Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
NOTA: Con los siguientes Cinco extraños cuentos o relatos, el autor participó en un concurso literario celebrado hace poco en el Ayuntamiento Municipal de San Pedro de Macorís. Por supuesto no gané ninguno de los tres primeros premios. Pero pa’lante, soy como soy.
Lo cierto es que no deseaba participar pues no me hallo bien de salud, además porque conozco las intrínsecas laberínticas que tienen tales concursos en donde hay dinero para los ganadores.
Eran tres premios para el primero, segundo y tercero. Triunfaron los que consideró el Jurado. No puedo emitir mi opinión sobre los mismos a consecuencia de que no los he leído y tampoco soy crítico literario. Empero quisiera leerlos para considerar si están a la altura de merecerlos. Aguardo hacerlo. Los busco con cierto interés pero no los he podido conseguir. Tal vez con esta publicación pueda obtenerlos. Así lo espero.
En mí no existe rencor hacia el Jurado porque ni siquiera los conozco. Ahora existen personas que se leen unos cuantos libros o ciertas críticas y ya se consideran expertos en la materia. Pero también se halla la politiquería, la cual sí posee un gran peso en la toma de las decisiones.
Para buenos escritores entre el cuento y el relato hay muy pocas diferencias. Para otros autores no las tienen. Y existen opiniones de que el relato se encuentra entre el cuento y la novela. Hay numerosos cuentos que son confundidos con el relato. Una pequeña diferencia se halla en que diversos relatos tienen ciertos detalles de sucesos acontecidos en la vida real, algo que no debe suceder en el cuento el cual debe poseer sólo ficción. Pero ya la realidad le ha pasado a la ficción. No se sabe qué es ficción y qué es realidad.
Por eso considero que existen relatos de la vida real y otros que son ficticios. Para mí, el llamado “Cuento de Navidad” del maestro don Juan Bosch es un relato largo, jamás un cuento. Y así hay muchos otros, incluso de Macorís que no voy a enumerar para no alargar este trabajo.
Sé por experiencia propia que donde se encuentra la política lo sucio se mueve. No existe algo más hediondo que ella, pues esos politiqueros que la dirigen la han corrompido. Por eso la gente decente no quiere nada con la política, le huye “como el diablo a la cruz”, según un refrán popular.
He escrito bastante sobre diversos géneros literarios, incluyendo historia. Varios los he publicado con mucha dificultad; otros se hallan inéditos, esperando que el tiempo me venza para que jamás vean la luz de ser editados.
Sin embargo, lo que nadie puede afirmar --si alguien lo dice es una calumnia inmensa-- que he copiado o bajado del Internet algún antiguo cuento o poesía que están olvidados en un remoto pasado.
A continuación el primero de los cinco extraños cuentos o relatos:
"A LAS SIETE Y MEDIA EN PUNTO"
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Aconteció en aquel tiempo en el cual regularmente un grupo de jóvenes nos juntábamos durante la noche, en lapso aproximado de siete a diez a jugar 'Dominó' y 'Tablero' ante una casa de un servicial y jovial señor. En esos juegos, aparte de las ciertas inevitables diminutas discusiones originadas entre quienes perdían, el conjunto se llevaba bien y nos ayudábamos en los problemas de la vida.
Claro, había cierta condición impuesta por la señora del señor para que nos reuniéramos allí, y era la prohibición de ingerir bebidas alcohólicas y que no gritáramos palabrotas. Eso lo cumplíamos casi de forma cabal, principalmente en lo relacionado al alcohol.
Pasaban las noches y nosotros nos entreteníamos con esos juegos a la vez que con estoicismo nos enfrentábamos a la dura lucha por nuestra existencia. Fue entonces que cierta noche, a eso de las 7 y media, súbitamente se apareció por el lugar un individuo robusto, de unos 35 años, tez colorada, para todos un desconocido total, quien con lentitud, sin saludar, se acercó y en silencio se puso a observar con mucho interés a los dos compañeros que en aquel momento se enfrentaban en el 'Tablero'.
Los que aguardábamos sentados en un banco de madera a que se levantaran los perdedores en ambos juegos para ocupar sus sitios, contemplamos al recién llegado con cierta cautela pues eran tiempos dificilísimos que vivía la juventud durante los terribles doce años del balaguerato (1966-1978), en los cuales el caliesaje era el pan de cada día, igualmente los allanamientos, asesinatos, desapariciones, angustias grandes en los padres. En fin, los jóvenes nos hallábamos ante una situación altamente peligrosa y depresiva. Desconfiábamos de cualquier sujeto no conocido por todos. Por tanto, ese tipo nos causó una honda preocupación, sucediendo que un gran silencio se fue apoderando del contorno mientras varios de nosotros nos preguntábamos con las miradas sobre quién era ese personaje.
De inmediato nadie habló. Estuvimos callados, ojeando de cuando en vez al desconocido, el cual tampoco conversó nada en tanto se mantuvo mirando las distintas 'manos' de 'Tablero' durante el tiempo en que nos fuimos: 10:30. Mientras caminábamos para nuestras casas lo vimos quedarse contemplando al dueño de la vivienda entrando sillas, mesas, bancos, (siempre lo ayudábamos, pero en aquella ocasión nos largamos pronto). Al otro día supimos con el señor que el individuo nada le dijo. Conocimos que ni siquiera le contestó las buenas noches cuando cerraba la puerta de su morada.
La verdad fue que ese sujeto nos intrigó. Varios aconsejaron que estaban vigilándonos y que lo mejor era dejar esas reuniones por un tiempo. No obstante otros consideramos que si lo hiciéramos podría ponerse peor ya que los chivatos podrían considerar que efectivamente allí se "conspiraba contra el gobierno".
¿Qué hacer?, fue la interrogante que nos hicimos en el patio de la casa donde vivía Manuel, un tremendo jugador de 'Dominó' y 'Tablero', ganando siempre, nunca perdía, era un real campeón, el más joven de todos, no más de 23 años.
Acordamos por mayoría seguir yendo y continuar con los juegos. Eso se lo contamos al dueño, quien lo aceptó complacido, diciéndonos que quizás el sujeto no era ningún chivato, sino un pobre infeliz que por pura casualidad se apareció esa noche para atenuar su soledad. Nos afirmó además: "Vean muchachones, es probable que jamás lo volvamos a ver", y sonrió con aquella característica suya de persona madura, experimentada, sin malicia, sociable, trayendo cierta tranquilidad a nuestros briosos corazones.
Y comenzamos a jugar. Y aunque estábamos inquietos (‘chivos’), atisbábamos hacia los lados buscando al posible desconocido y de otros que tal vez podrían hallarse vigilándonos. Pero a nadie extraño vimos. Todo se encontraba normal. Por eso nos fuimos calmando, adentrándonos pausadamente en nuestra principal distracción. Y cuando nos hallábamos de lleno en nuestra afición, sorpresivamente advertimos que a las siete y media en punto el mismo hombre apareció frente a nosotros, y sin saludar, altanero, se puso esta vez a contemplar las jugadas de 'Dominó'.
Está claro que nos pusimos más intranquilos que la noche anterior. Empero, esta vez no nos quedamos callados: hablamos, reímos, atacábamos a quienes perdían, alabando a los ganadores, principalmente al campeón Manuel. Sin embargo, no había sinceridad en nuestros actos pues el desconocido nos tenía altamente preocupado.
El dueño de la vivienda, quizá buscando intimidarse con aquel raro sujeto le cuestionó si vivía por las cercanías. Pero aquel hombre lo miró con seriedad por unos segundos. Creímos que no le respondería, empero, con voz grave, como si hubiera salido debajo de la calle no asfaltada, dijo: "¡Vivo por ahí!". Y nadie volvió a preguntarle nada. Y de igual modo pasaron varias noches: el tipo llegaba puntualmente a las siete y media, se quedaba tranquilo mirando uno de los juegos, se iba cuando finalizábamos, retornando exactamente a la misma hora, sin importar mal tiempo ya que cuando llovía entrábamos a la morada.
Realmente ese individuo nos mantenía turbado. Él ni siquiera se sentaba, quedándose levantado en el tiempo que duraba allí. Tampoco jugaba. Solamente contemplaba con atención las fichas del 'Dominó' y el 'Tablero' en las movidas que hacíamos. Y de esa manera pasaron unas tres semanas. Entonces, en una pesadumbre noche, sin nada él decir, se sentó a jugar 'Tablero' con uno de los jóvenes a quien todos le ganábamos.
Al verlo entretenido empujando fichas, absorto en cuanto efectuaba, decidimos acercarnos para verlo en acción. La gran verdad fue que le dio una pela al amigo. Y asimismo con todos nosotros, hasta que le tocó el turno a Manuel, nuestro campeón, ganándole también con increíble facilidad. Todos nos hallábamos muy asombrados. Y tratamos de que jugara 'Dominó'. Y él, callado como siempre, levantó el índice y señaló uno contra otro, sin frente. Y así lo hicimos. E igualmente nos venció, incluyendo a Manuel. No perdió una 'mano'. Enseguida, aquel extraño, sin hablar una palabra, los ojos brillantes de felicidad, con tenue sonrisa se levantó, y sin despedirse, inflado por el orgullo que manifiesta el ganador, lentamente se fue andando. Nuestras miradas lo persiguieron hasta que lo avistamos perderse entre la sombría callejuela.
Desde esa ocasión no volvimos a verlo. Y otra cosa, sucedió que varias noches después, quizá por la frustración que se apoderó de nosotros, todos fuimos perdiendo interés por tales juegos, aconteciendo que definitivamente los dejamos y jamás hemos vuelto a practicarlos.
¡Todavía nos interrogamos de cuando en vez sobre quién era aquel sujeto de las siete y media en punto!
NOTA: 2do cuento o relato que de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís
‘AQUEL RARO PEQUEÑO CAN’
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Acontecen cosas tan extrañas, esencialmente a unos más que a otros, como el que voy a contarles, que de seguro ustedes se asombraran.
Me sucedió años atrás con un raro perrito que repentinamente se apareció por el faro de playa de muertos, cuando absorto contemplaba la belleza de un atardecer.
Quiero aclarar que en aquel tiempo por ese contorno no existían las viviendas como las hay actualmente. Era un lugar solitario, con muchas matas de uvas playeras y numerosos cocoteros.
Cierto, recuerdo que ese animalito era totalmente negro, con ojos amarillentos, rabo corto, y extremadamente juguetón. ¿De dónde había salido pues de manera súbita lo vi a mi lado, contemplándome mientras meneaba el rabito, el hocico abierto, con sus patitas delanteras levantadas? Dicha interrogante me la he hecho bastante veces y a nada he llegado que no sea la desilusión por descifrar lo ignorado, mejor dicho por no comprenderlo.
Me acuerdo que el perrito ladraba y daba graciosos saltitos cuando le gritaba: “ey, ey, negrito, ¿cómo estás, cómo estás”?
A consecuencia que lo noté limpio, sin mal hedor, traté de acariciar su lomo y su hociquillo. Sin embargo no se dejó. Traté varias veces en hacerlo, pero él reculaba con rapidez para que no lo hiciera, volviendo a aproximarse cuando intuía (eso siempre lo he sospechado) que otra vez no intentaría tocarlo.
Realmente, por su modo de actuar, parecía un infante humano de esos que les encanta ser juguetón pero que no lo toquen.
Durante unos 30 minutos disfruté con sus brinquitos y ladridos, olvidándome del moribundo crepúsculo, el cual con un derroche majestuoso de rojizo colorido se despedía de los macorisanos. Entonces, como la oscuridad se iba apoderando de la región y tenía que retornar al pueblo, realicé un último y desesperado esfuerzo por agarrarlo, pues grandes eran las ansias que poseía por acariciarlo, sentir la suavidad de su pelaje, lo tibio de su cuerpo.
Empero, el pequeño perrito tampoco se dejó. Y a consecuencia de que me le fui detrás chillándole “negrito ven acá, no te haré daño, ven, ven”, él se alejó deprisa, introduciéndose entre la maleza, y aunque continué buscándolo un buen rato, incluso llamándolo, no apareció.
Sentí una gran desilusión.
Un inmenso silencio rodeó el contorno, estremeciéndome.
En aquel entonces yo poseía una bicicleta y me alejaba de la ciudad a leer, poder meditar mejor, buscar tranquilidad emocional. Era el tiempo en que luchaba por dejar el horrible hábito de fumar cigarrillos, ese vicio maldito del tabaquismo que tanto daño produce a la salud como a la Naturaleza.
Pues bien, debido a que el perrito no aparecía opté por irme. Agarré la bicicleta y me fui andando con ella. Cuando ya estaba llegando al caminito que pasaba por la playa, casi bajando de la costa, escuché unos ladridos próximos a mí, haciéndome detener, mirar hacia atrás y encontrarme sorpresivamente con el ‘negrito’. De verdad que me alegré al verlo. Sonreí al verlo que se hallaba con sus patas delanteras levantadas, meneando su rabito, la boquita abierta, sus ojos amarillentos brillando en la penumbra.
Me puse muy contento al mirarlo en esa forma. Y de nuevo volví a sonreír, esta vez de forma profunda, con mucha satisfacción. En eso, mientras gozoso contemplaba su graciosa demostración de cariño, me regresaron los anhelos por tocarlo, de percibir su pelaje entre mis dedos. Estaba a menos de dos metros de él. Pensé que tal vez se dejaría palpar, incluso acariciar, y que podría llevarlo conmigo para que tuviera el calor de un hogar.
La bicicleta dejé en el suelo. El animalito no se inmutó. Cautamente di un paso adelante.
Me fui agachando con suma lentitud. Sus ojos se encontraban fijos en los míos. Tuve la sensación de que su mirada era poderosa, tal vez fuera de esta dimensión. De inmediato sentí que una fuerza misteriosa se introducía en mi interior trayéndome enorme quietud. Prácticamente quedé inmovilizado. Entonces fue que me la ofreció, amigos, y por la misma estoy recordando todo esto, ya que de cuando en vez me viene a la memoria lo que el perrito hizo para enseguida ir retrocediendo lentamente, desapareciendo en la oscuridad.
Cierto, como por encanto se fue de mí la inmovilidad. Y con desespero creciente lo busqué un rato por los alrededores sin resultado positivo, como tampoco apareció en los siguientes días que anhelante por verlo estuve rebuscándolo por aquel sector cerca del mar.
Caramba, pasan cosas muy extrañas en el mundo. Es por eso que en estos instantes me acuerdo una vez más del bello obsequio suyo antes de esfumarse de mi asombrada vista para siempre:
¡Una hermosa sonrisa humana!
Tercer cuento o relato de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.
“AQUEL ROMANTICO QUE SE PERDIO EN EL TIEMPO”
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Sí, él conocía que fueron pasando muchos años de llevar encima de su conciencia aquellas terribles equivocaciones que ansiaba contar, darlas a conocer para salir de ese peso que con seguridad tanto ellas le molestaban aunque se mantenían arrinconadas en algún lugar profundo de su memoria. Y tal vez por eso fue que me escogió para que las relatara, sin importarle que fueran graves ciertos asuntos que con seguridad a toda persona, de una u otra manera, nos ha sucedido. Y no que los mismos eran políticos, tampoco de bravura hombruna en esta sociedad considerada en aquel entonces y en la actualidad muy machista.
No, nuestro amigo --quien partió hace poco hacia lo desconocido--, sin ruborizarme me narró el haberse enamorado de jóvenes de una clase más alta a la suya. Me expresó que después reconoció que fue un lamentable error de su parte, ya que las clases sociales, en cualquier parte del mundo, andan juntas, vuelan en la misma bandada, esencialmente cuando las jóvenes se hallan dirigidas por soberbias madres que anhelan lo mejor para sus hijas, cuidándolas de forma espartana. Además me afirmó que poseían toda la razón: ellas buscan el bienestar para sus queridas descendientes, jamás lo contrario.
Me relató que aunque luchó con tenacidad por ganar sus amores, a veces algo demencial, las madres ideaban la forma correcta de mantener la mar tranquila cuando percibían que las aguas se agitaban alrededor de sus hijas, pudiéndose ser que éstas llegaran a quererlo un poco, pero que las llamas del amor no llegaron a crecer porque sus progenitoras las extinguieron a tiempo, ayudadas por seres con rencor hacia él, ya que Macorís es considerado como un pueblo de sujetos cobardes que les encanta dar zancadillas.
Realmente las madres ganaron aquellas guerras sin cuartel y duraderas. Obtuvieron para sus hijas cuanto soñaron: buenos estudios, matrimonios, nietos, etc., pero jamás lograron su felicidad, así lo consideró ya que fracasaron en sus matrimonios. Hoy se hallan divorciadas, son madres solteras, amargadas, sin esperanzas, y nosotros estamos más o menos como en aquel triste ayer en el cual el desamor por poco acaba con nuestra existencia.
Me aseguró que actualmente esta sociedad no es como la de antes. Ha cambiado una barbaridad. Hoy todo es más fácil en cuestiones del amor, sexo, parrandas, etc. Las jóvenes no respetan a nadie. Amanecen con cualquiera en cualquier burdel barato. Ya nada es como en el pasado. Las drogas han vencido a las tristes madres que anhelaban ver felices a sus hijas. Y no me alegro por eso. Al contrario, me siento en parte culpable de pertenecer a una generación frustrada por culpa de aquel infame Golpe de Estado a don Juan Bosch.
¡Cierto, mil veces malditos sean quienes lo hicieron!
Me aclaró que cuando estuvo en la Marina de Guerra, hallándose en la Planta de Transmisores en Maimón, más allá de Villa Duarte, hubo una joven, hija menor de un Capitán de la misma institución quienes vivían por dicho sector.
Me indicó que ella le llegó a lo más íntimo, que lo saludaba con mucho entusiasmo cuando pasaba en el carrito verde de su progenitor con sus hermanas para la escuela.
Me dijo que conversaban por teléfono casi todos los días.
El padre era muy liberal, algo muy distinto a Macorís en donde los cocolos, árabes, alemanes, italianos, etc., educaban a sus vástagos con una educación acerada: a puro golpes.
Era un pueblo de fascistas. Es terrible y chismoso, tal vez el más peligroso de este país por los chivatos que tiene desde que Trujillo lo llenó con gente de San Cristóbal, los principales protectores de su régimen.
Empero, me expresó que volviendo a la inolvidable joven de Maimón, aconteció que obtuvo un par de días de licencia para venir a Macorís. Realmente deseaba hacerlo, ver a sus padres, esencialmente a su querido papá que estaba enfermo del corazón, internado en el hospital San Antonio. Por eso le informó a un estúpido sargento segundo (luego supo que pertenecía al SIM) que iba a su pueblo a ver a su padre delicado de salud y que si la joven con la cual hablaba por teléfono le llamaba que le hiciera el favor de informarle cuanto le contó sobre su viaje.
Con los ojos sumamente tristes, llorosos, me señaló que sucedió que la joven llamó y el sargento se destapó a contarle disparates, grandes mentiras, de que tenía novia en Macorís, mujeres por funda, que lo de su padre enfermo era un cuento y muchas cosas más.
Me afirmó que al regresar el sargento le narró que ella había llamado y hablaron un buen rato, y que temeroso por cuanto le hubiese dicho, enseguida la llamó para explicarle y saber la verdad del diálogo que ambos tuvieron.
Me informó que ella no quiso dialogar con él, y que otras veces la llamó, sucediendo lo mismo: la joven estaba muy adolorida con su persona y no quiso hablarle.
Por más que lo intentó en los días siguientes no consiguió nada. Por eso fue a su morada pero ella no quiso verlo.
Me expresó con gran pesar que cruzaba con su padres y hermanas en el carrito verde y viraba el rostro, dándole a entender que no quería nada consigo. Y así fue. Todo se derrumbó por culpa de cuanto le manifestó ese charlatán sargento, creyendo tal vez que le hacía un favor si le daba celos. Ese superior a él jamás pudo imaginarse que todas las féminas no son iguales, como tampoco los hombres.
Mi amigo era un enorme romántico. Y personas como él sufren lo indecible por lograr el amor de alguna fémina, lo contrario a tipos sin pudor y honor.
Me contó que con cierta regularidad piensa en la joven del carrito verde. “Pero todo eso pasó, eran otros tiempos, y que siempre había anhelado con sinceridad que ella fuera muy feliz, una profesional, con buen esposo, hijos, nietos”.
Se interrogó por último, con su mirada perdida en el cosmos: --¿Estará aún viva?
Cuarto cuento o relato de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.
“EL SITIO DONDE SUCEDIO”
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Existen sucesos que escapan a nuestra forma de razonar. Dicen que son fenómenos paranormales a los cuales no se les encuentra una explicación lógica.
Y eso es cierto, ya que he conocido algunas de esas extrañas manifestaciones. Empero, narraré una de la cual fui testigo que le aconteció a un amigo mío. Él me contó --a quien llamaré Carlos--, que el asunto comenzó hace tiempo, cuando él tenía poco más de 20 años y perdidamente se enamoró de una joven de 17, estudiante de un colegio católico. Su esencial problema consistía en que ambos pertenecían a clases sociales diferentes y el amigo no podía aproximarse a ella fácilmente para tratar de ganar su amor. Además, él era algo introvertido, lo cual contribuía en aumentarle su dificultad amorosa.
Carlos, impotente, temiendo ser rechazado con fuertes epítetos como en distintas ocasiones, observaba cruzar a su adorada cuando salía en las tardes de la escuela, siempre protegida por familiares y amistades. Nunca iba sola. Con seguridad era una orden de su madre. Y él la perseguía con su mirada hasta perderse lejos, absorbida entre el rojizo y bello crepúsculo veraniego de aquellos tiempos. Pero otras veces no se quedaba solamente contemplándola, sino que seguía al grupito desde prudente distancia, soportando con firmeza las risitas y señalamientos de las estudiantes al advertir su presencia.
La progenitora de su gran amor le llamó la atención duramente, afirmándole que se pusiera en su puesto y procurara muchachas de su clase. Sin embargo, él era perseverante, esto lo había aprendido de su progenitor-- un esotérico incomprendido--, enseñándole a no renunciar con prontitud a cualquier ideal, continuando combatiendo con ecuanimidad, sin desesperarse, pues al final podía llegar a contemplar el sin igual arco iris, al cual sólo tienen derecho a otear los virtuosos guerreros que están protegidos por los dioses.
En una oportunidad, en tanto esperaba verla pasar con sus protegidos por el otro lado de la vía, miró aparecer al padre de su venerada con un bate de béisbol sobre el hombro. Venía andando en la misma calzada en la cual se hallaba él parado, junto a la pared de una vieja casa. De inmediato el ambiente se puso muy tenso: fue un instante de salir huyendo o quedarse sin importar consecuencia. Empero, el joven era sereno, izquierdista, bien entrenado, participante en la Insurrección de Abril de 1965, andando regularmente con una oculta pistola ‘32 entre su cinturón cubierta con la camisa que siempre usaba por fuera, teniéndola ‘sobada’ con el seguro puesto (esta narración sucedió durante los horribles doce años de la Era de Balaguer, régimen que asesinó a miles de jóvenes de la izquierda revolucionaria).
Y él optó por quedarse en el mismo lugar. Le quitó discretamente el seguro al arma, colocando su diestra cerquita de la culata, casi rozándola. Así aguardó al individuo, un arrogante tipo cuyo padre fue un insignificante calié trujillista, robador de terrenos, cuatrero, verdadero azote de un cercano ingenio azucarero. No obstante, el sujeto pasó a su vera sin contemplarle, no efectuando ningún movimiento de agresión…
Carlos lo percibió nervioso, asustado. Además, notó que apuraba su caminar, manteniendo el bate sobre el hombro derecho. El joven, sin quitarle la vista, intuyó que el sujeto se hallaba ansioso por alejarse pronto de allí.
Ahora bien, ¿quiso ese individuo asustarlo para que saliera huyendo y ellos se rieran después, haciendo sus comentarios entre sus amigotes? ¿Acaso fue una idea de la madre con ese propósito? Esto era muy probable, pues el sujeto nunca le había dicho nada. Eso sólo lo conocerían ambos. Cuanto sí era cierto es que esa tarde el destino o lo que sea evitó una horrible tragedia en Macorís, en el mismo centro del pueblo, ya que con seguridad el joven le hubiera dado varios certeros balazos en pleno pecho si trataba de hacer cualquier intento de agresión con el bate.
Lo cierto es que Carlos gozaba con su tristeza cuando ella cruzaba por el otro lado --siempre escoltada como si fuera una princesa de la engreída monarquía española--, pues intuía que la chica le contemplaba con afectos, dulcemente, lo que le daba cierta animosidad esperanzadora para proseguir con su silente y conocido enamoramiento.
Fue un sabatino atardecer que sorpresivamente él se encontró con una primita de su adorada, quien se hallaba al corriente de todo y ambas se llevaban bien. Con regularidad andaban juntas. Y Carlos, aprovechando la casualidad que se le presentó (“el destino me la puso ahí”, me afirmó), armado con ese valor que poseen los enamorados, se le acercó y le expresó: “Eh, perdóneme, pero hágame el gran favor de decirle a Luisita que ansío hablarle rápido o me volveré loco. Que es mañana, a las siete en punto, en la Duarte con Domínguez Charro, y que por favor no deje de ir”.
La jovencita, muy sorprendida, sin hablar nada, movió su cabeza de manera afirmativa, como diciéndole que sí, que se lo informaría. Y Carlos, muy contento, la muchacha mirándole asombrada, dio un salto y riendo se fue trotando por la calle Sánchez. La gente le observaba cual demente. Llegó a parar cuando llegó al Malecón. Allí se sentó con gran sonrisa. Su corazón le latía deprisa. Estaba sudoroso, pero muy complacido por cuanto había efectuado. Estaba con gran esperanza en que ella iría a la cita, era un motivo especial para los dos, lo presentía en lo más profundo de su ser.
Durante la noche no pudo dormir. Las horas fueron pasando lentamente, levantándose del lecho varias veces. Durante la madrugada creyó oír el enorme sonido que origina el reloj que domina el tiempo del mundo. “Fue la noche más larga de mi vida, pensé que jamás amanecería”, me indicó esa tarde en la cual por pura casualidad nos encontramos frente al río, junto a la muralla en la que yo admiraba la preciosidad de un crepúsculo y de cuando en vez el lanzamiento de una atarraya por un hombre sin camisa, descalzo, de tez cobriza, encaramado encima de solitaria roca.
Cierto, fue en aquel muro gris que conocí la interesante historia que narro aquí. Me afirmó que por fin sonó la sirena de los Bomberos anunciando las seis de la mañana, y que ahí mismo restó el tiempo faltante para la cita: 13 horas exactas. Lo consideró un lapso larguísimo para el grandioso encuentro entre él y Luisa, la amadísima joven de hermosos ojos negros, sonrisa sin igual y lindísimos carnosos labios. Me señaló que se hallaba tan emocionado reflexionando en eso, que lanzó un alegre fortísimo chillido que hizo corretear a sus familiares hacia su dormitorio, debiendo decirles una mentirita acerca de un supuesto sueño que tuvo.
Carlos me dijo que fue contando hasta los minutos para el gran instante. Habló solo. Su madre le contempló preocupada, preguntándole si le sucedía algo. Los hermanos rieron: sabían que estaba obsesionado por una joven que no le hacía caso.
Prácticamente no desayunó ni almorzó, tampoco casi cenó. Se alimentaba con la esperanza del amor de Luisa. Con cierta asiduidad su vista estaba en el reloj de pared, de modo semejante en el suyo. Dos veces se bañó y afeitó, y tres veces fueron las que cambió de parecer sobre la vestimenta que llevaría.
Y por fin la sirena aulló, anunciando las seis de la tarde de aquel domingo veraniego, hermoso, todavía azuloso, especial para tan apreciable encuentro.
Y Carlos terminó de prepararse para partir. Entonces, nervioso por el tiempo que ahora pasaba con prontitud, se puso en la camisa, el cuello, las orejas y el velludo pecho, un líquido de ciertas flores introducidas entre un perfume barato, comprado a una hechicera la cual le aseguró que no existía fémina que pudiera resistir a un enamorado si éste lo llevaba puesto, cayendo inmediatamente bajo su hechizo. No obstante, él no creía en eso, se lo puso porque se lo recomendaron unos jóvenes mujeriegos. Por eso se lo quitó con jabón, poniéndose otra camisa, pues consideró que si Luisita lo amaba no debía de hacerle trampas, eso no iba con sus principios.
Regocijado, apenas escuchando a su madre de que tuviera cuidado en la calle pues la cosa está peligrosa (incluso se le olvidó la pistola), sin cavilar ni un instante en la posibilidad de que la joven no acudiría a su invitación por razón ignorada, salió con pasos firmes hacia el lugar escogido para el majestuoso momento durante ese atardecer dominguero, día en que su amada Luisa regularmente acudía con su prima a la misa de las siete.
Faltando diez minutos para la hora indicada, Carlos llegó al sitio de la del supuesto encuentro, parándose en la intersección de las indicadas calles, junto a una antigua casa de cemento armado construida en 1915. Ojeaba para todas partes buscando la figura de su adorada, ya que la oscuridad iba envolviendo el ambiente. Se paseaba inquieto. Ni siquiera sabía qué le diría cuando la viera llegar. En eso le llegó una idea negativa, nublando su mente: ¿Y si ella no viene porque su parienta nada le dijo, ah? (“No, no puede ser, la muchacha me afirmó con su cabeza que se lo diría, yo la entendí bien”, dizque pensó). En ese instante se dio cuenta de que no tenía su arma, de que estaba desarmado en lugar peligroso. Y quiso ir a buscarla, pero el tiempo de la reunión se le venía encima, decidiendo quedarse, enfrentar la situación originada por sí mismo.
Aproveché para preguntarle: “Carlos, ¿acaso no creíste que ella no acudiría aunque su prima se lo dijera, eh?” Pero me respondió que no, que no temía tal cosa pues poseía esa honda intuición de que la joven le amaba intensamente.
La verdad es que todo aquello me intrigó. Y como ansiaba conocer el final, su desenlace, elegí no estorbarle, dejándole continuar relatándomelo. Y seguí escuchándolo con fascinante interés. Me narró que la angustia le estaba ocasionando estragos. Pensó hasta en salir huyendo si Luisa no llegaba pronto. Empero, contemplando que en su reloj pulsera ya eran las siete, mirando la calle Duarte --vía por la cual consideró vendría--, la alcanzó a ver que se aproximaba abrazada de su prima. La encontró más hermosa que nunca con ese vestido de color azulino que tenía puesto, sintiendo introducírsele una felicidad que le era imposible narrar.
Me explicó que la emoción lo embriagaba, casi lo asfixiaba, que su corazón latía con bastante rapidez. Dijo que la primita los dejó solos, después de comunicarles que vendría a buscarla a las ocho, cuando terminara la misa. Me informó que se tomaron de las manos instintivamente, mirándose con dulzura, dirigiéndose enseguida hacia el Muro de Contención, y que desde ahí, frente al río, hablaron de su amor. Se besaron y abrazaron con pasión, jurándose amarse más allá de la muerte, hechizados por un circundante agonizante crepúsculo.
--Fue como si nos conociéramos desde un largo tiempo --comentó Carlos con la vista perdida en aquel recuerdo.
Expresó que así estuvieron, dominados por un estupendo encantamiento, hasta que la primita regresó poco más de una hora, y que continuaron viéndose durante varios domingos, amándose cada vez con mayor intensidad en el mismo lugar, sucediendo que los padres de ella lo averiguaron con los acechadores que comenzaron a vigilarlos, principalmente a su persona. Y por tal motivo decidieron mandarla hacia Norteamérica, para apartarla de él, quedándose por su partida muy afligido, tan adolorido que poca cosa le faltó para que no perdiera la razón.
Relató que con regularidad iba por el lugar donde pasaron felices instantes, recordándolos con nitidez, aconteciendo en ciertas ocasiones que veía la imagen de su adorada surgiendo por la esquina, en el sitio de la primera cita. Detalló que el llanto lo envolvía, pero que a veces no podía soportarlo y lloriqueaba delante del Río Higuamo (Macoríx), comunicándome que luego de unos años (“Es algo increíble de creer”, expresó con sollozante voz), su gran y único amor, Luisa en persona, no una ilusión de su imaginación, volvió a manifestarse en el mismo lugar e igual tiempo, 7:00 PM, esa vez sola, y que se abrazaron ardientemente, llorando los dos de felicidad, y que abrazados caminaron hacia la orilla del río, amándose de manera apasionada. Supo que ella le escribía pero que su madre intervenía las mismas por un cartero borrachón que se las entregaba.
Me señaló que días después se casaron (claro, sin la participación de los familiares de ella, exceptuando la prima, parientes y amigos de ambos) y que unas semanas después partieron para Miami, viviendo allá varios años, siete, retornando al pueblo para festejar junto al río el séptimo aniversario del hijo, nacido un día siete, a las siete del atardecer del séptimo mes del año 1977.
Realmente yo quedé maravillado. En ese momento una voz infantil gritó:
--¡Papi, papi, papi!,...
Carlos ojeó su reloj, manifestándome:
--Es la hora, ahí vienen. Míralos. Ven, ven para que los conozcas.
NOTA: Quinto cuento o relato de los cinco que concursaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.
“AQUEL JUEVES ESPECIAL DE RAMON”
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Ramón vislumbró que ese jueves era su gran día para llevar a cabo su mayor deseo en la vida: hacer el amor con Laura, la arrogante quinceañera de duros senos, ojos grises, con quien soñaba frecuentemente realizando impúdicos y escandalosos actos sexuales.
Sin embargo, su principal problema consistía en que ella no quería saber nada de él, parecía que no le gustaba, y así se lo había manifestado en varias ocasiones, sintiendo gran pena por tales rechazos.
Pero Ramón no se era nada tímido. Seguía insistiendo. También la vigilaba de forma discreta y constante desde las persianas de su habitación en la vivienda de su tía Matilde, en donde estaba residiendo desde que sus padres partieron para Norteamérica, aguardando allí la visa residencial para unirse a ellos.
Claro, Ramón temía muchísimo irse del país sin haber efectuado ninguna relación íntima con Laura. Meditaba que si lo anterior llegara a suceder le haría un enorme daño a su ego machista. Él no quería ni siquiera imaginarse que otro hiciese realidad lo que había ansiado con toda su alma.
Sí, qué triste sería su vida si no llegaba a poseerla de manera completa, como lo ansían todas las jóvenes de esa edad. Por tanto, tenía que hacer algo pronto. Claro, el tiempo se le venía encima. En cualquier momento podría llegarle la citación para el Consulado.
Y entonces, ah? Bueno, la entrevista, y varios días después el pasaje de ida a Nueva York, los abrazos, algún trabajito, el consejo de que debes estudiar inglés por el asunto ese de mejores oportunidades, etc. “No, no, yo tengo que acecharla bien hoy jueves, día en que su mamá sale a visitar amistades por la tarde, a las tres, regresando por la noche a las ocho cuando ya Laura se encuentra bañadita, esperándola con la cena para los tres, ya que el papá siempre viene con la mamá, es algo que nunca falla, lo tengo bien comprobado”.
Ramón estaba en su cuarto, la puerta cerrada, tendido sobre la cama, contemplativo, deseando que los minutos fueran pasando, aumentándole la angustia para cuando dieran las tres, vaya, ponerse atento porque la madre de la joven ya iba saliendo y enseguida escucharía los aullidos del odiado perro al venir la joven a barrer el patio, y entonces, por las persianas casi cerradas de su habitación atisbaría con rabia al animal pegársele, olfateándola intranquilo, y ella dizque alejándolo pero riendo bajito mientras ojeaba por los alrededores, volviendo el can a insistir con más fogosidad, sonriendo Laura al empujarlo con cierta dulzura. No obstante nuevamente continuaba el cuadrúpedo insistiendo de forma constante hasta que ella lo dejaba juntársele, levantarse sobre sus patas traseras para entonces la adolescente, gozando con el persistente hocico que olfateaba su vulva y trasero, se lo llevaba para un cuartucho lleno de cachivaches que había en el patio, y dejando la puerta entrejunta se quedaba allí dentro un buen rato con el lascivo animal. Eso él lo había visto en varias ocasiones.
Mordiéndose los labios murmuró: “Pero esta vez no, si la veo entrar ahí con ese maldito ‘vira lata’ yo, aunque tenga que fajarme con la bestia esa entraré, entraré, no me quedaré aquí masturbándome como un loco no, de eso puedes estar seguro, te lo juro por”... Y dejó de soliloquiar porque escuchó ladridos. De inmediato se levantó del lecho y empezó a vigilar por las persianas casi cerraditas. Era ya un experto espiando con cautela. Contempló al perro nervioso, moviendo la cola, recibiendo alegremente a una Laura con pantaloncitos apretados, ‘calientes’, encontrándola más ‘buenaza’ que nunca-jamás. Miró al animal oliéndola y a ella riendo bajito y mirando hacia los lados, con seguridad buscando curiosos. El joven se estremeció al parecerle que los ojos grises de la muchacha se quedaron fijos en la aproximada cerrada ventana. La miró pasando la diestra con delicadeza por la cabeza al can, el cuello, la garganta, diciéndole algo en voz baja, agarrando sus patas delanteras cuando se irguió, besándole el hocico con cierta pasión.
--¡Es peor que una puta! --susurró enojado, los puños cerrados, haciendo gran esfuerzo por no insultarla y que todos conocieran su hipocresía de joven seria, decente, asistiendo a iglesia protestante, leyendo La Biblia junto a su madre debajo del frondoso guanábano que había en el patio.
Cierto, tal vez solamente él la conocía de manera perfecta. Por eso ansió con todas sus emociones de hombre viril, amarla íntimamente, hacerla suya antes de irse para los Estados Unidos.
En eso, atisbando que Laura se llevaba el animal hacia el cuarto de los objetos usados, respirando él profundamente, se afirmó que entraría allí sin importar cuánto le pudiera suceder, pues ya era tiempo de que esa joven conociera a un macho de verdad. Y por tal motivo, aguardó unos minutos, pues consideró que eran indispensables para efectuar su acción. Entonces salió sigilosamente de la habitación, y notando que ningún vecino estaba por la cercanía, semejante a un felino brincó la cerca separadora de ambas viviendas. Decidido a todo, la sangre golpeando los laterales de su frente, abrió la puerta sin asombrarse por lo encontrado.
Aunque el perro lo percibió no pudo reaccionar a consecuencia de la rápida actuación de Ramón, quien sujetándolo por el collar lo lanzó con bríos hacia el patio, rodando como pelota, cerrando con prontitud con cerrojo la entrada, quedándose la bestia mordiendo, arañando, ladrando furiosamente la puerta.
Él, embelesado con esa encantadora manceba con la cual tantas veces soñó, no se asombró mucho al encontrarla encima de un viejo colchón en el suelo, el pantaloncito a su vera, las piernas abiertas, desnuda desde la cintura para abajo, sonreída, sus brazos levantados hacia el joven, los labios suplicantes, exigiéndole de forma lasciva que la hiciera suya, que la penetrara de modo profundo. Y Ramón, sin tiempo que perder, despojándose de sus pantalones, se lanzó sobre una complaciente Laura, y el canto de la tarde se llenó de gozosos y amorosos sonidos por varias horas, haciendo que todo aquel ambiente se hiciera un incomparable encantamiento.
Dos días después a Ramón le llegó la cita para el Consulado. Y en varios otros el joven partió contentísimo para Nueva York a reunirse con sus padres.
¿Y qué pasó con la adolescente Laura? Bueno, que quedó embarazada y por más diligencias que hicieron para que Ramón cumpliera con la responsabilidad para con su hijo, nada se logró. Laura se vio obligada a criar sola a su vástago, a veces ayudada por su mamá y parientes cercanos, convirtiéndose en madre soltera con grandes resentimientos hacia los hombres.
¿Y Ramón? Él desapareció entre las noches neoyorquinas.
NOTA: Con los siguientes Cinco extraños cuentos o relatos, el autor participó en un concurso literario celebrado hace poco en el Ayuntamiento Municipal de San Pedro de Macorís. Por supuesto no gané ninguno de los tres primeros premios. Pero pa’lante, soy como soy.
Lo cierto es que no deseaba participar pues no me hallo bien de salud, además porque conozco las intrínsecas laberínticas que tienen tales concursos en donde hay dinero para los ganadores.
Eran tres premios para el primero, segundo y tercero. Triunfaron los que consideró el Jurado. No puedo emitir mi opinión sobre los mismos a consecuencia de que no los he leído y tampoco soy crítico literario. Empero quisiera leerlos para considerar si están a la altura de merecerlos. Aguardo hacerlo. Los busco con cierto interés pero no los he podido conseguir. Tal vez con esta publicación pueda obtenerlos. Así lo espero.
En mí no existe rencor hacia el Jurado porque ni siquiera los conozco. Ahora existen personas que se leen unos cuantos libros o ciertas críticas y ya se consideran expertos en la materia. Pero también se halla la politiquería, la cual sí posee un gran peso en la toma de las decisiones.
Para buenos escritores entre el cuento y el relato hay muy pocas diferencias. Para otros autores no las tienen. Y existen opiniones de que el relato se encuentra entre el cuento y la novela. Hay numerosos cuentos que son confundidos con el relato. Una pequeña diferencia se halla en que diversos relatos tienen ciertos detalles de sucesos acontecidos en la vida real, algo que no debe suceder en el cuento el cual debe poseer sólo ficción. Pero ya la realidad le ha pasado a la ficción. No se sabe qué es ficción y qué es realidad.
Por eso considero que existen relatos de la vida real y otros que son ficticios. Para mí, el llamado “Cuento de Navidad” del maestro don Juan Bosch es un relato largo, jamás un cuento. Y así hay muchos otros, incluso de Macorís que no voy a enumerar para no alargar este trabajo.
Sé por experiencia propia que donde se encuentra la política lo sucio se mueve. No existe algo más hediondo que ella, pues esos politiqueros que la dirigen la han corrompido. Por eso la gente decente no quiere nada con la política, le huye “como el diablo a la cruz”, según un refrán popular.
He escrito bastante sobre diversos géneros literarios, incluyendo historia. Varios los he publicado con mucha dificultad; otros se hallan inéditos, esperando que el tiempo me venza para que jamás vean la luz de ser editados.
Sin embargo, lo que nadie puede afirmar --si alguien lo dice es una calumnia inmensa-- que he copiado o bajado del Internet algún antiguo cuento o poesía que están olvidados en un remoto pasado.
A continuación el primero de los cinco extraños cuentos o relatos:
"A LAS SIETE Y MEDIA EN PUNTO"
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Aconteció en aquel tiempo en el cual regularmente un grupo de jóvenes nos juntábamos durante la noche, en lapso aproximado de siete a diez a jugar 'Dominó' y 'Tablero' ante una casa de un servicial y jovial señor. En esos juegos, aparte de las ciertas inevitables diminutas discusiones originadas entre quienes perdían, el conjunto se llevaba bien y nos ayudábamos en los problemas de la vida.
Claro, había cierta condición impuesta por la señora del señor para que nos reuniéramos allí, y era la prohibición de ingerir bebidas alcohólicas y que no gritáramos palabrotas. Eso lo cumplíamos casi de forma cabal, principalmente en lo relacionado al alcohol.
Pasaban las noches y nosotros nos entreteníamos con esos juegos a la vez que con estoicismo nos enfrentábamos a la dura lucha por nuestra existencia. Fue entonces que cierta noche, a eso de las 7 y media, súbitamente se apareció por el lugar un individuo robusto, de unos 35 años, tez colorada, para todos un desconocido total, quien con lentitud, sin saludar, se acercó y en silencio se puso a observar con mucho interés a los dos compañeros que en aquel momento se enfrentaban en el 'Tablero'.
Los que aguardábamos sentados en un banco de madera a que se levantaran los perdedores en ambos juegos para ocupar sus sitios, contemplamos al recién llegado con cierta cautela pues eran tiempos dificilísimos que vivía la juventud durante los terribles doce años del balaguerato (1966-1978), en los cuales el caliesaje era el pan de cada día, igualmente los allanamientos, asesinatos, desapariciones, angustias grandes en los padres. En fin, los jóvenes nos hallábamos ante una situación altamente peligrosa y depresiva. Desconfiábamos de cualquier sujeto no conocido por todos. Por tanto, ese tipo nos causó una honda preocupación, sucediendo que un gran silencio se fue apoderando del contorno mientras varios de nosotros nos preguntábamos con las miradas sobre quién era ese personaje.
De inmediato nadie habló. Estuvimos callados, ojeando de cuando en vez al desconocido, el cual tampoco conversó nada en tanto se mantuvo mirando las distintas 'manos' de 'Tablero' durante el tiempo en que nos fuimos: 10:30. Mientras caminábamos para nuestras casas lo vimos quedarse contemplando al dueño de la vivienda entrando sillas, mesas, bancos, (siempre lo ayudábamos, pero en aquella ocasión nos largamos pronto). Al otro día supimos con el señor que el individuo nada le dijo. Conocimos que ni siquiera le contestó las buenas noches cuando cerraba la puerta de su morada.
La verdad fue que ese sujeto nos intrigó. Varios aconsejaron que estaban vigilándonos y que lo mejor era dejar esas reuniones por un tiempo. No obstante otros consideramos que si lo hiciéramos podría ponerse peor ya que los chivatos podrían considerar que efectivamente allí se "conspiraba contra el gobierno".
¿Qué hacer?, fue la interrogante que nos hicimos en el patio de la casa donde vivía Manuel, un tremendo jugador de 'Dominó' y 'Tablero', ganando siempre, nunca perdía, era un real campeón, el más joven de todos, no más de 23 años.
Acordamos por mayoría seguir yendo y continuar con los juegos. Eso se lo contamos al dueño, quien lo aceptó complacido, diciéndonos que quizás el sujeto no era ningún chivato, sino un pobre infeliz que por pura casualidad se apareció esa noche para atenuar su soledad. Nos afirmó además: "Vean muchachones, es probable que jamás lo volvamos a ver", y sonrió con aquella característica suya de persona madura, experimentada, sin malicia, sociable, trayendo cierta tranquilidad a nuestros briosos corazones.
Y comenzamos a jugar. Y aunque estábamos inquietos (‘chivos’), atisbábamos hacia los lados buscando al posible desconocido y de otros que tal vez podrían hallarse vigilándonos. Pero a nadie extraño vimos. Todo se encontraba normal. Por eso nos fuimos calmando, adentrándonos pausadamente en nuestra principal distracción. Y cuando nos hallábamos de lleno en nuestra afición, sorpresivamente advertimos que a las siete y media en punto el mismo hombre apareció frente a nosotros, y sin saludar, altanero, se puso esta vez a contemplar las jugadas de 'Dominó'.
Está claro que nos pusimos más intranquilos que la noche anterior. Empero, esta vez no nos quedamos callados: hablamos, reímos, atacábamos a quienes perdían, alabando a los ganadores, principalmente al campeón Manuel. Sin embargo, no había sinceridad en nuestros actos pues el desconocido nos tenía altamente preocupado.
El dueño de la vivienda, quizá buscando intimidarse con aquel raro sujeto le cuestionó si vivía por las cercanías. Pero aquel hombre lo miró con seriedad por unos segundos. Creímos que no le respondería, empero, con voz grave, como si hubiera salido debajo de la calle no asfaltada, dijo: "¡Vivo por ahí!". Y nadie volvió a preguntarle nada. Y de igual modo pasaron varias noches: el tipo llegaba puntualmente a las siete y media, se quedaba tranquilo mirando uno de los juegos, se iba cuando finalizábamos, retornando exactamente a la misma hora, sin importar mal tiempo ya que cuando llovía entrábamos a la morada.
Realmente ese individuo nos mantenía turbado. Él ni siquiera se sentaba, quedándose levantado en el tiempo que duraba allí. Tampoco jugaba. Solamente contemplaba con atención las fichas del 'Dominó' y el 'Tablero' en las movidas que hacíamos. Y de esa manera pasaron unas tres semanas. Entonces, en una pesadumbre noche, sin nada él decir, se sentó a jugar 'Tablero' con uno de los jóvenes a quien todos le ganábamos.
Al verlo entretenido empujando fichas, absorto en cuanto efectuaba, decidimos acercarnos para verlo en acción. La gran verdad fue que le dio una pela al amigo. Y asimismo con todos nosotros, hasta que le tocó el turno a Manuel, nuestro campeón, ganándole también con increíble facilidad. Todos nos hallábamos muy asombrados. Y tratamos de que jugara 'Dominó'. Y él, callado como siempre, levantó el índice y señaló uno contra otro, sin frente. Y así lo hicimos. E igualmente nos venció, incluyendo a Manuel. No perdió una 'mano'. Enseguida, aquel extraño, sin hablar una palabra, los ojos brillantes de felicidad, con tenue sonrisa se levantó, y sin despedirse, inflado por el orgullo que manifiesta el ganador, lentamente se fue andando. Nuestras miradas lo persiguieron hasta que lo avistamos perderse entre la sombría callejuela.
Desde esa ocasión no volvimos a verlo. Y otra cosa, sucedió que varias noches después, quizá por la frustración que se apoderó de nosotros, todos fuimos perdiendo interés por tales juegos, aconteciendo que definitivamente los dejamos y jamás hemos vuelto a practicarlos.
¡Todavía nos interrogamos de cuando en vez sobre quién era aquel sujeto de las siete y media en punto!
NOTA: 2do cuento o relato que de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís
‘AQUEL RARO PEQUEÑO CAN’
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Acontecen cosas tan extrañas, esencialmente a unos más que a otros, como el que voy a contarles, que de seguro ustedes se asombraran.
Me sucedió años atrás con un raro perrito que repentinamente se apareció por el faro de playa de muertos, cuando absorto contemplaba la belleza de un atardecer.
Quiero aclarar que en aquel tiempo por ese contorno no existían las viviendas como las hay actualmente. Era un lugar solitario, con muchas matas de uvas playeras y numerosos cocoteros.
Cierto, recuerdo que ese animalito era totalmente negro, con ojos amarillentos, rabo corto, y extremadamente juguetón. ¿De dónde había salido pues de manera súbita lo vi a mi lado, contemplándome mientras meneaba el rabito, el hocico abierto, con sus patitas delanteras levantadas? Dicha interrogante me la he hecho bastante veces y a nada he llegado que no sea la desilusión por descifrar lo ignorado, mejor dicho por no comprenderlo.
Me acuerdo que el perrito ladraba y daba graciosos saltitos cuando le gritaba: “ey, ey, negrito, ¿cómo estás, cómo estás”?
A consecuencia que lo noté limpio, sin mal hedor, traté de acariciar su lomo y su hociquillo. Sin embargo no se dejó. Traté varias veces en hacerlo, pero él reculaba con rapidez para que no lo hiciera, volviendo a aproximarse cuando intuía (eso siempre lo he sospechado) que otra vez no intentaría tocarlo.
Realmente, por su modo de actuar, parecía un infante humano de esos que les encanta ser juguetón pero que no lo toquen.
Durante unos 30 minutos disfruté con sus brinquitos y ladridos, olvidándome del moribundo crepúsculo, el cual con un derroche majestuoso de rojizo colorido se despedía de los macorisanos. Entonces, como la oscuridad se iba apoderando de la región y tenía que retornar al pueblo, realicé un último y desesperado esfuerzo por agarrarlo, pues grandes eran las ansias que poseía por acariciarlo, sentir la suavidad de su pelaje, lo tibio de su cuerpo.
Empero, el pequeño perrito tampoco se dejó. Y a consecuencia de que me le fui detrás chillándole “negrito ven acá, no te haré daño, ven, ven”, él se alejó deprisa, introduciéndose entre la maleza, y aunque continué buscándolo un buen rato, incluso llamándolo, no apareció.
Sentí una gran desilusión.
Un inmenso silencio rodeó el contorno, estremeciéndome.
En aquel entonces yo poseía una bicicleta y me alejaba de la ciudad a leer, poder meditar mejor, buscar tranquilidad emocional. Era el tiempo en que luchaba por dejar el horrible hábito de fumar cigarrillos, ese vicio maldito del tabaquismo que tanto daño produce a la salud como a la Naturaleza.
Pues bien, debido a que el perrito no aparecía opté por irme. Agarré la bicicleta y me fui andando con ella. Cuando ya estaba llegando al caminito que pasaba por la playa, casi bajando de la costa, escuché unos ladridos próximos a mí, haciéndome detener, mirar hacia atrás y encontrarme sorpresivamente con el ‘negrito’. De verdad que me alegré al verlo. Sonreí al verlo que se hallaba con sus patas delanteras levantadas, meneando su rabito, la boquita abierta, sus ojos amarillentos brillando en la penumbra.
Me puse muy contento al mirarlo en esa forma. Y de nuevo volví a sonreír, esta vez de forma profunda, con mucha satisfacción. En eso, mientras gozoso contemplaba su graciosa demostración de cariño, me regresaron los anhelos por tocarlo, de percibir su pelaje entre mis dedos. Estaba a menos de dos metros de él. Pensé que tal vez se dejaría palpar, incluso acariciar, y que podría llevarlo conmigo para que tuviera el calor de un hogar.
La bicicleta dejé en el suelo. El animalito no se inmutó. Cautamente di un paso adelante.
Me fui agachando con suma lentitud. Sus ojos se encontraban fijos en los míos. Tuve la sensación de que su mirada era poderosa, tal vez fuera de esta dimensión. De inmediato sentí que una fuerza misteriosa se introducía en mi interior trayéndome enorme quietud. Prácticamente quedé inmovilizado. Entonces fue que me la ofreció, amigos, y por la misma estoy recordando todo esto, ya que de cuando en vez me viene a la memoria lo que el perrito hizo para enseguida ir retrocediendo lentamente, desapareciendo en la oscuridad.
Cierto, como por encanto se fue de mí la inmovilidad. Y con desespero creciente lo busqué un rato por los alrededores sin resultado positivo, como tampoco apareció en los siguientes días que anhelante por verlo estuve rebuscándolo por aquel sector cerca del mar.
Caramba, pasan cosas muy extrañas en el mundo. Es por eso que en estos instantes me acuerdo una vez más del bello obsequio suyo antes de esfumarse de mi asombrada vista para siempre:
¡Una hermosa sonrisa humana!
Tercer cuento o relato de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.
“AQUEL ROMANTICO QUE SE PERDIO EN EL TIEMPO”
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Sí, él conocía que fueron pasando muchos años de llevar encima de su conciencia aquellas terribles equivocaciones que ansiaba contar, darlas a conocer para salir de ese peso que con seguridad tanto ellas le molestaban aunque se mantenían arrinconadas en algún lugar profundo de su memoria. Y tal vez por eso fue que me escogió para que las relatara, sin importarle que fueran graves ciertos asuntos que con seguridad a toda persona, de una u otra manera, nos ha sucedido. Y no que los mismos eran políticos, tampoco de bravura hombruna en esta sociedad considerada en aquel entonces y en la actualidad muy machista.
No, nuestro amigo --quien partió hace poco hacia lo desconocido--, sin ruborizarme me narró el haberse enamorado de jóvenes de una clase más alta a la suya. Me expresó que después reconoció que fue un lamentable error de su parte, ya que las clases sociales, en cualquier parte del mundo, andan juntas, vuelan en la misma bandada, esencialmente cuando las jóvenes se hallan dirigidas por soberbias madres que anhelan lo mejor para sus hijas, cuidándolas de forma espartana. Además me afirmó que poseían toda la razón: ellas buscan el bienestar para sus queridas descendientes, jamás lo contrario.
Me relató que aunque luchó con tenacidad por ganar sus amores, a veces algo demencial, las madres ideaban la forma correcta de mantener la mar tranquila cuando percibían que las aguas se agitaban alrededor de sus hijas, pudiéndose ser que éstas llegaran a quererlo un poco, pero que las llamas del amor no llegaron a crecer porque sus progenitoras las extinguieron a tiempo, ayudadas por seres con rencor hacia él, ya que Macorís es considerado como un pueblo de sujetos cobardes que les encanta dar zancadillas.
Realmente las madres ganaron aquellas guerras sin cuartel y duraderas. Obtuvieron para sus hijas cuanto soñaron: buenos estudios, matrimonios, nietos, etc., pero jamás lograron su felicidad, así lo consideró ya que fracasaron en sus matrimonios. Hoy se hallan divorciadas, son madres solteras, amargadas, sin esperanzas, y nosotros estamos más o menos como en aquel triste ayer en el cual el desamor por poco acaba con nuestra existencia.
Me aseguró que actualmente esta sociedad no es como la de antes. Ha cambiado una barbaridad. Hoy todo es más fácil en cuestiones del amor, sexo, parrandas, etc. Las jóvenes no respetan a nadie. Amanecen con cualquiera en cualquier burdel barato. Ya nada es como en el pasado. Las drogas han vencido a las tristes madres que anhelaban ver felices a sus hijas. Y no me alegro por eso. Al contrario, me siento en parte culpable de pertenecer a una generación frustrada por culpa de aquel infame Golpe de Estado a don Juan Bosch.
¡Cierto, mil veces malditos sean quienes lo hicieron!
Me aclaró que cuando estuvo en la Marina de Guerra, hallándose en la Planta de Transmisores en Maimón, más allá de Villa Duarte, hubo una joven, hija menor de un Capitán de la misma institución quienes vivían por dicho sector.
Me indicó que ella le llegó a lo más íntimo, que lo saludaba con mucho entusiasmo cuando pasaba en el carrito verde de su progenitor con sus hermanas para la escuela.
Me dijo que conversaban por teléfono casi todos los días.
El padre era muy liberal, algo muy distinto a Macorís en donde los cocolos, árabes, alemanes, italianos, etc., educaban a sus vástagos con una educación acerada: a puro golpes.
Era un pueblo de fascistas. Es terrible y chismoso, tal vez el más peligroso de este país por los chivatos que tiene desde que Trujillo lo llenó con gente de San Cristóbal, los principales protectores de su régimen.
Empero, me expresó que volviendo a la inolvidable joven de Maimón, aconteció que obtuvo un par de días de licencia para venir a Macorís. Realmente deseaba hacerlo, ver a sus padres, esencialmente a su querido papá que estaba enfermo del corazón, internado en el hospital San Antonio. Por eso le informó a un estúpido sargento segundo (luego supo que pertenecía al SIM) que iba a su pueblo a ver a su padre delicado de salud y que si la joven con la cual hablaba por teléfono le llamaba que le hiciera el favor de informarle cuanto le contó sobre su viaje.
Con los ojos sumamente tristes, llorosos, me señaló que sucedió que la joven llamó y el sargento se destapó a contarle disparates, grandes mentiras, de que tenía novia en Macorís, mujeres por funda, que lo de su padre enfermo era un cuento y muchas cosas más.
Me afirmó que al regresar el sargento le narró que ella había llamado y hablaron un buen rato, y que temeroso por cuanto le hubiese dicho, enseguida la llamó para explicarle y saber la verdad del diálogo que ambos tuvieron.
Me informó que ella no quiso dialogar con él, y que otras veces la llamó, sucediendo lo mismo: la joven estaba muy adolorida con su persona y no quiso hablarle.
Por más que lo intentó en los días siguientes no consiguió nada. Por eso fue a su morada pero ella no quiso verlo.
Me expresó con gran pesar que cruzaba con su padres y hermanas en el carrito verde y viraba el rostro, dándole a entender que no quería nada consigo. Y así fue. Todo se derrumbó por culpa de cuanto le manifestó ese charlatán sargento, creyendo tal vez que le hacía un favor si le daba celos. Ese superior a él jamás pudo imaginarse que todas las féminas no son iguales, como tampoco los hombres.
Mi amigo era un enorme romántico. Y personas como él sufren lo indecible por lograr el amor de alguna fémina, lo contrario a tipos sin pudor y honor.
Me contó que con cierta regularidad piensa en la joven del carrito verde. “Pero todo eso pasó, eran otros tiempos, y que siempre había anhelado con sinceridad que ella fuera muy feliz, una profesional, con buen esposo, hijos, nietos”.
Se interrogó por último, con su mirada perdida en el cosmos: --¿Estará aún viva?
Cuarto cuento o relato de los cinco que participaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.
“EL SITIO DONDE SUCEDIO”
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Existen sucesos que escapan a nuestra forma de razonar. Dicen que son fenómenos paranormales a los cuales no se les encuentra una explicación lógica.
Y eso es cierto, ya que he conocido algunas de esas extrañas manifestaciones. Empero, narraré una de la cual fui testigo que le aconteció a un amigo mío. Él me contó --a quien llamaré Carlos--, que el asunto comenzó hace tiempo, cuando él tenía poco más de 20 años y perdidamente se enamoró de una joven de 17, estudiante de un colegio católico. Su esencial problema consistía en que ambos pertenecían a clases sociales diferentes y el amigo no podía aproximarse a ella fácilmente para tratar de ganar su amor. Además, él era algo introvertido, lo cual contribuía en aumentarle su dificultad amorosa.
Carlos, impotente, temiendo ser rechazado con fuertes epítetos como en distintas ocasiones, observaba cruzar a su adorada cuando salía en las tardes de la escuela, siempre protegida por familiares y amistades. Nunca iba sola. Con seguridad era una orden de su madre. Y él la perseguía con su mirada hasta perderse lejos, absorbida entre el rojizo y bello crepúsculo veraniego de aquellos tiempos. Pero otras veces no se quedaba solamente contemplándola, sino que seguía al grupito desde prudente distancia, soportando con firmeza las risitas y señalamientos de las estudiantes al advertir su presencia.
La progenitora de su gran amor le llamó la atención duramente, afirmándole que se pusiera en su puesto y procurara muchachas de su clase. Sin embargo, él era perseverante, esto lo había aprendido de su progenitor-- un esotérico incomprendido--, enseñándole a no renunciar con prontitud a cualquier ideal, continuando combatiendo con ecuanimidad, sin desesperarse, pues al final podía llegar a contemplar el sin igual arco iris, al cual sólo tienen derecho a otear los virtuosos guerreros que están protegidos por los dioses.
En una oportunidad, en tanto esperaba verla pasar con sus protegidos por el otro lado de la vía, miró aparecer al padre de su venerada con un bate de béisbol sobre el hombro. Venía andando en la misma calzada en la cual se hallaba él parado, junto a la pared de una vieja casa. De inmediato el ambiente se puso muy tenso: fue un instante de salir huyendo o quedarse sin importar consecuencia. Empero, el joven era sereno, izquierdista, bien entrenado, participante en la Insurrección de Abril de 1965, andando regularmente con una oculta pistola ‘32 entre su cinturón cubierta con la camisa que siempre usaba por fuera, teniéndola ‘sobada’ con el seguro puesto (esta narración sucedió durante los horribles doce años de la Era de Balaguer, régimen que asesinó a miles de jóvenes de la izquierda revolucionaria).
Y él optó por quedarse en el mismo lugar. Le quitó discretamente el seguro al arma, colocando su diestra cerquita de la culata, casi rozándola. Así aguardó al individuo, un arrogante tipo cuyo padre fue un insignificante calié trujillista, robador de terrenos, cuatrero, verdadero azote de un cercano ingenio azucarero. No obstante, el sujeto pasó a su vera sin contemplarle, no efectuando ningún movimiento de agresión…
Carlos lo percibió nervioso, asustado. Además, notó que apuraba su caminar, manteniendo el bate sobre el hombro derecho. El joven, sin quitarle la vista, intuyó que el sujeto se hallaba ansioso por alejarse pronto de allí.
Ahora bien, ¿quiso ese individuo asustarlo para que saliera huyendo y ellos se rieran después, haciendo sus comentarios entre sus amigotes? ¿Acaso fue una idea de la madre con ese propósito? Esto era muy probable, pues el sujeto nunca le había dicho nada. Eso sólo lo conocerían ambos. Cuanto sí era cierto es que esa tarde el destino o lo que sea evitó una horrible tragedia en Macorís, en el mismo centro del pueblo, ya que con seguridad el joven le hubiera dado varios certeros balazos en pleno pecho si trataba de hacer cualquier intento de agresión con el bate.
Lo cierto es que Carlos gozaba con su tristeza cuando ella cruzaba por el otro lado --siempre escoltada como si fuera una princesa de la engreída monarquía española--, pues intuía que la chica le contemplaba con afectos, dulcemente, lo que le daba cierta animosidad esperanzadora para proseguir con su silente y conocido enamoramiento.
Fue un sabatino atardecer que sorpresivamente él se encontró con una primita de su adorada, quien se hallaba al corriente de todo y ambas se llevaban bien. Con regularidad andaban juntas. Y Carlos, aprovechando la casualidad que se le presentó (“el destino me la puso ahí”, me afirmó), armado con ese valor que poseen los enamorados, se le acercó y le expresó: “Eh, perdóneme, pero hágame el gran favor de decirle a Luisita que ansío hablarle rápido o me volveré loco. Que es mañana, a las siete en punto, en la Duarte con Domínguez Charro, y que por favor no deje de ir”.
La jovencita, muy sorprendida, sin hablar nada, movió su cabeza de manera afirmativa, como diciéndole que sí, que se lo informaría. Y Carlos, muy contento, la muchacha mirándole asombrada, dio un salto y riendo se fue trotando por la calle Sánchez. La gente le observaba cual demente. Llegó a parar cuando llegó al Malecón. Allí se sentó con gran sonrisa. Su corazón le latía deprisa. Estaba sudoroso, pero muy complacido por cuanto había efectuado. Estaba con gran esperanza en que ella iría a la cita, era un motivo especial para los dos, lo presentía en lo más profundo de su ser.
Durante la noche no pudo dormir. Las horas fueron pasando lentamente, levantándose del lecho varias veces. Durante la madrugada creyó oír el enorme sonido que origina el reloj que domina el tiempo del mundo. “Fue la noche más larga de mi vida, pensé que jamás amanecería”, me indicó esa tarde en la cual por pura casualidad nos encontramos frente al río, junto a la muralla en la que yo admiraba la preciosidad de un crepúsculo y de cuando en vez el lanzamiento de una atarraya por un hombre sin camisa, descalzo, de tez cobriza, encaramado encima de solitaria roca.
Cierto, fue en aquel muro gris que conocí la interesante historia que narro aquí. Me afirmó que por fin sonó la sirena de los Bomberos anunciando las seis de la mañana, y que ahí mismo restó el tiempo faltante para la cita: 13 horas exactas. Lo consideró un lapso larguísimo para el grandioso encuentro entre él y Luisa, la amadísima joven de hermosos ojos negros, sonrisa sin igual y lindísimos carnosos labios. Me señaló que se hallaba tan emocionado reflexionando en eso, que lanzó un alegre fortísimo chillido que hizo corretear a sus familiares hacia su dormitorio, debiendo decirles una mentirita acerca de un supuesto sueño que tuvo.
Carlos me dijo que fue contando hasta los minutos para el gran instante. Habló solo. Su madre le contempló preocupada, preguntándole si le sucedía algo. Los hermanos rieron: sabían que estaba obsesionado por una joven que no le hacía caso.
Prácticamente no desayunó ni almorzó, tampoco casi cenó. Se alimentaba con la esperanza del amor de Luisa. Con cierta asiduidad su vista estaba en el reloj de pared, de modo semejante en el suyo. Dos veces se bañó y afeitó, y tres veces fueron las que cambió de parecer sobre la vestimenta que llevaría.
Y por fin la sirena aulló, anunciando las seis de la tarde de aquel domingo veraniego, hermoso, todavía azuloso, especial para tan apreciable encuentro.
Y Carlos terminó de prepararse para partir. Entonces, nervioso por el tiempo que ahora pasaba con prontitud, se puso en la camisa, el cuello, las orejas y el velludo pecho, un líquido de ciertas flores introducidas entre un perfume barato, comprado a una hechicera la cual le aseguró que no existía fémina que pudiera resistir a un enamorado si éste lo llevaba puesto, cayendo inmediatamente bajo su hechizo. No obstante, él no creía en eso, se lo puso porque se lo recomendaron unos jóvenes mujeriegos. Por eso se lo quitó con jabón, poniéndose otra camisa, pues consideró que si Luisita lo amaba no debía de hacerle trampas, eso no iba con sus principios.
Regocijado, apenas escuchando a su madre de que tuviera cuidado en la calle pues la cosa está peligrosa (incluso se le olvidó la pistola), sin cavilar ni un instante en la posibilidad de que la joven no acudiría a su invitación por razón ignorada, salió con pasos firmes hacia el lugar escogido para el majestuoso momento durante ese atardecer dominguero, día en que su amada Luisa regularmente acudía con su prima a la misa de las siete.
Faltando diez minutos para la hora indicada, Carlos llegó al sitio de la del supuesto encuentro, parándose en la intersección de las indicadas calles, junto a una antigua casa de cemento armado construida en 1915. Ojeaba para todas partes buscando la figura de su adorada, ya que la oscuridad iba envolviendo el ambiente. Se paseaba inquieto. Ni siquiera sabía qué le diría cuando la viera llegar. En eso le llegó una idea negativa, nublando su mente: ¿Y si ella no viene porque su parienta nada le dijo, ah? (“No, no puede ser, la muchacha me afirmó con su cabeza que se lo diría, yo la entendí bien”, dizque pensó). En ese instante se dio cuenta de que no tenía su arma, de que estaba desarmado en lugar peligroso. Y quiso ir a buscarla, pero el tiempo de la reunión se le venía encima, decidiendo quedarse, enfrentar la situación originada por sí mismo.
Aproveché para preguntarle: “Carlos, ¿acaso no creíste que ella no acudiría aunque su prima se lo dijera, eh?” Pero me respondió que no, que no temía tal cosa pues poseía esa honda intuición de que la joven le amaba intensamente.
La verdad es que todo aquello me intrigó. Y como ansiaba conocer el final, su desenlace, elegí no estorbarle, dejándole continuar relatándomelo. Y seguí escuchándolo con fascinante interés. Me narró que la angustia le estaba ocasionando estragos. Pensó hasta en salir huyendo si Luisa no llegaba pronto. Empero, contemplando que en su reloj pulsera ya eran las siete, mirando la calle Duarte --vía por la cual consideró vendría--, la alcanzó a ver que se aproximaba abrazada de su prima. La encontró más hermosa que nunca con ese vestido de color azulino que tenía puesto, sintiendo introducírsele una felicidad que le era imposible narrar.
Me explicó que la emoción lo embriagaba, casi lo asfixiaba, que su corazón latía con bastante rapidez. Dijo que la primita los dejó solos, después de comunicarles que vendría a buscarla a las ocho, cuando terminara la misa. Me informó que se tomaron de las manos instintivamente, mirándose con dulzura, dirigiéndose enseguida hacia el Muro de Contención, y que desde ahí, frente al río, hablaron de su amor. Se besaron y abrazaron con pasión, jurándose amarse más allá de la muerte, hechizados por un circundante agonizante crepúsculo.
--Fue como si nos conociéramos desde un largo tiempo --comentó Carlos con la vista perdida en aquel recuerdo.
Expresó que así estuvieron, dominados por un estupendo encantamiento, hasta que la primita regresó poco más de una hora, y que continuaron viéndose durante varios domingos, amándose cada vez con mayor intensidad en el mismo lugar, sucediendo que los padres de ella lo averiguaron con los acechadores que comenzaron a vigilarlos, principalmente a su persona. Y por tal motivo decidieron mandarla hacia Norteamérica, para apartarla de él, quedándose por su partida muy afligido, tan adolorido que poca cosa le faltó para que no perdiera la razón.
Relató que con regularidad iba por el lugar donde pasaron felices instantes, recordándolos con nitidez, aconteciendo en ciertas ocasiones que veía la imagen de su adorada surgiendo por la esquina, en el sitio de la primera cita. Detalló que el llanto lo envolvía, pero que a veces no podía soportarlo y lloriqueaba delante del Río Higuamo (Macoríx), comunicándome que luego de unos años (“Es algo increíble de creer”, expresó con sollozante voz), su gran y único amor, Luisa en persona, no una ilusión de su imaginación, volvió a manifestarse en el mismo lugar e igual tiempo, 7:00 PM, esa vez sola, y que se abrazaron ardientemente, llorando los dos de felicidad, y que abrazados caminaron hacia la orilla del río, amándose de manera apasionada. Supo que ella le escribía pero que su madre intervenía las mismas por un cartero borrachón que se las entregaba.
Me señaló que días después se casaron (claro, sin la participación de los familiares de ella, exceptuando la prima, parientes y amigos de ambos) y que unas semanas después partieron para Miami, viviendo allá varios años, siete, retornando al pueblo para festejar junto al río el séptimo aniversario del hijo, nacido un día siete, a las siete del atardecer del séptimo mes del año 1977.
Realmente yo quedé maravillado. En ese momento una voz infantil gritó:
--¡Papi, papi, papi!,...
Carlos ojeó su reloj, manifestándome:
--Es la hora, ahí vienen. Míralos. Ven, ven para que los conozcas.
NOTA: Quinto cuento o relato de los cinco que concursaron en el Concurso celebrado en el Ayuntamiento de Macorís.
“AQUEL JUEVES ESPECIAL DE RAMON”
Por Bernot Berry Martínez (bloguero)
Ramón vislumbró que ese jueves era su gran día para llevar a cabo su mayor deseo en la vida: hacer el amor con Laura, la arrogante quinceañera de duros senos, ojos grises, con quien soñaba frecuentemente realizando impúdicos y escandalosos actos sexuales.
Sin embargo, su principal problema consistía en que ella no quería saber nada de él, parecía que no le gustaba, y así se lo había manifestado en varias ocasiones, sintiendo gran pena por tales rechazos.
Pero Ramón no se era nada tímido. Seguía insistiendo. También la vigilaba de forma discreta y constante desde las persianas de su habitación en la vivienda de su tía Matilde, en donde estaba residiendo desde que sus padres partieron para Norteamérica, aguardando allí la visa residencial para unirse a ellos.
Claro, Ramón temía muchísimo irse del país sin haber efectuado ninguna relación íntima con Laura. Meditaba que si lo anterior llegara a suceder le haría un enorme daño a su ego machista. Él no quería ni siquiera imaginarse que otro hiciese realidad lo que había ansiado con toda su alma.
Sí, qué triste sería su vida si no llegaba a poseerla de manera completa, como lo ansían todas las jóvenes de esa edad. Por tanto, tenía que hacer algo pronto. Claro, el tiempo se le venía encima. En cualquier momento podría llegarle la citación para el Consulado.
Y entonces, ah? Bueno, la entrevista, y varios días después el pasaje de ida a Nueva York, los abrazos, algún trabajito, el consejo de que debes estudiar inglés por el asunto ese de mejores oportunidades, etc. “No, no, yo tengo que acecharla bien hoy jueves, día en que su mamá sale a visitar amistades por la tarde, a las tres, regresando por la noche a las ocho cuando ya Laura se encuentra bañadita, esperándola con la cena para los tres, ya que el papá siempre viene con la mamá, es algo que nunca falla, lo tengo bien comprobado”.
Ramón estaba en su cuarto, la puerta cerrada, tendido sobre la cama, contemplativo, deseando que los minutos fueran pasando, aumentándole la angustia para cuando dieran las tres, vaya, ponerse atento porque la madre de la joven ya iba saliendo y enseguida escucharía los aullidos del odiado perro al venir la joven a barrer el patio, y entonces, por las persianas casi cerradas de su habitación atisbaría con rabia al animal pegársele, olfateándola intranquilo, y ella dizque alejándolo pero riendo bajito mientras ojeaba por los alrededores, volviendo el can a insistir con más fogosidad, sonriendo Laura al empujarlo con cierta dulzura. No obstante nuevamente continuaba el cuadrúpedo insistiendo de forma constante hasta que ella lo dejaba juntársele, levantarse sobre sus patas traseras para entonces la adolescente, gozando con el persistente hocico que olfateaba su vulva y trasero, se lo llevaba para un cuartucho lleno de cachivaches que había en el patio, y dejando la puerta entrejunta se quedaba allí dentro un buen rato con el lascivo animal. Eso él lo había visto en varias ocasiones.
Mordiéndose los labios murmuró: “Pero esta vez no, si la veo entrar ahí con ese maldito ‘vira lata’ yo, aunque tenga que fajarme con la bestia esa entraré, entraré, no me quedaré aquí masturbándome como un loco no, de eso puedes estar seguro, te lo juro por”... Y dejó de soliloquiar porque escuchó ladridos. De inmediato se levantó del lecho y empezó a vigilar por las persianas casi cerraditas. Era ya un experto espiando con cautela. Contempló al perro nervioso, moviendo la cola, recibiendo alegremente a una Laura con pantaloncitos apretados, ‘calientes’, encontrándola más ‘buenaza’ que nunca-jamás. Miró al animal oliéndola y a ella riendo bajito y mirando hacia los lados, con seguridad buscando curiosos. El joven se estremeció al parecerle que los ojos grises de la muchacha se quedaron fijos en la aproximada cerrada ventana. La miró pasando la diestra con delicadeza por la cabeza al can, el cuello, la garganta, diciéndole algo en voz baja, agarrando sus patas delanteras cuando se irguió, besándole el hocico con cierta pasión.
--¡Es peor que una puta! --susurró enojado, los puños cerrados, haciendo gran esfuerzo por no insultarla y que todos conocieran su hipocresía de joven seria, decente, asistiendo a iglesia protestante, leyendo La Biblia junto a su madre debajo del frondoso guanábano que había en el patio.
Cierto, tal vez solamente él la conocía de manera perfecta. Por eso ansió con todas sus emociones de hombre viril, amarla íntimamente, hacerla suya antes de irse para los Estados Unidos.
En eso, atisbando que Laura se llevaba el animal hacia el cuarto de los objetos usados, respirando él profundamente, se afirmó que entraría allí sin importar cuánto le pudiera suceder, pues ya era tiempo de que esa joven conociera a un macho de verdad. Y por tal motivo, aguardó unos minutos, pues consideró que eran indispensables para efectuar su acción. Entonces salió sigilosamente de la habitación, y notando que ningún vecino estaba por la cercanía, semejante a un felino brincó la cerca separadora de ambas viviendas. Decidido a todo, la sangre golpeando los laterales de su frente, abrió la puerta sin asombrarse por lo encontrado.
Aunque el perro lo percibió no pudo reaccionar a consecuencia de la rápida actuación de Ramón, quien sujetándolo por el collar lo lanzó con bríos hacia el patio, rodando como pelota, cerrando con prontitud con cerrojo la entrada, quedándose la bestia mordiendo, arañando, ladrando furiosamente la puerta.
Él, embelesado con esa encantadora manceba con la cual tantas veces soñó, no se asombró mucho al encontrarla encima de un viejo colchón en el suelo, el pantaloncito a su vera, las piernas abiertas, desnuda desde la cintura para abajo, sonreída, sus brazos levantados hacia el joven, los labios suplicantes, exigiéndole de forma lasciva que la hiciera suya, que la penetrara de modo profundo. Y Ramón, sin tiempo que perder, despojándose de sus pantalones, se lanzó sobre una complaciente Laura, y el canto de la tarde se llenó de gozosos y amorosos sonidos por varias horas, haciendo que todo aquel ambiente se hiciera un incomparable encantamiento.
Dos días después a Ramón le llegó la cita para el Consulado. Y en varios otros el joven partió contentísimo para Nueva York a reunirse con sus padres.
¿Y qué pasó con la adolescente Laura? Bueno, que quedó embarazada y por más diligencias que hicieron para que Ramón cumpliera con la responsabilidad para con su hijo, nada se logró. Laura se vio obligada a criar sola a su vástago, a veces ayudada por su mamá y parientes cercanos, convirtiéndose en madre soltera con grandes resentimientos hacia los hombres.
¿Y Ramón? Él desapareció entre las noches neoyorquinas.
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