La diferencia entre cocolos y haitianos es cultural; incluye hábitos, costumbres, vestidos, comidas, música, manifestaciones religiosas.
Escrito por: Federico Henríquez Gratereaux. henriquezcaolo[@]hotmail.com
República Dominicana.- Manuel del Cabral escribió: “Cantan los cocolos bajo los cocales”. Es el primer verso del poema “Aire negro”. En la tercera estrofa dice: “Las cocolas cantan cánticos calientes,/ cantos que retuercen vientres de alquitrán,/ y entre sus corpiños tiemblan cocos negros/ que a los cocolitos vida blanca dan/”. ¿Cuál es la causa de que los cocolos hayan sido tan bien recibidos en la República Dominicana? Estos emigrantes de las Antillas inglesas vinieron a trabajar en ingenios propiedad de extranjeros de habla inglesa. Muchos de ellos no eran trabajadores agrícolas, no laboraban en campos de caña, sino en las factorías; eran trabajadores fabriles, algunos especializados en artes mecánicas.
Tenían, pues, un rango superior al de los trabajadores haitianos contratados para el corte y tiro de la caña. Estos cocolos edificaban iglesias y organizaban coros para cantar música sacra cristiana evangélica, esto es, lo que llaman canciones de “góspel”, música religiosa afroamericana. El vocablo “góspel”, deriva de la voz anglosajona “godspell”, que significa palabra buena. El contraste entre un haitiano animista y un cocolo cristianizado resultó demasiado visible en las zonas cañeras de nuestro país. El dominicano común consideraba a los cocolos más disciplinados laboralmente y de un trato mucho más amable. Los cocolos introdujeron comidas afroinglesas de las Antillas menores.
El famoso grupo folclórico de San Pedro de Macorís, llamado los “Guloyas”, procede de emigrantes negros de islas inglesas. Conocí personalmente a quien fuera cabeza de los “moomíes” durante muchos años. Su nombre era Teophilus Chilverton, alias “El Primo”. El argumento del baile descansa en un pasaje del Antiguo Testamento: la lucha de David y Goliat. En algún momento del baile, uno de los actores exclama en inglés: “Goliath is dead”, Goliat ha muerto. De la palabra Goliat viene el apelativo guloya.
Estos bailes no tienen nada que ver con “voudu”, ni magia, como es el caso de algunas danzas rituales de Haití. Los sacerdotes de los diversos cultos del panteón haitiano no tienen conexión con el enfrentamiento del joven David con el gigante filisteo. La diferencia entre cocolos y haitianos es cultural; incluye hábitos, costumbres, vestidos, comidas, música, manifestaciones religiosas. Unos y otros ligados al corte de la caña, ambas comunidades negras se distinguen netamente.
Federico Henríquez Gratereaux, autor del presente trabajo es un reconocido intelectual, periodista y ensayista. Fue galardonado con el Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña en 1979. Es miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española; ha desempeñado los cargos de director de relaciones públicas de la Presidencia y Secretario de Estado sin Cartera. Fue director general del Periódico El Siglo desde 1997 hasta el cierre de ese diario en el año 2002. Ha publicado los siguientes libros:
La feria de las ideas (1984); Peña Batlle y la dominicanidad (1990). Un antillano en Israel (1995); Negros de mentira y blancos de verdad (1988); Cuando un gran estadista envejece (1995); La globalización avanza hacia el pasado (1995); La guerra civil en el corazón (1993); Un ciclón en una botella (1996); Empollar huevos históricos (2001); Disparatario (2002); Pecho y espalda (2003); Ubres de Novelastra, 2008.
Escrito por: Federico Henríquez Gratereaux. henriquezcaolo[@]hotmail.com
República Dominicana.- Manuel del Cabral escribió: “Cantan los cocolos bajo los cocales”. Es el primer verso del poema “Aire negro”. En la tercera estrofa dice: “Las cocolas cantan cánticos calientes,/ cantos que retuercen vientres de alquitrán,/ y entre sus corpiños tiemblan cocos negros/ que a los cocolitos vida blanca dan/”. ¿Cuál es la causa de que los cocolos hayan sido tan bien recibidos en la República Dominicana? Estos emigrantes de las Antillas inglesas vinieron a trabajar en ingenios propiedad de extranjeros de habla inglesa. Muchos de ellos no eran trabajadores agrícolas, no laboraban en campos de caña, sino en las factorías; eran trabajadores fabriles, algunos especializados en artes mecánicas.
Tenían, pues, un rango superior al de los trabajadores haitianos contratados para el corte y tiro de la caña. Estos cocolos edificaban iglesias y organizaban coros para cantar música sacra cristiana evangélica, esto es, lo que llaman canciones de “góspel”, música religiosa afroamericana. El vocablo “góspel”, deriva de la voz anglosajona “godspell”, que significa palabra buena. El contraste entre un haitiano animista y un cocolo cristianizado resultó demasiado visible en las zonas cañeras de nuestro país. El dominicano común consideraba a los cocolos más disciplinados laboralmente y de un trato mucho más amable. Los cocolos introdujeron comidas afroinglesas de las Antillas menores.
El famoso grupo folclórico de San Pedro de Macorís, llamado los “Guloyas”, procede de emigrantes negros de islas inglesas. Conocí personalmente a quien fuera cabeza de los “moomíes” durante muchos años. Su nombre era Teophilus Chilverton, alias “El Primo”. El argumento del baile descansa en un pasaje del Antiguo Testamento: la lucha de David y Goliat. En algún momento del baile, uno de los actores exclama en inglés: “Goliath is dead”, Goliat ha muerto. De la palabra Goliat viene el apelativo guloya.
Estos bailes no tienen nada que ver con “voudu”, ni magia, como es el caso de algunas danzas rituales de Haití. Los sacerdotes de los diversos cultos del panteón haitiano no tienen conexión con el enfrentamiento del joven David con el gigante filisteo. La diferencia entre cocolos y haitianos es cultural; incluye hábitos, costumbres, vestidos, comidas, música, manifestaciones religiosas. Unos y otros ligados al corte de la caña, ambas comunidades negras se distinguen netamente.
Federico Henríquez Gratereaux, autor del presente trabajo es un reconocido intelectual, periodista y ensayista. Fue galardonado con el Premio Nacional de Ensayo Pedro Henríquez Ureña en 1979. Es miembro de la Academia Dominicana de la Lengua y correspondiente de la Real Academia Española; ha desempeñado los cargos de director de relaciones públicas de la Presidencia y Secretario de Estado sin Cartera. Fue director general del Periódico El Siglo desde 1997 hasta el cierre de ese diario en el año 2002. Ha publicado los siguientes libros:
La feria de las ideas (1984); Peña Batlle y la dominicanidad (1990). Un antillano en Israel (1995); Negros de mentira y blancos de verdad (1988); Cuando un gran estadista envejece (1995); La globalización avanza hacia el pasado (1995); La guerra civil en el corazón (1993); Un ciclón en una botella (1996); Empollar huevos históricos (2001); Disparatario (2002); Pecho y espalda (2003); Ubres de Novelastra, 2008.
No hay comentarios:
Publicar un comentario