Prefacio
Julio César Mota Acosta [1]
[1] Julio César Mota Acosta es autor de la obra Los cocolos en Santo Domingo, publicado en 1977, una de las primeras en la materia en República Dominicana.
Prefacio del historiador, abogado y escritor Julio Cesar Mota Acosta al libro: El rey del Momise, Los Guloyas y los cocolos en la industria azucarera de San Pedro de Macoris, de la autoría del periodista Enrique A. Cabrera Vásquez (Mellizo).
Julio César Mota Acosta
Esta obra entrelaza, como lo indica su título, de manera historiográfica la figura de Teofilus Chiverton, con los cocolos y la industria azucarera del país, y en particular de San Pedro de Macorís. Su análisis acucioso nos adentra en un mundo en el cual, se muestran todas las urdimbres y aristas históricas manejadas antojadizamente por los explotadores esclavistas de aborígenes, primero, y de los esclavos arrancados y secuestrados del continente africano, después. De este original oprobio de los supremacistas blancos, que gobernaron los países de la vieja Europa imperial, primero, y luego de los imperialistas norteamericanos, es que arranca toda esa historia de muertes, torturas y de abusos de todos los matices, que condujeron a una colonización bárbara llena de oprobios contra los esclavos aborígenes y negros. Esa cruel y criminal narrativa de atropellos horribles, inenarrables, se convirtió en el cordón umbilical que da por nacimiento las colonias de los pueblos del Caribe antillano.
Así también, este ensayo biográfico contiene interesantes pasajes de relevancias históricas; trata del surgimiento de nuestra industria azucarera y de la contribución que hicieron los pueblos vecinos de la región antillana. Incursiona en fechas y datos que entrelaza el desarrollo, no solo en el aspecto de la manufactura de la caña de azúcar, sino también, el desarrollo económico, social y cultural de San Pedro de Macorís, que fue, en esa época, el eje principal de esa revolución azucarera.
Por eso, siempre he sostenido que la fenomenología cultural dominicana, no puede analizarse, aunque se quiera, fuera del contexto de los aportes de las diferentes etnias, que a lo largo de nuestra historia, han venido a asentarse de manera permanente en nuestro suelo quisqueyano.
Esta aseveración se cumple y se observa con mayor fuerza y claridad, cuando estudiamos el acervo cultural de la provincia de San Pedro de Macorís.
Ciertamente, a finales del siglo XIX y a principio del siglo XX, como bien apunta el autor de El rey del Momise, Los Guloyas y los cocolos en la industria azucarera de San Pedro de Macorís, fue receptora de una buena cantidad de inmigrantes de las más variadas latitudes. En esa época, al decir de algunos, esta ciudad le causaba una obsesión infinita y una atracción sin límites a españoles, árabes, ingleses, franceses, alemanes, holandeses, asiáticos, norteamericanos, cubanos, puertorriqueños, y barloventinos-sotaventinos.
Cada uno de estos grupos humanos vino a gravitar en distintos grados en el proceso del desarrollo político-económico-social-cultural de la República Dominicana. De manera que, el análisis de los patrones culturales que trajeron consigo cada uno de estos inmigrantes y de los fenómenos sociales que resultaron del contacto de ellos con nuestra cultura, reviste para nosotros vitalísima importancia porque indudablemente estos aspectos son partes integrantes del conjunto de causas que explican, de manera condicionante o determinante, la actual estructura de la personalidad del dominicano.
Ahora bien, en esta acción solo nos ocuparemos de las aportaciones culturales de una de las mencionadas etnias. Los cocolos. Estos inmigrantes, que como hemos dicho, procedieron de las islas caribeñas que están situadas en forma de arco en la parte oriental del mar Caribe, eran (y algunas todavía están bajo el régimen del Commonwealth) en su mayoría, posesiones de Gran Bretaña.
En una conferencia que dicté hace tres años en una Feria del Libro Petromacorisano, presenté una foto tomada en el año 1913, en la cual el Periódico El Vocero, de Puerto Rico, reportaba un piquete frente al Palacio de la Gobernación, de ese Estado Asociado, protagonizado por un grupo de trabajadores boricuas, quienes blandían pancartas en que se leía: “FUERA LOS TORTOLOS” “NO QUEREMOS TORTOLOS”, refiriéndose, claro está, a los braceros barloventinos y sotaventinos, súbditos de la corona inglesa. Decimos esto porque, en esta biografía del Primo, el autor recoge la vieja disputa en torno al verdadero origen de la palabra “cocolo” mote, en su origen, de carácter peyorativo para denominar a esos disciplinados y decentes ingleses antillanos. De suerte y manera, que no hay dudas hoy día, que la palabra cocolo, proviene de una corruptela de la palabra tortolos, como sostenía el profesor Byas Seaton, y que nosotros corroboramos con plena seguridad. Ese calificativo estaba revestido de un claro tinto de odio racial. Prueba de ellos eran los titulares de los periódicos dominicanos de esa época. Muchos de ellos, como por ejemplo el Listín Diario, utilizaban los peores calificativos cuando se referían a estos inmigrantes, tales como “Plagas de langostas negras”. Pero, afortunadamente, en la actualidad, el calificativo no tiene esa connotación. Si no, todo lo contrario, no son pocas las parejas de petromacorisano que se endilgan mutuamente, el mote de cocolo en una clara y sincera manifestación de cariño.
San Pedro de Macorís era, sin dudas, con sus ocho ingenios azucareros, la máxima exponente de la producción del dulce de la caña, al extremo de que el periodo de su mayor auge, en la segunda mitad del segundo decenio del siglo XX, se le llamó “La danza de los millones”.
Las inmigraciones de cocolos a nuestro territorio fueron creciendo de manera sostenida desde el año 1884, año en que el Prof. Patrick Bryan indicó que fueron unos 500 braceros que iniciaron las venidas al país, para al corte de la caña. El censo del año 1920 registró la cantidad de 5,763 inmigrantes ingleses caribeños, de los cuales 3,615 residían en San Pedro de Macorís. Esta proporción se mantuvo hasta el próximo censo del año 1935, cuando se registraron 9,272 cocolos. De suerte y manera que, San Pedro de Macorís, fue, y sigue siendo, el asiento principal de los inmigrantes ingleses caribeños y donde, obviamente, se pueden inventariar, procesar y clasificar con mayor rigor, los timbres culturales que distinguen a esta etnia; y que por supuesto, nos legaron mediante ese interesante proceso, de aculturación con nuestro pueblo.
En el año 1923, de una goleta procedente de la isla de Nevis, posesión inglesa del conjunto de islas que conforman el archipiélago barloventino, descendió un cocolo de los tantos contratados para laborar en la industria azucarera de San Pedro de Macorís; un hombre de carácter sereno pero firme. Sin dobleces, de conducta seria y responsable, que en el transcurso de su vida y accionar como trabajador del ingenio Angelina, propiedad de la familia Vicini, ubicado en la conocida ciudad azucarera, se incubó el ícono de los bailes, juegos y representaciones teatrales cocolas, y quien sería el rey de los danzantes del Momise, conjunto compuesto por inmigrantes ingleses antillanos. Ese ícono de esas comparsas cocolas, era Teofilus Chiverton, bautizado por nosotros, los petromacorisanos, como PRIMO. Fue tal la penetración de este insigne cocolo, en la conciencia de todos los macorisanos, que este sobrenombre no podía ser de otra manera, pues de inmediato consideramos a este hombre ejemplar, como si fuera uno de los nuestros, un miembro más de la familia macorisana.
Fue tan destacada la entrega y la devoción de este ilustre cocolo al ritmo del Momise, que me atrevo a sugerir que además de su reinado debía adicionársele el galardón de “Sumo Sacerdote del Momise”. Ciertamente, su entrega de cuerpo y alma a ese ritmo, que se puede decir, sin lugar a equívoco, toda su vida de danzante lo cultivó, de corazón y alma, como si fuera una religión pagana e idólatra.
Y sostengo esto, pues de qué otra manera se le puede llamar a un jefe de comparsa de bailes y dramas callejeros, que disponía año tras año, en semanas antes de sus exhibiciones en las calles de los barrios y bateyes de Macorís del mar, disponía, repito, que su grupo de manera obligatoria, debía ensayar, practicar todos y cada uno de los números de bailes y dramas, solo por el empeño de mostrarle al pueblo, que sus números danzantes y dramáticos, fueran cada vez mejores en todos los sentidos.
Las tradicionales temporadas anuales para las presentaciones populares de bailes de Los Guloyas y Los Indios, (Wild Indiam) eran en San Pedro de Macorís: a) La temporada de nuestros carnavales en todo el país, que se inician con la conmemoración de nuestra in0dependencia nacional, cada 27 de febrero. b) Las fiestas patronales de San Pedro de Macorís, que se conmemoran cada 29 de junio, día de San Pedro Apóstol y, c) Las festividades de las pascuas navideñas y las fiestas de fin y principio de año.
Pues bien, semanas antes de cada una de esta temporada, Primo convocaba a su grupo de Momise, en la esquina formada por las calles Zayas Bazán con la esquina Ramón Mota, en horas de la noche, todos vestidos de “civil”, pero con sus “fuestes” y garrotes, para allí, ensayar todos los ritmos y dramas que pensaban presentárseles al pueblo. Toda la muchachada miramareña de la época asistía a esas prácticas, en las cuales Primo exigía que todos los danzantes tomaran bien en serio sus ensayos.
Los demás grupos danzantes, como, por ejemplo, Los Indios, liderados por la dupla de Chaplín y Linda, que yo sepa, y nadie me ha sacado de duda, no ensayaban nunca. Le hacían honor a su nombre de Los Indios Locos Salvajes, como me dijo el mismo Chaplín.
Deseo confesar, con toda la humildad y sinceridad posible, que así, como en todo espectáculo cultural o artístico, hay un momento estelar y grandioso que concita y atrae la atención de todo el público presente y a toda la teleaudiencia que disfruta del mismo, así, también, en toda obra literaria existe un capítulo cumbre, un párrafo excelso, o un epílogo glorioso, en fin, un pasaje en el cual el autor adquiere los más altos vuelos de su pluma y las más profundas y sagradas consideraciones espirituales de su recóndito pensamiento; así pues, considero que el capítulo de esta importante biografía, con ribetes historiográficos, adquiere, sin dudas, esta dimensión, es el capítulo titulado “Mi adiós al Rey Momise”. Me llamó poderosamente la atención esta parte de su índice temático, me cautivó el estilo utilizado por el periodista y escritor Cabrera Vásquez, recordándome la frase escrita por Georges-Louis Leclerc, conde de Buffon, “El estilo es el hombre”. En este apartado panegírico, el autor de este libro, demuestra que maneja con soltura y donaire, la llamada “prosa poética.” Esa prosa que solo está destinada para los grandes escritores con aire poético.
Finalmente quiero, asimismo, expresar en esta antesala literaria, mi profundo reconocimiento a las dotes intelectuales que adornan y caracterizan al amigo y hermano Cabrera Vásquez, quien además de ser un exquisito cultor de la poesía, el ensayo y la crítica literaria, ha añadido a su amplio caudal literario, el difícil género de la biografía. Ha sido el biógrafo del famoso pelotero de las grandes ligas, Ricardo Carty; del poeta y cuentista René del Risco Bermúdez, del Poeta Nacional Pedro Mir Valentín, del doctor José A. Hazim Azar, fundador y rector Magnífico de la Universidad Central de Este; del líder Sindical de los Trabajadores del Azúcar y dirigente cooperativista, Lic. Rafael Antonio Jarvis Josep y del también poeta, periodista, novelista e intelectual Freddy Gatón Arce, nacido en San Pedro de Macorís; a los que habría que añadir además sus ensayos El amor como locura apetecida, Conceptualización científica del arte y su narrativa Pempén, traidor de marca mayor.
Con el presente tema biográfico sobre la vida de Teofilus Chiverton, (Primo), el rey de la danza de los cocolos conocida como Momise, yo me permito declarar al periodista, poeta, ensayista y reconocido panegirista, Enrique Alberto Cabrera Vásquez, mejor conocido por el apodo de Mellizo (dado que es gemelo del periodista y abogado Alberto Enrique Cabrera Vásquez, Los Mellizos Cabrera Vásquez de San Pedro de Macorís); como una especie de Stefan Zweig petromacorisano, en vista de su similitud con el austríaco autor de las biografías de Joseph Fouché, Retrato de un hombre político, María Antonieta, Magallanes, El hombre y su gesta, Paul Verlaine, Montaigne, Balzac: La novela de una vida, Erasmo de Róterdam, Triunfo y tragedia de un humanista, María Estuardo, Romain Rolland, Amok o el loco de Malasia, Tres maestros, Veinticuatro horas en la vida de una mujer y otras numerosas obras de relatos, novelas y ensayos, amenas y encantadoras.
Vaya, pues, mi felicitación y reconocimiento a su esfuerzo y dedicación por brindarle no solo a San Pedro de Macorís, sino al país, otra obra interesante de alto valor intelectual, cultural y literario.
Santo Domingo Este 22 de junio del 2021.
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