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viernes, 8 de agosto de 2014

El mampeté político, un trepador social

El mampeté político, un trepador social

Escrito por: José E. Flete-Morillo.

Lambonismo:   ideología de los  oportunistas


http://elcolosodemacorix.blogspot.com/2012/11/lambonismo-ideologia-de-los-oportunistas.html

El mampeté político, un trepador social

Escrito por: José E. Flete-Morillo.

REPUBLICA DOMINICANA.-Crecí cerca en las proximidades del río Ozama, en sus buenos tiempos; además, mi padre y mis tíos eran  unos aficionados de la pesca; gracias a esto, conocí una variedad de peces con sus características; todavía recuerdo los nombres de algunos: dajao, dorada, carite, mero, jabón, guabina, sábalo, agujón, guanábana, jurel, boso, robalo, tiburón, sago, machete, beta, gupi, tilapia (pilapia), tapaculo, mampeté, entre otros; conocí cada característica y la forma de pescarlos; sabía en qué tiempo aparecían y el tipo de agua en el que habitaban. Lógicamente, mis familiares paternos, especialmente mis tíos, eran especialistas en buscar peces, tanto así que se iban mar a dentro a pescar y siempre regresaban con buenas noticias. Y allí estaba yo recibiéndolas y preguntando por sus nombres.

Me gustaban los peces y me asombraban sus singulares características. Pero de todos estos uno llamó mi atención sobremanera: el pez mampeté, por tener la singularidad de sobrevivir a en cualquier ambiente hídrico, excepto el agua caliente. Diferente a otros peces, éste parece inmune a la contaminación, no importa su nivel. Recuerdo que en los momentos en que el río Ozama degeneró por el alto nivel de contaminación, mientras otros peces desaparecían (cuando no eran que emergían muertos a la superficie) éste nadaba entre las eses fecales, los  “vertederos acuáticos” (por la basura acumulada en toda la orilla del río), el agua negra procedente de la cementera y cualquier otra cosa nauseabunda que el lector se quiera imaginar. En toda mi vida no he conocido, en nuestro país, un pez que sea tan “versátil” como el mampeté.

Sin embargo, he podido observar que existen personas con las cualidades del mampeté. Son esos sujetos que abundan en el mundo político y que no tienen miramientos para “cambiar de agua” cuando sienten que su status quo corre peligro. El cambio de ambiente sólo sucede cuando se sienten amenazados; mientras tanto, sobreviven a cualquier situación sacando provecho incluso de las situaciones más dantescas. Estos personajes de la vida social dominicana, tienen la habilidad de saber, antes que las ratas, el momento y el día en que el barco ha de colapsar. Son maestros de la simulación y la fantochería. La carencia de escrúpulos es su fuerte; les da un par de tres los que los demás digan o piensen de ellos, sólo saben que deben sobrevivir a cualquier costo, la reputación o el prestigio moral no son sus preocupaciones (y nunca lo han sido); el punto número uno de su agenda, y el último, es seguir sacando provecho personal de cualquier situación que surja en su habitad, desde la más cristalina agua hasta la más peligrosa contaminación. Todo les da igual, siempre y cuando su mismicidad no se vea afectada.

El mampeté (así llamaremos desde este momento a este singular personaje de nuestra sociedad), aunque puede sobrevivir a cualquier ambiente, prefiere los espacios políticos por ser más factible a su modus operandi. Allí se mueve con libertad sin que nadie se atreva a confrontarlo; y es lógico ya que conoce las debilidades de todos, máxime de sus detractores, así que, si alguien tan sólo pensara en afectarle en cualquier sentido, saca no se sabe de dónde, cosas de de su contrincante que pueden sepultarlo en la más profunda vergüenza.

El  mampeté, conoce perfectamente el escenario político, por eso lo prefiere; sabe quién es quién, dónde se esconde, y como doblegarlo. Es una figura popular que goza de una reputación que, a pesar de estar viciada, todos envidian y admiran; esto así porque todos saben que ese truchimán conoce todos los recovecos, aun los más inhóspitos, del poder; a esto se le suma que no le tiembla el pulso para andar con “Dios y con el diablo” a la vez. Solamente Jack Sparrow (personaje que encarna Johnny Deep en el film Piratas del Caribe) conjuga en sí mismo semejante genio. 

Pero si la “grandeza” de este personaje de nuestra sociedad es notoria la de los sujetos que le rodean es mucho mayor; para entender este absurdo hay que retornar al Ozama, río cuyas aguas contaminadas resultan favorables al desarrollo biológico del pez.  Hay que recurrir a la historia, mi historia, de niño y de adolescente, pues aquí encuentro datos que, gracias a su aplicabilidad, ayudan a comprender la complejidad de cosas que suceden en nuestro entornos, sucesos absurdos que al parecer no tienen sentido pero que están ahí; y mientras suceden nos complican la existencia por encontrarnos en su radio de alcance.

Recuerdo el escenario: en toda la orilla del río, se había ubicado familias en graves condiciones de hacinamiento; el deseo de tener una vivienda, combinada con la indiferencia del Estado y la sagacidad de los invasores[1], daba lugar a un escenario deprimente donde la sobrevivencia era el “pan nuestro de cada día”. Aquí los principios morales se desvanecen ante la extrema situación de pobreza[2]. Aquí el sentido de honorabilidad es un mito y la salubridad una fábula; digo esto porque estas familias, sabiendo las condiciones del río (que era una letrina común) buscaban sus peces mampetés, los preparaban y vendían fritos a un público que, no ignorando el hábitat de su pesca, los compraban y disfrutaban como un manjar exquisito con todas sus proteínas. “Lo que no mata engorda”, solían decir con toda naturalidad. Lo comían porque sabían que era a lo único que tenían acceso en esas condiciones de extrema pobreza; era un pez asequible, que se reproducía rápidamente en un río muerto y putrefacto, un río cuya vida quedó atrapada con su historia.

Sólo así se puede entender cómo un sujeto tan ruin como el mampeté, cuyo historial de trepador social es conocido por todos. Muchos saben que este individuo es torvo en demasía; saben que no es leal a nadie y que cualquier viento le es favorable; saben que es engañador, tramposo, mentiroso, embaucador, depredador (en todas sus dimensiones), confabulador, mafioso, extorsionista, prevaricador, lambón, adulador, cómplice de cuantas cosas nefastas suceden; pero le siguen y hasta se tornan en sus leales incondicionales; tan lejos llega su servilismo que hacen escuela de sus enseñanzas y se convierten en  apologetas de sus maquinaciones. Todo esto porque, su formación, la de ellos, se estructuró bajo hacinamiento mental; son profesionales, algunos hacen las veces de intelectuales; pero su educación fue de forma, no de fondo; su libertad es una metáfora de mal gusto, una broma que carece de sentido. Saben a quien sigue, y conocen lo ruidoso de su fama, pero no les importa; están totalmente convencidos de que ese tipo de personas tienen “un olfato para rastrear” los lugares donde se mueve el dinero, que es lo que les importa; en cuanto dependa de ellos, la institucionalidad se puede ir al carajo; su hambre milenaria orienta su sentido. La culpabilidad no forma parte de su vocabulario.

Éste es el mampeté: un personaje social que se mueve en todos los círculos sociales, especialmente el político. Puede sobrevivir a cualquier ambiente y a cualquier situación social que se le presente. Es conocedor de la vida de todos, así que todos tienen que aliarse a él, porque es útil y puede convencer a cualquiera a fraguar un plan siniestro sin el menor remordimiento. Defiende lo indefendible, se presta con facilidad a ser bocina  del poder y secundar los abusos que desde allí se comentan. La vergüenza hace tiempo que le abandonó y los principios los sumergió en el retrete. Eso de “saber nadar y guardar la ropa” le importa un bledo: todos lo conocen, saben quién es y le siguen.  Ésa es su realidad y no la va a cambiar; ni siquiera la muerte, pues sus “incondicionales” están prestos a elaborar un culto en torno a su nombre con el fin de perpetuar su memoria y presentarlo a las generaciones siguientes como un “ejemplo de lucha y moralidad”.

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