Fuente foto de Primo: Orlando Inoa. Trabajadores inmigrantes en República Dominicana. Pág. 114.
Frontispicio histórico para la segunda edición
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez
Danzan los negros liberados
Cálzase el negro
sedosas medias
idóneas a su danza callejera
Cocolos pintarrajeados
Menéense al pum pum sonado
Su presencia soberana
Guía el carnaval de sus hermanos
Convocándolos a danzar
en cada invierno esperado
bajo su luz rutilante acuden todos a brincar
la vestida indumentaria
cimbreando sus figuras combinadas
con plumas y pañuelos coloreados
Flauta sinfonía de fantasía
alzadas tonadas embriagadas
negros laboriosos,
bailando su ensalzada cofradía
agrupados,
evocan terruños dejados
y sus ancestros esclavizados,
agradeciendo aquellas
costumbres heredadas
su piel azabache
hija del sol,
brilla en la Nochebuena
zarandeo de emplumados
recibiendo sonrisas complacidas
de ciudadanos encantados
Danzan en piruetas su arte disfrazado
acompañados por bulliceas voces agitadas
ensartadas lenguas extrañas
describen sus colores africanos
Negros de zafras y tiempos muertos
labradores de largas jornadas
disfrutando sus tambores
oídos con emoción en cada Pascua esperada
tronar de su tronco raptado
repetido con fervor por herederos cruzados
surgidos de la acuática travesía contratada
aparecen por las calles alegres gentes rumbeando
se acercan y saludan a los guloyas danzantes
tintados de colores combinados
Desfilan los negros hacia el cementerio
en cantada congregación ceremonial
venerando su difunto sepultado
enterrado sin profana oración del blanco
ataúdes carcomidos por gusanos
cruces indicando cenotafios
solemne morada de los extintos,
que tiesos,
esperan el siguiente convocado
Peregrinaje perpetuo en la fecha del fallecido
loando sus iguales guardado en las tinieblas
perpetua morada de xenofóbica libertad
la muerte pulverizando miserias y tormentos
de los desdichados
flores piadosas
adornan las sepulturas olvidadas
despolvadas ante presencia satisfecha
de deudos apenados
lúgubres lágrimas de los dolidos
humedecen el lugar reservado
No hay excitación luctuosa
por la verdad sentida
ni asombro en las miradas compungidas
la tristeza ondea la atmosfera luctuosa
cerrando el día con plegarias
del ocaso de la penumbra
sobresalen rostros barbados
con agitada respiración nasales
rotulando la comparsa extenuada
mezclases hombres exóticos
abrazando sus sudores
disfrutando toda la algazara extraña
retumbando los tambores de su alegre etnia
plurales sujetos de caña,
humos, azúcar y ron
fraguados en factorías de ingenios
metales vigorizantes de su sangre
ruidosos cascabeles de brincadas
vuelve cada año la jornada;
ninguna ventisca detiene
la comparsa ataviada
Coloridas danzas hermanadas
las brincan los negros isleños
traídos desde puntos lejanos
barlovento y sotavento
unciendo sus raíces africanas
Estampas de colores legados
soltando resacas ensambladas,
eufóricos, danzan, saltan, se juntan
cocolos cañeros en parrandas
ritual de tambores cimarrones
anunciando polifónicas enseñas
de los negros liberados
Momise, Guloyas, Indios
pintorescos dramas correteados
bailan por calles macorisana
isleños negros importados
celebrando la Pascua cristiana
¡Oh!
negros de ingenios destruidos
evocando sobre sus canas
esclavitudes antepasadas
sintiendo por su piel
el clima externo de los vientos
hombres mancillados,
encadenados, desnudos,
flagelados con crueldad extrema,
anulación de ciernes lozanía
desdicha por ser negro
sufrimiento y dolores enmohecidos,
ataduras rememoradas en el tiempo
Réquiem por los asesinados.
SAN PEDRO DE MACORÍS, 1905. Postal de una vista panorámica de la antigua Calle Colón. Fuente: P. Rodríguez. Imágenes de Nuestra Historia.
Existe la creencia entre innumerables escritores y críticos literarios en el sentido de que incontables lectores(ras) pasan por alto los prólogos, prefacios, introducción y epígrafes de los libros y demás producciones intelectuales. No obstante, a estas suposiciones, con honrosas excepciones, quien asume la tarea de ampliar su conocimiento cultural mediante el consumo de un ensayo o un libro de historia comienza por la lectura de la primera parte de la obra, la cual tiene un protocolo que, partiendo del índice guía, traza la pauta convencional para su desenvoltura libresca como antesala para su proceso de consumo. Incluso, en muchos casos, con preeminencia sobre el título de portada.
De esta manera orienta potencialmente la degustación temática de los nuevos conocimientos que les proporcionará la interpretación crítica de la lectura, valorizando a priori las ideas del material literario que tiene en sus manos.
Esta segunda edición de El Rey del Momise, Los Guloyas y los Cocolos en la industria azucarera de San Pedro de Macorís, tiene la exhortación sincera del amigo escritor Avelino Stanley. Él, con su veteranía en el oficio, nos la transmitió en un ejercicio crítico consustancial de su producción literaria en la que ha hecho de la narrativa sobre los cocolos un fuerte muy visible que particulariza la suma temática de su amplia obra intelectual, asumiéndola con una identidad dentro del repertorio de su amplio quehacer cultural. Su colaboración ha sido sumamente valiosa en la segunda edición de este libro.
Calle Duarte, llamada entonces Industria, llena de espacios comerciales, características de aquella época de bonanza y esplendor de San Pedro de Macorís.
Muchas veces el hecho de que un intelectual de renombre encabece la entrada de un libro suele motivar un mayor interés para su lectura, máxime si se trata de un Premio Nobel. He aquí la importancia de adornar todo libro con una entrada llamativa, sugerente a una buena crítica que aumentará en el lector su interés, base perceptiva para proyectar de inmediato la capacidad creadora del autor ante el público culto que, a la luz de lo leído, destacará la valía del libro junto con su artífice.
Toda revisión de un libro tiene su importancia, lo revaloriza y actualiza; le permite al autor corregir lapsos y erratas hijas de la prontitud en el trascurso de la ejecución de la escritura como artesano de su fabricación.
La manera de volver sobre lo escrito cambió desde que el mundo intelectual leyó la frese del filósofo francés Jacques Derrida (1930-2004) que dice: "Nada hay fuera del texto", de donde partía para indicar teóricamente su concepto del "deconstructivismo".
El postulado sostiene que la reconstrucción de las ideas, haciendo de la desconstrucción un fenómeno de construcción que supera erratas y rectifica equívocos en función del enriquecimiento de criterios trabajados, actualizando el material expuesto a la luz de la crítica, motivante para reordenar lo enunciado, enderezando el camino para llegar al objetivo propuesto: emitir textos relevantes cuya sonoridad refuercen los planteamientos, modificando, reordenando y enderezando, con el objetivo de imprimirle mayor belleza atractiva al contenido en su segunda aparición. He aquí el valor de la crítica cuando se acepta con humildad y espíritu reflexivo.
Por eso, volvemos a trabajar este libro, con una segunda edición necesaria en la que reafirmamos el valor del aporte de los cocolos en la industria azucarera dominicana y su activa participación en los ingenios de San Pedro de Macorís; y que aquí también siguieron siendo víctimas por su condición de negros, originarios del continente africano, zona geográfica situad entre los océanos Atlántico, al oeste, el Índico, al este, de cuyos terruños fueron secuestrados millones de hombres y mujeres para servir como esclavos en las minerías; en las plantaciones para la producción fabril del azúcar de caña y otros productos agrícolas, aserraderos y algodoneras, pilares principales de la riqueza de los colonizadores europeos, que desde que llegaron a estas latitudes oceánicas del Caribe antillano se propusieron adueñarse de tierras y bienes de los nativos encontrados en el lugar sin ningún tipo de conmiseración por sus vidas.
Cuatro edificios de estilo Neoclásicos con trazos modernistas, patrimonio cultural de resonada significación histórica, levantado en San Pedro de Macorís, representativo del esplendor de la ciudad como resultado del éxito de la industria azucarera, finales del siglo X1X y principio del XX, época inolvidable recordada con nostalgia. En el edificio Morey, el último a la derecha, construido en el año de 1917, existió el Gran Hotel Savoia con 53 habitaciones. Durante los años 40 y 50 del pasado siglo, funcionó allí la Escuela Normal del bachillerato.
En esta segunda edición, corregida y ampliada, hemos hecho una restructuración en el desarrollo de algunos de los temas ya expuestos, haciéndoles ciertas modificaciones y agregando otros nuevos contenidos.
Al entrar en esta segunda fase, la edición de esta segunda edición, nos hemos basado en “la reconstrucción desde la desconstrucción”, planteamientos formulados por Jacques Derrida (1930-2004). Lo hemos hecho tomando en cuenta el significante de Ferdinand Saussure (1857-1913), y su teoría del lenguaje que pone entre el significado y el significante la comprensión acertada de cualquier texto. Saussure encontró en el psiquiatra y psicoanalista francés, Jacques Lacan (1901-1981), una crítica enriquecedora a su lingüística, abordándola a partir de la influencia psíquica en la escritura elaborada, relacionándola con el lenguaje y aproximándose muy de cerca a la archiescritura de Derrida. Es que “el hilo conductor que nos permitirá vincular la historia con la escritura y la archiescritura lo constituirá el concepto filosófico de sucesión que presupone una especialización del tiempo y una temporalización del espacio que caracteriza a la estructura de la huella, sin la cual ninguna historicidad es posible”.
Edificio imponente ubicado en la calle Rafael Deligne esquina Alejo Martínez, san Pedro de Macorís, construido en 1914, en el mismo se instaló Casa Ideal, un establecimiento de ventas de ropas y otras variedades atractivas, allí vivió la familia Baza, de origen árabe.
En esta ocasión el lectora o lectora tiene ante sí 31 capítulos adornados con nuevos datos y componentes obviados en la primera edición, diseñados con el único propósito de proporcionarles una suma de nuevas informaciones históricas en interés de ponerlo al conocimiento anhelado acerca del proceso social vinculante al desarrollo industrial del azúcar. Entre ellos están la participación laboral de los cocolos junto a sus manifestaciones culturales y estilo de vida en San Pedro de Macorís y demás lugares donde se asentaron socialmente, haciendo una vida productiva y comunitaria cuyo alcance lo proyectó con signos vivenciales.
El primer asentamiento formal como grupo social de la que se tiene referencia, en lo que hoy se conoce como la provincia de San Pedro de Macorís, se llevó a cabo en el año 1508, cuando el gobernador Nicolás de Ovando, el asesino exterminador de los nativos de la isla, asentó un grupo de españoles que se dedicaron a trabajar la tierra sembrando y cultivando frutos menores.
Los arquitectos e ingenieros artífices de las construcciones memorables que engalana el patrimonio cultural de San Pedro de Macoris. Fuente de las imágenes de los edificios y de estos protagonistas del arte: Revista digital. Guía de arquitectura San Pedro de Macorís. Serie 23.
La brega azucarera en la zona de San Pedro de Macorís se remonta a la época de inicio del proceso de colonización de la isla emprendida por el invasor español por cuanto, en 1546, Diego Colón Toledo y Jerónimo de Agüero instalaron en sociedad un pequeño ingenio hidráulico, movido por la fuerza del agua, a las orillas del río Almirante de Hato Mayor, cuyas aguas desembocan en el río Higuamo, al que llamaban indistintamente en ese tiempo Iguamón o Macorix. Históricamente esta construcción fue la primera industria de importancia levantada en la provincia.
Dos postales expresivas de la calle Duarte, entonces Industria, evidenciando la época esplendorosa que vivió San Pedro de Macorís. El edificio de la izquierda es una estructura de hormigón armado, de estilo ecléctico-modernista, construido en 1911, sus primeros usos fueron como Mercado y afinas del correo, el segundo, también en hormigón armado, que sobresale a la derecha, del Cuerpo de Bomberos, fue Iniciado en 1908, inaugurándose el 27 febrero 1911.
La descripción de ese proceso evolutivo con sus implicaciones demográficas y connotación económico-social es relatada pintorescamente por el médico psiquiatra y escritor Antonio Zaglul Elmúdesi, petromacorisano de nacimiento y corazón. "Hace varios siglos, en las dos riberas del río Higuamo, vivían unos indios muy dóciles que se dedicaban a la pesca y la caza; se llamaban macorixes. Con la llegada de los españoles perdieron su bucólica paz, y también sus vidas, y en los alrededores del anchuroso río desapareció durante años la vida humana. Unas enormes ciénagas, criaderos de todas las especies de zancudos, hacían imposible la vida cerca del río. A comienzos de 1800, pescadores y algún que otro fugitivo de la Justicia, fundaron una pequeña aldea con un nombre muy descriptivo: Mosquito y Sol, y la vida se deslizaba idéntica a la época de los indígenas. Acercándose este siglo se descubre que su tierra sirve para la siembra de la caña de azúcar y la humilde aldea se convierte en la floreciente ciudad de San Pedro de Macorís, la Sultana del Este, la Suiza de la República, la ciudad de los hermosos atardeceres. Miles de personas de todos los confines de la República y de todo el mundo, convergen en la ciudad del Higuamo que crece y se va haciendo todos los días más hermosa. Azúcar es dulzura y palabra mágica que abre las puertas de la riqueza. Humildes comerciantes se hacen colonos y enriquecen de la noche a la mañana. Macorís se puebla de buhoneros árabes, de judíos sefarditas que llegan de Curacao y San Tomás. Banqueros alemanes. Agricultores suizos y franceses, técnicos en la fabricación de azúcar y ron de Puerto Rico y Cuba. Médicos, pescadores y comerciantes españoles e italianos. Cocolos y haitianos que van al corte de caña y norteamericanos dueños de ingenios. La gran ciudad cosmopolita llena sus muelles de barcos de todas partes del globo; hermosas goletas y bergantines de cuatro mástiles que procedían de Tampa y Mobile con cargamentos de madera. Los barcos de la Clyde, de la Bull, la Cubana, los barcos escandinavos que les llamaban “las chinches del mar” porque eran de poco tonelaje, y de reducido calado que les permitía entrar a las rías y atracar en los muelles donde había escasa profundidad y que llevaban nuestros productos a puertos europeos. Los barcos ingleses, españoles y holandeses que hacían su ruta con Suramérica y el Canal de Panamá y por último los barcos dominicanos: “Jacagua”, “Estrella”, “Romanita” y el “Dominicano” y los veleros que fabricaban esos famosos carpinteros de ribera: “Leonor”, “Henríquez” y “Pichirilo”, que hacían cabotaje y viajaban por todas las Antillas Menores. Los mejores maestros de la República ejercieron el magisterio en la ciudad y numerosos maestros puertorriqueños. Profesionales de gran valía; médicos, abogados, ingenieros dominicanos y extranjeros. Más de una docena de cines y un gran teatro: el Colón, donde se presentaban compañías mexicanas, españolas, cubanas, argentinas y norteamericanas. La vida social se desenvuelve a todos los niveles desde el dominicano Club Dos de Julio hasta el centro de los barloventinos: El Black Star Line". Fuente de la cita: Antonio Zaglul Elmúdesi. Vol. 131 Obras Selectas, Tomo I Antonio Zaglul 1 300 – Calameo.
Primera imagen, fachada del otrora Teatro Colón, 1916, principios del siglo XX. La segunda, su interior repleto de público que acudieron a ver alguna obra. Este local tenía tres pisos en forma de herradura, entonces único de ópera que existía en el país, allí debutó el famoso tenor lírico español, Hipólito Lázaro Higueras, considerado por la crítica sucesor del italiano, Enrico Caruso y también comparado con el tenor italiano Giovanni Battista Rubini. En esa época funcionaban otros dos teatros en San Pedro de Macorís: Restauración y Colón, en los mismos se representaban relumbrantes obras de famosas compañías extranjeras.
El controversial periodista y escritor Miguel Alfonzo Mendoza (Piris), en un artículo titulado Macorís del mar, una ciudad de leyenda, publicado en la Revista Ahora No. 33, del 30 de marzo del año 1970, pp. 57-60, afirma que el primer ingenio que hubo en la zona petromacorisana fue el Casuy, cuyas ruinas se conservan, según su opinión “estaba cerca del Batey del Hoyón (Ing. Consuelo), el propietario de este lugar lo fue Don Juan de Villoria, motivo por el cual el arroyo "Don Juan" aún conserva el nombre toponímico derivado de este castellano". Indica además. "La fecha de este sitio para elaborar azúcar no ha sido señalado, posiblemente sea para 1548, ya que hace mención de 20 ingenios y 4 trapiches que funcionaron en la isla. Posteriormente la familia Coca Landerche, dueños de casi todo el Este, fundaron en donde hoy está Monte Coca, otro ingenio, el cual, hasta hace pocos años, conservaba aún sus paredones..." Revista Ahora No. 33, del 30 de marzo del año 1970, pp. 57-60.
Dos graficas indicando la forma como personas y vehículos cruzaban sobre del río Higuamo, todavía no había ningún puente que uniera el Oeste y el Este del país con la ciudad.
En el mismo artículo periodístico Piris Mendoza refuta de manera áspera el contenido del opúsculo "La caña en Santo Domingo", de Juan José Sánchez Guerrero, indicando críticamente que: “ha tergiversado la historia de la industria azucarera en esta región, sobre la cual varios escritores se han apasionado y consultado su trabajo. Él señala que fue para 1868, que se inicia el cultivo de la caña en San Pedro de Macorís, lo que es falso totalmente, como lo demuestran varios documentos de la época. Además, de los apuntes errados que este anota deja de señalar que para ese año existían los trapiches de Juan Agesta, Juan F. Mejía, Marcelino Villar, Juan Domínguez; que fabricaban romos los señores Wenceslao Cestero en su hacienda "La vega de los Macorisanos” (hoy Ing. Porvenir), Eustacio Mejía y Marcial Vilano.
Los resultados pujantes del negocio azucarero iniciado en San Pedro de Macorís en 1546 atrajeron frescas inversiones de capitales. Así, en 1594, el regidor de la capital Gregorio de Ayala, construyó otro ingenio en las proximidades del río Macorix”.
Vistas tomadas en fechas diferente de la calle Sánchez, primera imagen, edificaciones de madera de dos niveles, teniendo al fondo el edificio donde operaba el Royal Bank América, actualmente oficina de Áster, en la esquina Fello A Kidd, antigua calle Libertad.
Con los años estas inversiones generaron flujos de actividades económicas atrayentes. La circunscripción del poblado entró en una movilidad mercantil provocando actividades ilícitas caracterizadas por el contrabando de azúcar, robo de animales y los productos de las siembras de los labriegos emplazados en las comarcas conocidas como Mosquito y Sol, cuya unidad social comunitaria dio nacimiento a la población de Mosquitisol, nombre que fue cambiado por una resolución del Ayuntamiento en 1846, por el de Macorix.
Dos panorámicas diferentes de la calle Colón de San Pedro de Macorís, en esa época los edificios de madera era un atractivo relumbrón, en el edificio de concreto situado en la esquina con Anacaona Moscoso, funcionaban las principales oficinas de servicios del gobierno, luego el Colegio San Pedro. La arquitectura significaba la evolución progresiva de la ciudad.
De los constantes delitos cometidos, las autoridades acusaron a bandas de corsarios ingleses y franceses. La proliferación del pillaje obligó al gobernador Carlos Urrutia a designar, el 16 de septiembre de 1815, al señor Juan Antonio Aybar como alcalde pedáneo para que enfrentara con la facultad debida la situación. Condición que lo acredita como la primera persona con un rango de autoridad en San Pedro de Macorís.
La escalada de progreso que se vivió en San Pedro de Macorís bajo el amparo de la revolución industrial de la masiva producción de azúcar a finales del siglo XIX y principios del XX tuvo una expansiva creación social de alcance sin precedentes cuyo brillo más sobresaliente fue la cantidad de publicaciones de prensa. En el tramo comprendido entre 1901 al 1910 aparecieron 30 medios escritos de diferentes matices compitiendo con la prensa de la capital y Santiago de los Caballeros. Estas revelaciones informativas tenían particularidades determinantes en lo político, económico, financiero, comercial, cultural, social y deportivo; las mismas aumentaron a unas 47 durante los años 1911-1920, teniendo una ligera disminución de 39 en los años 1921-1930. Esta fue la época de creciente esplendor material, social y económico de la provincia y cuya trascendencia la situó en un atractivo mágico para llegar a la ciudad y realizar cuantiosas inversiones en todos los órdenes.
El líder sindical José Eugenio Kundhardt, agrimensor de profesión, fundador y director del periódico El Confederado, en el cual escribió artículos oponiéndose a la contratación de los cocolos alegando ocupaban espacios del trabajador dominicano. Durante el gobierno Ulises Heureaux fue perseguido y encarcelado viéndose forzado a exiliarse. Su ciclo de vida terrenal expiró en 1928, en su natal Puerto Plata.
Algunos de los periódicos que vieron la luz en el mencionado período fueron: El Civilizador, 1882, fundado y dirigido por el sacerdote venezolano Fermín Romero González, era un medio exclusivo para dar a conocer las actividades de la parroquia a la cual pertenecía y del colegio San Pedro, que éste dirigía; seguido por "El Eco y la Pluma" producido por dos estudiantes alumnos del sacerdote. Estas dos publicaciones se imprimían en San Domingo con circulación en San Pedro de Macorís. Está, además, La Voz del Este, 1883, bajo la dirección y edición de los hermanos Pedro y Lorenzo Bobea. Este órgano fue el primer periódico impreso en la provincia. También está la revista Fémina, dirigida por la Maestra Normal Petronila Angélica Gómez, en la que figuraban como articulistas las intelectuales dominicanas Evangelina Rodríguez Perozo, la primera médico dominicana, Ercilia Pepín, educadora y las escritora, Elvira Escoto Vda. Bermúdez, Delia Weber y Consuelo Montalvo de Frías, entre otras. Otros medios que vieron la luz en San Pero de Macorís fueron: La Prensa, del puertorriqueño Miguel Rodríguez; el semanario El Cable, vocero del sector industrial y comercial que contaba con una dirección colegiada compuesta por Luis A. Bermúdez, Antonio F. Soler y Quiterio Berroa Canelo; El Oriente, dedicado a temas literarios, propiedad del fundador del Ingenio Angelina, Juan Amechazurra; El Boletín Mercantil, fundado por José A. Jiménez Domínguez, hijo del expresidente Juan Isidro Jiménez y Pereyra; El Halcón, que recogía las actividades financieras, dirigido por el industrial Guillermo L. Bass, propietario del ingenio Consuelo; "El Macorisano" de Elías Camarena, un medio del Ayuntamiento que éste presidía; Patria, vocero nacionalista, fundado y dirigido por el intelectual y escritor Américo Lugo; El Confederado, dirigido por el dirigente gremial José Eugenio Kundhardt; El Día Estético, revista dedicada a la difusión del movimiento literario del postumismo, dirigida por el poeta Domingo Moreno Jiménez; El Federado, bajo la dirección del líder sindical Mauricio Báez; Boletín Informativo, vocero del Frente Obrero Revolucionario Dominicano, dirigido por el sindicalista y luchador anti trujillista petromacorisano Víctor Ml. Ortiz (Pipí).
Víctor Ml. Ortiz (Pipí), histórico dirigente sindical y luchador anti trujillista, dirigió el medio impreso, Boletín Informativo, vocero del Frente Obrero Revolucionario Dominicano, esta publicación simpatizaba con los postulados del Partido Democrático Revolucionario Dominicano (PDRD), fundado por jóvenes socialistas en 1943, quienes tres años más tarde, en el exilio, producto de una escisión, le cambiaran el nombre por Partido Socialista Popular (PSP), del cual Pipí Ortiz fue dirigente en San Pedro de Macorís.
Entre los nuevos aportes de interés para la segunda edición de El Rey del Momise, Los Guloyas y los Cocolos en la industria azucarera de San Pedro de Macorís, adicionamos, la formación de la UNIA-AC de parte de los cocolos en San Pedro de Macorís, así como la persecución y acoso que desató el régimen de Trujillo (1930-1961) contra los cocolos y la presión coercitiva que ejerció contra los propietarios azucareros hasta imponer un monopolio casi en su totalidad, dando rienda suelta a su mentalidad mesiánica. También, incorporamos en la posdata de la parte final, el artículo póstumo que escribiera Avelino Stanley, como homenaje al artista plástico Nadal Walcot, ante su sentido fallecimiento, titulado, “La eterna presencia de Nadal Walcot”. En suma, hemos realizado una reingeniería en los contenidos esperanzado en provocar ante los ávidos en ensanchar su conocimiento cultural, mediante una relectura fresca, reformada y amena. Vale el esfuerzo.
Tres imágenes contrastantes de la época dorada de San Pedro de Macorís, la primera, vista lineal del muro o paseo que se levantó en la Avenida España, hoy Francisco Domínguez Charro, espacio de recreación desde donde se observaba el fluido movimiento del puerto y se contemplaba la tarde majestuosa sobre el río Higuamo, lugar de inspiración poética, la segunda, la misma área más al sur, frente al muelle, y la tercera, la aduana del puerto y barcos en labores de carga y descarga de mercancías.
Apoyándonos en estos enfoques arriba mencionados, volvemos a adentrarnos en nuestro itinerario historiográfico de El rey del Momise, los guloyas y los cocolos en la industria azucarera de San Pedro de Macorís, reorganizando con mayor calma las ideas ya reveladas en función de la contradicción dialéctica inherente en los argumentos conjugados y dados a conocer en la primera edición. De esta manera transitamos por nuevas dimensiones reformulando nuestro original pensamiento teorético en consonancia y armonía con nuevos hallazgos cuya inclusión en esta segunda edición, fortalece, en grado sumo, a los ojos de los interesados en una relectura desde una perspectiva más amplia del contenido básico, que el lector tiene en sus manos, expresado literariamente con clara intención pedagógica. Así, la relectura de las partes enmendadas del contenido textual, más que la continuidad repetida de lo antes leído; encuéntrase frente a una conjunción didáctica llena de nuevos aportes y de mayor motivación. Se trata de una reelaboración sustanciosa, agradable y sugerente a la crítica; un examen necesario y valioso que proyectará el libro con el despliegue de su innovación a la luz del mejoramiento cualitativo. Su asimilación rectificadora hace plausible digerir la incorporación de los nuevos elementos, datos e informaciones desconocidos en la primera parte de la elaboración de la obra y que añadimos al reeditar un libro.
Dos vistas de la calle Sánchez de aquellos años, entornos Duarte y Anacaona Moscoso, esa zona era la dinámica social de los parroquianos que acudían a la barra de Chichi Ochoa a tertuliar, comprar libros en Librería El Gallo y los estudiantes a los centros de enseñanzas comerciales, Guerrero y Vásquez.
Es en función de la importancia que el valor agregado de los nuevos contenidos tiene para el lector o lectora permitiéndole extender los horizontes conceptuales con la actualización de las ideas y criterios, cuya suma proyectará las características encontradas en la persistencia de la investigación. Aunque es necesario resaltar que, en una investigación, por más que se insista, siempre será inconclusa por su complejidad y variada amplitud temática, y en este caso, el impacto de la esclavitud que victimizó al ser humano por su condición de negro en la conciencia de la humanidad. Un tópico apasionante, lleno de sorpresas y aportes históricos.
El entonces frondoso parque principal de la ciudad, lugar de descanso y punto de encuentro amistoso de los munícipes.
El reencauzamiento teórico de la raíz del pensamiento ya emitido y ahora hilvanado desde una fenomenología ontológica dialéctica, tiende a superar el empirismo de los primeros pasos marcados por un apremio intuitivo en la aplicación del conocimiento. Esto lo analizaron magistralmente en conferencias y articuladas exposiciones teóricas Max Scheler (1874-1928), Edmund Gustav Husserl (1859-1938), Martin Heidegger (1889-1976), Maurice Merleau-Ponty (1908-1961) y Jean Paul Sartre (1905-1980). En sus postulados nos sustentamos para concebir esta importante segunda edición de este libro, deseando tenga igual o superior trascendencia que la alcanzada en la primera publicación.
Al ir delineando el pasado ancestral de los cocolos encontramos los lazos afines de su origen biológico con los negros de África, cuyo antecedente histórico constituye una valía trascendente en el cronometrado proceso antropológico de su existencia. “Vivimos a caballo entre el pasado y el futuro, con el presente escapándosenos constantemente de las manos, como una sombra evanescente. El pasado nos da recuerdos y conocimientos adquiridos, comprobados o por comprobar, un tesoro inapreciable que nos facilita el camino”.
Varios ingleses o cocolos de la época captados frente a una vivienda. Fuente Facebook.
Hablar o escribir sobre los cocolos, y con ello de la amalgama de su sincretismo folclórico, resulta fascinante. Ello obliga necesariamente a descripciones narrativas donde se entrelazan hechos históricos conmovedores por cuanto, ¿cómo explicar que la primera raza de la humanidad, la negra, haya sido sometida a un régimen forzado de barbarie y crueldad que, en la medida en que más se va conociendo en detalles, más horroriza el sentimiento humano? ¿Cómo hombres cegados por la ambición de riqueza fueron capaces de aniquilar mediante el látigo de la esclavitud a millones de humildes pobladores que convivían en santa paz y en un ambiente de respeto colectivo, como los aborígenes, solo con el propósito de exprimirles su sudor de trabajo para que les proporcionaran bienes y bienestar y el confort de una vida llena de abundancia material desbordante? Pero, además, ¿cómo se utilizó la creencia religiosa para embaucarlos, manipularlos y darle contenido cultural a las formas de abyección que implantaron en su perjuicio? Son interrogantes en suspenso formuladas a la voluntad sincera de la historia. Pocos se preocupan por escribir la historia de los aniquilados, los derrotados y avasallados; los de abajo, los subyugados por el poder y la dominación elitista de clase.
Para superar la falsa totalidad del historicismo místico, complaciente y mezquino, hay que caminar mucho más allá del acomodado relato de los vencedores, hacer la otra escritura de la que nos habló Walter Benjamín (1892-1940); en la consecución de este fin el investigador debe ir hasta las entrañas de la causalidad milagrosa, escudriñando en la intensidad del instante, ese momento de suspenso extraviado que desvía la continuidad zigzagueante de los hechos. Es desde la hermenéutica semiótica en la composición discursiva del texto que debemos abordar objetivamente cualquier hecho o acontecimiento considerado de alto valor histórico. Eso sí, es algo que debe hacerse teniendo ojo avizor para nunca perder la personificación de los intereses que se yuxtaponen en la transcripción confeccionada, cuyo potencial destinatario, recibiría, en consecuencia, un producto distorsionado, adulterado, alterado, manipulado, sacando opiniones fuera de su real contexto y con ribetes falsos. La objetividad impone colocarse en la espiral del razonamiento crítico de la investigación desde una visión humanitaria y emancipadora, fundada en la igualdad de derechos inherentes en el género humano.
En este libro hurgamos en la criminal explotación de la mano de obra de los aborígenes y de los negros en el desarrollo y afianzamiento de la industria azucarera. En esos seres humanos arrancados con ferocidad de su lar nativo para traerlos secuestrados a Norte y Sur América y al Caribe antillano, a ocupar el espacio laboral en las minas y en los trapiches de azúcar, en las plantaciones, dejado por los indígenas al ser aniquilados físicamente por los europeos de la conquista y la colonización, iniciada en el siglo XV.
Negros encadenados padeciendo la esclavitud del amo blando.
En cuanto a los negros insistimos en su historia de esclavitud en razón de que las indagaciones científicas sobre la diversidad biológica humana en el análisis de las mutaciones hereditarias de los genes resultante de la fecundación de espermatozoides uniéndolo con los óvulos, indica que ese fue el color primario de los humanos. Esa tesis fue robustecida por la historia en su definición científica en cuanto estudio humano y social al margen de cualquier exégesis antropológica del conocimiento. La misma está ilustrada con propiedad por el eminente naturalista británico Charles Darwin, (1809-1882), en su obra cumbre El origen de las especies, 1859, donde dejó plantada su teoría sobre la evolución de las especies a partir de la selección natural, señalando que las cambian con el tiempo. Que las nuevas provienen de las preexistentes compartiendo un ancestro común. Eso significa, según su teoría, que cada especie tiene su propio conjunto de diferencias sucesorias, es decir, genéticas. Sus pronunciamientos en ese sentido representaron una revolución en el pensamiento crítico social. Existen varios tipos de evidencias del modo en que evolucionan las cosas en el mundo orgánico. Es lo que multiplica la vida.
Pintura parietal en el sitio arqueológico de Tadrart Acacus, desierto de Fezzán (Libia). Detalle del conjunto de pinturas, que se halla en las paredes de la meseta de Tassili N’Ajjer, donde se aprecia con claridad un individuo sobre un carro. Fuente: Los primeros pobladores de África. https://www.historiadelarte.us/arte-en-africa-negra/los-primeros-pobladores-i/
Un ejemplo de lo antes expresado nos lo ofrecen los fósiles, restos petrificados de antiguos organismos que contienen en sí mismos un certificado de su antigüedad y de su significado en el mundo viviente. "La composición química de los huesos (o de las rocas en cuarzo) varía con el tiempo. Las moléculas decaen a un ritmo conocido, y ciertas sustancias radiactivas se van transformando. De este modo, se puede calcular cuándo murió el propietario original de los huesos. Se puede seguir la historia de una familia de organismos extinguidos por los cambios que se observan en los sucesivos fósiles".
Todo lo que hemos escrito sobre Teofilus Chiverton (Primo) es poco, comparado con la grandeza de su figura folclórica, al igual que los cocolos o ingleses, que llegaron masivamente a partir de 1885 contratados informalmente para dejar sus energías y sudores en las plantaciones y factorías azucareras.
Anterior a la fecha arriba aludida, repetida por algunos historiadores y articulistas sobre el tema, debemos mencionar como aporte histórico oportuno que en 1883 el hacendado puertorriqueño Juan Eugenio Serrallés Colón (1836-1821), trajo al país bajo convenio laboral un grupo de 37 braceros negros, súbditos isleños, a trabajar al ingenio Puerto Rico de su propiedad, ubicado en la Las Cabuyas, situada en la parte norte de la zona de Juan Dolio y Guayacanes. Otro dato poco conocido fue la traída a esta provincia de 100 cocolos de parte del hacendado Lorenzo Zayas Bazán en el año 1877, a los que integró a diversas labores en sus extensos predios que poseía en la provincia. Su nombre está conectado con la historia del barrio Miramar, zona donde establecieron residencia cientos de los súbditos cocolos.
El hacendado puertorriqueño Juan Eugenio Serrallés Colón (1836–1921.
La traída al país de esos braceros para incorporarlos a los trabajos en las plantaciones y manufacturación del proceso industrial azucarero, superó el inconveniente de la devolución del embarque de unos 31 braceros procedentes de la dominación británica Turk Islands, en 1870, llevada a cabo por el empresario azucarero Carlos F. Loynaz. La carga no pudo bajar a tierra ante el alegato de las autoridades de que la misma no cumplía con el decreto de control migratorio emitido en 1867.
Al igual que los empresarios arriba mencionado, exitosos en la importación de trabajadores isleños negros, el comerciante azucarero Santiago José M. Glass pudo desembarcar sin obstáculos su carga humana el 20 de enero de 1879.
Una hermosa familia de negros esclavos en un escaso momento de descanso sentado frente al hogar, en una región del sur de Estados Unidos.
Todos estos negros inmersos en sus respectivas faenas productivas constituyeron un florecido jardín humano de nobles sentimientos, y una diáfana expresión contrapuesta a la acerbidad de su pasado: el pasado esclavo de sus ancestros. Ellos, en definitiva, son nuestros cocolos pigmentando en sus conjuntas y agitadas danzas toda la sustancia representativa de su particularidad pintoresca, epojé del calvario de los negros traídos desde África bajo secuestro criminal a servir como esclavos en la minería y en la industria azucarera.
Un amo blanco junto a sus presas de negros africanos, amarrados para servir como esclavos en plantaciones algodoneras y cañeras de la región del Caribe.
Estos cocolos, negros antillanos, extranjeros en tierra de ingenios y manglares endémicos, como los de San Pedro de Macorís, supieron levantar hogueras en invernales noches pardas con parrandas disfrutadas en grupo. Vocalizando sus sueños y su pasado incrustado en el frontispicio de sus orígenes. Avivando las llamas de su descendencia con residuos de oprobios carcomidos y masacres de anhelos libertarios.
Allá, en las inolvidables veladas navideñas mantenidas en los recuerdos donde compartieron con sus vecinos su entusiasmo pimentoso y esparcieron sin temores sus cantos y músicas extrañas en francachelas zumbadas, opacando con clemencia acidulabas claudicaciones y cobardías estranguladas en el optimismo de la esperanza de mejor vida para los cocolos. Su memoria caminó con limpidez sobre el césped del atrio escogido por esta etnia bonancible para anudar sus añores. Maná de reminiscencias aclamadas, poesía de los suyos para ellos y los demás; cifradas cicatrices adornando décadas de infamia calculada, muertos en la sima de las miradas de otroras almas prisioneras, suarda de ojos dilatados contemplando largamente el mecimiento del mar indiferente a sus calamidades; dibujando con el palpitar de sus pupilas las islas de su infancia, anidadas en la candidez de la ingenuidad violada por bestias europeas, desgraciando sus vidas nobles con su codicia desenfrenada. Oro, azúcar, mujeres por la fuerza y riqueza robada, pretensión compulsiva de los colonos inhumanos. Estocadas de piratas blandiendo su sonrisa psicopática, desembarco endemoniado de barbudos enrojecidos escupiendo salobre de su boca. Así llegaron ellos, los blancos colonizadores, desenfrenados, adueñándose de todo. Profanando la belleza, asesinando las flores y aterrorizando las mariposas en su encantador habitad maravilloso.
¡Oh! Esos etnos primitivos del globo terráqueo, realidad primaria de toda las razas, ennegrecidos por el sol, presagiando en las avecinadas canas de sus años, honduras huellas de primaveras amadas, exaltando la niñez plagada de ilusiones vastas, dejada en un torbellino de ingenuidad protagonizado por la candidez de la inocencia; desdoblando en el pensamiento la impresión deslumbrante al encontrarse con tantos ingenios echando humos de progreso y los cocolos agregándose a sus días de jornadas enfebrecidas, manejando molinos de hierros enmohecidos triturando la caña cortada, haciendo de su jugo azúcar, ron, alcohol.
¡Oh negros maravillosos! ¡Cocolos nuestros y del mundo! Buenos hermanos de atuendos coloridos fiesteros, gentes que trabajan, cantan, ríen, bailan y danzan hablando idiomas apropiados; soñando con sus ancestros africanos, lejana región del mundo condenada por los blancos solo por tener tierras con riquezas naturales; ubérrimo bosques, montes mágicos, silvestres vegetación de estaciones y vida de bellos animales; hábitat donde leones, jirafas, elefantes, caballos, reptiles y demás especies de su fauna atractiva, compiten espacios con hormigas y luciérnagas diminutas.
¡Oh aquellos pueblos saqueados por blancos inhumanos! Que viva siempre en la historia con fresca resonancias multiplicadas aquellos sueños de paz y amor construidos en profanas tribulaciones de vida. Sí. ¡Vivan los tambores y los panderos sonados por todos los negros del mundo! Ascendencias de aquellos que fueron traídos bajo secuestro esclavo en osadas travesías temerarias y que hoy nos enseñan su cultura legada, surgida hace millones de años en los tiempos del paleolítico inferior, olduvayense en la garganta de Olduvai, en Tanzania, reproducida y actualizada en la continuidad de su vida social, a pesar de haber sido mancillada por el comercio esclavo iniciado a partir del siglo XV. Un siglo de muerte y destrucción para África y los negros. El horror de la esclavitud del blanco opresor no pudo borrar su cultura amada, pudieron esconderla en su corazón adolorido y en su cuerpo castigado a latigazos para que sobreviviera a la tormenta de la esclavitud. Por eso hoy y a viva voz proyectamos su legado cultural, amándola y glorificándola en la conciencia social de los pueblos. Avivándola con emoción en la continuidad genealógica de su raza.
El poeta insigne nacido en “Agua Dulce”, hoy Consuelo, le escribió poéticas palabras de nueva vida con la energía de sus átomos heredados, eternizando los nombres de su estirpe en un cronograma de dolores y desconsuelos. Los llamó en su yerta absolutez bajo tierra caramba, dándoles continuidad a sus figuras cromáticas, hechas danzas cimarronas, elevándose incontenible, traspasando las nubes hasta situarse en la cúspide de la luna. Floreo estremecido de un corazón agradecido. Fanales palabras esculpidas con la historia de sus sudores. “Aún no se ha escrito / la historia de su congoja. / Su viejo dolor unido al nuestro.” / No tuvieron tiempo /-de niños- / para asir entre sus dedos / los múltiples colores de las mariposas, /atar en la mirada los paisajes del archipiélago, / conocer el canto húmedo de los ríos. / No tuvieron tiempo de decir: /-Esta tierra es nuestra. / Juntaremos colores. / Haremos bandera. / La defenderemos”…