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viernes, 9 de mayo de 2008

A 30 años del asesinato de Aldo Moro


En Europa Occidental durante la II Guerra Mundial, los movimientos comunistas se destacaron en la resistencia y posteriormente, tras ser derrotado el fascismo, constituían una fuerza política importante para acceder al poder por la vía electoral.

Mientras, en la zona oriental liberada por el Ejército Rojo, la URSS apoyó la alternativa socialista, lo cual era inadmisible para los intereses de Estados Unidos.

Con ese fin aplicaría durante la guerra fría estrategias de desestabilización y control de las democracias europeas, con métodos que recordaban las intervenciones neocoloniales en las repúblicas bananeras latinoamericanas.
A partir de entonces y durante más de 40 años los servicios especiales norteamericanos y sus aliados de la Organización del Atlántico Norte (OTAN), llevaron adelante una campaña en el Viejo Continente de acuerdo con la doctrina de la False Flaw o falsa bandera.

Esa estrategia estaba recogida en el manual del ejército estadounidense FM 30-31, que concebía la utilización de las redes de la Agencia Central de Inteligencia norteamericana (CIA) para realizar acciones terroristas, atribuidas a la izquierda y a la extrema izquierda, esta última muchas veces infiltrada por los órganos de contrainteligencia occidentales, para desacreditar a las fuerzas progresistas ante los electores e influir favorablemente en la opinión pública hacia gobiernos de derecha aliados a EE.UU.

Tal método de tensión perdura hoy para fomentar el miedo hacia al presunto terrorismo islámico, con lo que justifican las medidas represivas hacia el interior de los países y el apoyo a las guerras por la posesión del petróleo.

Como parte de ese programa fue concebida la Red Gladio, una organización clandestina dirigida por la CIA y los servicios especiales de la OTAN, fundada al final de la guerra por ex colaboradores de la Gestapo y criminales nazis reclutados por los servicios de inteligencia estadounidenses.

Su supuesta misión era defender la democracia europea con acciones encubiertas ante la eventual ocupación de Europa Occidental por la URSS y sus aliados. El propio Giulio Andreotti, presidente del Consejo de Ministros de Italia, reconoció la existencia de la Red Gladio el 27 de octubre de 1990.
Mientras, en Italia, las redes de la CIA actuaron más activamente por la incapacidad de los partidos tradicionales para gobernar sin la participación de los comunistas, circunstancia intolerable para Washington en su principal plaza de armas en el flanco sur de la OTAN.

En ese contexto, el 16 de marzo de 1978, Aldo Moro, presidente del Senado italiano, fue secuestrado por las ultra-izquierdistas Brigadas Rojas cuando se dirigía a una sesión del Congreso, en la cual se iba a votar una moción insólita sobre un nuevo gobierno con la inclusión del Partido Comunista Italiano.

Nunca llegaría a su destino, ni se cumplirían sus deseos: el ocho de mayo de ese propio año, hace ahora tres décadas, apareció muerto en una calle de Roma, dentro de un pequeño auto.

La viuda del político rememoró que el entonces secretario de Estado de EE.UU., Henry Kissinger, poco antes del secuestro amenazó a su esposo al manifestarle que los planes de colaboración con el Partido Comunista Italiano le traerían malas consecuencias.

También el ex coronel Oswald Winter, quien fuera durante más de 10 años el segundo hombre de la CIA en Europa, reconoció que las Brigadas Rojas fueron infiltradas por agentes secretos de diversos servicios y que estaban a las órdenes del jefe italiano de la inteligencia.

Existen actuales evidencias de que las estrategias, planes y acciones que se estrenaron con las redes Gladio tienen plena vigencia en este siglo XXI.
Tales son las campañas desestabilizadoras contra Venezuela y la denuncia del presidente ecuatoriano, Rafael Correa, sobre la penetración de los órganos de seguridad de su país por la CIA, lo cual provocó que el Ejecutivo no contara con las informaciones necesarias durante la crisis con Colombia por la incursión de su ejército en territorio ecuatoriano.

También se inscriben en ese contexto las abiertas acciones de la CIA en Bolivia, para lograr el derrocamiento del presidente Evo Morales, y el desmembramiento del país, utilizando a la oligarquía criolla como aliada estratégica.


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