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sábado, 6 de octubre de 2007

Miguel Ángel Bounarroti más que cincel y martillo

Miguel Ángel Bounarroti más que cincel y martillo


Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)

Nota: Este trabajo de crítica literaria va acompañado de Imágenes de algunas de las creaciones artísticas esculpidas por el genio del Renacimiento, Miguel  Ángel Buonarroti

San Pedro de Macorís, 10, junio- 2007.- ¡Albricias por su nombre! Miguel Ángel Bounarroti, italiano y del mundo, poeta, arquitecto, pintor, y escultor. Nadie como él simboliza la grandeza humana. Su prolifera creación lo acentúan con vigor en la conciencia de la historia

A golpes de martillo y con esmero entusiasmo manejó con precisión artística el cincel logrando las figuras más perfectas y los tonos más patéticos. Con febril dedicación pudo ondear su nombre con signos históricos. Solo él pudo hacer lo que hizo. “Supo infundir vida y movimiento a formas sólidas caracterizadas por su grave monumentalidad”.

En arquitectura, temperó los principios de orden y proporción con toques de elegante manierismo.


Nació en Caprese en 1475 y murió en Roma en 1564. Sus biógrafos coinciden en describirlo como la conjunción más apropiada “del trabajo tesonero, sin tregua ni descanso”.

Su portentosa figura se dilata en el confín del tiempo para señalarle al mundo que el legado de sus obras impresionantes y conmovedoras, marcando con acentuada diferencia estilista el espacio donde la grandeza del genio humano se alza mágicamente con esplendor subjetivo por los senderos de la originalidad creativa dánadole escencia  al fervor de la vida.
Carmiña Verdejo, unas de sus tantos biógrafos, dice que cuando nació el pequeño Michelangelo la pequeña villa de Caprese fue escenario de un acontecimiento familiar con proyección universal.

Y en efecto, cuando el 6 de marzo de 1475 Ludovico di Lionardo Bounarroti Simoni y Francesca Rocellai-Neri, trajeron al mundo a este potencial genio, inscribieron su nombre en las páginas exigentes y maravillosas de la historia. El curso de la existencia del pequeño Michalangelo conocido más adelante como el gran Miguel Ángel, significó todo un acontecimiento histórico.

“A los trece años ingresó en el obrador de Ghirlandajo, donde dio muestras de su precocidad”. Allí desarrolló su carácter y su talento extraordinarios. Puso de manifiesto su profunda vocación por una de la rama del arte sumamente complejo como complicado: la escultura. “Protegido de Lorenzo de Médicis, trabajó en los jardines de su Villa, bajo la supervisión de Bartolo di Giovanni (discípulo de Donatello) y produjo una verdadera colección de obras maestras antiguas”.

Sus diestras y acertadas manos comenzaron a esculpir cosas difíciles y complicadas; verdaderas obras de artes revolucionarias sin precedentes. Se inició esculpiendo “Un relieve sobre un combate entre centauros y lápidas y otros sobre la Virgen de la escalera, que eran ya las obras de un consumado maestro”.

Miguel Ángel catapultó sus dotes por encima de las exigencias, a veces egoísta e envidiosa, de un medio político-religioso, cultural y social competitivo y  nunca satisfecho y siempre inclinado hacia  críticas interesadas y demoledoras.

Con ahínco, parcimonia y entusiasta entrega, apasionadamente, aceptó el reto de los encargos artísticos y culturales de las plásticas. Esculpió a Hércules que fue adquirido por el rey de Francia Francisco 1. Trabajó en el arca de mármol que guarda los restos de Santo Domingo de Guzmán. “Regresó a Florencia y esculpió San Juan niño y Cupido durmiendo”.

Su producción en las artes plásticas conmovió el espíritu revolucionario de la época. Era el tiempo del Renacentismo. El momento en que el cíclope estelar Leonardo da Vince, trascendía con creces deslumbrando los encantos humanos. Era el siglo de la productividad cultural, intelectual y literaria  excelsa y súplica. Donde las conquistas territoriales descansaban en la fuerza del espíritu visionario de un conjunto de prohombres que se disputaban la suma de sus respectivos talentos. No había desperdicios en esa época sin sobrantes.

Después de la muerte de Lorenzo en 1492, quien era su protector, se lanzó quijotescamente a la conquista de su nombre. ‘En 1492 se radicó en Roma y trabajó para Rafael Riano, cardenal de San Jorge. Esculpió en esa época un Cupido y una estatua de Baco.

El creador de La Piedad volvió a Florencia en 1501 y esculpió en dos años su famoso David y pintó el medallón de la Sagrada Familia. “Fue llamado a Roma para diseñar y ejecutar la tumba del Papa Julio 11, obra que interrumpió para trabajar en los frescos destinados al techo de la Capilla Sixtima”.

“Regresó a Florencia y se dedicó a las obras de la biblioteca y de la capital de los Médicis, trabajando simultáneamente en siete estatuas distintas. El monumento funerario de los Médicis es la obra de conjunto más completa y personal de Miguel Ángel. En 1533 se radicó definitivamente en Roma para terminar la tumba de Julio 11, presidida por su famoso Moisés, así como la pared del altar de la Capilla Sixtina, en la que Miguel Ángel habría de representar el prologo y el epilogo de la humanidad: La Creación y El Juicio Final. A partir de 1546 fue el arquitecto principal de San Pedro, de Roma. Antes de su muerte realizó obras menores como el busto de Bruto”.

No es posible describir la grandeza de Miguel Ángel en una apretada síntesis periodística o una crítica literia a la carrera. La competividad intelectual exige  seriedad y profundidad. Según su biógrafo Condivi la pintura de techo de la Capilla le costó cuatro dedicado años de trabajo. Hoy a contemplarla nadie cree posible que semejante obra fuera hecha por un sólo hombre y sin contar con ningún accesorio logístico moderno. Solo Miguel Ángel, ese genio portentoso, ese pluralizado artista sin igual pudo hacerlo. Por eso se le considera el genio gigantesco del Renacimiento. Sin él el Renacimiento hubiese sido un pasado pálido e intrascendente.

Pero es en El Gigante, una columna de siete metros de altura, donde Miguel Ángel supo plasmar todo su genio creativo. ¿“Pero podía aspirar a más? Se sentía tan feliz que tenía miedo de despertar. Pero no, no era un sueño. ¡Todo era verdad!

Cumplió cada uno de sus contratos, muchos de los cuales representaban un choque de intereses entre los ofertantes enfrascados en una lucha envidiosa por ser el primero en ser complacido . Todos querían que Miguel Ángel trabajara para él sin sopesar sus demás compromisos. Tenía una demanda muy por encima de sus posibilidades productivas, más su capacidad de trabajo era asombrosa, aceptaba contrato tras contrato, y lo que era una empresa difícil, la cumplía a plenitud. Laboraba casi 24 horas ininterrumpidamente. Se entregaba al trabajo con agitada excitación, lo veía como aliciente de vida; un estimulo espiritual grato, reconfortante, una especie de auto exorcismo que lo llenaba de satisfacción y extasiaba.

La Piedad “envolvió al escultor en un halo de prestigio…prestigio que ya antes había cimentado en el Cupido y el Baco”. Era que su nombre había adquirido una notoriedad histórica por encima de su tiempo.

A la cinco de la tarde del 18 de febrero de 1564 dejó de existir el maestro Miguel Ángel. Anciano y enfermo. Murió para el mundo pero se inmortalizaba para el arte. Roma entera le tributó, en sus días finales testimonio de admiración y respeto. Su muerte fue un acontecimiento estremecedor. “Miguel Ángel Bounarroti, escultor, pintor, poeta, arquitecto, ingeniero y anatomista, pasó a formar filas de los genios que la historia jamás olvida. Y lo hizo con méritos sobresalientes, destacándolo apabulladamente como uno de los primeros; como un autentico y valeroso genio de vanguardia. Hoy, como ayer y mañana, sin dudas, el mundo hablará de Miguel Ángel”.

Nota: este ensayo critico literario se publicó en el periódico primeramente en  “El Mesopotanio”, en su edición de octubre de 1996 en la página 25 y luego,  en el semanario EL COLOSO DE MACORIX, también se publicó en Wikipedia, la enciclopedia libre.







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