Guaro Tililín deambulando por las calles del pueblo buscando trabajo o algo quehacer, queda maravillado con el puerto
Escrito por: Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo)
Solitariamente Guaro Tililín siguió caminando por algunos tramos de la ciudad curioseando los locales comerciales, pasada las seis de la tarde el panorama estaba sombrío, la mayoría de los negocios se hallaban cerrados y los pocos locales abiertos comenzaban a imitarlos, además, se sentía cansado, por lo que decidió preguntar por un lugar apropiado para pasar la noche y dejar la averiguación para el día siguiente, pues dispondría de mayor tiempo. Se detuvo en un pequeño quiosco y pidió una cajita de chicles Adams para aliviar el mal olor bucal, seguido abordó al dependiente preguntándole por un hotel o pensión de bajo precio, éste le indicó, según su criterio, cuál debería escoger. Se llevó de su consejo y caminó en la dirección recomendada.
Se apersonó a la posada "Brisa Nueva" y solicitó el costo por dormir, lo encontró demasiado alto para su bolsillo y abandonó el lugar, circuló alrededor de la zona procurando uno que se ajustara a su precario presupuesto; así fue a parar a un destartalado hotelucho cobijado de zinc y lleno de comején, cucarachas, hormigas y zumbidos de mosquitos con sus picadas ardorosas. El local era propiedad de un ciudadano chino. No tuvo otra opción, lo imponía su pobre economía. Allí pasó su primera noche.
Con el pequeño ahorro que cargaba Guaro Tililín pagó las dos primeras noches de hotel, el cual estaba ubicado en las proximidades del Mercado Público, luego buscó algo mejor, entonces alquiló una habitación para viajero a un costo de tres pesos mensuales.
A partir del instante que rentó la habitación de viajero su aventura giró por senderos indescifrables, él, un extraño incursionando en tierra ajena, tratando de encontrar un trabajo que lo condujera por un horizonte de prosperidad y bien. Debía comportarse con valentía y coraje en aras del triunfo, se dijo.
Al día siguiente decidió andar por la ciudad con más calma. Anduvo y anduvo deteniéndose por instantes para contemplar las grandes casas de madera de dos y tres niveles, las construcciones de arquitectura victoriana, los grandes edificios de estilo gótico, con sus diseños y fachadas hermosas y atractivas, mostrando llamativos balcones y figuras geométricas; las tiendas de ropas, zapatos, misceláneas, chucherías, y múltiples comercios y negocios que contribuían con el colorido y el bullicio de la ciudad. Los bares y restaurantes de chinos y dominicanos con su variado menú gastronómico. Por esas construcciones ostentosas la ciudad recibió en el momento cumbre de su fulgor el nombre de “París Chiquito”. Otros nombres con la que fue adornada la ciudad: “Macorís Millonario”, “La Tacita de Oro “, “El París Chiquito”, “La Suiza Dominicana”, “Macorís del Oriente”, “Macorís del Mar”, “Macorís de Los Bellos Atardeceres Románticos”, “La Ciudad de Los Poetas” . Tililín había salido a las ocho de la mañana de la casa donde tenía la habitación rentada dispuesto a concretizar algo sólido que le garantizara lo más pronto posible acomodarse en un trabajo. El paseo le sirvió para comenzar a identificarse con la ciudad.
El su primer día —había llegado la prima noche anterior— inició el recorrido despacio para no sudar la ropa ya que no tenía mucha y le resultaría incomodo lavarla. Fue mirando las calles con detenimiento acariciado por la brisa matutina; el resplandor del sol sobre yerbas y árboles iba notando el panorama. Realmente era su primer día formal en la ciudad. Al salir a la calle se percató de lo novedoso y atractivo del paisaje. Pasada la noche anterior de agua y nubarrones no se vislumbraba asomo de nuevas lluvias, la luz solar tendía a prolongarse dándole fortaleza a la vida para que todos pudiesen disfrutar del escenario contemplado.
Recordamos que aquella prima noche cuando Guaro Tintilín llegó a la ciudad de los Bellos Atardeceres la ciudad estaba brumosa y bajo el azote de la lluvia. En esta nueva mañana la naturaleza exhibía sus galas primorosas, incluso se veía la alegría en la mirada de la gente dejando escapar en su sonrisa una inteligencia de versados. Los llamados pudientes se mostraban cooperadores con los demás socializando con todo el que lo abordaba sin perjuicio alguno. Existía una voluntad espontánea de servir y compartir ideas y necesidades. Esta interrelación social contrastante inspiraba confianza a los huéspedes quienes de inmediato se sentían justipreciados motivándolo a quedarse allí para probar suerte por la mejora de su existencia personal y social. Quizás la mezcla étnica que fluía contribuía a esta particular situación de acercamiento humano. Había una conciencia colectiva de que el medio respiraba una atmósfera de integración social cónsona con su heterogénea laboriosidad industrial; todos se necesitaban en ese esfuerzo común de empujar el crecimiento y desarrollo en auge creciente.
A partir del día inolvidable cuando los pies de Guaro Tililín pisaron la ciudad, tan pronto pudo acomodarse en un lugar dormitorio, y posterior a la noche de su llegada, entre siete y ocho de la mañana, comenzó a salir a caminar buscando suerte, en ese andar monótono, despacio, observó a distancia una gigantesca edificación suntuosa y atractiva de cuyo techo sobresalía una cruz enorme que a la distancia llamó poderosamente su atención, se trataba de la portentosa construcción de la Iglesia Parroquial levantada a finales del siglo diez y nueve en honor a San Pedro Apóstol, proclamado patrono espiritual del poblado; se cuenta que originalmente fue una modesta construcción en tablas de palmas y techada de yagua levantada en 1856, iniciativa atribuida al padre Pedro Carrasco Capeller, oriundo de San José de los Llanos, la humilde edificación fue destruida por brizas huracanadas en 1865, luego de reconstruida fue devorada por un incendio ocurrido en 1896. Tras ese suceso espiritualmente doloroso se aunaron esfuerzo y voluntad bajo el liderazgo del padre Felipe Romero, el síndico Juan Larancuent, y el presidente del ayuntamiento Francisco Nicolás, los tres asumieron la construcción de un nuevo templo católico en el mismo lugar, no conforme en 1902 el gobernador de la ciudad general Fernando Chalas junto a las autoridades del ayuntamiento constituyeron la Junta de Fábrica del Templo Católico San Pedro Apóstol, en su nuevo diseño le añadieron una torre de ladrillo y colocaron un reloj gigante que diera la hora, tomando en cuenta el valor del tiempo y que la casi totalidad de los residentes carecían de un reloj. Esta modificación estuvo a cargo del ingeniero francés Eduardo García, un experto en arquitectura gótico-francés. Ocho años después, en 1910, los curas decidieron modernizarla, para ello, idearon una nueva edificación en mampostería, sistema de construcción muy usado en aquel tiempo; inicialmente la obra estaba a cargo el del mismo arquitecto Eduardo García, pero sorpresivamente falleció por lo que los curas trajeron al arquitecto checo-estadounidense Antonin Nechodoma, quien confeccionó el templo católico con una fachada estilo neogótico y un interior románico. En 1918 llegó una avanzada de frailes Franciscanos Capuchinos, al frente de Fray Cristóbal de Úbeda. La llegada en 1920 del sacerdote Fray Venancio de Escija, quien además de crear el primer coro de voces mistas de la iglesia y organizar la congregación Hijas de María, le dio un nuevo empuje al proyecto al convertirse en promotor en la captación de dinero y la agilización de los trabajos para que la obra se terminara con mayor rapidez. Escija asumió un rol protagónico de primera, bajo su celosa supervisión fue elevada la altura del techo y se le hizo el piso en mármol carrara. Sobre la fachada principal de la iglesia se destaca un rosetón mostrando el escudo franciscano, que, junto a la bóveda central, perfilan una mezcla ecléctica medieval, cuyos elementos conforman una arquitectura emblemática con signos históricos, según reseñas publicadas. El proceso de construcción terminó en la década de los años 50 del siglo XX, gracia al apoyo económico del gobierno. El principal impulsador en la captación de dinero y agilización de los trabajos para que la obra se terminara con mayor rapidez de tiempo fue el sacerdote Fray Venancio de Escija, quien llegó a Macorís en 1920.

El arquitecto checo Antonin Nechodoma (1877-1928).
Después de la inauguración de la regia, majestuosa y moderna edificación religiosa han pasado varios sacerdotes o curas en su labor epistolar promoviendo el convencimiento hacia la fe católica, encontrándose entre ellos Fray Joaquín de Andújar, Fray Cipriano de Utrera, Fray Juan de Utrera, Fray Lorenzo, Fray Bernandino de Conil, Fray Norberto de Villa Vicioso, Fray Justo de Verja, el padre Esteban Carrasco; el padre De Pozo Blanco, el padre Fidel, el padre Fray Gumersindo de Granada, y Fray Máximo Rodríguez, cuya presencia y ejercicio sacerdotal son recordado con admiración y respeto por los feligreses.
La impresiónate iglesia está situada en un triángulo conformado por las Avenidas Independencia, Francisco Domínguez Charro y la calle Anacona Moscoso, y justo, en la parte oeste, se encuentra el Parque Salvador, espacio histórico donde se erigió el primer monumento a los Padres de la Patria: Duarte, Sánchez y Mella, el 27 de febrero de 1911.
A lo lejos más que su impresionante arquitectura sobre la cobija atrae la enorme cruz de hierro arriba del exterior de su alto campanario. El interior de la misma luce sombrío y sobrio con efigies en oro, plata y bronce, simbolizando los Santos o Ángeles adorados por la feligresía católica. Al entrar al recinto religioso se percibe un ambiente de solemnidad sacramental obligando al respeto imponiendo la reverencia a los visitantes de persignarse y hacer al aire la señal de la cruz. El misterio de su culto se desarrolla en ceremoniosos rituales en latín dirigido armónicamente por el sacerdote de turno, el rito sirve para recaudar ofrendas y comprometer a los creyentes con la fe dogmatizada. El poder de sugestión de la Iglesia Católica es claramente visible, ejerce una influencia espiritual, social y política sobre el Estado, máxime desde la firma del concordato entre la Iglesia Católica y la dictadura de Trujillo en 1954, el cual implicó varios beneficios económicos y privilegios a favor de sus clérigos. Previo, la misma institución eclesiástica con sede en el Vaticano, lugar de donde ejerce el dominio absoluto sobre sus súbditos, había hecho lo mismo con los dictadores Benito Mussolini, de Italia, y Adolfo Hitler, de Alemania. A partir del tratado acordado con el régimen de Trujillo la religión católica fue declarada como creencia oficial por el Estado y gobierno dominicano.
En los primeros días Guaro Tintilín anduvo lentamente disfrutando el paisaje aunque sin un norte preciso, desorientado, iba y venía por las calles, durante los recorridos se entretenía leyendo los letreros comerciales y toda la publicidad y propaganda que encontraba a su paso, con ello reafirmaba su capacidad de lectura; difícilmente mancaba su horario de salida de la modesta pensión donde estaba alojado, regularmente entre la siete y ocho de la mañana, sin rumbo fijo, sin orientación armónica, a veces y sin proponérselo regresaba al inicio de las intersecciones recorridas, la situación de encontrarse en un pueblo extraño lo hacía desconfiar un poco de los transeúntes, empero, la necesidad comunicativa lo obligaba a flexibilizar esa actitud antes transeúntes de mayor edad, confiado de que al hacerle cualquier pregunta le responderían con seriedad, no vacilaba detenerlo a su paso para inquirirle, preguntarle, interrogarlo, y averiguar los detalles relevantes del entorno, lo hacía con el único interés de entablar alguna conversación, socializar, buscando alguna forma de empatizar con los ciudadanos del lugar a riesgo de que el interlocutor lo considerase necio o trivial; necesitaba hablar con alguien, que lo conocieran, hacer amistad y cuanto antes mejor, para su concebido proyecto de vida.
A Guaro Tililín le llamó la atención el modo competitivo de los comerciantes criollos con los extranjeros, éstos últimos, fluctuaban entre árabes llegado del Líbano y Siria, a los que por lo regular les decían turcos, sin ser realmente de allá, de Turquía; también españoles y chinos, la mayoría abría su establecimiento ya sea de ropa, zapatos, misceláneas, ferretería, cafetería o restaurantes, en horario comprendido de siete y media a ocho de la mañana, apresurándose en sacar y exhibir los muebles en las aceras de los negocios junto a otras mercancías, mostrándoselas y ofertándoselas en venta a los peatones. La principal área comercial de la ciudad se ensanchaba con la dinámica operacional de esos establecimientos. Las disputas por la primacía ante los clientes agradaban a los compradores quienes sacaban beneficios del regateo de ofertas y demandas por los enseres deseado.
En los momentos en que Guaro Tililín se detenía brevemente delante de algunos escaparates y vitrinas a contemplar las exhibiciones de ventas de zapatos, camisas, ropas femeninas y masculinas y de niños, entre otros efectos y artículos en particular, disfrutaba viendo los maniquíes con su parecido de figura femenina o masculina, lo que veía lo sorprendía y maravillaba con ingenuidad, al ver su rostro reflejado en la vidriera sonreía feliz y volvía a mezclarse con los transeúntes con entusiasmo de vida. Agotaba las horas con parsimonia, matando el tiempo, mirando en todas direcciones, buscando quizás algún rostro conocido, alguien que pudiera acompañarlo en su aventura. Si esto ocurriese, le daría más seguridad y confianza en sí mismo, renovaría su espíritu emprendedor y tendría mayor fuerza de ánimo en la meta de su propósito.
El segundo día de estar Guaro Tililín en la ciudad y mientras andaba lentamente por la céntrica área comercial contemplando el panorama citadino cruzó por un triángulo de intersecciones, deteniéndose y poniendo su atención al ver sobrevolando a baja altura varias palomas las cuales batían sus alas al tiempo de circular sobre la cabeza de los transeúntes, el sonido de sus aleteos atrajo su interés, nunca antes había contemplado con llamativa particularidad el vuelo de palomas, en esta ocasión se percató en las singularidades de sus variados colores: gris azulado, con rayas negras en las alas, y con punta de la cola negra; el grupo de aves constituían una distinción atractiva. Las inofensivas avecillas giraban aglutinadas en circunferencia cerrada, descendían con artística precisión al suelo de donde tomaban con el pico cualquier porción de alimento, era un juego repetido y constante. Aquella inesperada diversión lo hechizó.

Vista Panorámica de la calle Duarte, entonces principal centro comercial de San Pedro de Macorís, y cuya pujanza económica fue motivo referencial de la época, atrayendo a aquellos con deseos de progresar, como el caso de Guaro Tililín. Postal de la década de 1920. Fuente: Imágenes de la Historia de San Pedro de Macorís
Cada vez que Guaro Tililín avanzaba en su andar callejero se maravillaba de las altas edificaciones y docenas de almacenes y tiendas repletos de productos, artículos comestibles y bebidas, motivando mediante un perifoneo rudimentario a los cientos de transeúntes a detenerse frente a su establecimiento a comprarles cualquier mercancía. Nunca antes había visto una ciudad de esta dimensión y laboriosidad creciente, aparte de la capital, con tanta riqueza material y disponibilidad de trabajo. Estaba anonadado.
En ese ir y venir, matando el tiempo, Guaro Tililín se encontró con el famoso puerto ubicado en la desembocadura del río Higuamo, envejecido en su existencia histórica, rígido sobre su inmensa mole de hormigón de concreto y hierro sosteniendo la imponente estructura de su creación el 25 de mayo de 1933, el levantamiento de su estructura comenzó en 1923; una obra ejecutada por la empresa Eduardo Depietri. Aquella inauguración fue un acontecimiento esplendoroso, igual como su remodelación, ampliación y actualización, por la exigencia de su demanda operacional, trabajos que estuvieron a cargo del famoso constructor puertorriqueño Félix Benítez Rexach, en 1946. Y desde entonces, el muelle o puerto, acentúa su presencia dominante sobre el río Higuamo, vigilando en silencio entradas y salidas de embarcaciones de diferentes tamaños y calados enseñando banderas de naciones lejanas. Firme en sí mismo, recogiendo la fatiga extendida de los centenares de trabajadores portuarios y las pesadas anclas de los barcos lanzadas al fondo del milenario río con una superficie de mil 161 kilómetros, la estructura levantada conocida por el nombre de puerto o muelle, soportando inflexible el insistente oleaje procedente del Mar Caribe en ruta indetenible hacia la desembocadura de la riada; así como el furor ocasional devenido de los vientos ciclónicos propios de la zona tropical. Sobre su duro pavimento calentado por el sol o empapado por aguaceros inesperados compiten por la vida centenares de trabajadores y vendedores ambulantes, puestos de ventas de comidas y numerosas prostitutas haciéndoles ojos bonitos a los marinos mercantes. Un ajetreo imparable de gente moviéndose frente buques y embarcaciones de cargas, sean estos grandes, pequeños, medianos o bajel, un espectáculo formado por diversos navíos concentrados en el amplio entorno productivo; un contrastante ambiente de hombres necesitados por conseguir una oportunidad laboral, llegando a diario a ese movido centro de operaciones manuales y técnicas apurados en encontrar el sustento diario. Un espacio donde no hay tiempo para compasiones lastimeras ni penurias ajenas. Todos pujan por ganarse un puesto de trabajo, dispuesto a hacer algo que le garantice la obtención inmediata de dinero para la subsistencia personal y familiar.




Primera foto: una vista parcial del puerto o muelle de San Pedro de Macorís del año de 1917. Fuente: Postal del año 1917. Libro " República Dominicana ; Un viaje a través de postales antiguas , 1900-1930" / Sócrates S. Solano. Segunda foto. una vista del puerto o muelle correspondiente al año de 1925. Fuente: AGN. IMÁGENES DE NUESTRA HISTORIA. Tercera imagen. una vista parcial del muro protector del muelle o puerto, tramo rivera del rio Higuamo o Macorís, margen oriental tomada en la década del año 1910. Cuarta imagen, el muelle visto en el año de 1904.
El necesitado y apurado Guaro Tililín contempló detenidamente las entradas y salidas de las grandes máquinas de vapor y de diésel, procedente de los ingenios cargadas con pesados sacos de azúcar y cuyos vagones eran colocados justo frente al buque, donde los muelleros amarraban e introducían alzándolos mediante un güinche, era entretenido ver las maniobras izando y bajando los sacos de azúcar, y las operaciones de motocarga y grúas; el ir y venir de los trenes de cargas, grandes aparato de hierro desplazándose sobre líneas de rieles despidiendo humo negro a su paso, avanzando y retrocediendo, hasta ubicarse en la posición exacta, ideal para levantar los pesados sacos de azúcar. Los movimientos de la enorme mole de hierro producían fuertes vibraciones sobre el suelo claramente percibido por los pies de quienes se desplazaban la superficie del muelle. Sintióse maravillado por la sincronizada combinación entre hombres y máquinas y todo el ajetreo laboral del entorno. Cual forastero observó pacientemente el ambiente del entorno, una mezcla de sudores, fatigas, esfuerzos de músculos, chistes, risas, y rápidos intercambios de saludos entre los conocidos. Aquella operatividad de dispares labores de parte de los involucrados atraía su curiosidad. Allí cada quien estaba dedicado en su faena, los que gestionaban un espacio, como su caso, se veían compelido a ingeniárselas e interactuar; hacer amistades, demostrar en el terreno sus habilidades competitivas. Para él, eso era de película. ¡Quedó electrizado!
Una vista panorámica de la Avenida España, año de 1918, área del litoral del puerto o muelle de la ciudad de San Pedro de Macorís, cuyo nombre fue cambiado por la del poeta Francisco Domínguez. Al Charro. Al
fondo puede visualizarse la torre o campanario de la iglesia San Pedro Apóstol. Fuente: Sócrates A. Solano, Libro "REPUBLICA DOMINICANA ; UN VIAJE A TRAVES DE POSTALES ANTIGUAS" / 1900-1930 .IMÁGENES DE NUESTRA HISTORIA
Por espacio aproximado de más tres horas estuvo Guaro Tililín apreciando el dinámico ajetreo de las operaciones del puerto petro-macorisano. Notó que la mayoría de las labores más rentables las realizaban estibadores, hombres fornidos, que halaban y cargaban sacos de más de 300 libras de los vagones de las máquinas de vapor llegadas de los ingenios azucareros; también había peones cargando y descargando camiones llenos de mercancías. Era una laboriosidad asfixiante. Entonces comprendió que su fortaleza física distaba mucho para optar por una posición de empleo en aquel lugar, eso era para personas musculosas, y él, no tenía esa facultad especial que se requería para sumarse a ese proceso productivo. Era mejor pensar en algo acorde con su condición personal, que no requiriera de tanto esfuerzo y vitalidad de energía como los muelleros o trabajadores portuarios. Contemplar en su faena agotadora a esos trabajadores de color negro provocaba una sensación de admiración, eran hombres especiales, trabajadores únicos en su labor fatigosa ignoraba; un poeta de la ciudad lo había homenajeado en silencio septembrino bajo un poniente de horas recibidas, cincelándolo con gotas de sudores recogidas a escondidas de un suelo empapado de salitre y aire polífono de respiraciones mezclada, duras espaldas cromada por el sol, negreando más su piel, herencia de lejanas procedencias, lo veía apurando el paso sobre el duro pavimento donde competían otros muchos pasos cargando sueños y esperanza. El poeta lo definió “Viejo negro del puerto”, eternizando su sombra esparcida sobre el tiempo, precisando como sondeaban la distancia buscando algún rastro de su antepasado africano.
Vista panorámica del entonces “Calle El Correo" 1912, actual Calle Salcedo, centro de la ciudad, donde se estableció la primera oficina del Telégrafo del país, Nótese los postes con las líneas telegráficas. Fuente de la imagen Imágenes de Nuestra Historia, R.D
En su andaduras y accesos, yendo y viniendo de un lugar para otro, en aras de hacer alguna amistad, buscando socializar con personas de la ciudad, una tarde, ya abrumado por la impaciencia, decidió sentarse a descansar sobre un asiento del Parque Julia, que era el nombre de la madre del jefe que gobernaba el país, tras lanzar un bostezo de vagancia se percató de que tres hombres dialogaban en alta voz, discutían sobre historia, porfiaban sus ideas. Esto llamó de inmediato su atención, estaban tan cerca que escuchaba clarito sus enfrentadas voces. Era la primera vez desde su llegada al pueblo que veía una disputa cultural: tres personas inteligentes refutándose acaloradamente, intentando cada cual en imponer su criterio. El intercambio de palabras se prolongó por dos horas, la entrada de la noche sorprendió a los individuos pulseando su razonamiento. Ninguno cedió en su parecer.



Las fotos muestran cómo era la arquitectura del parque principal de la ciudad entonces rodeado por vetustos edificios de gran valor cultural e histórico.
Guaro Tililín permaneció sentado sobre el banco el mismo tiempo que duró la discusión, cuando el grupo se separó, uno de ellos, el que más tiempo permanecía de pie, los otros se sentaban y paraban, según el calor de su exposición, al salirse éste para dirigirse a su hogar tuvo la cortesía de saludarlo con la cabeza acompañándolo con un ademan amistoso de su brazo derecho, Tililín reaccionó rápido diciéndole, —oiga señor, excúseme, deténgase por favor, sé que usted va rápido, acabo de presenciar y oír la larga discusión que sostenían ustedes, veo que son personas muy inteligentes, quisiera aprovechar para felicitarlo por su capacidad. Yo me llamo Guaro, no soy de aquí, vine hace cuatro días a este pueblo y me encantaría hacerme amigo de persona como ustedes, vuelvo y le pido perdone mi atrevimiento, pero sentía el deseo de decirle esto.
Miguel Alfonzo Mendoza (Piris), que era el hombre al que Guaro Tililín detuvo para felicitar frenó sus pasos y lo miró inquisitivamente con rapidez, la prisa que llevaba para llegar a su casa impedía que se detuviera por más tiempo, por lo que le respondió, — no me molesta que me pregunte, pero yo soy el que le pido excusa pues como ve ya es tarde, van a dar las 10 de la noche, tengo hambre y voy a la casa a cenar y a dormir, pero si usted anda por aquí me veras mañana, siempre estoy por esta área, mi nombre es Miguel Alfonzo Mendoza, pero todos me conocen por Piris, soy maestro y periodista, cuando vuelva a verme tenga la confianza de pararme así podremos hablar con más tiempo.— Y tras decir estas últimas palabras reanudó sus pasos camino hacia su residencia.
Y así fue, el reencuentro sucedió dos días después de aquella noche cuando Guaro Tililín fue testigo de la encendida discusión de los tres hombres de curtida inteligencia, ocurrió a eso de las nueve de la mañana en la que volvieron a encontrarse, Piris caminaba por una de las calles céntrica de la ciudad, próximo al parque Julia; Guaro Tililín que también andaba merodeando, identificó al maestro y periodista quien venía en vía contraria sobre la misma acera por donde él transitaba, al divisarlo espero que tuviera cerca para abordarlo. — Hey, periodista, no me recuerda, soy el hombre que lo vio hace dos noches discutiendo de historia en el Parque. Piris inmediatamente se recordó de Tililín por lo que se detuvo en medio de la acera y le respondió, —oh, si, claro que me acuerdo de ti, te dije que frecuento por esta zona del parque y los comercios y que podríamos volver a encontrarnos, si no vas rápido vayamos al parque allí podríamos sentarnos y charlar con más tiempo—. Ambos se pusieron de acuerdo y se dirigieron al lugar sugerido por Piris. Allí sentados iniciaron un apacible y ameno diálogo de socialización amistosa. Esa mañana fue testigo y soporte en el tiempo de la entablada y prolongada confraternidad que se desarrollaría entre Piris y Guaro Tililín, de que el segundo sacaría gran provecho instructivo, aprendiendo del primero interesantes episodios de la historia de Macorís, del país y parte del mundo.
En los días siguientes Guaro Tililín también conoció e igualmente fraternizó con Bernot Berry, a quien apodaban el Frances, por ser hijo de padre francés y considerado un hombre muy instruido, igualmente con los periodistas Américo Salazar, Exequiel Kaza, Pimpín Bobea, Ruiz Tolentino, Luis Girón y los hermanos Santana, éstos últimos editaban el semanario El Este; regularmente todos acostumbraban a reunirse en el Parque Julia, donde formaban una ronda de discusiones sobre diversos temas sociales, deportivos, gastronómicos; historia y geografía. Las discusiones culturales que se originaban entre ellos interesaron al joven forastero motivándolo a frecuentar el parque en las horas en que éstos se reunían en su tertulia, tratando de llegar antes que ellos para situarse en un asiento cercano para escuchar clarito los debates teóricos que éstos desarrollaban, por este móvil se apresuraba cercano a ese momento en llegar antes de las seis de la tarde. Guaro Tililín disfrutaba con encanto las polémicas disputas teóricas que montaban esos señores, cada quien interesado en imponer su visión y versión de las cosas que decías. Particularmente acudían al lugar la siguiente noche recargado de energía intelectual, previamente quizás se la pasaban leyendo, actualizándose, buscando informaciones en los periódicos El Caribe, Listín Diario, o La Nación, los medios de comunicación impresos de la época, leyéndolos para sustentar las explicaciones de las ideas que presentarían. También se nutrían escuchando y viendo prestigiosos programas radiales y de televisión que entrevistaban a connotados profesionales o intelectuales. En verdad los personajes mencionados celebraban encuentros enciclopédicos. Tililín se atiborraba culturalmente de esos enfrentamientos verbales, reteniéndolo en su memoria prodigiosa, comparándolas con aquellas charlas personales que sostenía con su amigo y vecino, el maestro Clemente Pujols.
Debemos consignar como referente de información histórica que a finales del siglo diez y nueve y los primero veinticinco años del siglo veinte hubo medios de prensa en las principales provincias de la Región Este: Higüey, El Seybo y San Pedro de Macorís; en algunos de esos espacios de prensa periodistas y eruditos de esos lugares publicaban en los medios locales artículos de carácter social, literario, poético y científico. A través de esos trabajos se conoció el nivel de formación educacional de hombres y mujeres que luego han sido reconocidos en la historia por su valor intelectual y aportes literarios. En Higüey circulaba el periódico “ El Civismo”; en el Seibo “El Oriental” y “Plus Ultra”; mientras La Sultana del Este tenía “Diario de Macorís”, “Boletín Mercantil”, la revista “Fémina”, “Gaceta del Este”, “Humor y Comercio”, “La Palma” ; “El Semáforo”; “El Este”,, y El Diario de Macorís, éste último fue considerado en su momento el medio de prensa más importante de la región Este, fue fundado por los hermanos Horacio y Néstor Febles el 16 de octubre de 1922, teniendo como administrador a Enrique Cambier. Su aparición indicó un precedente en el periodismo de San Pedro de Macorís al ejercer un papel de importancia política en la primera reelección de Rafael Leónidas Trujillo Molina en 1934, siendo el vocero del régimen en la provincia, enviando con exclusividad sus periodistas a cubrir las actividades del oficialista Partido Dominicano, constituido el 16 de agosto de 1931.
Cuando salieron los primeros periódicos la gente lo llamó prensa porque eran escritos confeccionado en una imprenta, la cual apareció en nuestro país a principio del 1800, de inmediato los creyentes aprovecharon para imprimir las oraciones que promovían la imploración a la Virgen María, por consiguiente, imprimieron la llamada Novena, fue lo primero que se le ocurrió imprimir, esa oración circulaba manuscrita de mano en mano desde 1738, al tipografiarla tuvo mayor difusión. Este histórico trabajo se realizó en el primer taller de clisado que hubo en la isla propiedad del francés André Joseph Blocquerst. En esa época los opositores al gobierno de turno o los contrincantes en la escena política difundían escritos manuscriticos confeccionados por personas de reconocida capacidad cultural, que lo eran poco, los cuales eran contratados para esos deberes, así surgieron los primeros pasquines o panfletos que eran hojas suelta, es decir un escrito de una página, que eran repartido y distribuido entre la población, o mejor se lo hacían llegar a aquellos que podían reaccionar, responder o sentirse afectado por el escrito, a esos escritos le decían ensaladillas y estaban prohibidos por el gobierno de turno. Una de las hojas manuscrita de amplia circulación en 1837 fue elaborada por los Trinitarios, identificada como “dominicano-español”, la autoría es atribuida al patricio José María Serra. Dos años antes de la proclamación de la Republica en 1844, Manuel María Valencia publicó el opúsculo “La Verdad y nada más”, denunciando duramente la tiranía haitiana encabezada por Jean Pierre Boyer. Otro manuscrito popular fue “El Grillo Dominicano”, una hoja también manuscrita que apareció en 1843. Ese tipo de publicaciones circulaban de manera clandestina. Los primeros periódicos propiamente dominicano aparecieron en 1821, El Telégrafo Constitucional de Santo Domingo, fundado el 5 de abril, y El Duende. fundado el 15 de abril. Época histórica de la Independencia Efímera de José Núñez de Cáceres. Tras la creación de la Republica Dominicana surge el 19 de septiembre de 1845 el “dominicano”; y en 1851 es fundado “El Correo del Cibao”, convirtiéndose en el primer medio impreso de la Región del Cibao, hasta que el 16 de noviembre de 1915 sale La Información, un diario de la ciudad de Santiago de amplio alcance regional.
Regularmente durante los primeros días de estar Guaro Tililín en la ciudad de su sueño y anhelo combatía el aburrimiento callejeando por la ciudad, conociéndola cada día más, captando la idiosincrasia de su gente, asimilando su costumbre; siempre esperanzado en encontrarse con alguien que tuviera algún rasgo simpático afines a sus necesidades y pudiera interesarse por su problema. Salía del hotelucho donde estaba hospedado pasado las siete de la mañana, si bien estaba acostumbrado a levantarse tempranito, como en su pueblito de vida rural, aguantaba sobre la cama el paso de las horas escuchando por radio la emisora La Voz Dominicana que a esa hora temprano ponía un programa de variadas canciones de rancheras y boleros con los cantantes de más resonancia y popularidad del momento; evitaba salir al pasillo para no perturbar el ambiente de los huéspedes, tampoco participaba del desayuno que ofertaban por carecer de dinero suficiente, por ello cuando lo consideraba oportuno salía de la habitación y partía hacia la calle a aventurar suerte, a buscársela. Ya conocía el puerto y su entorno, aun así, una vez más decidió volver hacia ese embarcadero y desembarcadero de cosas y mercancías. No se cansaba contemplando el movimiento de los afanosos trabajadores y las embarcaciones cargando y descargando efectos comerciales. El desfile matinal de hombres por docenas yendo hacia sus respectivas labores en el área del puerto atraía su atención con fascinación, allí pululaban centenares de gente cruzándose en un ir y venir incesante, los que ya tenían alguna responsabilidad laboral caminaban más de prisa para llegar a tiempo a su puesto de desempeño, ignorando a los innumerables desempleados que buscaban una oportunidad de enganche, y a los numerosos vagabundos hambrientos y necesitados de compasión humana; también se veía a los marineros acondicionamiento los buques, dándoles mantenimiento. El lugar era un hervidero de transeúntes cuyo accionar personal competía por alcanzar un espacio ocupacional o una humana atención solidaria.
Si, el puerto, ese puerto Petro-macorisano, lo atraía misteriosamente, quizás era el sudor salado de los fornidos negros isleños castigados por el sol estampado en sus fuertes brazos de atávicos quehaceres herrumbrosos. Veía emocionado a aquellos trabajadores de lejanas tierras de mar entregados en diarias faenas, dormitando su cansancio acumulado entre proa y popa de buques de diversas banderas y procedencias, y a los muelleros endulzando su pobreza embriagada con azúcar prieta derramada; descansando el almuerzo llevado bajo sombra de árboles centenarios; deshaciendo sus sueños de amores entre rieles de tránsito de máquinas y el duro pavimento de cemento importado.
Guaro Tililín continuó en su caminar. Así, un buen día de su acostumbrado itinerario y mirando las rutinarias operaciones desarrollada sobre el puerto almorzó un plato de arroz con habichuelas roja y carne de res en uno de los negocios de ventas de comida que existía en el área, para luego reanudar su caminata con la ilusión de encontrar un empleo que se adaptara a sus aptitudes. Con ese pensamiento abandonaba la zona del atracadero marítimo meditando sobre sus condiciones físicas, diciéndose que las tareas que ejecutaban los obreros en el andén del puerto eran superiores a su capacidad muscular, por lo que debía buscar algo que requiriera de menor corpulencia humana.
Durante el regreso hacia el hotel su vista se iba recreando y deleitando, contemplando las viejas edificaciones con sus arquitecturas maravillosas; la circulación de los peatones y vehículos, y, sobre todo, la vistosidad de las tiendas y negocios del centro de la ciudad con sus letreros lumínicos; sus estanterías y escaparates repletos de mercancías y artículos ofertándoselos a los que pasaban por sus perímetros. Sintió una admiración especial por la ciudad. Se enamoró de su esplendor.
Mientras Guaro Tililín paseaba por la ciudad fue percibiendo el desenvolvimiento social y la dinámica económica que la envolvía, explorando la forma de agradar y serle simpático a la gente para conseguir un empleo. Indagaba informaciones. Preguntaba y repreguntaba sin agotarse, consideraba que ello significaba reducir sus penurias, y, sobre todo, que ya se le agotaba el poco dinero que había traído en su viaje. Trató de emplear con mayor eficiencia su psicología interactuando con cualquiera de la persona que detenía a su paso para obtener datos en función de sus necesidades. No podía fracasar.
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Texto tomado de las páginas 194 hasta la 207 de la novela Guaro, el cochero Tililín (novela ensayística e intrahistórica), de la autoría de Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo). Una obra literaria con 472 páginas, 99,804 palabras, 920 párrafos, y 13,579 líneas. Próximamente en el mercado literario.