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martes, 31 de marzo de 2015

Coca Cola, 100 años enfermando a la gente

Coca Cola, 100 años enfermando a la gente

Escrito por: Carlos Ruperto Fermín

“No es 100 años vieja, sino 100 años joven y 100 años nueva”. Con esas erráticas palabras la transnacional estadounidense Coca Cola, festeja el centenario de su icónica botella de vidrio Contour, que desde el año 1.915 viene lavándole el cerebro a toda la Humanidad, destruyendo la salud de sus inocentes víctimas, contaminando los recursos naturales del Medio Ambiente, y adorando ciegamente a la chispa del dios dinero, que le paga con religiosidad las infernales estrategias de marketing.

Aunque comenzó siendo vendida en las farmacias de Estados Unidos, el tónico cerebral Coca Cola generaba una gran adicción al juntarse con la saliva, con la lengua y con la garganta de sus hipnotizados pacientes, por lo que el espíritu capitalista del farmacéutico Pemberton, convertiría el codiciado jarabe para la tos en el famoso refresco americano, que representa la máxima expresión cultural del gran pueblo estadounidense.

¿Por qué es tan oscuro el líquido de la Coca Cola? Si bien Samuelson intentó disimularlo con la elegancia de una silueta curva en relieve, no pudo limpiar la sucia imagen de la botella americana, que sigue siendo imposible de mirarla fijamente a los ojos, porque desconocemos el grosor de las cicatrices que burbujean en su turbio corazón. Yo me quedo admirando la forma y el fondo de la Coca Cola, solo para preguntarme ¿Cómo es posible que la gente ingiera litros y más litros de la atrofiada pócima mágica? Seguro que Dalí, Warhol, Baker y Rockwell se arrepienten de haber manchado el óleo y la tinta de sus obras de arte, con el simplismo taciturno de la estampida del buey.

Si no entiendes el significado de mis laicas palabras, es porque te encanta beber y eructar con una refrescante Coca Cola en la palma de tu mano, mientras te rascas el trasero lleno de flatulencias y hemorroides con el imperdible control remoto, esperando disfrutar la televisión basura que entretiene desde el cómodo sofá de tu hogar.

Dicen que el Universo es tan infinito como la ilimitada estupidez humana. Agua para que florezcan las plantas del soleado jardín, y Coca Cola para enfermar nuestros envejecidos cuerpos. La gente ya no distingue el bien del mal, el amor del odio y la verdad de la mentira. ¡Qué fácil es lavarle el cerebro a la Sociedad Moderna! Basta con un constante bombardeo publicitario en las calles, con hiperactivos spots en la TV, con pegajosos jingles en la radio y con coloridos banners en la Internet, para que el Tío Sam y su legendario adoctrinamiento de masas Made in USA, logre conseguir todas las metas que se proponga en la vida.

No es casualidad que uno de los slogans de la Coca Cola, para celebrar los 100 años de la botella Contour sea "Contiene recuerdos y otros ingredientes secretos". Precisamente, en sus ingredientes secretos radica el mayor éxito de la Coca Cola, pues transmite oralmente enfermedades degenerativas a todos sus consumidores, gracias a la prematura llegada de la diabetes que te vuelve adicto a la inyección de una trágica insulina, por toda la glucosa que se acumula en la sangre producto de la obesidad de los enfermos, quienes tarde o temprano acabarán postrados en una cama, preguntándose ¿Qué hice yo para merecerme esto?

Hasta la Organización Mundial de la Salud (OMS), que cada año recibe el jugoso financiamiento económico de la empresa Coca Cola, tuvo que reconocer públicamente que la venta indiscriminada de refrescos alrededor del planeta Tierra, es uno de los factores principales que acelera la aparición de la hiperglucemia, de la osteoporosis, de la hipertensión, de la gastritis aguda, de los cálculos renales, de la taquicardia y del deterioro del esmalte dental por la presencia de caries.

Recientemente leía comentarios escritos en las redes sociales por unos fanáticos de la Coca Cola, quienes no reconocían los daños a la salud causados por su ingesta. Ellos criticaban al resto de los foristas, y argumentaban sus opiniones a favor del refresco diciendo lo siguiente: "Váyanse a la mierda hijos de puta. ¡Aguante la Coca Cola!" "No digas boludeces maricón, andá a cagar" "Vergación si hablan paja, son una bola de huevones".

Navegando de incógnito en la Web, me preguntaba en silencio ¿Qué relación existirá entre la gente boca sucia y los consumidores de Coca Cola? Uno sale a la calle y observa que la mayoría de los individuos groseros, vulgares y obstinados que nacen, crecen y se reproducen en la amalgama multicultural de nuestras ciudades, son acérrimos adeptos de las bebidas carbonatadas que ofrece la transnacional estadounidense Coca Cola.

Antes de perder mi fe en la Humanidad, leí otro comentario que decía "Es un tema complejo, porque todos sabemos lo dañina que es la Coca Cola para la salud, pero con hielo y estando bien fría, qué mas da, jajaja". Tras leer su mensaje le pregunté en calidad de invitado "Amigo ¿Por qué no lees lo que acabas de escribir? Él me dijo ¿A qué te refieres? Y yo le dije ¿Cómo es posible que sigas bebiendo Coca Cola, si tú mismo reconoces que es perjudicial para el organismo? Finalmente me respondió "No lo sé, algún día supongo que la voy a dejar, no sé cómo ni cuándo, pero de que la dejo, la dejo", y me colocó un emoticón de carita feliz para terminar con su sincera respuesta.

Esa triste forma de pensar, es un espejo social de la adicción generada por el consumo de los refrescos a escala mundial. Hay mucho conformismo, terquedad y necesidad en dejar que otros decidan nuestro propio estilo de vida, incluyendo los hábitos alimenticios, los tiempos de ocio, los perfiles laborales, los gustos musicales, el estado civil, los prejuicios morales y hasta las preferencias sexuales. Vemos que la presión social de encajar con los ovejas del rebaño, nos deja esclavizados a obedecer la mediática voz de mando, sin pensar en el quiebre de la capacidad analítica y reflexiva que yace con independencia en cada uno de nosotros.

Quisiéramos preguntarle a la bondadosa Sylvia Likens, qué sintió después que la obligaron a meterse en dos ocasiones, una botella de Coca Cola dentro de su vagina. Por infortunio, ella murió y jamás reveló la fórmula secreta del alucinante refresco. Pero nos dejó una gran lección de vida: La Coca Cola es un fiel reflejo del deshumanizado Mundo en el que vivimos, donde el materialismo, la hipocresía, la sed de venganza, el rencor, el orgullo, la soberbia y la envidia, van de la mano con la refrescante chispa de la vida.

Pregúntate y respóndeme con sinceridad ¿Le habrías salvado la vida a Sylvia? Yo creo que le hubieras hecho bullying hasta cansarte, luego le tomarías un selfie mientras se desangra frente a ti, y finalmente subirías la macabra foto a tu muro de Facebook, para obtener con rapidez un millón de nuevos seguidores.

Desde su fundación que data del año 1886, la Coca Cola se transformó en el gran símbolo de la guerra, del racismo y del genocidio impuesto por el régimen norteamericano, representando con gran fidelidad la fútil idiosincrasia de su gente. No sólo porque financió la campaña electoral del genocida George W Bush, quien ya tiene asegurado un puesto V.I.P en el infierno, sino porque la Coca Cola siempre ha estado involucrada en desfalcos, sobornos, actos de corrupción, secuestros, torturas, paramilitarismo y asesinatos que cobraron la vida del sindicalista Pedro Quevedo en Guatemala, cuya sangre llena de impunidad social, sigue resplandeciendo en el hermético vestíbulo del Hotel Mezhdunarodnaya en Rusia.

Con su hashtag #BotellaÚnica, la Coca Cola viene desarrollando una agresiva campaña de marketing para festejar sus 100 años de poca madre. Desde las redes sociales de Twitter y Facebook, hemos visto analogías que comparan la ingesta de la Coca Cola con el cosquilleo que produce dar el primer beso. Se afirma que la felicidad se destapa cuando compartes una Coca Cola. Piden que la efervescencia alcance las estrellas dentro de sus botellas. Nos aseguran que el sonido perfecto "Phsst, fizzzz, clink clink, glug, glug? ahhh" proviene de una Coca Cola. Y hasta un fanático extremo reconoce que sus dos amores en la vida son la videoconsola X-Box 360 y una botella de Coca Cola.

Yo creo que la Coca Cola se convirtió en una religión adorada por los "cocacoleros", porque nos acompaña en los momentos de alegría y nos ayuda en los momentos de tristeza. Es omnipresente, pues se vende en más de 200 países del Mundo. Todos los días la compramos y la honramos como si fuera un mandamiento o un manuscrito bíblico. Ninguna religión es más todopoderosa que la canonizada Coca Cola, ya que rompe con las barreras culturales, lingüísticas y sociales que separan a diario a su feligresía universal.

Tanto así, que Coca Cola inspiró a 200 jóvenes de distintas nacionalidades, para que cantaran desde una colina en Italia "Me gustaría hacer del Mundo un hogar, quiero enseñarles a cantar y enviar un mensaje de paz". Definitivamente ¡Lo lograron! Por eso nos deleitamos al observar que todas y todos le rinden pleitesía al monoteísmo de la Coca Cola, y se gozan al máximo cada bendito sorbo que ilumina la chispa de la vida, simbolizando una luz de esperanza para mantener la paz que habita en el esquizofrénico planeta.

Cabe destacar, que en su nuevo spot titulado "Un Mundo Generoso", podemos ver el altruismo que despierta la Coca Cola en sus solidarios consumidores. Desde un agradable turista en un kiosco, pasando por una enojada monja a quien le remolcaron su accidentado carro con una grúa, y llegando hasta un valiente bombero rescatista, se inhiben de beber el codiciado refresco para entregarle "la felicidad" a otra persona menos favorecida. ¡WOW! Es sorprendente ver el júbilo de la monja al aceptar la Coca Cola, y tenerle más fe a una sagrada botella de vidrio que al rezo de los grandes misterios del rosario.

No hay duda que vivimos inmersos en un despiadado proceso de transculturación, de hipnosis colectiva y de alienación social, que deja a la Pachamama al borde del fatal ecocidio. Pese a la alegría de la monjita, debemos considerar que por culpa de la reluciente botella Contour, el tono rojizo de la Coca Cola se convirtió en un baño de sangre para la Madre Tierra. Tenemos el anecdótico caso del río Matasnillo y de la Bahía de Panamá, donde Coca Cola derramó miles de litros de un colorante químico, que perturbó la hermosísima flora y fauna panameña e impactó el iris de los atónitos pobladores, quienes pensaron ser testigos de la primera de las plagas egipcias.

Sabemos que la prestigiosa confederación Oxfam ubicó a la Coca Cola, en la lista de las 10 transnacionales menos comprometidas en frenar los estragos ambientales, causados por las emisiones de gases de Efecto Invernadero en el planeta Tierra. La colosal quema de combustibles fósiles (petróleo, gas natural, carbón), facilita la retención en la atmósfera del dióxido de carbono, metano y óxido nitroso. Así, se acrecienta el problema del Cambio Climático y de sus drásticas alteraciones meteorológicas, que incluyen sequías, incendios forestales, pérdidas de cosechas y desertificación de los suelos, para que se acelere el implacable Calentamiento Global en los cimientos de la biosfera.

En calles, plazas, aceras, parques y demás espacios públicos de nuestras ciudades, hay un sinfín de latas y botellas de Coca Cola aglomeradas en el suelo, las cuales van destruyendo el equilibrio ecológico de ríos, playas, humedales y campos rurales. Es común visualizar el recorrido citadino de los gigantescos camiones rojos de la Coca Cola, llenos de humo diesel para quemar la santidad del aire a través del tubo de escape, y provocar enfermedades respiratorias en los malogrados pulmones del prójimo. Los camioneros deben mear y entregar con premura el adictivo refresco a los restaurantes, a los kioscos, a las tiendas, a los colegios, a las canchas deportivas, a los bodegones y a los centros comerciales.

Pero nunca se aprecia que los monstruosos camiones o sus diminutos consumidores, se dediquen a recoger, reutilizar y reciclar todos los envases de plástico, vidrio y aluminio que se acumulan en la capa vegetal o en el asfalto. La apatía ecológica de la Coca Cola, es comprobable viendo el etiquetado especial de sus botellas, para evocar los 100 años de la inigualable Contour. Si observamos en detalle la información de la etiqueta, resultará casi imposible hallar el símbolo de respeto ambiental, que invita a desechar el envase en un contenedor de basura.

Recordemos que el plástico y el vidrio son dos de los materiales sintéticos, que generan mayor polución en el entorno biofísico que albergamos, pues la Naturaleza tarda de 100 a 4000 años en lograr la biodegradación total de los tóxicos envases inorgánicos. Por culpa de transnacionales irresponsables como Coca Cola, hay más de 8 millones de toneladas métricas de plástico flotando en los océanos del planeta Tierra, que se están transformando en basureros marinos repletos de tereftalato de polietileno (PET), por la falta de políticas públicas que prioricen el reciclaje y protejan a las especies de fauna acuática.

Es consabido que la Coca Cola junto a sus salvajes aliados comerciales, que abarcan a Monsanto, Nestlé, McDonald´s y Cargill, están involucrados en graves delitos ambientales, que engloban la deforestación progresiva de los bosques nativos y la contaminación de fuentes de agua dulce y salada en la geografía del Mundo, por la expansión de la frontera agrícola y por las frecuentes descargas de residuos industriales que polucionan los hábitats. Así, se priva del vital líquido a los pueblos y a los lugareños que se cruzan con el mercantilizado camino de la ambición corporativa, buscando que las atemporales concesiones, las explotaciones de pozos o las kilométricas hectáreas, tengan espacio de sobra para aniquilar los ecosistemas y la biodiversidad autóctona.

Usted seguramente desconoce que por cada litro de la azucarada Coca Cola, se requieren en promedio 2,5 litros de agua, para comprobar el fracaso de los Objetivos del Milenio emprendidos por la ONU, y reeditar el triunfo del incontrolable empobrecimiento global. Basta con mover la brújula a Chiapas, Kerala, Concón, Fontibón o Nejapa, para beber un poco de los efluentes cancerígenos que se llevan la vida de los agricultores y de los campesinos. No obstante, duele reconocer que esos aguerridos compatriotas en pie de lucha, también se beben los litros de la espumosa Coca Cola mientras protestan por los derechos de sus tierras, ya que la transnacional yanqui sabe confundir, engañar y lavarles el cerebro a las comunidades globales.

Además, la Coca Cola es con insistencia demandada por la explotación laboral, por los despidos masivos y por el incumplimiento de contratos que afectan a sus trabajadores. Ellos no son vistos como Seres Humanos, sino como máquinas borregas dominadas por el sistema opresor de turno. Basta con viajar a la planta embotelladora de Coca Cola en Fuenlabrada (España), y apreciar como el desmantelamiento de sus instalaciones perjudicó a gran parte de la masa obrera, que fue echada a la calle, golpeada y reprimida por la policía española al servicio de la transnacional americana.

Un gran número de asalariados no fueron reenganchados a sus puestos de trabajo, incumpliendo las decisiones judiciales de los organismos competentes en España. Pero cuando se trata de cumplir con la ley, la Coca Cola siempre evita pagar los sueldos, las prestaciones sociales, los seguros médicos y demás beneficios contractuales, porque tiene maletines dolarizados por doquier para comprar los bolsillos de los jueces, de los tribunales y de las salas constitucionales. Incluso, los recortes de personal establecidos sin previo aviso, sumado a las pésimas condiciones de trabajo y a la sobrecarga laboral impuesta por la Coca Cola, han llevado al suicidio forzado a muchísimos de sus empleados, tal como aconteció con los trabajadores de Télécom en Francia o de Foxconn en China.

¡Qué loco se ha vuelto este Mundo! Se encuentra tan oscuro como el pasado, el presente, y el futuro de la hitleriana Coca Cola en el Cuarto Reich. Antes nos exterminaban dentro de las cámaras de gas, con el ácido cianhídrico enlatado en el Zyklon B. Ahora nos asesinan a cielo abierto, con el ácido fosfórico embotellado de la Coca Cola. Ambos son potentes pesticidas que causan la muerte de sus cándidas víctimas. Seguimos estando presos en el holocausto de Auschwitz. El Zyklon B lo siguen vendiendo para exterminar la plaga de insectos y roedores checos. La Coca Cola la siguen vendiendo en casi todo el planeta Tierra, para exterminar insectos, roedores y al Homo Sapiens. Ayer nos decían con entusiasmo Arbeit macht frei. Hoy nos dicen con alevosía zu Tode Trinken.

Creemos que si las personas se atrevieran a triturar una lata con el puño cerrado, o a romper una botella de vidrio con furia en el pavimento, seguro que se les quitarían las ganas de ingerir litros y más litros de la gasolina con hielo. La gente bebe Coca Cola como una ridícula treta psicológica para sacarse las frustraciones, el stress, los corajes y las ansiedades que se amontonan en la vida diaria de ancianos, adultos y niños.

Sin embargo, dicen que la única forma de que la Coca Cola pueda causarle daño a un niño, sería que alguien lanzara una botella por la ventana y le cayera encima. Por eso me entristece ver que jovencitos y hasta bebés recién nacidos, se la pasan chupando Coca-Cola por la completa irresponsabilidad de sus padres, quienes acabaron traumados por tantas botellas de Coca Cola que les lanzaron desde la ventana en la etapa de la infancia.

Es la auténtica verdad. Sus progenitores juegan con la salud de sus hijos, sin pensar en las consecuencias negativas de malograr el hígado, los riñones, el páncreas, la vesícula, los dientes, y los huesos de sus gordísimos retoños lactantes. Lo que empiezan siendo calambres musculares, se convierten en úlceras que terminan en amputaciones, por los kilos de azúcar que la diabética Coca Cola deposita e incinera en el reloj biológico del cuerpo humano.

Hirviéndola en una cazuela a fuego lento o mezclándola con leche descremada, con filetes de carne, con pastillas de mentas, con bichos del jardín o con tornillos oxidados, es impresionante dilucidar al alto poder corrosivo de la Coca Cola, que se transforma en azul petróleo, en huevo podrido, en desinfectante del inodoro, en aceite lubricante, en explosión doméstica y en plaguicida de bajo costo.

Vale aclarar, que la combinación de agua carbonatada con ácido ortofosfórico, cafeína, aspartamo, benzoato de sodio, fenilalanina, metanol, color caramelo, fructosa, acesulfame de potasio, y demás ingredientes adheridos a las gaseosas de Coca Cola (Original, Light, Zero, Stevia), influyen con mayor daño en nuestro organismo que los cigarrillos, los energizantes y las cervezas.

Es tanta la perversión consumista, que Coca Cola le paga a famosos nutricionistas, instructores de gimnasios y expertos del fitness, para que tiren a la basura su ética profesional y afirmen en blogs, en periódicos y en revistas como "American Heart Month", que una lata pequeña de Coca Cola constituye "una buena merienda" para mantener ejercitado el cuerpo. De igual manera, se maquilla el veneno con el uso de saborizantes artificiales (vainilla, limón, naranja, cereza, uva), que envician las papilas gustativas de los adictos cocacoleros, para que rechacen cualquier bebida, zumo o alimento de origen natural.

Seamos sinceros, la composición química de la Coca Cola demuestra claramente que es una droga vendida sin prescripción médica. Usted se está drogando a diario consumiendo una sustancia transgénica invasiva, que desequilibra el bienestar físico y mental del cuerpo humano. Si supieran que la vida es un pequeñísimo instante sideral en retrospectiva, no fueran tan tontos para asfixiar por voluntad propia el pequeñísimo sueño cósmico de la vida, bebiendo la ignorante chispa que honra la muerte.

Piensa que tu abuelo podría haber vivido 10 años más, tu mamá podría haber vivido 5 años más, y tú tienes la vida entera para recapacitar y no continuar haciéndole un irreparable daño al organismo. Yo no lo digo porque escribí un artículo de opinión o porque investigué bastante al respecto. Lo afirmo, porque como la gran mayoría de las personas, yo también compraba los refrescos de la Coca Cola, pero fue por mi propia mala experiencia que dejé de ingerirlos hace más de 10 años.

Recuerdo que cuando estudiaba en la universidad y bebía Coca Cola, me daba con recurrencia acidez estomacal. El centro del pecho se me endurecía muchísimo, hasta pensaba que me daría un infarto por el fuerte dolor torácico. Los ojos se me enrojecían. Sentía que mis dientes se estaban volviendo arcilla, y perdía la paciencia con facilidad. Era obvio que las bebidas carbonatadas me estaban enfermando.

Por eso, decidí cambiar drásticamente mis hábitos alimenticios, bebiendo ocho vasos de agua al día que activan los órganos internos, favorecen la digestión, bajan la presión arterial, aumentan la energía, reducen el riesgo de sufrir problemas cardiovasculares, hidratan la piel y desintoxican el sistema linfático. A su vez, le dí prioridad a las galletas integrales, a los jugos naturales, a las ensaladas, a los cereales, a las frutas y a la milagrosa práctica del veganismo. Ese cambio radical en mi estilo de vida, me ha transformado en un hombre más positivo ante los retos que trae consigo la vida, mejorando mi estabilidad emocional y mi concentración, para desenvolverme como periodista en mi querida Venezuela.

Dicen que no hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista. Pero parece que el flash capitalista en el centenario de Coca Cola, inmortalizará el destino de todos sus ángeles caídos.

domingo, 22 de marzo de 2015

El lacayo. Escrito por: José E. Flete-Morillo.

El lacayo

Escrito por: José E. Flete-Morillo.-

REPUBLICA DOMINICANA.- Hay una diferencia muy grande entre el lambón y el lacayo. El primero es producto de la necesidad; la miseria le ha doblegado de tal forma que su espíritu subyace bajo cualquier necesidad arrojando al abismo todo sentido de dignidad y amor propio; los años de hambruna desmedida desprovistos de orientación ciudadana y de cualquier dejo de orgullo, después de obtener un leve respiro económico, han desarrollado en él un temor al desacierto; así que, temiendo volver al pasado se valen de la lisonja, el tumbapolvismo y el caliezaje sin importar el escenario ni quienes sean los perjudicados. Hay que aclarar que esta actitud el lambón es privativa de quienes carecen de formación alguna de la que pudieran asirse cuando la miseria pasada, o tan siquiera u celaje, amenaza con visitarles. Me atrevo a decir que el lambón es así al margen de la conciencia, no lo planifica; es algo espontáneo que emerge de lo más adentro de su ser cuando su sentido de supervivencia se alerta.

La personalidad del lacayo es muy típica; es fácil de percibir, todos nos percatamos de su presencia pues se anuncia sola; se le puede advertir no porque se describe como tal o emite algún ruido sino porque deja el rastro por doquier que se habla de desgracia moral, arribismo, extorción o servilismo rampante. Su contextura moral está tan corrompida que, a leguas, su pestilencia provoca deseos de vomitar. Hay cierta similitud entre él y la babosa (con el perdón de ésta): la segunda deja el rastro de la secreción, el primero deja la sensación de haber fastidiado la existencia de los demás.

Hay otra característica que hace distar al lacayo del lambón: el primero medra en pro de su beneficio sin la intensión de perjudicar a otros, de suceder así es por pura gravedad, porque sus acciones tienen como resultado obligatorio el perjuicio, resultado que no lamenta porque no lo planificó así; simplemente sucedió y punto. El lacayo, por el contrario, planifica joderle la vida a los demás porque entiende que con ello puede lograr algo, no sabe qué pero entiende que sus acciones, de no ser en el presente, tendrán  resultados en el futuro.

El servilismo es su doctrina. Se alía a todo aquél que ostenta alguna posición de mando sin importar su contexto; sin que el linajudo se lo pida se pone a su disposición para todo lo que necesite; hay momentos en que su servilismo es exacerbado, contexto en que, para llamar la atención y convencer de su adocenamiento a quien es objeto de su abyección, llega al colmo de su proceder haciendo las veces de proxeneta sin considerar a sus hijas, esposa o madre (en caso de ser hombres). Los espacios políticos y las empresas de particulares están infestado de este tipo de personas quienes por alcanzar un "puestecito" ofertan hasta a su madre si es posible cuando el "mandamás" busca la forma de calmar su lívido insaciable.  En otras ocasiones, despoja hasta a sus hijos de sus bienes para congraciarse con alguien que le demande "lealtad"; los amigos llevan la peor parte, sus vidas adquieren un sentido insulso pues aquél es capaz de "volarle la tapa de los sesos" ante la mirada de sus "amos".


Ninguna de sus acciones son al margen de la conciencia; lo que hace es de pleno conocimiento y muy bien planificadas; tan bajo ha caído su sentido moral de las cosas que el remordimiento ha sido entumecido haciendo de su conciencia un mero instrumento para "adular". Nada es circunstancia; sabe perfectamente que hace mal y eso es suficiente; el dolor ajeno le sabe a poco; su deseo de brillar en la constelación equivocada apaga cualquier asomo de pulcritud.

Ni si quiera su madre se salva. Y cuando digo esto lo hago utilizando el referente de conmoción más sublime que puede existir para ser humano alguno; y decir que ni su madre se salva, como lo he prescrito, es decir que con el lacayo todo está irremediablemente jodido; no hay referente que lo conmueva, no tiene ninguna imagen que lo enternezca; no hay nada que lo haga recapacitar. Jack Veneno, por ejemplo, entendía en toda su dimensión el sentido que tenía el referente materno; por eso, cuando juraba por su madre "Doña Tatica" que haría pagar "bien caro" a "Relámpago Hernández" su maldad, todos quedábamos convencidos de que el archi enemigo de nuestro héroe estaba irremisiblemente acabado; el juramento del luchador nos llenaba de paz ante nuestro deseo de venganza pues al usar a su madre como referente estampaba con ello la garantía y cumplimiento de una promesa. Ahora bien, decir que ni la madre del lacayo está a salvo deja bien claro de que nada bueno se puede esperar.

El lacayo es por un actor antonomasia. Finge humildad, llora con los desvalidos y el más devoto que cualquier religioso; pero, como dije al principio de este párrafo, es un farsante; porque todo esto lo hace con miras de alimentar un ego fracasado; "ego fracasado" porque está tan obstinado en pertenecer a una claque a la que no corresponde que se ha olvidado totalmente de quién es y de donde viene. Está tan convencido de su papel que, olvidándose de su status incurre en la más vergonzosa de las estupideces. "Baila en todas las fiestas sin que se le invite a ninguna"; engreimiento le hace pensar que es bien amado cuando en verdad todos, a su presencia, preferirían la compañía del más sarnoso de los perros".

Valerse de cualquier animal para describir la personalidad del lacayo es agredir ostensiblemente la imagen del primero. Cualquier animal, por temible o asqueroso que sea, puede remitir a cualquier sentido de benevolencia; la naturaleza ha enseñado que los seres vivos poseen cualidades que pueden ser utilizadas como referentes en caso de una explicación moral en su grado positivo. Pero el lacayo es tan bajo que se hace difícil encontrar en aquellos comparación alguna.

Sin embargo, a modo de imprudencia y desconsideración de mi parte, haré uso de la imagen de las garrapatas; estos parásitos, ante los cuales me disculpo, tienen la particularidad de que, además de drenar a los huéspedes, secreta una sustancia que puede matar paulatinamente al huésped que lo aloja y, después que ha culminado su trabajo, lo abandona, toda henchida de placer, buscando un lugar donde, protegida, pueda digerir su "comida". El lacayo es parecido; es paciente, muy paciente, y esta pasividad le sirve de camuflaje ante cualquier posibilidad de ser descubierto; mira con ojos "enternecido", cuando saludo lo hace con ambas manos como pretendiendo convencer de un maldito afecto que no tiene y habla musitadamente, aparentando educación y civismo (en realidad es peor que un patán); es un ente despreciable que quien llega a conocerlo a profundidad experimenta en el más vívido tono la peor sensación de nausea que alguien haya tenido. Su sonrisa es puro rictus de maldad.

En su diccionario, eso de bondad, amistad, lealtad, empatía por el bien común, justicia y respeto por el derecho de los demás, son palabas desfasadas que su magister en depravación ha erradicado en su inventario colocando en su lugar su deseo de pertenecer a un lugar donde no pasa de ser un jodido peón que se utiliza para proteger la vida de la realeza. En cuanto a esto último, él sabe que es un don nadie; sabe que, por más fortuna que su retorcido proceder le haya granjeado, no pasa de ser un don nadie. Pero a él no le importa pues dice, con toda propiedad, que "es mejor estar arriba con presión que abajo y con depresión".

El lacayo es de la estirpe del lambón, con la diferencia de que se alardea de "sangre azul" y se alardea de una inteligencia que no tiene, a pesar de que la aparenta. Algo más de lo que se diferencia del "lambón" es que presume de político y se cree que semejante escenario es por antonomasia su hábitat natural. Y, precisamente, es el escenario político donde más evidencia su personalidad retorcida puesto que el mismo es terreno fértil pues allí toda acción es posible desde la más noble hasta la más vil; porque la sed de poder, sobre todo cuando raya en lo colosal, admite en su haber hasta lo más nauseabundo en pro de la perpetuidad. 

domingo, 15 de marzo de 2015

Carta pública de Juan T H. al médico psiquiatra doctor César Mella.

Carta pública de Juan T H. al médico psiquiatra doctor César Mella.

CARTA A UN AMIGO.

Querido amigo, doctor César Mella.

He leído con sorpresa tu adhesión al Partido Revolucionario Dominicano (PRD), propiedad exclusiva de Miguel Vargas. Cuando te vi en la foto agrazando a ese sujeto, me sentí traicionado y al mismo tiempo apenado, te lo confieso. No comprendo qué motivos o razones tenías para dar un paso de esa naturaleza, que no te aporta nada, pero que en  cambio te quita mucho. Casi la vida.

Tú sabes, querido amigo, todo cuánto hizo Vargas Maldonado para que el PRD perdiera las elecciones del 2012 con Hipólito Mejía de candidato presidencial, quién no obstante a la traición y la inversión de miles de millones de pesos, los fraudes y el uso de todos los recursos del Estado, alcanzó casi un 48 % de los votos.

Tú sabes las diabluras que hizo  para que Guido Gómez Mazara no fuera Secretario General y luego presidente del PRD. Tú sabes cómo cercenó la libertad y la democracia de esa organización. Tú viste el Pacto de las “Corbatas Azules” y sabes de las consecuencias trágicas  para el país. Tú sabes del “préstamo” de los 15 millones de dólares con el Banco de Reservas, tú sabes del dinero que recibe de Aduanas; tú sabes más cosas que yo, Cesar. Tú sabes que traicionó los ideales de Peña Gómez, que convirtió al PRD en un “partido pequeño para grandes negocios”, como dice Guido. ¡Y tú no eres un negociante de la política!

Mi querido doctor César Mella, dilecto y caro amigo, no tienes idea de cuánto pesar y cuanta frustración me ha producido verte al lado de un canalla y traidor, de un crótalo que no les fiel más que al dinero, no por mí, si no por tí.

No me traicionas a mí, te traicionas a ti mismo, a tus ideales, a tu tú pasado en la izquierda, a tu lucha en la Universidad Autónoma de Santo Domingo, a tu paso por el gremio de los médicos, a tu lucha junto a los más débiles, a tus atenciones profesionales como buen psiquiatra, con dinero y sin dinero a los pobres. ¿Cómo tiras esa hermosa historia de amor y de justicia por la borda de la podredumbre ética y moral que hoy nada en el mar tempestuoso del PRD de Miguel Vargas?

Como diría Andrés L. Mateo, ¡Oh Dios!

Cesar, no tenías derecho a dar ese paso. No querido amigo. Por respeto a ti mismo, a tu historia, por tus buenos hijos,  a tu familia,  a nosotros, tus amigos; a los compañeros muertos. Por respeto a la memoria de Peña Gómez, ¡carajo!

Dice Mario Benedetti, querido amigo: “Uno no siempre hace lo que quiere, uno no siempre puede, pero tiene el derecho de no hacer lo que no quiere”.  Y así es, uno tiene el derecho de no hacer lo que no quiere, aunque nos cueste la vida. Porque “una cosa es morirse de dolor y otra morirse de vergüenza”. Yo prefiero morirme de dolor, no de vergüenza.

Desde hace algún tiempo me pregunto: ¿A quién le creo? De veras, ¿a quién le creo? ¿En quién confiar si el que uno menos espera se hunde en el fango?

Tú partida hacía el PRD me hace preguntar de nuevo, ¿a quién le creo si esta sociedad está cada vez más enferma, más desequilibrada, más enajenada y más patética? ¿Hacia dónde va un país donde “na e na”, donde todo se compra y se vende, dónde la ética y la moral han desaparecido de la escena, donde nadie parece tener “dos dedos de frente”?

César, con tu paso al PRD de Vargas Maldonado pierde la decencia, la solidaridad, la moral, la ética y demás valores que les permiten  a una sociedad ser más humana y más grande en su tránsito hacía el desarrollo y la paz; en cambio gana el “na e na”, gana la traición, el desenfado,  la corrupción, el “yo”. Y perdemos  “nosotros”, los “demás”.

Perdona que te haya escrito estas líneas. Y más aún que las haya hecho públicas. Pero no podía ser cómplice con el silencio, porque como dice el pueblo, “el que calla otorga, y el que otorga traiciona”.

Ojalá puedas recapacitar. Aun estás a tiempo.  Eres un hombre bueno y noble.  Recuerda que la historia de los hombres a veces se escribe con sangre, otras veces con honor, que  no es como comienza, sino como termina. No dejes que la tuya termine al lado de los más bajos y peores ideales de la política dominicana.

Con sentimientos de amistad y  cariño, Juan T H.

domingo, 1 de marzo de 2015

Bernot Berry Martínez: Cinco extraño cuentos o relatos

 Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)

NOTA: Con los siguientes Cinco extraños cuentos o relatos, el autor participó en un concurso literario celebrado hace poco en el Ayuntamiento Municipal de San Pedro de Macorís. Por supuesto no gané ninguno de los tres primeros premios. Pero pa’lante, soy como soy.  

Lo cierto es que no deseaba participar pues no me hallo bien de salud, además porque conozco las intrínsecas laberínticas que tienen tales concursos en donde hay dinero para los ganadores.

Eran tres premios para el primero, segundo y tercero. Triunfaron los que consideró el Jurado. No puedo emitir mi opinión sobre los mismos a consecuencia de que no los he leído y tampoco soy crítico literario. Empero quisiera leerlos para considerar si están a la altura de merecerlos. Aguardo hacerlo. Los busco con cierto interés pero no los he podido conseguir. Tal vez con esta publicación pueda obtenerlos. Así lo espero.

En mí no existe rencor hacia el Jurado porque ni siquiera los conozco. Ahora existen personas que se leen unos cuantos libros o ciertas críticas y ya se consideran expertos en la materia. Pero también se halla la politiquería, la cual sí posee un gran peso en la toma de las decisiones.

Para buenos escritores entre el cuento y el relato hay muy pocas diferencias. Para otros autores no las tienen. Y existen opiniones de que el relato se encuentra entre el cuento y la novela. Hay numerosos cuentos que son confundidos con el relato. Una pequeña diferencia se halla en que diversos relatos tienen ciertos detalles de sucesos acontecidos en la vida real, algo que no debe suceder en el cuento el cual debe poseer sólo ficción. Pero ya la realidad le ha pasado a la ficción. No se sabe qué es ficción y qué es realidad.

Por eso considero que existen relatos de la vida real y otros que son ficticios. Para mí, el llamado “Cuento de Navidad” del maestro don Juan Bosch es un relato largo, jamás un cuento. Y así hay muchos otros, incluso de Macorís que no voy a enumerar para no alargar este trabajo.   

Sé por experiencia propia que donde se encuentra la política lo sucio se mueve. No existe algo más hediondo que ella, pues esos politiqueros que la dirigen la han corrompido. Por eso la gente decente no quiere nada con la política, le huye “como el diablo a la cruz”, según un refrán popular.

He escrito bastante sobre diversos géneros literarios, incluyendo historia. Varios los he publicado con mucha dificultad; otros se hallan inéditos, esperando que el tiempo me venza para que jamás vean la luz de ser editados.

Sin embargo, lo que nadie puede afirmar --si alguien lo dice es una calumnia inmensa-- que he copiado o bajado del Internet algún antiguo cuento o poesía que están olvidados en un remoto pasado.  

A continuación el primero de los cinco extraños cuentos o relatos:     



                          "A LAS SIETE Y MEDIA EN PUNTO"

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)
                                                           
Aconteció en aquel tiempo en el cual regularmente un grupo de jóvenes nos juntábamos durante la noche, en lapso aproximado de siete a diez a jugar 'Dominó' y 'Tablero' ante una casa de un servicial y jovial señor. En esos juegos, aparte de las ciertas inevitables diminutas discusiones originadas entre quienes perdían, el conjunto se llevaba bien y nos ayudábamos en los problemas de la vida.

Claro, había cierta condición impuesta por la señora del señor para que nos reuniéramos allí, y era la prohibición de ingerir bebidas alcohólicas y que no gritáramos palabrotas. Eso lo cumplíamos casi  de forma cabal, principalmente en lo relacionado al alcohol.       

Pasaban las noches y nosotros nos entreteníamos con esos juegos a la vez que con estoicismo nos enfrentábamos a la dura lucha por nuestra existencia. Fue entonces que cierta noche, a eso de las 7 y media, súbitamente se apareció por el lugar un individuo robusto, de unos 35 años, tez colorada, para todos un desconocido total, quien con lentitud, sin saludar, se acercó y en silencio se puso a observar con mucho interés a los dos compañeros que en aquel momento se enfrentaban en el 'Tablero'. 

Los que aguardábamos sentados en un banco de madera a que se levantaran los perdedores en ambos juegos para ocupar sus sitios, contemplamos al recién llegado con cierta cautela pues eran tiempos dificilísimos que vivía la juventud durante los terribles doce años del balaguerato (1966-1978), en los cuales el caliesaje era el pan de cada día, igualmente los allanamientos, asesinatos, desapariciones, angustias grandes en los padres. En fin, los jóvenes nos hallábamos ante una situación altamente peligrosa y depresiva. Desconfiábamos de cualquier sujeto no conocido por todos. Por tanto, ese tipo nos causó una honda preocupación, sucediendo que un gran silencio se fue apoderando del contorno mientras varios de nosotros nos preguntábamos con las miradas sobre quién era ese personaje.

De inmediato nadie habló. Estuvimos callados, ojeando de cuando en vez al desconocido, el cual tampoco conversó nada en tanto se mantuvo mirando las distintas 'manos' de 'Tablero' durante el tiempo en que nos fuimos: 10:30. Mientras caminábamos para nuestras casas lo vimos quedarse contemplando al dueño de la vivienda entrando sillas, mesas, bancos, (siempre lo ayudábamos, pero en aquella ocasión nos largamos pronto). Al otro día supimos con el señor que el individuo nada le dijo. Conocimos que ni siquiera le contestó las buenas noches cuando cerraba la puerta de su morada.

La verdad fue que ese sujeto nos intrigó. Varios aconsejaron que estaban vigilándonos y que lo mejor era dejar esas reuniones por un tiempo. No obstante otros consideramos que si lo hiciéramos podría ponerse peor ya que los chivatos podrían considerar que efectivamente allí se "conspiraba contra el gobierno". 
¿Qué hacer?, fue la interrogante que nos hicimos en el patio de la casa donde vivía Manuel, un tremendo jugador de 'Dominó' y 'Tablero', ganando siempre, nunca perdía, era un real campeón, el más joven de todos, no más de 23 años.

Acordamos por mayoría seguir yendo y continuar con los juegos. Eso se lo contamos al dueño, quien lo aceptó complacido, diciéndonos que quizás el sujeto no era ningún chivato, sino un pobre infeliz que por pura casualidad se apareció esa noche para atenuar su soledad. Nos afirmó además: "Vean muchachones, es probable que jamás lo volvamos a ver", y sonrió con aquella característica suya de persona madura, experimentada, sin malicia, sociable, trayendo cierta tranquilidad a nuestros briosos corazones.

Y comenzamos a jugar. Y aunque estábamos inquietos (‘chivos’), atisbábamos hacia los lados buscando al posible desconocido y de otros que tal vez podrían hallarse vigilándonos. Pero a nadie extraño vimos. Todo se encontraba normal. Por eso nos fuimos calmando, adentrándonos pausadamente en nuestra principal distracción. Y cuando nos hallábamos de lleno en nuestra afición, sorpresivamente advertimos que a las siete y media en punto el mismo hombre apareció frente a nosotros, y sin saludar, altanero, se puso esta vez a contemplar las jugadas de 'Dominó'.

Está claro que nos pusimos más intranquilos que la noche anterior. Empero, esta vez no nos quedamos callados: hablamos, reímos, atacábamos a quienes perdían, alabando a los ganadores, principalmente al campeón Manuel. Sin embargo, no había sinceridad en nuestros actos pues el desconocido nos tenía altamente preocupado.

 El dueño de la vivienda, quizá buscando intimidarse con aquel raro sujeto le cuestionó si vivía por las cercanías. Pero aquel hombre lo miró con seriedad por unos segundos. Creímos que no le respondería, empero, con voz grave, como si hubiera salido debajo de la calle no asfaltada, dijo: "¡Vivo por ahí!". Y nadie volvió a preguntarle nada. Y de igual modo pasaron varias noches: el tipo llegaba puntualmente a las siete y media, se quedaba tranquilo mirando uno de los juegos, se iba cuando finalizábamos, retornando exactamente a la misma hora, sin importar mal tiempo ya que cuando llovía entrábamos a la morada.

Realmente ese individuo nos mantenía turbado. Él ni siquiera se sentaba, quedándose levantado en el tiempo que duraba allí. Tampoco jugaba. Solamente contemplaba con atención las fichas del 'Dominó' y el 'Tablero' en las movidas que hacíamos. Y de esa manera pasaron unas tres semanas. Entonces, en una pesadumbre noche, sin nada él decir, se sentó a  jugar 'Tablero' con uno de los jóvenes a quien todos le ganábamos.

Al verlo entretenido empujando fichas, absorto en cuanto efectuaba, decidimos acercarnos para verlo en acción. La gran verdad fue que le dio una pela al amigo. Y asimismo con todos nosotros, hasta que le tocó el turno a Manuel, nuestro campeón, ganándole también con increíble facilidad. Todos nos hallábamos muy asombrados. Y tratamos de que jugara 'Dominó'. Y él, callado como siempre, levantó el índice y señaló uno contra otro, sin frente. Y así lo hicimos. E igualmente nos venció, incluyendo a Manuel. No perdió una 'mano'. Enseguida, aquel extraño, sin hablar una palabra, los ojos brillantes de felicidad, con tenue sonrisa se levantó, y sin despedirse, inflado por el orgullo que manifiesta el ganador, lentamente se fue andando. Nuestras miradas lo persiguieron hasta que lo avistamos perderse entre la sombría callejuela.

Desde esa ocasión no volvimos a verlo. Y otra cosa, sucedió que varias noches después, quizá por la frustración que se apoderó de nosotros, todos fuimos perdiendo interés por tales juegos, aconteciendo que definitivamente los dejamos y jamás hemos vuelto a practicarlos. 
             
 ¡Todavía nos interrogamos de cuando en vez sobre quién era aquel sujeto de las siete y media en punto!      

NOTA: 2do cuento o relato que de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís

                      ‘AQUEL RARO PEQUEÑO CAN’
                                                                         
Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)

Acontecen cosas tan extrañas, esencialmente a unos más que a otros, como el que voy a contarles, que de seguro ustedes se asombraran.

Me sucedió años atrás con un raro perrito que repentinamente se apareció por el faro de playa de muertos, cuando absorto contemplaba la belleza de un atardecer.
Quiero aclarar que en aquel tiempo por ese contorno no existían las viviendas como las hay actualmente. Era un lugar solitario, con muchas  matas  de  uvas  playeras y numerosos cocoteros.

Cierto, recuerdo que ese animalito era totalmente negro, con ojos amarillentos, rabo corto, y extremadamente juguetón. ¿De dónde había salido pues de manera súbita lo vi a mi lado, contemplándome mientras meneaba el rabito, el hocico abierto, con sus patitas delanteras levantadas? Dicha interrogante me la he hecho bastante veces y a nada he llegado que no sea la desilusión por descifrar lo ignorado, mejor dicho por no comprenderlo.

Me acuerdo que el perrito ladraba y daba graciosos saltitos cuando le gritaba: “ey, ey, negrito, ¿cómo estás, cómo estás”?

A consecuencia que lo noté limpio, sin mal hedor, traté de acariciar su lomo y su hociquillo. Sin embargo no se dejó. Traté varias veces en hacerlo, pero él reculaba con rapidez para que no lo hiciera, volviendo a aproximarse cuando intuía (eso siempre lo he sospechado) que otra vez no intentaría tocarlo.

Realmente, por su modo de actuar, parecía un infante humano de esos que les encanta ser juguetón pero que no lo toquen.

Durante unos 30 minutos disfruté con sus brinquitos y ladridos, olvidándome del moribundo crepúsculo, el cual con un derroche majestuoso de rojizo colorido se despedía de los macorisanos. Entonces, como la oscuridad se iba apoderando de la región y tenía que retornar al pueblo, realicé un último y desesperado esfuerzo por agarrarlo, pues grandes eran las ansias que poseía por acariciarlo, sentir la suavidad de su pelaje, lo tibio de su cuerpo.
   
Empero, el pequeño perrito tampoco se dejó. Y a consecuencia de que me le fui detrás chillándole “negrito ven acá, no te haré daño, ven, ven”, él se alejó deprisa, introduciéndose entre la maleza, y aunque continué buscándolo un buen rato, incluso llamándolo, no apareció.

Sentí una gran desilusión. 

Un inmenso silencio rodeó el contorno, estremeciéndome. 
En aquel entonces yo poseía una bicicleta y me alejaba de la ciudad a leer, poder meditar mejor, buscar tranquilidad emocional. Era el tiempo en que luchaba por dejar el horrible hábito de fumar cigarrillos, ese vicio maldito del tabaquismo que tanto daño produce a la salud como a la Naturaleza.

Pues bien, debido a que el perrito no aparecía opté por irme. Agarré la bicicleta y me fui andando con ella. Cuando ya estaba llegando al caminito que pasaba por la playa, casi bajando de la costa, escuché unos ladridos próximos a mí, haciéndome detener, mirar hacia atrás y encontrarme sorpresivamente con el ‘negrito’. De verdad que me alegré al verlo. Sonreí al verlo que se hallaba con sus patas delanteras levantadas, meneando su rabito, la boquita abierta, sus ojos amarillentos brillando en la penumbra.

Me puse muy contento al mirarlo  en esa forma. Y de nuevo volví a sonreír, esta vez de forma profunda, con mucha satisfacción. En eso, mientras gozoso contemplaba su graciosa demostración de cariño, me regresaron los anhelos por tocarlo, de percibir su pelaje entre mis dedos. Estaba a menos de dos metros de él. Pensé que tal vez se dejaría palpar, incluso acariciar, y que podría llevarlo conmigo para que tuviera el calor de un hogar.

La bicicleta dejé en el suelo. El animalito no se inmutó. Cautamente di un paso adelante.

Me fui agachando con suma lentitud. Sus ojos se encontraban fijos en los míos. Tuve la sensación de que su mirada era poderosa, tal vez fuera de esta dimensión. De inmediato sentí que una fuerza misteriosa se introducía en mi interior trayéndome enorme quietud. Prácticamente quedé inmovilizado. Entonces fue que me la ofreció, amigos, y por la misma estoy recordando todo esto, ya que de cuando en vez me viene a la memoria lo que el perrito hizo para enseguida ir retrocediendo lentamente, desapareciendo en la oscuridad.

Cierto, como por encanto se fue de mí la inmovilidad. Y con desespero creciente lo busqué un rato por los alrededores sin resultado positivo, como tampoco apareció en los siguientes días que anhelante por verlo estuve rebuscándolo por aquel sector cerca del mar.

Caramba, pasan cosas muy extrañas en el mundo. Es por eso que en estos instantes me acuerdo una vez más del bello obsequio suyo antes de esfumarse de mi asombrada vista para siempre:

¡Una hermosa sonrisa humana!  

Tercer cuento o relato de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.   
     
      “AQUEL ROMANTICO QUE SE PERDIO EN EL TIEMPO”

Por Bernot Berry Martínez (bloguero)

Sí, él conocía que fueron pasando muchos años de llevar encima de su conciencia aquellas terribles equivocaciones que ansiaba contar, darlas a conocer para salir de ese peso que con seguridad tanto ellas  le molestaban  aunque se mantenían arrinconadas en algún lugar profundo de su memoria. Y tal vez por eso fue que me escogió para que las relatara, sin importarle que fueran graves ciertos asuntos que con seguridad a toda persona, de una u otra manera, nos ha sucedido. Y no que los mismos eran políticos, tampoco de bravura hombruna en esta sociedad considerada en aquel entonces y en la actualidad muy machista.

No, nuestro amigo --quien partió hace poco hacia lo desconocido--, sin ruborizarme me narró el haberse enamorado de jóvenes de una clase más alta a la suya. Me expresó que después reconoció que fue un lamentable error de su parte, ya que las clases sociales, en cualquier parte del mundo, andan juntas, vuelan en la misma bandada, esencialmente cuando las jóvenes se hallan dirigidas por soberbias madres que anhelan lo mejor para sus hijas, cuidándolas de forma espartana.  Además me afirmó que poseían toda la razón: ellas buscan el bienestar para sus queridas descendientes, jamás lo contrario.

Me relató que aunque luchó con tenacidad por ganar sus amores, a veces algo demencial, las madres ideaban la forma correcta de mantener la mar tranquila cuando percibían que las aguas se agitaban alrededor de sus hijas, pudiéndose ser que éstas llegaran a quererlo un poco, pero que las llamas del amor no llegaron a crecer porque sus progenitoras las extinguieron a tiempo, ayudadas por seres con rencor hacia él, ya que Macorís es considerado como un pueblo de sujetos cobardes que les encanta dar zancadillas. 

Realmente las madres ganaron aquellas guerras sin cuartel y duraderas. Obtuvieron para sus hijas cuanto soñaron: buenos estudios, matrimonios, nietos, etc., pero jamás lograron su felicidad, así lo consideró ya que fracasaron  en sus matrimonios.  Hoy se hallan divorciadas, son madres solteras, amargadas, sin esperanzas, y nosotros estamos más o menos como en aquel triste ayer en el cual el desamor por poco acaba con nuestra existencia.

Me aseguró que actualmente esta sociedad no es como la de antes. Ha cambiado una barbaridad. Hoy todo es más fácil en cuestiones del amor, sexo, parrandas, etc. Las jóvenes no respetan a nadie. Amanecen con cualquiera en cualquier burdel barato. Ya nada es como en el pasado. Las drogas han vencido a las tristes madres que anhelaban ver felices a sus hijas. Y no me alegro por eso. Al contrario, me siento en parte culpable de pertenecer a una generación frustrada por culpa de aquel infame Golpe de Estado a don Juan Bosch.

¡Cierto, mil veces malditos sean quienes lo hicieron!

Me aclaró que cuando estuvo en la Marina de Guerra, hallándose en la Planta de Transmisores en Maimón, más allá de Villa Duarte, hubo una joven, hija menor de un Capitán de la misma institución quienes vivían por dicho sector.

Me indicó que ella le llegó a lo más íntimo, que lo saludaba con mucho entusiasmo cuando pasaba en el carrito verde de su progenitor con sus hermanas para la escuela.
Me dijo que conversaban por teléfono casi todos los días.

El padre era muy liberal, algo muy distinto a Macorís en donde los cocolos, árabes, alemanes, italianos, etc., educaban a sus vástagos con una educación acerada: a puro golpes.

Era un pueblo de fascistas. Es terrible y chismoso, tal vez el más peligroso de este país por los chivatos que tiene desde que Trujillo lo llenó con gente de San Cristóbal, los principales protectores de su régimen.
 
Empero, me expresó que volviendo a la inolvidable joven de Maimón, aconteció que obtuvo un par de días de licencia para venir a Macorís. Realmente deseaba hacerlo, ver a sus padres, esencialmente a su querido papá que estaba enfermo del corazón, internado en el hospital San Antonio. Por eso le informó a un estúpido sargento segundo (luego supo que pertenecía al SIM) que iba a su pueblo a ver a su padre delicado de salud y que si la joven con la cual hablaba por teléfono le llamaba  que le hiciera el favor de informarle cuanto le contó sobre su viaje.

Con los ojos sumamente tristes, llorosos, me señaló que sucedió que la joven llamó y el sargento se destapó a contarle disparates, grandes mentiras, de que tenía novia en Macorís, mujeres por funda, que lo de su padre enfermo era un cuento y muchas cosas más.

Me afirmó que al regresar el sargento le narró que ella había llamado y hablaron un buen rato, y que temeroso por cuanto le hubiese dicho, enseguida la llamó para explicarle y saber la verdad del diálogo que ambos tuvieron.

Me informó que ella no quiso dialogar con él, y que otras veces la llamó, sucediendo lo mismo: la joven estaba muy adolorida con su persona y no quiso hablarle.
Por más que lo intentó en los días siguientes no consiguió nada. Por eso fue a su morada pero ella no quiso verlo.

Me expresó con gran pesar que cruzaba con su padres y hermanas en el carrito verde y viraba el rostro, dándole a entender que no quería nada consigo. Y así fue. Todo se derrumbó por culpa de cuanto le manifestó ese charlatán sargento, creyendo tal vez que le hacía un favor si le daba celos. Ese superior a él jamás pudo imaginarse que todas las féminas no son iguales, como tampoco los hombres.

Mi amigo era un enorme romántico. Y personas como él sufren lo indecible por lograr el amor de alguna fémina, lo contrario a tipos sin pudor y honor.

Me contó que con cierta regularidad piensa en la joven del carrito verde. “Pero todo eso pasó, eran otros tiempos, y que siempre había anhelado con sinceridad que ella fuera muy feliz, una profesional, con buen esposo, hijos, nietos”.

Se interrogó por último, con su mirada perdida en el cosmos:  --¿Estará aún viva?

Cuarto cuento o relato de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís. 


                          “EL SITIO DONDE SUCEDIO”

 Por Bernot Berry Martínez (bloguero)


Existen sucesos que escapan a nuestra forma de razonar. Dicen que son fenómenos paranormales a los cuales no se les encuentra una explicación lógica.

Y eso es cierto, ya que he conocido algunas de esas extrañas manifestaciones. Empero, narraré una de la cual fui testigo que le aconteció a un amigo mío. Él me contó --a quien llamaré Carlos--, que el asunto comenzó hace tiempo, cuando él tenía poco más de 20 años y perdidamente se enamoró de una joven de 17, estudiante de un colegio católico. Su esencial problema consistía en que ambos pertenecían a clases sociales diferentes y el amigo no podía aproximarse a ella fácilmente para tratar de ganar su amor. Además, él era algo introvertido, lo cual contribuía en aumentarle su dificultad amorosa.

Carlos, impotente, temiendo ser rechazado con fuertes epítetos como en distintas ocasiones, observaba cruzar a su adorada cuando salía en las tardes de la escuela, siempre protegida por familiares y amistades. Nunca iba sola. Con seguridad era una orden de su madre. Y él la perseguía con su mirada hasta perderse lejos, absorbida entre el rojizo y bello crepúsculo veraniego de aquellos tiempos. Pero otras veces no se quedaba solamente contemplándola, sino que seguía al grupito desde prudente distancia, soportando con firmeza las risitas y señalamientos de las estudiantes al advertir su presencia. 

La progenitora de su gran amor le llamó la atención duramente, afirmándole que se pusiera en su puesto y procurara muchachas de su clase. Sin embargo, él era perseverante, esto lo había aprendido de su progenitor-- un esotérico incomprendido--, enseñándole a no renunciar con prontitud a cualquier ideal, continuando combatiendo con ecuanimidad, sin desesperarse, pues al final podía llegar a contemplar el sin igual arco iris, al cual sólo tienen derecho a otear los virtuosos guerreros que están protegidos por los dioses.

En una oportunidad, en tanto esperaba verla pasar con sus protegidos por el otro lado de la vía, miró aparecer al padre de su venerada con un bate de béisbol sobre el hombro. Venía andando en la misma calzada en la cual se hallaba él parado, junto a la pared de una vieja casa. De inmediato el ambiente se puso muy tenso: fue un instante de salir huyendo o quedarse sin importar consecuencia. Empero, el joven era sereno, izquierdista, bien entrenado, participante en la Insurrección de Abril de 1965, andando regularmente con una oculta pistola ‘32 entre su cinturón cubierta con la camisa que siempre usaba por fuera, teniéndola ‘sobada’ con el seguro puesto (esta narración sucedió durante los horribles doce años de la Era de Balaguer, régimen que asesinó a miles de jóvenes de la izquierda revolucionaria).

Y él optó por quedarse en el mismo lugar. Le quitó discretamente el seguro al arma, colocando su diestra cerquita de la culata, casi rozándola. Así aguardó al individuo, un arrogante tipo cuyo padre fue un insignificante calié trujillista, robador de terrenos, cuatrero, verdadero azote de un cercano ingenio azucarero. No obstante, el sujeto pasó a su vera sin contemplarle, no efectuando ningún movimiento de agresión…

Carlos lo percibió nervioso, asustado. Además, notó que apuraba su caminar, manteniendo el bate sobre el hombro derecho. El joven, sin quitarle la vista, intuyó que el sujeto se hallaba ansioso por alejarse pronto de allí.

Ahora bien, ¿quiso ese individuo asustarlo para que saliera huyendo y ellos se rieran después, haciendo sus comentarios entre sus amigotes? ¿Acaso fue una idea de la madre con ese propósito? Esto era muy probable, pues el sujeto nunca le había dicho nada. Eso sólo lo conocerían ambos. Cuanto sí era cierto es que esa tarde el destino o lo que sea evitó una horrible tragedia en Macorís, en el mismo centro del pueblo, ya que con seguridad el joven le hubiera dado varios certeros balazos en pleno pecho si trataba de hacer cualquier intento de agresión con el bate. 

Lo cierto es que Carlos gozaba con su tristeza cuando ella cruzaba por el otro lado --siempre escoltada como si fuera una princesa de la engreída monarquía española--, pues intuía que la chica le contemplaba con afectos, dulcemente, lo que le daba cierta animosidad esperanzadora para proseguir con su silente y conocido enamoramiento.

Fue un sabatino atardecer que sorpresivamente él se encontró con una primita de su adorada, quien se hallaba al corriente de todo y ambas se llevaban bien. Con regularidad andaban juntas. Y Carlos, aprovechando la casualidad que se le presentó (“el destino me la puso ahí”, me afirmó), armado con ese valor que poseen los enamorados, se le acercó y le expresó: “Eh, perdóneme, pero hágame el gran favor de decirle a Luisita que ansío hablarle rápido o me volveré loco. Que es mañana, a las siete en punto, en la Duarte con Domínguez Charro, y que por favor no deje de ir”.

La jovencita, muy sorprendida, sin hablar nada, movió su cabeza de manera afirmativa, como diciéndole que sí, que se lo informaría. Y Carlos, muy contento, la muchacha mirándole asombrada, dio un salto y riendo se fue trotando por la calle Sánchez. La gente le observaba cual demente. Llegó a parar cuando llegó al Malecón. Allí se sentó con gran sonrisa. Su corazón le latía deprisa. Estaba sudoroso, pero muy complacido por cuanto había efectuado. Estaba con gran esperanza en que ella iría a la cita, era un motivo especial para los dos, lo presentía en lo más profundo de su ser.

Durante la noche no pudo dormir. Las horas fueron pasando lentamente, levantándose del lecho varias veces. Durante la madrugada creyó oír el enorme sonido que origina el reloj que domina el tiempo del mundo. “Fue la noche más larga de mi vida, pensé que jamás amanecería”, me indicó esa tarde en la cual por pura casualidad nos encontramos frente al río, junto a la muralla en la que yo admiraba la preciosidad de un crepúsculo y de cuando en vez el lanzamiento de una atarraya por un hombre sin camisa, descalzo, de tez cobriza, encaramado encima de solitaria roca.

Cierto, fue en aquel muro gris que conocí la interesante historia que narro aquí. Me afirmó que por fin sonó la sirena de los Bomberos anunciando las seis de la mañana, y que ahí mismo restó el tiempo faltante para la cita: 13 horas exactas. Lo consideró un lapso larguísimo para el grandioso encuentro entre él y Luisa, la amadísima joven de hermosos ojos negros, sonrisa sin igual y lindísimos carnosos labios. Me señaló que se hallaba tan emocionado reflexionando en eso, que lanzó un alegre fortísimo chillido que hizo corretear a sus familiares hacia su dormitorio, debiendo decirles una mentirita acerca de un supuesto sueño que tuvo.

Carlos me dijo que fue contando hasta los minutos para el gran instante. Habló solo. Su madre le contempló preocupada, preguntándole si le sucedía algo. Los hermanos rieron: sabían que estaba obsesionado por una joven que no le hacía caso.

Prácticamente no desayunó ni almorzó, tampoco casi cenó. Se alimentaba con la esperanza del amor de Luisa. Con cierta asiduidad su vista estaba en el reloj de pared, de modo semejante en el suyo. Dos veces se bañó y afeitó, y tres veces fueron las que cambió de parecer sobre la vestimenta que llevaría.

Y por fin la sirena aulló, anunciando las seis de la tarde de aquel domingo veraniego, hermoso, todavía azuloso, especial para tan apreciable encuentro.

Y Carlos terminó de prepararse para partir. Entonces, nervioso por el tiempo que ahora pasaba con prontitud, se puso en la camisa, el cuello, las orejas y el velludo pecho, un líquido de ciertas flores introducidas entre un perfume barato, comprado a una hechicera la cual le aseguró que no existía fémina que pudiera resistir a un enamorado si éste lo llevaba puesto, cayendo inmediatamente bajo su hechizo. No obstante, él no creía en eso, se lo puso porque se lo recomendaron unos jóvenes mujeriegos. Por eso se lo quitó con jabón, poniéndose otra camisa, pues consideró que si Luisita lo amaba no debía de hacerle trampas, eso no iba con sus principios.

Regocijado, apenas escuchando a su madre de que tuviera cuidado en la calle pues la cosa está peligrosa (incluso se le olvidó la pistola), sin cavilar ni un instante en la posibilidad de que la joven no acudiría a su invitación por razón ignorada, salió con pasos firmes hacia el lugar escogido para el majestuoso momento durante ese atardecer dominguero, día en que su amada Luisa regularmente acudía con su prima a la misa de las siete.

Faltando diez minutos para la hora indicada, Carlos llegó al sitio de la del supuesto encuentro, parándose en la intersección de las indicadas calles, junto a una antigua casa de cemento armado construida en 1915. Ojeaba para todas partes buscando la figura de su adorada, ya que la oscuridad iba envolviendo el ambiente. Se paseaba inquieto. Ni siquiera sabía qué le diría cuando la viera llegar. En eso le llegó una idea negativa, nublando su mente: ¿Y si ella no viene porque su parienta nada le dijo, ah? (“No, no puede ser, la muchacha me afirmó con su cabeza que se lo diría, yo la entendí bien”, dizque pensó). En ese instante se dio cuenta de que no tenía su arma, de que estaba desarmado en lugar peligroso. Y quiso ir a buscarla, pero el tiempo de la reunión se le venía encima, decidiendo quedarse, enfrentar la situación originada por sí mismo.

Aproveché para preguntarle: “Carlos, ¿acaso no creíste que ella no acudiría aunque su prima se lo dijera, eh?” Pero me respondió que no, que no temía tal cosa pues poseía esa honda intuición de que la joven le amaba intensamente.

La verdad es que todo aquello me intrigó. Y como ansiaba conocer el final, su desenlace, elegí no estorbarle, dejándole continuar relatándomelo. Y seguí escuchándolo con fascinante interés. Me narró que la angustia le estaba ocasionando estragos. Pensó hasta en salir huyendo si Luisa no llegaba pronto. Empero, contemplando que en su reloj pulsera ya eran las siete, mirando la calle Duarte --vía por la cual consideró vendría--, la alcanzó a ver que se aproximaba abrazada de su prima. La encontró más hermosa que nunca con ese vestido de color azulino que tenía puesto, sintiendo introducírsele una felicidad que le era imposible narrar.

Me explicó que la emoción lo embriagaba, casi lo asfixiaba, que su corazón latía con bastante rapidez. Dijo que la primita los dejó solos, después de comunicarles que vendría a buscarla a las ocho, cuando terminara la misa. Me informó que se tomaron de las manos instintivamente, mirándose con dulzura, dirigiéndose enseguida hacia el Muro de Contención, y que desde ahí, frente al río, hablaron de su amor. Se besaron y abrazaron con pasión, jurándose amarse más allá de la muerte, hechizados por un circundante agonizante crepúsculo.

--Fue como si nos conociéramos desde un largo tiempo --comentó Carlos con la vista perdida en aquel recuerdo.

Expresó que así estuvieron, dominados por un estupendo encantamiento, hasta que la primita regresó poco más de una hora, y que continuaron viéndose durante varios domingos, amándose cada vez con mayor intensidad en el mismo lugar, sucediendo que los padres de ella lo averiguaron con los acechadores que comenzaron a vigilarlos, principalmente a su persona. Y por tal motivo decidieron mandarla hacia Norteamérica, para apartarla de él, quedándose por su partida muy afligido, tan adolorido que poca cosa le faltó para que no perdiera la razón.

Relató que con regularidad iba por el lugar donde pasaron felices instantes, recordándolos con nitidez, aconteciendo en ciertas ocasiones que veía la imagen de su adorada surgiendo por la esquina, en el sitio de la primera cita. Detalló que el llanto lo envolvía, pero que a veces no podía soportarlo y lloriqueaba delante del Río Higuamo (Macoríx), comunicándome que luego de unos años (“Es algo increíble de creer”, expresó con sollozante voz), su gran y único amor, Luisa en persona, no una ilusión de su imaginación, volvió a manifestarse en el mismo lugar e igual tiempo, 7:00 PM, esa vez sola, y que se abrazaron ardientemente, llorando los dos de felicidad, y que abrazados caminaron hacia la orilla del río, amándose de manera apasionada. Supo que ella le escribía pero que su madre intervenía las mismas por un cartero borrachón que se las entregaba.

Me señaló que días después se casaron (claro, sin la participación de los familiares de ella, exceptuando la prima, parientes y amigos de ambos) y que unas semanas después partieron para Miami, viviendo allá varios años, siete, retornando al pueblo para festejar junto al río el séptimo aniversario del hijo, nacido un día siete, a las siete del atardecer del séptimo mes del año 1977.

Realmente yo quedé maravillado. En ese momento una voz infantil gritó:
--¡Papi, papi, papi!,...

Carlos ojeó su reloj, manifestándome:

--Es la hora, ahí vienen. Míralos. Ven, ven para que los conozcas.

 NOTA: Quinto cuento o relato de los cinco que concursaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís. 

                  “AQUEL JUEVES ESPECIAL DE RAMON”

Por Bernot Berry Martínez  (bloguero)

Ramón vislumbró que ese jueves era su gran día para llevar a cabo su mayor deseo en la vida: hacer el amor con Laura, la arrogante quinceañera de duros senos, ojos grises, con quien soñaba frecuentemente realizando impúdicos y escandalosos actos sexuales.

Sin embargo, su principal problema consistía en que ella no quería saber nada de él, parecía que no le gustaba, y así se lo había manifestado en varias ocasiones, sintiendo gran pena por tales rechazos.

Pero Ramón no se era nada tímido. Seguía insistiendo. También la vigilaba de forma discreta y constante desde las persianas de su habitación en la vivienda de su tía Matilde, en donde estaba residiendo desde que sus padres partieron para Norteamérica, aguardando allí la visa residencial para unirse a ellos.

Claro, Ramón temía muchísimo irse del país sin haber efectuado ninguna relación íntima con Laura. Meditaba que si lo anterior llegara a suceder le haría un enorme daño a su ego machista. Él no quería ni siquiera imaginarse que otro hiciese realidad lo que había ansiado con toda su alma.

Sí, qué triste sería su vida si no llegaba a poseerla de manera completa, como lo ansían todas las jóvenes de esa edad. Por tanto, tenía que hacer algo pronto. Claro, el tiempo se le venía encima. En cualquier momento podría llegarle la citación para el Consulado.

Y entonces, ah? Bueno, la entrevista, y varios días después el pasaje de ida a Nueva York, los abrazos, algún trabajito, el consejo de que debes estudiar inglés por el asunto ese de mejores oportunidades, etc. “No, no, yo tengo que acecharla bien hoy jueves, día en que su mamá sale a visitar amistades por la tarde, a las tres, regresando por la noche a las ocho cuando ya Laura se encuentra bañadita, esperándola con la cena para los tres, ya que el papá siempre  viene  con  la  mamá,  es algo que nunca falla, lo tengo bien comprobado”.

Ramón estaba en su cuarto, la puerta cerrada, tendido sobre la cama, contemplativo, deseando que los minutos fueran pasando, aumentándole la angustia para cuando dieran las tres, vaya, ponerse atento porque la madre de la joven ya iba saliendo y enseguida escucharía los aullidos del odiado perro al venir la joven a barrer el patio, y entonces, por las persianas casi cerradas de su habitación atisbaría con rabia al animal pegársele, olfateándola intranquilo, y ella dizque alejándolo pero riendo bajito mientras ojeaba por los alrededores, volviendo el can a insistir con más fogosidad, sonriendo Laura al empujarlo con cierta dulzura. No obstante nuevamente continuaba el cuadrúpedo insistiendo de forma constante hasta que ella lo dejaba juntársele, levantarse sobre sus patas traseras para entonces la adolescente, gozando con el persistente hocico que olfateaba su vulva y trasero, se lo llevaba para un cuartucho lleno de cachivaches que había en el patio, y dejando la puerta entrejunta se quedaba allí dentro un buen rato con el lascivo animal. Eso él lo había visto en varias ocasiones. 

Mordiéndose los labios murmuró: “Pero esta vez no, si la veo entrar ahí con ese maldito ‘vira lata’ yo, aunque tenga que fajarme con la bestia esa  entraré, entraré, no me quedaré aquí masturbándome como un loco no, de eso puedes estar seguro, te lo juro por”... Y dejó de soliloquiar porque escuchó ladridos. De inmediato se levantó del lecho y empezó a vigilar por las persianas casi cerraditas. Era ya un experto espiando con cautela. Contempló al perro nervioso, moviendo la cola, recibiendo alegremente a una Laura con pantaloncitos apretados, ‘calientes’, encontrándola más ‘buenaza’ que nunca-jamás. Miró al animal oliéndola y a ella riendo bajito y mirando hacia los lados, con seguridad buscando curiosos. El joven se estremeció al parecerle que los ojos grises de la muchacha se quedaron fijos en la aproximada cerrada ventana. La miró pasando la diestra con delicadeza por la cabeza al can, el cuello, la garganta, diciéndole algo en voz baja, agarrando sus patas delanteras cuando se irguió, besándole el hocico con cierta pasión.

--¡Es peor que una puta! --susurró enojado, los puños cerrados, haciendo gran esfuerzo por no insultarla y que todos conocieran su hipocresía de joven seria, decente, asistiendo a iglesia protestante, leyendo La Biblia junto a su madre debajo del frondoso guanábano que había en el patio.

Cierto, tal vez solamente él la conocía de manera perfecta. Por eso ansió con todas sus emociones de hombre viril, amarla íntimamente, hacerla suya antes de irse para los Estados Unidos.

En eso, atisbando que Laura se llevaba el animal hacia el cuarto de los objetos usados, respirando él profundamente, se afirmó que entraría allí sin importar cuánto le pudiera suceder, pues ya era tiempo de que esa joven conociera a un macho de verdad. Y por tal motivo, aguardó unos minutos, pues consideró que eran indispensables para efectuar su acción. Entonces salió sigilosamente de la habitación, y notando que ningún vecino estaba por la cercanía, semejante a un felino brincó la cerca separadora de ambas viviendas. Decidido a todo, la sangre golpeando los laterales de su frente, abrió la puerta sin asombrarse por lo encontrado.

Aunque el perro lo percibió no pudo reaccionar a consecuencia de la rápida actuación de Ramón, quien sujetándolo por el collar lo lanzó con bríos hacia el patio, rodando como pelota, cerrando con prontitud con cerrojo la entrada, quedándose la bestia mordiendo, arañando, ladrando furiosamente la puerta.

Él, embelesado con esa encantadora manceba con la cual tantas veces soñó, no se asombró mucho al encontrarla encima de un viejo colchón en el suelo, el pantaloncito a su vera, las piernas abiertas, desnuda desde la cintura para abajo, sonreída, sus brazos levantados hacia el joven, los labios suplicantes, exigiéndole de forma lasciva que la hiciera suya, que la penetrara de modo profundo. Y Ramón, sin tiempo que perder, despojándose de sus pantalones, se lanzó sobre una complaciente Laura, y el canto de la tarde se llenó de gozosos y amorosos sonidos por varias horas, haciendo que todo aquel ambiente se hiciera un incomparable encantamiento. 

Dos días después a Ramón le llegó la cita para el Consulado. Y en varios otros el joven partió  contentísimo para Nueva York a reunirse con sus padres.
¿Y qué pasó con la adolescente Laura? Bueno, que quedó embarazada y por más diligencias que hicieron para que Ramón cumpliera con la responsabilidad para con su hijo, nada se logró. Laura se vio obligada a criar sola a su vástago, a veces ayudada por su mamá y parientes cercanos, convirtiéndose en madre soltera con grandes resentimientos hacia los hombres.
    
¿Y Ramón? Él desapareció entre las noches neoyorquinas.


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