Año de edad. Llegaba a sus víctimas olfateándolas, seguía meticulosamente sus huellas olfateándoles sus fragancias. Las mataba no para poseerla sexualmente, sino para adueñarse violentamente de sus elementos odoríferos.

Las mataba para arrebatarles sus frescuras impolutas, su aroma único, sensual, íntegro y sublime. Las mataba para inhalar todo el calor humano de sus cuerpos intocables de vírgenes y sus cabelleras de ninfas. Las mataba porque aborrecía a los hombres con sus sudores apestosos, nauseabundos e insoportables. Las mataba porque el mundo que le circundaba hedía infernalmente. Creía que matándolas mataba todos los malos olores del mundo.

En su enfermizo propósito no reparaba ante nada ni nadie. Ni siquiera la belleza mágica y exquisita de sus potenciales víctimas lo frenaba, todo lo contrario, constituían un impulso maniático y psicopatológico que lo conducía hasta su preciado objetivo: obtener a como diera lugar y como fuera el aroma singular de sus angelicales cuerpos.

Una de sus 26 víctimas, era una joven beldad incomparable. “Pertenecía a aquel tipo de mujeres plácidas que parecen hechas de miel oscura, tersa, dulces y melosas, que con un gesto apacible, un movimiento de la cabellera, un sólo y lento destello de la mirada dominan el espacio y permanecen tranquilas como en el centro de un ciclón, al parecer ignorante de la propia fuerza de atracción, que arrastra hacia ellas de modo irresistible los anhelos y las almas tanto de hombres como de mujeres. Y era joven, muy joven, aún no había perdido en la madurez incipiente el encanto de su tipo. Sus miembros mórbidos eran todavía tersos y firmes, los pechos como recién moldeados, y el rostro ancho, enmarcado por cabellos negros y fuertes, aún poseía los contornos más delicados y los lugares más secretos’.

Con sus monstruosos crímenes logró el estremecedor perfume del amor. Con sus asesinatos intentó matar todos los malos olores. Concibió todos los olores del mundo. Los olió absolutamente a todos. Su nariz dueña de un olfato prodigioso rastreó miles de olores que jamás olvidó, y fue único en el mundo en esta especie. Y fue el más grande y genial perfumista jamás conocido, logrando hacer el atractivo, conmovedor y seductor perfume del amor. Lo logró con la grasa, las fragancias y el aroma extraído de los cuerpos de las 26 vírgenes que asesinó. Las mató por sus olores. Las mató cuando ya estaba ahíto de los miles de olores que recogió del universo, que tomó de los tiempos pretéritos de su miserable existencia abyecta y pusilánime. Gracias al perfume hipnótico del amor los miles de hombres y mujeres que a desaforados gritos espeluznantes reclamaban con vehemencia su ejecución, su linchamiento; se sintieron inesperadamente y contra su voluntad, arrepentidos de su justo clamor de justicia, y le pidieron a voces perdón, y le rindieron culto, y olvidaron sus aborrecibles crímenes, y efectuaron la mayor bacanal conocida en el mundo después del siglo 11 antes de la era cristiana, y lo adoraron como a un dios y brindaron y celebraron alegremente en su nombre.

Nota: Este ensayo de crítica literaria se publicó en la página 7 del periódico semanario tabloide Macorix, edición del 26 de febrero del año 1993, y luego en la edición digital.

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