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domingo, 22 de marzo de 2015

El lacayo. Escrito por: José E. Flete-Morillo.

El lacayo

Escrito por: José E. Flete-Morillo.-

REPUBLICA DOMINICANA.- Hay una diferencia muy grande entre el lambón y el lacayo. El primero es producto de la necesidad; la miseria le ha doblegado de tal forma que su espíritu subyace bajo cualquier necesidad arrojando al abismo todo sentido de dignidad y amor propio; los años de hambruna desmedida desprovistos de orientación ciudadana y de cualquier dejo de orgullo, después de obtener un leve respiro económico, han desarrollado en él un temor al desacierto; así que, temiendo volver al pasado se valen de la lisonja, el tumbapolvismo y el caliezaje sin importar el escenario ni quienes sean los perjudicados. Hay que aclarar que esta actitud el lambón es privativa de quienes carecen de formación alguna de la que pudieran asirse cuando la miseria pasada, o tan siquiera u celaje, amenaza con visitarles. Me atrevo a decir que el lambón es así al margen de la conciencia, no lo planifica; es algo espontáneo que emerge de lo más adentro de su ser cuando su sentido de supervivencia se alerta.

La personalidad del lacayo es muy típica; es fácil de percibir, todos nos percatamos de su presencia pues se anuncia sola; se le puede advertir no porque se describe como tal o emite algún ruido sino porque deja el rastro por doquier que se habla de desgracia moral, arribismo, extorción o servilismo rampante. Su contextura moral está tan corrompida que, a leguas, su pestilencia provoca deseos de vomitar. Hay cierta similitud entre él y la babosa (con el perdón de ésta): la segunda deja el rastro de la secreción, el primero deja la sensación de haber fastidiado la existencia de los demás.

Hay otra característica que hace distar al lacayo del lambón: el primero medra en pro de su beneficio sin la intensión de perjudicar a otros, de suceder así es por pura gravedad, porque sus acciones tienen como resultado obligatorio el perjuicio, resultado que no lamenta porque no lo planificó así; simplemente sucedió y punto. El lacayo, por el contrario, planifica joderle la vida a los demás porque entiende que con ello puede lograr algo, no sabe qué pero entiende que sus acciones, de no ser en el presente, tendrán  resultados en el futuro.

El servilismo es su doctrina. Se alía a todo aquél que ostenta alguna posición de mando sin importar su contexto; sin que el linajudo se lo pida se pone a su disposición para todo lo que necesite; hay momentos en que su servilismo es exacerbado, contexto en que, para llamar la atención y convencer de su adocenamiento a quien es objeto de su abyección, llega al colmo de su proceder haciendo las veces de proxeneta sin considerar a sus hijas, esposa o madre (en caso de ser hombres). Los espacios políticos y las empresas de particulares están infestado de este tipo de personas quienes por alcanzar un "puestecito" ofertan hasta a su madre si es posible cuando el "mandamás" busca la forma de calmar su lívido insaciable.  En otras ocasiones, despoja hasta a sus hijos de sus bienes para congraciarse con alguien que le demande "lealtad"; los amigos llevan la peor parte, sus vidas adquieren un sentido insulso pues aquél es capaz de "volarle la tapa de los sesos" ante la mirada de sus "amos".


Ninguna de sus acciones son al margen de la conciencia; lo que hace es de pleno conocimiento y muy bien planificadas; tan bajo ha caído su sentido moral de las cosas que el remordimiento ha sido entumecido haciendo de su conciencia un mero instrumento para "adular". Nada es circunstancia; sabe perfectamente que hace mal y eso es suficiente; el dolor ajeno le sabe a poco; su deseo de brillar en la constelación equivocada apaga cualquier asomo de pulcritud.

Ni si quiera su madre se salva. Y cuando digo esto lo hago utilizando el referente de conmoción más sublime que puede existir para ser humano alguno; y decir que ni su madre se salva, como lo he prescrito, es decir que con el lacayo todo está irremediablemente jodido; no hay referente que lo conmueva, no tiene ninguna imagen que lo enternezca; no hay nada que lo haga recapacitar. Jack Veneno, por ejemplo, entendía en toda su dimensión el sentido que tenía el referente materno; por eso, cuando juraba por su madre "Doña Tatica" que haría pagar "bien caro" a "Relámpago Hernández" su maldad, todos quedábamos convencidos de que el archi enemigo de nuestro héroe estaba irremisiblemente acabado; el juramento del luchador nos llenaba de paz ante nuestro deseo de venganza pues al usar a su madre como referente estampaba con ello la garantía y cumplimiento de una promesa. Ahora bien, decir que ni la madre del lacayo está a salvo deja bien claro de que nada bueno se puede esperar.

El lacayo es por un actor antonomasia. Finge humildad, llora con los desvalidos y el más devoto que cualquier religioso; pero, como dije al principio de este párrafo, es un farsante; porque todo esto lo hace con miras de alimentar un ego fracasado; "ego fracasado" porque está tan obstinado en pertenecer a una claque a la que no corresponde que se ha olvidado totalmente de quién es y de donde viene. Está tan convencido de su papel que, olvidándose de su status incurre en la más vergonzosa de las estupideces. "Baila en todas las fiestas sin que se le invite a ninguna"; engreimiento le hace pensar que es bien amado cuando en verdad todos, a su presencia, preferirían la compañía del más sarnoso de los perros".

Valerse de cualquier animal para describir la personalidad del lacayo es agredir ostensiblemente la imagen del primero. Cualquier animal, por temible o asqueroso que sea, puede remitir a cualquier sentido de benevolencia; la naturaleza ha enseñado que los seres vivos poseen cualidades que pueden ser utilizadas como referentes en caso de una explicación moral en su grado positivo. Pero el lacayo es tan bajo que se hace difícil encontrar en aquellos comparación alguna.

Sin embargo, a modo de imprudencia y desconsideración de mi parte, haré uso de la imagen de las garrapatas; estos parásitos, ante los cuales me disculpo, tienen la particularidad de que, además de drenar a los huéspedes, secreta una sustancia que puede matar paulatinamente al huésped que lo aloja y, después que ha culminado su trabajo, lo abandona, toda henchida de placer, buscando un lugar donde, protegida, pueda digerir su "comida". El lacayo es parecido; es paciente, muy paciente, y esta pasividad le sirve de camuflaje ante cualquier posibilidad de ser descubierto; mira con ojos "enternecido", cuando saludo lo hace con ambas manos como pretendiendo convencer de un maldito afecto que no tiene y habla musitadamente, aparentando educación y civismo (en realidad es peor que un patán); es un ente despreciable que quien llega a conocerlo a profundidad experimenta en el más vívido tono la peor sensación de nausea que alguien haya tenido. Su sonrisa es puro rictus de maldad.

En su diccionario, eso de bondad, amistad, lealtad, empatía por el bien común, justicia y respeto por el derecho de los demás, son palabas desfasadas que su magister en depravación ha erradicado en su inventario colocando en su lugar su deseo de pertenecer a un lugar donde no pasa de ser un jodido peón que se utiliza para proteger la vida de la realeza. En cuanto a esto último, él sabe que es un don nadie; sabe que, por más fortuna que su retorcido proceder le haya granjeado, no pasa de ser un don nadie. Pero a él no le importa pues dice, con toda propiedad, que "es mejor estar arriba con presión que abajo y con depresión".

El lacayo es de la estirpe del lambón, con la diferencia de que se alardea de "sangre azul" y se alardea de una inteligencia que no tiene, a pesar de que la aparenta. Algo más de lo que se diferencia del "lambón" es que presume de político y se cree que semejante escenario es por antonomasia su hábitat natural. Y, precisamente, es el escenario político donde más evidencia su personalidad retorcida puesto que el mismo es terreno fértil pues allí toda acción es posible desde la más noble hasta la más vil; porque la sed de poder, sobre todo cuando raya en lo colosal, admite en su haber hasta lo más nauseabundo en pro de la perpetuidad. 

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