Libro. El moro de Granada en la literatura: del siglo XV al XIX
Escrito por: María Soledad Carrasco Urgoiti
"La dedicación a la profesión elegida, la curiosidad por todas las ramas del saber, la apertura hacia otros pueblos y culturas y una sensibilidad alerta ante el arte". María Soledad Carrasco Urgoiti
La Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes se enriquece hoy con la publicación de la obra crítica de una de las grandes hispanistas de la segunda mitad del siglo XX: María Soledad Carrasco Urgoiti, cuyos estudios sobre la literatura y la cultura en la ancha frontera de lo hispano-musulmán han sembrado un fértil campo para varias generaciones de investigadores.
Las distintas fotos publicadas en este libro, editado por EL COLOSO DE MACORIS.COM, recogen distintas vivencias desde la infancia de la prestigiosa escritora Soledad Carrasco Urgoiti, en las mismas, aparece con sus padres, abuelos, siendo muy pequeña, con compañeros de estudios, su graduación, premios y reconocimientos recibidos. Son imágenes de los años 1926, 1932, 1949, 1958 y otras épocas más cercanas. (Nota del editor, Enrique Cabrera Vásquez).
Títulos publicados de la autora:
"Allega, morico, allega". Notas sobre un villancico del siglo XVI y sus glosas. Carrasco Urgoiti, María Soledad
Concordancias de "Allega, morico, allega". Notas sobre un villancico del siglo XVI y sus glosas
Concordancias de Américo Castro (1885-1972)
Apuntes sobre el calificativo "morisco" y algunos textos que lo ilustran
Concordancias de Apuntes sobre el calificativo "morisco" y algunos textos que lo ilustran
Apuntes sobre el mito de los Abencerrajes y sus versiones literarias
Apuntes sobre la obra crítica de Francisco García Lorca / M.S.C.U.
Las Cortes señoriales del Aragón mudéjar y "El Abencerraje"
Concordancias de Las Cortes señoriales del Aragón mudéjar y "El Abencerraje"
La cuestión morisca reflejada en la narrativa del Siglo de Oro
Concordancias de La cuestión morisca reflejada en la narrativa del Siglo de Oro
La cultura popular de Ginés Pérez de Hita
Concordancias de La cultura popular de Ginés Pérez de Hita
"De buen moro, buen cristiano". Notas sobre una comedia de Felipe Godínez
Divagación, para Susana, sobre la materia de Granada / Mª Soledad Carrasco Urgoiti
Concordancias de Divagación, para Susana, sobre la materia de Granada
Advertencia
Observará el lector que algunas manifestaciones muy importantes de la moda morisca durante los siglos XVI y XVII se estudian sucintamente en este libro. Dada la atención que diversos críticos y eruditos han dedicado a la «morofilia» literaria del Siglo de Oro, hemos creído que nuestro esfuerzo al tratar de esta época debía tender principalmente a coordinar y sintetizar estudios previos.
Nota preliminar
Este libro es esencialmente una versión en español, con algunos reajustes y adiciones, de mi tesis doctoral que fue presentada el año 1954 en Columbia University, Nueva York1. Mi estudio se propone seguir las fortunas y vicisitudes que ha corrido en las literaturas occidentales ese ente poético -reflejo idealizado de los últimos representantes del Islam español- que es el moro galante de Granada. Le hemos visto emerger gallardamente en la poesía castellana del siglo XV y perder sustancia histórica en el Siglo de Oro, en tanto que enriquecía su anecdotario, matizaba a lo renacentista su vida sentimental y su gala guerrera quedaba reducida a un bello esmalte policromado. También le seguimos a Italia, donde gozó momentos de gloria efímera, y más tarde le hallamos en los salones franceses del Grand Siècle, que le adoptaron y prestaron nuevos modelos y conceptos. Nuestro moro afrancesado cruzó el Canal de la Mancha y atravesó los Pirineos de vuelta a España, donde convivió algún tiempo con su hermano gemelo, de más castiza estampa, que mantenía airoso su puesto en ciertos géneros literarios. Llegó el romanticismo y con él otra era de gloria literaria para la Granada morisca. Boabdil y los abencerrajes, el proverbial moro Muza y los moriscos indomables de la Alpujarra cruzan fronteras lejanas; fantasías norteñas, meridionales y hasta tropicales les levantan soñadas Alhambras; en Europa y América los hallamos convertidos en símbolo de nostalgias o rebeldías, pero se buscan también sus hazañas en viejas crónicas y tradiciones y se los sitúa otra vez sobre el fondo del paisaje granadino. En España, su imagen cambiante se refleja en todos los géneros y se adapta a diversos estilos, sin perder casi nunca valor pintoresco ni irrealidad. Al ir sosegándose el clima romántico, sus apariciones empiezan a ser monótonas, mas van acompañadas de una gala visual ricamente coloreada y de un concierto de rítmicas sonoridades. La decoración adecuada que había devuelto el romanticismo al moro galante se va acartonando en la poesía post-romántica y ahoga gradualmente la figura humana. Al fin la arrastra en su caída cuando, apagado el resplandor fugaz que le prestan las luces modernistas, se abate el telón morisco para dejar paso a una nueva visión poética de Granada.
Cuando hablamos en singular del idealizado moro granadino nos referimos naturalmente al conjunto de temas literarios que giran en torno a los últimos tiempos del reino nazarita. La unidad evidente de este núcleo temático reside sobre todo en una estilización que se amolda en cada época a los gustos artísticos predominantes y derrama su luz sobre todos los personajes y sucesos históricos o ficticios que constituyen el anecdotario morisco-granadino. Moratín y algunos otros autores que cultivan este género escamotean la localización en Granada, pero queda claro el abolengo de su obra. Hemos dado cabida en nuestro estudio a estos casos y también incluímos el tema del morisco rebelde, tan importante durante el romanticismo, ya que entronca directamente con la literatura referente al último reino moro.
Al ver ahora próximo a su publicación un trabajo que me ha costado no pocos afanes, mi pensamiento va con gratitud hacia todos los maestros y amigos que lo han apadrinado. Recuerdo el día ya lejano en que don Dámaso Alonso me animaba en Madrid a emprender este estudio y me hacía ver las posibilidades que ofrecía. Recuerdo mi primera entrevista con don Federico de Onís, director entonces del Departamento Hispánico de Columbia University, que en aquella ocasión y en años sucesivos encaminó generosamente mis pesquisas, iluminando con sus palabras puntos de vista que han acrecentado en gran medida el valor, chico o mediano, de mi trabajo. Primera etapa de la jornada que estoy a punto de concluir fue una monografía sobre El Abencerraje y su difusión, que dirigió don Ángel del río, cuyo seminario me deparó un aprendizaje valiosísimo en el campo de la investigación literaria; también al preparar la redacción final del libro me han sido sumamente provechosos los consejos y sugerencias del Prof. del Río. Mucho debo asimismo al ponente de mi tesis, Prof. James Shearer, por su acertada y paciente orientación a lo largo de cuatro años de trabajo.
Mis investigaciones han tenido además otros amigos. No puedo encarecer bastante la gentileza con que me han leído, animado, escuchado y asesorado Melchor Fernández Almagro, Francisco García Lorca y Francisco López Estrada, por mencionar solamente a tres críticos que se han ocupado en particular de obras moriscas o de las letras granadinas2. Quiero también dar las gracias a don José Camón Aznar, al doctor John T. Read, agregado cultural de la Embajada Americana en España, y al Prof. Anthony Tudisco, Columbia University, por haberme ayudado a resolver problemas relacionados con este trabajo.
Por la índole de mi estudio, que me ha obligado a examinar un número muy considerable de textos, puedo decir que los bibliotecarios de Columbia University (New York), de la Library of Congress (Washington), de la Biblioteca Nacional (Madrid) y de New York Public Library han sido mis anónimos y eficaces colaboradores. Y no quiero dejar en el anonimato el interés cordial que he encontrado en la biblioteca de la Hispanic Society of America; a Miss Clara Louisa Penney y a Miss Jean Rogers Longland vaya en estas páginas un mensaje especial de gratitud. Entre las personas que fuera del terreno profesional se han ocupado de localizar material precioso para mi trabajo sobresale, por el acierto y entusiasmo juvenil de su colaboración, mi abuela doña María Ricarda Somovilla de Urgoiti. Asimismo han dedicado generosamente tiempo considerable a realizar gestiones que me han sido muy útiles don Antonio Catena y mi primo Ricardo Urgoiti Gutiérrez.
Con notable injusticia no he mencionado aún a mi madre, que ha compartido todos mis desvelos y gran parte de mi tarea. No puedo dar las gracias individualmente a todos los que han seguido con ilusión y cariño el progreso de mi trabajo, pero sí citaré, pues su participación ha sido activa y considerable, a mi tía María Luisa Urgoiti de Ángulo y a mi prima Aurorita Urgoiti. También han puesto con entusiasmo su cuarto de espadas, durante las vacaciones, mis primos Elena y Nicolás. Merecen asimismo una expresiva mención María Navarro, Matilde Abascal, María Pilar Sánchez Polac, Carmen Poy y Alberto Bertola, que han colaborado eficazmente en distintas facetas de mi trabajo.
Visión poética del moro en la literatura castellana del siglo XV.
A mediados del siglo pasado un historiador alemán ponderó la fascinación que en su tiempo ejercía la simple mención de Granada, comentando que, aun los que no la habían visitado, guardaban recuerdos de la Alhambra3. Tan intenso y generalizado poder de evocación no se debe solamente a la gracia y belleza del arte nazarita y al encanto del paisaje granadino. Para comprenderlo, conviene tener en cuenta que el reino de Granada fue el último baluarte del poderío islámico en la Europa occidental, y, sobre todo, recordar que a lo largo de varios siglos todo forastero había contemplado los palacios árabes a través de un prisma imaginativo que les prestaba una animación pintoresca y exótica, cuyo carácter no correspondía a una fiel reconstrucción histórica ni a un trasplante a la región granadina de una específica cultura oriental. Por el contrario, la visión de Granada que aun hoy enamora a muchos viajeros se ha ido moldeando a lo largo de una corriente de idealización literaria que, en lugares y épocas diferentes, ha adaptado ciertas peculiaridades del moro granadino y ciertos episodios de la conquista al gusto y sentir de una minoría social, ya española, ya francesa, ya internacionalmente romántica. Los rasgos distintivos en el vestir, guerrear o festejar de los moros se acentuaban o atenuaban según se inclinase más o menos la mentalidad colectiva del momento a la contemplación de costumbres y formas ajenas, pero la actitud vital que latía en el fondo de tales estilizaciones se remontaba en último término al ideal caballeresco que creó la Edad Media cristiana y europea. Ello demuestra la vitalidad y calidad artística con que surgió en la literatura castellana una visión embellecida de la Granada mora y de las proezas y malandanzas de la nobleza morisca, cuando a fines de la Edad Media y principios de la Moderna, diversas corrientes de sentimiento y arte convergieron para elevar al plano de la idealización y del mito una circunstancia concreta de la historia de España: las luchas de moros y cristianos en torno al reino de Granada.
Nada más característico de la España medieval que la contienda y convivencia de cristianos y musulmanes, siendo hasta el presente objeto de apasionantes estudios la huella que dejó en el carácter español tan prolongado contacto de dos civilizaciones4. Pese, sin embargo, a las relaciones frecuentemente amistosas y al intercambio constante de influencias entre los estados cristianos e islámicos de la Península, los españoles no hallaron placer estético en describir la vida y las costumbres de los moros hasta bien entrado el siglo XV, aunque consta que, en ocasiones, copiaban sus hábitos y atuendos. Lo que sabemos de la vida brillante y del aspecto pintoresco de la España musulmana se lo debemos a los escritores arábigo-españoles, no a las literaturas románicas de la Península, que en este aspecto son de una gran parquedad. Mas he aquí que en los últimos decenios de la Reconquista surgen los romances fronterizos, y en ellos vemos a un rey de Castilla extasiado ante la belleza de la Granada mora; se nos presenta como dechado de gallardía el airoso desfile de las huestes granadinas, y llega a nosotros en vibrantes versos castellanos la desolación de los moros al perder sus plazas fuertes. El cambio de actitud es importante, y para comprenderlo conviene acercarse al ambiente fronterizo donde se fraguó.
Durante los siglos XIV y XV los moros españoles no representaron para los españoles una amenaza tan vital como en épocas anteriores, y la empresa de la reconquista adquirió un nuevo carácter. Desde que en el siglo sin Fernando III el Santo y Jaime el Conquistador dieron a la Reconquista el empuje definitivo, consolidado por las campañas de sus sucesores, el Islam español estaba limitado al reino de Granada, feudatario del de Castilla. Fue este estado un centro de arte y cultura brillantísimo, pero afectado, hasta en sus manifestaciones más exquisitas, por una debilidad inherente a su sino5 histórico. Estuvo asimismo constantemente agitado por discordias internas y sólo llegó a ser temible cuando recibió el refuerzo de la última oleada de invasiones africanas que había de cruzar el Estrecho, la de los Benimerines. Derrotados éstos por Alfonso XI de Castilla y e! rey de Portugal, en la batalla del Salado (1840), la España musulmana dejó de representar un serio peligro para los reinos cristianos de la Península, que, por otra parte, entraron en una fase de guerras entre sí y, en el caso de Castilla, de luchas civiles. La empresa de la Reconquista ya no se consideraba perentoria y los reyes se limitaban a organizar alguna que otra tala por la vega de Granada y a mantener en la frontera un número de hombres más o menos suficiente para contener cualquier intento de expansión de los moros, que, a pesar de la merma de su poderío, conservaban el ánimo combativo y una gran pericia en ardides y técnicas guerreras. Para mantener sus posiciones y satisfacer con pequeñas conquistas su ambición de poder y de fama, el capitán fronterizo tenía que vivir en constante alerta y desarrollar cualidades personales de inventiva y esfuerzo. Uno de los últimos y más famosos héroes de la frontera granadina, Hernando del Pulgar, recomendaba en una carta escrita a principios del siglo XVI al conde Pedro Navarro que se empleara en las campañas de África a veteranos de la guerra de Granada: "«Porque éstos, como quier que los moros son astutos en la guerra y diligentes en ella, los que han sydo en los guerrear los conosçen bien y saben armalles. Conosçen a qué tiempo y en qué lugar se ha de poner la guarda, do conviene el escucha, adonde es neçesario el atalaya, a qué parte el escusaña, por dó se fará el atajo más seguro que más descubra»". La enumeración de ardides de guerra se prolonga, salpicada de pintorescos ejemplos y de citas clásicas, entre las que se intercala un dicho de "«nuestro vezino Alí Alatar el Viejo»"6.
Las diversas crónicas de los reinados de Juan II, Enrique IV y los Reyes Católicos -y más aún las que versan especialmente sobre sucesos particulares, como el Memorial de diversas hazañas, de Mosén Diego de Valera- narran con minuciosidad múltiples incidentes en que moros y cristianos despliegan su pericia en ese sutil y complicado arte de guerrear. La importancia de la frontera de Granada como elemento formativo de la nacionalidad y el carácter castellano fue señalada ya por Menéndez Pelayo7. Recientemente ha insistido sobre ella Juan de Mata Carriazo, con la autoridad que le presta su profundo conocimiento de la historiografía de la época, advirtiendo, además, que a través de la frontera se filtraban todo género de influencias8.
H. A. Deferrari ha reunido gran acopio de datos que dan testimonio de contactos amistosos entre moros y cristianos y demuestran que estos últimos adoptaban en ocasiones las peculiares maneras que tenían sus enemigos de combatir, de engalanarse o de conmemorar penas y alegrías9. Son característicos en este sentido muchos pasajes de los Hechos del condestable don Miguel Lucas de Iranzo, dedicados a describir las fiestas y regocijos organizados por el condestable, en los cuales no solía faltar la nota morisca en juegos o atavíos, bien se tratara de las celebraciones en que participaba el pueblo entero, o de aristocráticos pasatiempos. En la misma crónica se alude a los recelos del rey de Granada ante el poder de los abencerrajes, y se menciona una matanza de que éstos fueron víctimas. Y es curioso que, al describir la cabalgada del día de San Juan, el autor nos dice que los caballeros de Jaén venían "«todos enrramados e escaramuçando, e echando çeladas, e jugando las cañas a la manera de la tierra»"10. Es decir, el jugar cañas no se sentía como juego moro ni cristiano, sino como deporte propio de la región; algo que ambos combatientes tenían en común.
Como refiriéndose a algo conocido, escribe don Álvaro de Luna al rey don Juan II el 22 de mayo de 1481: "«Este día continuamos nuestro camino derechamente a la Vega de Granada, fasta la ver muy bien a ojo, e devisar el Alfambra, e el Albayçín, e el Corral»"11. Este pasaje adquiere una significación especial si tenemos en cuenta que, dos meses después, el propio rey a quien iba dirigida la carta contempló la ciudad y sus edificios con admiración y deseo de poseerla, dando ello ocasión a que se compusiese el romance de Abenámar12.
Los castellanos sienten la emoción estética que ofrece la belleza de Granada, y además saben que en la capital mora se despliega una vida de lujo y refinamiento superior al suyo. Por entonces se despierta también en la España cristiana, como en el resto de Europa, el sentido de lo exótico; abundan los litros de viajes y los reyes envían embajadas a países lejanos. Granada interesa porque es distinta; en ella florecen formas de vida y arte que no son europeas. Tampoco puede decirse con propiedad que fueran puramente orientales, y, desde el punto de vista árabe, podían parecerle a Aben Jaldún parecidas a las de los cristianos. Para el castellano, sin embargo, no cabe duda de que el moro granadino representaba un mundo exótico, sin dejar de ser el vecino y contrincante con quien mantenía, más que una guerra cruenta, una continua escaramuza y un juego de sorpresas y emboscadas, en el que se adivina un cierto sentido deportivo. Por de pronto, tenían en común la técnica combativa y el respeto a ciertas normas, que eran las de la caballería europea13. Así vemos que los contrastes, y al mismo tiempo una cierta proximidad moral entre moros y cristianos, fueron factores inseparables en la vida de la frontera, y gracias a esa dualidad resultó posible la visión poética del moro.
Para comprender un poco mejor cómo se produjo esa idealización hay que tener en cuenta quiénes eran los hombres que poblaban la frontera. Indudablemente, habría entre ellos muchos guerreros rudos e ignorantes, pero jefes fronterizos fueron también, durante más o menos tiempo, el marqués de Santillana, don Álvaro de Luna, Gómez Manrique, Mosén Diego de Valera y otros muchos que alternaban en sus actividades la pluma y la espada. El ideal renacentista del hombre de aptitudes diversas estaba cada vez más incorporado a la vida española; capitán fronterizo fue, durante los últimos años de la guerra de Granada, Gonzalo de Córdoba, y una de sus biografías se debe precisamente a su compañero de armas, en Granada, Hernando del Pulgar, a quien hoy recordamos casi exclusivamente por su hazaña de clavar el cartel del Ave María en las puertas de la mezquita de Granada, pero que fue también un prosista atildado y latinizante y un entusiasta lector de Tito Livio. Y aun algunos fronteros que nunca tuvieron, que sepamos, intención de hacer obra literaria, manejaban la pluma con admirable destreza cuando escribían al rey dando cuenta de las operaciones guerreras por ellos dirigidas. Lo demuestran las cartas de Diego de Ribera -el Adelantado cuya muerte canta el romance de Alora la bien cercada-, de Rodrigo Manrique y de Fernán Álvarez de Toledo, publicadas, con la ya citada de Pulgar y otra de don Álvaro de Luna, por Carriazo, que con razón ve en ellas la evidencia de un género literario de cartas y relaciones "«paralelo al de los romances fronterizos, casi tan bello como él y muchísimo menos conocido»"14. La carta de don Rodrigo Manrique es una pequeña obra maestra del género, pero todas tienen en común la habilidad de dar una impresión del conjunto sin omitir detalles y poniendo de relieve la parte que a cada combatiente correspondió en la acción. "«Escríbolo a vuestra alteza porque de todos sepa lo que fizo cada vno»", dice Fernán Álvarez de Toledo. Es, por tanto, nota esencial de estas cartas el profundo sentido de lo individual y, al mismo tiempo, de lo colectivo que caracteriza la vida de la frontera.
Una relación semejante, pero referente esta vez a la historia interna de Granada, es la que escribió en los primeros años del siglo XVI Hernando de Baeza sobre los «Últimos sucesos del reino de Granada»15. Es éste un relato vivido de las divisiones e intrigas cortesanas de los granadinos, pues el autor fue en parte testigo de los acontecimientos que narra con pluma notablemente ágil y expresiva. El cronista Hernando del Pulgar escribió también, por encargo de Isabel la Católica, un Compendio de la historia de Granada16, que es muy defectuoso, pero demuestra el interés que sentían los castellanos por la historia granadina. La relación de Baeza nos habla de la admiración que una embajada del rey de Granada causó en la corte del rey don Juan, el cual se complacía en tratar al príncipe granadino y "«ver a él y a los suyos caualgar a la gineta, porque heran muy buenos caualleros, y muy diestros en la silla, así en el jugar de cañas como en otras cosas»"17. En las crónicas abundan asimismo las alusiones a visitas y embajadas de los moros, siendo también frecuente el caso inverso. Como ejemplo característico tenemos el desafío de don Diego Fernández de Córdoba a don Alfonso de Aguilar para que se batiera con él en el reino de Granada, donde se les concedió campo y don Diego estuvo esperando a su contrario de sol a sol, según certificó el rey moro18.
El reino de Granada se iba desmoronando, y no sólo por el empuje de las armas cristianas. A ello contribuyeron divisiones internas que daban lugar a tragedias sangrientas y a lances caballerescos; hoy caen en la Alhambra las cabezas de los abencerrajes; mañana, ayudado por los sobrevivientes, se descuelga el príncipe Boabdil de la torre de Gomares, donde vive recluido con su madre, en tanto que una cautiva favorita recibe honores de reina. Estas noticias llegaban en forma fragmentaria al campo cristiano, donde la sensibilidad se abría a todos los estímulos, y prevalecía, al menos durante la última etapa de la guerra, un ambiente de juego caballeresco vivido, que indudablemente contribuía a que se vieran a través de un prisma de estilización los sucesos de la corte mora19. Algunos pasaron, sin duda, desapercibidos, pero en otros casos, como el de la muerte de los abencerrajes, bastó una breve referencia de los cronistas y alguna alusión emocionada en el romancero para iniciar un proceso de idealización que había de culminar, a mediados del siglo siguiente, en el tipo literario del Abencerraje, que por siglos se mantuvo, renovándose continuamente, como uno de los temas de la literatura occidental.
El romance fronterizo representa el último brote de la poesía épico-lírica de tipo tradicional que, además de renovar la antigua materia épica, "«poetizó la vida pública actual»", según palabras de don Ramón Menéndez Pidal21. Por lo tanto, en cuanto participa de la forma y técnica del romance derivado de las gestas, la poesía de la frontera tiene sus raíces en la épica medieval. Mas, por otra parte, en ella se expresa por vez primera una nueva mentalidad que ya era renacentista22.
Los juglares, que cantaban episodios de las guerras de Granada, y la colectividad, que repetía y elaboraba sus composiciones, estaban habituados a la forma del romance, con sus características de brevedad, unidad de cada poesía y alternancia de narración, diálogo y rasgo lírico. Pero, de acuerdo con un nuevo sentido de lo episódico e individual, estos poemitas no se agruparon en torno a ninguna gran figura, sino que versan sobre hechos aislados, de escasa importancia histórica casi siempre, pero que tuvieron una repercusión emocional en un campamento o en una villa de la frontera.
El romance fronterizo más antiguo que conocemos canta probablemente el cerco de Baeza por el rey de Granada y don Pedro el Cruel en 136823. Fue objeto de otro romance un segundo ataque de los moros a la misma villa en 1407. El romancero cantó varios sucesos del año 1410: la muerte del alcalde de Cañete en una imprudente salida de la fortaleza y la venganza que tomó su padre contra los moros de Ronda; la conquista de Antequera, o más bien la repercusión que su pérdida tuvo entre los moros, y la derrota que sufrieron en Montejícar 300 caballeros de Jaén24. Otro de los romances fronterizos de carácter más épico cuenta cómo el alcalde de Antequera, Rodrigo de Narváez, arrancó al moro Ben Zulema, en 1424, una gran presa de cautivos y ganado25. Se puede localizar exactamente en 1431 el romance de Abenámar en que, adoptando un tópico de la poesía árabe, la ciudad es cortejada como una mujer por el rey, prendado de su belleza26. En 1434 tuvo lugar el sitio de Alora, cantado en «Alora la bien cercada»; «Un día de San Antón» trata de una salida del obispo de Jaén, don Gonzalo, que debió suceder en 1435; las correrías de Abdilbar por tierras de Murcia y Cartagena, que terminaron en la derrota de los Alporchones y aparecen minuciosamente relatadas en el romance «Allá en Granada la rica», ocurrieron el año 145227, y el romance de Fajardo jugando al ajedrez con el rey moro se refiere al reinado de Enrique IV (1454-1474), trátese de Alonso Fajardo el Malo o de su primo Pedro Fajardo28. Es evidente que el romance fronterizo se desarrolló espléndidamente antes de la campaña contra Granada realizada por los Reyes Católicos, y, por lo tanto, podemos considerar este género poético como creación de una época de gran desorganización política pero de altos valores individuales, en que la guerra tenía carácter intermitente y era, en muchos casos, empresa particular de jefes y concejos.
La mayor parte de los romances fronterizos pertenecen al grupo de los que Menéndez Pidal denomina "«romances noticiosos»", es decir, fueron compuestos por un autor individual con un fin en gran medida informativo29. Hasta cierto punto, esta fase primera del romance está representada por el de la batalla de los Alporchones, observándose en ésta y similares composiciones ciertos giros propios del romance tradicional, que tendían a imprimir en ellas carácter popular. Muchos de estos relatos poéticos circulaban de boca en boca y sufrían una cierta elaboración tradicional que los despojaba de detalles informativos y concentraba la atención en los elementos de más valor emocional o estético. Este proceso se observa en algunos romances, como el del cerco de Alora y el de la muerte del alcalde de Cañete, una primera versión de los cuales, mucho más amplia que las que conocemos, fue utilizada por los cronistas de Juan II; por lo tanto, parece seguro que debemos a la repetición en boca del pueblo alto y bajo la forma final de esa pequeña obra maestra «Alora la bien cercada». También fueron fuente de crónica «Ya se salen de Jaén» y, posteriormente, «Moro alcaide, moro alcaide», romance utilizado por Pulgar, que narra las lamentaciones y el castigo que sufrió el alcalde moro de la fortaleza de Alhama, ganada por los cristianos durante su ausencia30.
Por otra parte, se sabe que en la corte de los Reyes Católicos se solían narrar en forma poética las hazañas más recientes de los caballeros. Los romances referentes a la rendición de Ronda y Setenil y al cerco de Baza prueban que, hacia el año 1485, los compositores de tales poesías habían llegado a imitar con perfecta maestría la parquedad narrativa y el vivaz dramatismo que eran el resultado en romances anteriores de la transmisión oral.
Ocurre asimismo frecuentemente que elementos de un romance viejo pasen a otro que trata de alguna circunstancia relacionada en cierto modo con la cantada por el primero. De esta manera, fundiendo elementos históricos vinieron a crearse o confirmarse leyendas que los historiadores aceptaron frecuentemente, ya que el crédito del romancero como fuente informativa estaba muy alto en los siglos XV y XVI31. Así vemos cómo el romance que cuenta la derrota sufrida en Montejícar por caballeros de Jaén, el año 1410, contaminó otro romance referente a una correría victoriosa del obispo don Gonzalo, que tuvo lugar más de cincuenta años después, llegando a trocarse en derrota y prisión el triunfo del belicoso obispo, lo cual, como observa Menéndez Pidal, estaba además de acuerdo con la marcada preferencia que muestra el romancero por los desenlaces desgraciados32. También en «Río verde, río verde» se fundieron dos desastres sufridos por los cristianos en Sierra Bermeja con cincuenta años de diferencia: el primero es la derrota, sin trascendencia histórica, de que fueron víctimas los caballeros andaluces Urdiales y Sayavedra, y el segundo, la muerte de don Alonso de Aguilar luchando con los indómitos moros de la Alpujarra en 1501, siendo éste el último episodio cantado por la poesía fronteriza.
Los romances tradicionales que tratan del cerco de Granada propiamente dicho carecen, en general, de autenticidad histórica. Hallamos, en cambio, notable exactitud en el referente a la captura de Boabdil en Lucena, que pudiera ser, en opinión de Cirot, un relato poético inmediato al hecho e independiente de las narraciones históricas33.
Los romances han llegado a nosotros en copias de época muy posterior a la de su composición y elaboración en boca del pueblo, conservándose rara vez íntegra la forma tradicional. Con frecuencia se añade un final artístico, es decir, compuesto por un poeta del siglo XVI, a un romance viejo, o bien se introducen en el texto nuevos versos. Estas adiciones suelen responder al empeño de acentuar lo que hoy llamaríamos el color local, pero algunas veces se intercalan simples versificaciones de relatos históricos o novelescos, produciéndose en este último caso lo que Menéndez Pidal llama novelización de los romances noticiosos. El incidente ficticio que se introduce con más frecuencia en los romances referentes a los últimos años de la guerra de Granada es el del, combate individual entre un campeón moro y otro cristiano, que se celebra en la Vega, muchas veces a la vista de las damas moras; en estos relatos poéticos se acentúa el carácter de galantería que ya apuntaba en otros más antiguos, iniciándose en ellos la tendencia a describir prolijamente el atuendo y las armas del caballero que sale al campo. Históricamente es cierto que se celebraban duelos entre combatientes de uno y otro ejército, pero los encuentros individuales cantados por el romancero no están documentados y muchas veces contradicen datos históricos irrefutables.
Ofrece excelente ejemplo de tales anacronismos la serie de romances dedicados a los duelos y correrías del maestre de Calatrava, Rodríguez Téllez Girón, durante el sitio de Granada. Como ya advirtió Menéndez Pelayo y ha confirmado con múltiples datos G. Cirot34, los combates que se le atribuyen son históricamente imposibles, pues don Rodrigo murió muy joven ante los muros de Loja el año 1482 y no pudo realizar hazaña alguna en la Vega. Es indudable que los duelos narrados en la serie son materia novelesca añadida posteriormente, pero parece viejo un fragmento de admirable brío inserto solo en las Guerras civiles y repetido con variantes en diversos romances:
¡Ay, Dios, qué buen Cavallero
el Maestre de Calatrava!,
y cuán bien corre los moros
en la vega de Granada,
desde la fuente del Pino
hasta la Sierra Nevada,
y en essas puertas de Elvira
mete el puñal y la lança;
las puertas eran de hierro,
de parte a parte las passa.
George Cirot ha apuntado la posibilidad de que los romances del maestre de Calatrava se refieran a Garci López de Padilla, sucesor de don Rodrigo. Acaso también debiera tenerse en cuenta que el padre y predecesor de este último en el maestrazgo, don Pedro Girón -conocido principalmente por sus rebeldías y desmanes durante el reinado de Enrique IV y por sus pretensiones a la mano de Isabel la Católica-, fue un formidable guerrero, frontero mayor y capitán general de Andalucía en 1457, y conquistador de Archidona en 1471. Este personaje corrió por lo menos en tres ocasiones la vega de Granada; dos de ellas acompañando a Enrique IV en 145536, y otra en unión del condestable Miguel Lucas de Iranzo en 1462. La participación del maestre en esta última tala se halla minuciosamente narrada en los Hechos del condestable, afirmándose en esta crónica que ambos jefes acamparon en la fuente de Pinos después de haber corrido la vega y llegado muy cerca de la capital "«esperando si el rey Ismael, que nuevamente avian tomado por rey, saldria a pelearse con ellos»". El combate no tuvo lugar, pues el rey moro les envió un caballero en son de paz, reiterando su vasallaje al soberano de Castilla37. También en la segunda campaña de 1455 el rey asentó su real allende la fuente de Pinos, y de allí siguió hacia Granada, trabándose varias escaramuzas. Por lo tanto, en cualquiera de estas dos ocasiones pudiera localizarse el fragmento citado, y debemos recordar que por aquellos años la poesía de la frontera florecía con extraordinaria pujanza. Pudo ser un proceso normal dentro de las alteraciones que sufrían los romances que las osadas correrías del padre se atribuyeran al hijo, también maestre de Calatrava, y que se presentaba a la imaginación popular con un historial más limpio y con la aureola de una muerte temprana y heroica. Sucede además que los romances del maestre deben algunos préstamos al que comienza "«¡Ay, Dios, qué buen caballero fue don Rodrigo de Lara»"38, y ello pudo contribuir a que se identificase al héroe de las talas en la vega con don Rodrigo y no con don Pedro Girón.
Un caso curiosísimo de elaboración legendaria es el representado por el tema del Ave María, que ha gozado de tan extraordinaria popularidad hasta fines del siglo pasado39. Varios romances, que sólo en parte y con reservas pueden calificarse de viejos, cuentan cómo Garcilaso de la Vega venció y cortó la cabeza ante los muros de Santa Fe a un moro que vino a retar a los cristianos, arrastrando de la cola del caballo un cartel con las palabras "«Ave María»". Este hecho no está registrado en ninguna crónica de la guerra de Granada, pero una hazaña casi idéntica es atribuida, en cambio, por los genealogistas a un Garcilaso que se distinguió en la batalla del Salado (1340). En tiempos de Enrique IV, otro Garcilaso dio muerte a un moro muy fuerte, lo cual fue muy comentado, porque el rey, a quien ofreció los trofeos, hizo poco honor al presente e incluso dio indicios de estar resentido con el caballero por haber matado al infiel en su presencia; estas sospechas se vieron confirmadas cuando Garcilaso fue herido por una flecha envenenada en un encuentro con los moros, ya que el rey contempló sonriente su tremenda agonía y no otorgó mercedes especiales a los hijos del muerto, cuya memoria fue realzada por la ingratitud de un rey aborrecido y acusado de parcialidad hacia los moros. El prestigio de este personaje dejó huella en la versión poética del duelo, pues algunos rasgos personales del Garcilaso de los romances sólo se explican a través de dicho caballero de igual nombre, que no alcanzó el reinado de los Reyes Católicos. Por fin llegamos al Garcilaso que sirvió en la guerra de Granada, y que aparentemente no se batió con moro alguno, aunque sí era hombre destacado, que ocupó más adelante puestos importantes en la política y la diplomacia y fue padre de Garcilaso, el poeta. La fusión de tantos elementos no es insólita en el romancero, y se halla con frecuencia ejemplificada en las distintas etapas de su desarrollo. Esta leyenda, sin embargo, aparece ya fraguada en lo que al duelo de Garcilaso se refiere. Un poeta del siglo XVI, Gabriel Lobo Lasso de la Vega, unió dicho episodio a la histórica hazaña de Hernando del Pulgar, que clavó un cartel con las palabras Ave María en las puertas de la mezquita de Granada, presentando la provocación del moro como respuesta a tal atrevimiento, y de esta manera quedó completada la historia del Ave María, que había de hallar particular acogida en el teatro. A lo largo de la poesía de la frontera vemos surgir la visión poética de las formas de vida de los moros granadinos, apenas perceptible en los romances más antiguos, patente ya en el del cerco de Alora y plenamente lograda en el de Abenámar. Al juglar, el moro le interesa siempre. Sin que el relato poético pierda su ritmo rápido, habrá lugar para una pincelada descriptiva o una palabra de admiración ante las formas artísticas, los gestos, la música y el colorido que embellecen las acciones de los granadinos, bien se apresten a una batalla, lloren la pérdida de una villa o se preparen a abandonar una fortaleza. Menéndez Pidal ha observado que un tercio de los romances fronterizos presentan la acción guerrera vista, al menos parcialmente, desde el campo enemigo, procedimiento puramente artístico que ha dado lugar a la teoría de que todas o algunas de estas poesías fueron primeramente compuestas en lengua árabe. Don Ramón considera que este grupo de romances fronterizos constituye ya la etapa inicial del romancero morisco, pues no faltan en ellos primores descriptivos, alusiones a pormenores de la vida privada ni tampoco la atribución a los moros granadinos de algunos rasgos caballerescos, como el del culto a la dama, que debían ser más comunes en el campo cristiano40. Los reyes moros del romancero fronterizo no se hallan desprovistos de crueldad y alevosía; vemos que castigan con la muerte al mensajero que trae malas nuevas, al adalid derrotado o al alcalde que pierde sin culpa una fortaleza, y sacrifican sin razón a los abencerrajes "«que eran la flor de Granada»". En tales casos, las víctimas son, sin embargo, moros también, y por ellos vibra con estremecida compasión la lira del juglar castellano. Con la contemplación complaciente de la vida y hábitos de los moros que reflejan los romances fronterizos, nace una forma española de exotismo que no conduce a regiones remotas, sino al propio pasado, un pasado que, al iniciarse esta tendencia artística, era un presente a punto de desaparecer. Así el moro de Granada entra en la temática literaria española como el representante de una civilización brillante y refinada, pero decadente, que los cristianos admiran en sus aspectos externos sin dejar por eso de combatirla ni de creer firmemente en la superioridad de la propia fe. En tal exotismo español el moro aparece siempre al lado del cristiano, y ambos pisan el terreno común de la vida caballeresca, con sus dos ideales de heroísmo y amor cortés, patente ya el primero y sugerido el segundo en este primer brote del género morisco.
Poesías del siglo XV
En la poesía culta de la segunda mitad del siglo XV se hallan bastantes referencias a temas fronterizos, especialmente en la obra de Juan de Mena, que dedicó varias estrofas de El laberinto de la fortuna al mismo incidente referido en «Alora la bien cercada», es decir, a la muerte del adelantado Diego de Ribera. El fin desastroso del conde de Niebla al intentar reconquistar Gibraltar -episodio cantado también en romances artísticos y en uno semiculto- inspiró asimismo magníficas estrofas a este poeta.
Entre las serranillas del siglo XV hay dos que pueden calificarse de moriscas. En una de ellas, que es anónima y tiene carácter popular, un castellano cuenta su diálogo, salpicado de palabras árabes, con una mora de Antequera que le invita a tomar pronto la villa, y le describe detalladamente las galas y armas moriscas de su marido, añadiendo maliciosamente "«porque quiero que a tus manos el mi querido no muera»". Menéndez Pelayo veía en esta poesía un producto del contacto entre la serranilla castellana y la civilización de los moros: "«De aquí el exótico y picante sabor de esta Serranilla morisca, que si no aventaja a todas las que en Castilla se habían compuesto, por lo menos no cede la palma a ninguna de las más pulidas del marqués de Santillana»"41.
El propio marqués de Santillana nos dejó en su "«quinta serranilla»" un recuerdo delicioso de su estancia en la frontera de Granada. En este poemita el caballero ofrece su compañía a una moza de Bedmar para protegerla de los moros de Valdepurchena y de la guarda de Abdilbar -el mismo Abdilbar del romance de los Alporchones-, que acaban de cruzar el Guadiana. Como sucede en otras serranillas, la moza declina cortésmente el ofrecimiento del caballero y añade que ya han salido gentes del pueblo a atajar a los moros42. En la obra de Juan de la Encina aparece Granada varias veces en forma sumamente interesante. Parece ser que el poeta estuvo en la vega poco tiempo antes de tomarse la ciudad43, y en un precioso villancico que comienza "«Levanta, Pascual, levanta, aballemos a Granada, que se suena ques tomada»", presenta la alegría de dos pastorcillos por la conquista total del reino moro y el término de la guerra, expresando con gracia a un tiempo rústica y refinada el asombro de uno de los pastores, que no puede creer la grata nueva y teme que los moros le roben el ganado:
Déjate deso, Carillo,
Curemos bien del ganado,
No se meta en lo vedado
Que nos prenda algún morillo.
Tañamos el caramillo,
Porque todo lo otro es nada.
Que se suena ques tomada.
Los pastores van hacia Granada, llevando unos cabritos "«porque avrá venta chapada»", y cantan las alabanzas de los Reyes Católicos y su entrada triunfal en la capital del reino moro.
Estas escenas de triunfo fueron celebradas en coplas de arte mayor por el mismo poeta, en su poema alegórico «El triunfo de la Fama», dedicado a cantar las glorias de Isabel y Fernando, donde también describe las justas, cañas y torneos que se celebraron para conmemorar la conquista de Granada45.
Más interesante es un romance46 en el que Juan de la Encina se dirige al rey de los moros compadeciéndole por la pérdida de sus dominios y exhortándole a que se haga cristiano, "«porque si perdiste el reyno, tengas el alma cobrada»". El poeta consuela al moro diciéndole que el ser vencido por tan nobles reyes es un motivo de honra, y luego se dirige a la ciudad "«de todo el mundo nombrada»", relacionando su pérdida por don Rodrigo con su conquista por los Reyes Católicos. En este romance, más que en los anónimos, se observa la intención de señalar la trascendencia histórica de la toma de Granada, y Boabdil aparece ya con la aureola de desventura y nostalgia que ha de hacer de él una figura popular de la literatura de todos los tiempos ¿Debemos ver en esta nota elegiaca un eco de poesías o canciones árabes llorando la desaparición del reino granadino? Recordemos que en el siglo siguiente Argote de Molina oía con atención tales cantares y tradujo uno de ellos, expresando el desconsuelo del rey moro, donde hallamos en germen la estilización de motivos caballerescos y de emociones nostálgicas que predomina en toda visión poética de Granada47.
En su «Proemio» a los Anales del reinado de los Reyes Católicos, Galíndez Carvajal afirma que durante la guerra de Granada Fernando de Ribera, vecino de Baza, refería en metro castellano los sucesos más notables, y añade que en la mesa del rey se leían fragmentos de este poema y los caballeros que habían participado en las hazañas narradas sugerían las rectificaciones necesarias. El tío y mayordomo del rey, Enrique Henríquez, quejoso de que no se alababa su actuación, introdujo modificaciones tan importantes que la obra perdió, en opinión de Galíndez, todo valor documental. El texto de Ribera se ha perdido, y por las referencias citadas podemos suponer que se trataba de una colección de romances noticiosos, del tipo de los de Baza y Setenil48.
El Siglo de Oro. Romances moriscos
Ya hemos indicado que no es posible deslindar con precisión el romancero fronterizo del morisco, que de él deriva, y, sin embargo, estas dos modalidades poéticas responden a estímulos y tendencias artísticas diferentes. Los romances fronterizos parten casi siempre de un hecho real, y su valor poético queda realzado por la parquedad verbal con que entran en juego una acción movida, una serie de animados cuadros y una variada gama emotiva, que concede al amor un lugar mínimo. En cambio, el romance morisco nace de una convención artística que utiliza el elemento anecdótico como esquema sobre el que se bordan prolijas descripciones y se matizan sentimientos amorosos y cortesanos. Si la poesía de la frontera fue una nota de gracia y tolerancia que se ajustaba al ritmo combativo de una contienda, templada por un alto grado de civilización pero tremendamente vital y decisiva para los dos pueblos en pugna, el romance morisco se desarrolló acorde con una moda puramente social de engalanarse, festejar y justar a la manera morisca, que floreció en España con gran auge después de consumada la empresa de la reconquista49. Por ello, sólo para rebatir la acusación de que idealizando a los moros se minaba el sentimiento patriótico de los españoles, llegó a atribuirse a la poesía morisca del Siglo de Oro el propósito de exaltar indirectamente el heroísmo castellano al elevar el prestigio del enemigo vencido, y, en cambio, el deseo de estimular virtudes bélicas, despertando sentimientos de emulación frente a un contrario noble, resulta evidente en romances compuestos en el propio real de los Reyes Católicos, y que reflejan fielmente la voluntad de conquista que animó la campaña de Granada50.
Al despojarse de interés noticioso y de carácter épico, la poesía morisca suplió estas calidades con un profuso ornato exótico, que multiplica y entrelaza motivos que ya coloreaban bastantes romances del siglo XV, y con un contenido sentimental muy vario -amores correspondidos, celos, veleidades, desdenes que un revés de fortuna transforma en favor, emulación en lances de guerra o cortesanía-. Tales amplificaciones temáticas se ajustan al código moral caballeresco, y resulta evidente que quienes las aportaron rendían culto literario al ideal representado por Amadís y otros libros de caballería51. El prototipo del moro galante, espejo de caballeros y enamorados, sólo adquirió sus rasgos precisos al entrar en contacto con el perfecto amador de las novelas caballerescas, influencia por otro lado de muy fácil asimilación, pues armonizaba con el clima moral implícito en la poesía fronteriza. Los textos de romances correspondientes a los dos primeros tercios del siglo XVI escasean en tal forma que ignoramos si la figura idealizada del moro sentimental llegó a cuajar en la poesía morisca antes de hacer con El Abencerraje su noble y un tanto misteriosa aparición en el terreno de la novela.
Paula Blanchard localizaba en Madrid y Castilla, entre 1575 y 1585, el primer florecimiento de la moda poética morisca, porque la hallaba patente en las primeras partes del Romancero general, impresas en Madrid durante esos años. Debemos tener en cuenta, sin embargo, la importancia editorial, recientemente señalada por don Ramón Menéndez Pidal, de los pliegos sueltos, hoy perdidos en su mayor parte, que fueron el principal medio de difusión del romancero durante la primera mitad del siglo XVI. En muchos de ellos se refundían y glosaban romances más antiguos y no es arriesgado suponer que al elaborar algunos fronterizos se acusaran los rasgos sentimentales y pintorescos que predominarían en el género morisco. Ilustra en cierto modo esta etapa intermedia un «Romance de don Manuel glosado por Padilla», publicado seguramente por vez primera hacia 1547 en un pliego suelto que fue reimpreso en 157652. El romance refiere un combate de «Don Manuel» -indudablemente el famoso campeón de la vega de Granada, don Manuel Ponce de León- con un fuerte moro, llamado Muça, a quien vence y corta la cabeza. La glosa amplifica el diálogo entre ambos caballeros, presentándose el moro como hermano del Rey Chico "«y capitán de su grey»", lo cual lo identifica con el héroe morisco de las Guerras civiles de Pérez de Hita, si bien este autor, lejos de hacer morir en duelo a su gallardo moro Muza, le atribuye las gestiones previas a la rendición de Granada. Figuran romances moriscos, de un colorido atenuado las más veces, en la Rosa española (1578), de Timoneda; el Romancero historiado (1579 ó 1581), de Lucas Rodríguez; el Tesoro de varias poesías (1575-1580), de Pedro de Padilla, y el Romancero y tragedias (1587), de Gabriel Lobo Lasso de la Vega, dándose la particularidad de que en todas estas colecciones aparece el tema novelesco de El Abencerraje. El momento de mayor esplendor de la moda morisca se halla representado por los tomitos que componen la Flor de varios romances nuevos, cuyas nueve partes se publicaron entre 1591 y 1597, predominando en las primeras el romancero morisco hasta el punto de corresponderle el 40 por 100 de los poemas que forman la Flor... inicial53.
No faltan algunos romances nuevos que versan sobre hechos reales de la campaña de Granada54, pero es mucho más frecuente que el poeta del Siglo de Oro recurra al disfraz morisco para expresar sentimientos propios o simplemente para deleitarse y deleitar, trazando un cuadro vistoso y bello. Hay romances moriscos que consisten simplemente en una pintoresca enumeración de las prendas, galas y armas de un caballero moro. Otros describen minuciosamente encuentros y lances diversos acaecidos en duelos, cañas y corridas, y ofrecen a veces pasajes llenos de vida e inspirados en la realidad, pero este realismo logrado por observación atenta y minuciosa de los pasatiempos y deportes cortesanos se halla muy alejado de la acertada pincelada impresionista del romance fronterizo. Como ya dijimos, el amor caballeresco y la galantería son el núcleo temático de la poesía morisca, surgiendo pequeños ciclos en torno a personajes totalmente ficticios de nombre bello y sonoro: Zaide, Jarifa, Gazul, Celindaja. Figuran también estrechamente enlazadas con los amores, celos y desdenes de damas y galanes moros, sus enconadas rivalidades y las discordias de los distintos linajes granadinos, tendiendo los poetas a elevar hasta la cumbre de la idealización a los abencerrajes, cuyo prestigio realzaba el recuerdo de una persecución injusta. Algunos romances moriscos refieren un combate individual entre un moro y un cristiano, pero el episodio guerrero se utiliza en la mayoría de los casos como telón de fondo o recurso puesto al servicio de un interés sentimental o cortesano. Abundan las anécdotas en que un castellano protege, como en la novela El Abencerraje, los amores de una pareja morisca, en tanto que el enemigo personal del héroe del romance suele ser un rival de su propia ley y no un cristiano. La ejemplaridad del trato amistoso entre contrarios queda, sin embargo, menos realzada en la poesía morisca, tantas veces trasunto de los conflictos sentimentales del autor, que en la novela y la comedia de tema granadino. Las reiteradas enumeraciones del romance morisco y el abigarramiento de las escenas que describe rara vez llegan a producir en el lector impresión de cansancio, pues se hallan casi siempre compensados por un ritmo octosilábico airosísimo y variado, y por vueltas inesperadas a la sentenciosidad del romancero viejo o a sus valientes transiciones. Gracias a esta agilidad de estilo el brillo multicolor no amengua la gallardía de esos cuadros a la vez exóticos y españoles de las fiestas de toros, cañas o sortijas, o del brioso jinete moro cabalgando un caballo andaluz y luciendo armas y galas moriscas riquísimamente labradas.
Dentro del convencionalismo morisco caben acentos muy personales. Muchos romances tienen, como ya hemos indicado, un fondo autobiográfico o encierran alusiones a vidas ajenas, que no escapaban a los contemporáneos del poeta. Fue Lope de Vega -no puede extrañarnos- quien infundió más aliento de vida a este género poético al desgranar sus artificiosos primores con brío punzante y desenfadado, en que palpitan íntimos desengaños y despechos. Hoy se sabe -y en su tiempo se sabía también, aunque los romances moriscos se publicaban anónimamente- qué avatares sentimentales del poeta dieron lugar a la furia de Gazul, cuando irrumpe en una boda para dar muerte al rival "«más rico de pobres bienes»" preferido por su dama, a los celos de «La bella Zaida Zegrí», o a la famosa conminación «Mira Zaide que te aviso que no pases por mi calle»55. En otros romances, como el referente a Abindarráez cautivo, Lope infunde en la poesía morisca un lirismo melancólico, que amortigua sus calidades rutilantes y la deja más íntima y suave.
Al otro extremo tenemos algunos romances deshumanizados, pese a su asunto anecdótico, de Góngora, que acaso representen la cumbre más alta de este género poético por su insuperable gracia verbal y rítmica y por el hábil juego de imágenes nuevas y audaces, aunque siempre patentes, alternando con tópicos coloristas y emblemáticos ya consagrados. Góngora compuso pocos romances de tema granadino, pero localizó en África algunos de puro estilo morisco, como el de Hazén. Cultivó más asiduamente el romance de cautivos, en que entra un nuevo repertorio anecdótico y una visión diferente de las relaciones entre cristianos y musulmanes. Se cruzan ambas modalidades poéticas, predominando, a nuestro juicio, la manera morisca, en la pequeña serie «El español de Orán», donde se introduce el tema, difundido por El Abencerraje, de la libertad que un jefe castellano concede a un cautivo moro, a fin de que pueda llevar a feliz término sus amores.
Muchos poetas de mérito inferior tejieron también moriscos festejos, amoríos, galas y disputas, y llegó el momento de la parodia, excelente piedra de toque para medir la fortuna de una moda. En torno al romance morisco floreció profusamente, figurando el propio Góngora entre los que satirizaron el género que él mismo llevó a su más alta expresión. El arma más frecuentemente esgrimida en tales sátiras es la comparación entre la condición del moro idealizado y las humildes realidades en que se movían los Zaides, Gazules y Celindajas, que aún quedaban en España dedicados a los menesteres más prosaicos. Cabe preguntarse si el creciente sentimiento de hostilidad hacia los moriscos contribuyó al abandono de un género poético que llevaba tan alto el prestigio de sus mayores, pero posiblemente fue factor más importante el cansancio producido por la extraordinaria popularidad del romance morisco y el auge creciente de la poesía pastoril56. En todo caso, a principios del siglo XVII la moda poética morisca se puede considerar concluida, refugiándose el moro galante en la comedia de moros y cristianos, donde se le hace figurar siempre junto a un cristiano de carácter igualmente noble y más firme.
Novela morisca
La primera novela morisca es una pequeña obra maestra que aparece en el panorama literario de la segunda mitad del siglo XVI en circunstancias curiosísimas que rebasan el anonimato y bordean la tradicionalidad de la obra literaria. La historia de Abindarráez no solamente representa un caso de transmisión y contaminación de hechos históricos, semejante a los que tanto abundan en el romancero, sino que el relato novelesco surge hacia la misma fecha con ligeras variantes en diversos textos de atribución desconocida o insegura, y pronto invade el campo poético y penetra en el teatro, sin que se alce ninguna voz reclamando la paternidad de la obra.
Los textos en que aparece la novela son: El Abencerraje, incluido en el Inventario de Antonio de Villegas -colección de prosa y verso impresa en 1565, pero que tenía concedido privilegio desde 1551-; un relato titulado Parte de la Corónica del ínclito Infante Don Fernando que ganó Antequera..., publicado en un pliego suelto que Mérimée fecha entre 1550 y 1560, y la «Historia de Abindarráez y la hermosa Xarifa», que aparece inserta en la Diana de Jorge de Montemayor, a partir de la edición póstuma de 1561. Otra versión, hoy perdida, impresa en Toledo por Miguel Ferrer, es mencionada por Gayangos y por Gallardo, que la fechan, respectivamente, en 1561 y 1562. Henri Mérimée realizó un estudio comparativo de los tres textos que se conservan, llegando a la conclusión de que debió existir un arquetipo que sirvió de modelo al redactor de la Corónica y al de la versión incluida en el Inventario, pudiendo ser la aparecida en la Diana una combinación de las otras dos57. Esta teoría ha sido impugnada por Marcel Bataillon, que, basándose en la perfección estilística del texto del Inventario, opina que no se trata de una refundición, sino de una obra original58. Hoy en día sigue en pie el problema de un posible original, anterior a los textos conocidos, y de la prioridad entre éstos, pero lo que no se pone en tela de juicio es la superioridad artística de El Abencerraje inserto en el Inventario, sobre las otras dos versiones. Y aquí surge otra cuestión debatida, pues en tanto que Menéndez Pelayo consideraba imposible que se debieran a la misma pluma El Abencerraje y la narración pastoril Ausencia y soledad de amor, incluida en la misma colección, y, por lo tanto, sólo concedía a Villegas el título de compilador59, López Estrada, al estudiar ambos textos, llega a la conclusión de que pudieron ser escritos por un mismo autor, y halla ciertas analogías entre ellos60. Conviene advertir que si la versión de El Abencerraje, inserta en el Inventario, se lleva la palma de la excelencia artística, la incluida en la Diana contribuyó aún más eficazmente, por la gran popularidad de esta obra, a la difusión de la novelita morisca.
Todavía está por dilucidar el problema de transmisión histórica que plantea El Abencerraje. En tanto que el héroe cristiano es Rodrigo de Narváez, primer alcalde de Antequera, que fue conquistada en 1410, la línea fronteriza se ajusta exactamente en el relato a la posición que ocupó de junio de 1484 a abril de 1485, entre Alora, recién tomada, y los pueblos de Coín y Cártama. El hecho de que la acción se localice con exactitud topográfica en estos lugares menores y se nombre más veces a Narváez como alcalde de Alora que de Antequera, siéndolo de ambas villas, indica que la identidad del héroe es un dato falso y que la novela atribuye a un personaje famoso un acto realizado seguramente por un caballero de menos nombradía que vivió en la misma región muchos años más tarde. Suplantaciones semejantes son frecuentes en el romancero, pero en este caso no conocemos ningún romance sobre el tema que sea anterior a El Abencerraje, conservándose únicamente un cantarcillo intercalado en el texto que simplemente recalca el emplazamiento de la acción. Cabe también que el incidente que suscitó la novela llegara a conocimiento del autor por medio de algún cronicón o alguna relación que hoy se desconoce. En cualquier caso parece seguro que un núcleo anecdótico particular, que hoy no es posible aislar de las adiciones novelescas que lo envuelven, pero que sí podemos fechar hacia 1485, fue superpuesto tardíamente, con un error cronológico considerable, a un fondo histórico general.
En El Abencerraje se funden, mejor que en obra alguna, la eficaz sobriedad de recursos pintorescos que hallábamos en la literatura fronteriza con el carácter sentimental y galante del género morisco. Las primeras líneas nos sitúan en el ambiente de la frontera castellana, con sus caudillos y caballeros ansiosos de ganar honra que diariamente emprenden por cuenta propia pequeñas acciones de guerra. Vemos tender una celada y caer en ella un gallardo jinete granadino que cabalga cantando confiado sus amores. Pronto reconocemos en él, no ya a uno de tantos galanes moros como desfilan por el romancero luciendo su destreza y sus galas multicolores, sino a un morisco Amadís, dotado de todas las cualidades que pueden adornar a un caballero sin tacha y a un perfecto amador. Los escuderos castellanos que le han sorprendido quedan rebajados a su lado físicamente porque entre varios no logran reducirle a prisión, y moralmente, por acometerle en grupo al no poder vencerle individualmente y por mostrarse indiferentes a la calidad de nobleza y refinamiento que desde su aparición muestra el enamorado moro. En auxilio de sus hombres acude el alcalde Rodrigo de Narváez. Este sí es digno contrario del granadino e insiste en entablar con él un combate singular, que el narrador refiere con trazos realistas. No omite advertir que el cansancio del moro contribuyó a su vencimiento, evitando así que figure en un plano inferior al jefe cristiano, que logra prenderle. Camino de Alora, el cautivo suspira, y ello da lugar a un breve diálogo de finísimo tanteo que establece entre vencedor y prisionera esa afinidad que surge espontáneamente entre quienes se rigen por el mismo código de honor y cortesía. Y al fin Abindarráez revela su nombre y linaje, y evoca la Granada bella y galante al encarecer el prestigio y posición privilegiada que en el pasado habían disfrutado los abencerrajes. Refiere seguidamente cómo su familia cayó en desgracia y fue casi exterminada por el rey, ante la consternación y el dolor de todo el pueblo. De este modo, a la imagen de la ciudad mora entregada a sus juegos y festejos sucede la del llanto y duelo colectivo de los granadinos. En esta doble visión de Granada se funden muchos motivos patéticos y pintorescos esparcidos en crónicas y romances, que por primera vez se centran en torno a la historia de los abencerrajes, en quienes, a partir de esta novela, se verán quintaesenciados la generosidad la gallardía y el infortunio del moro idealizado. Una tradición de hidalguía y el recuerdo de una persecución sangrienta e injusta se proyectan sobre el último representante de los abencerrajes antes de que empiece a contar su vida.
Abindarráez ha crecido en la oscuridad, bajo la protección del alcalde de Cártama y creyéndose hijo suyo. Con Xarifa, hija única de su protector le ha unido en la infancia un cariño de hermanos transformado en amor al llegar los niños a la adolescencia y saber que no existe tal parentesco. En esta parte de la narración el trazo pintoresco se adelgaza, cobrando la novela calidades humanas que rebasan el esquema galante y caballeresco a que suele atenerse la literatura morisca.
Las escenas de amor se emplazan en una huerta amena, junto a una fuente y unos jazmines que si no se despegan del marco morisco, tampoco desdecirían -observa Cirot61- en una villa griega o romana. Para encarecer la belleza de su señora, el moro enamorado acude a citas clásicas y, si nos dejamos llevar por la lectura, no sentiremos tales alusiones como un postizo, pues el Renacimiento no ha entrado sólo con un alarde de erudición en el jardín del castillo fronterizo. Si la historia de Abindarráez y Xarifa responde a alguna corriente literaria, es a la del platonismo, tal como fue entendida por los humanistas del siglo XVI, pero no porque el autor tratara de ilustrar tal teoría, sino porque en El Abencerraje, como en la poesía de Garcilaso, los sentimientos más cálidos y hondos fluyen por un cauce ideológico que ha abierto brecha en la personalidad. Dentro del ambiente sencillo y de la ausencia de peripecias en que nacen los amores de la morisca pareja caben incertidumbres, momentos de dicha, celos y ausencias, expresándose la emoción de tales estados de ánimo con una delicadeza y un candor difíciles de encarecer.
La separación de los enamorados ha sobrevenido algo antes del cautiverio de Abindarráez, al ser trasladado a Coín el alcalde de Cártama, padre de Xarifa. Aprovechando una ocasión propicia, el moro acudía a unirse secretamente con su dama, cuando fue apresado. Al enterarse de esta situación Narváez, le permite continuar su camino, bajo palabra de que retornará a los tres días a la prisión. Si a través del relato de Abindarráez nos llega sobre todo la expresión de su amor, los sucesos que siguen prueban la total correspondencia de Xarifa y su capacidad de sacrificio. Arrostrando la ira de su padre, se da a su amante como esposa; al verle triste teme que ame a otra dama y acepta sin protesta tal posibilidad; y enterada al fin del encuentro con la partida de Narváez, quiere emplear su fortuna entera en rescatar al abencerraje y le acompaña al campo enemigo, cuando comprende que el honor le obliga a constituirse prisionero. Huelga decir que Narváez depara la más cortés acogida a la gentil pareja, y no sólo pone en libertad a Abindarráez sin admitir rescate alguno, sino que media eficazmente para que vuelva a la gracia de su rey y el padre de Xarifa perdone a los enamorados, compitiendo al final de la novela moros y cristianos en esplendidez y cortesía.
La anécdota central de El Abencerraje no sólo es verosímil dentro del carácter que tuvo la guerra de Granada, sino que sirve de maravilla para ilustrar una conducta ejemplar entre contrarios y dar una bella lección de tolerancia. Abindarráez y Narváez están dotados de un calor humano que falta a los héroes de los libros de caballería, pero son individualidades altamente ejemplares. Sin que ninguno de ellos desmerezca en virtudes bélicas ni en cortesanía, el castellano representa una versión austera del ejercicio caballeresco, puesto al servicio de la fe y del rey, y una preocupación muy española por acrecentar su honra, en tanto que el moro vive más para el culto a la dama y las formas de vida bellas, olvidando guerras y ambiciones hasta que le sale al paso la ocasión de demostrar su valor y nobleza. Esta caracterización de ambos tipos caballerescos, nunca más finamente matizada, se respeta en el desarrollo posterior del género morisco. El Abencerraje es también la obra que mejor ilustra la supervivencia de un idear medieval adaptado al sentir moderno -nota tan propia de esta modalidad literaria como la gala colorista- y, por tanto, podemos afirmar que la primera novela morisca es también la más característica y más pura de cuantas se han escrito, dentro y fuera de España.
Ginés Pérez de Hita
La obra fundamental del género morisco, aunque inferior en mérito intrínseco a El Abencerraje, es la novela histórica de Ginés Pérez de Hita, Guerras civiles de Granada, mejor dicho, su primera parte, publicada en 1595 con el título de Historia de los vandos de Zegríes y Abencerrajes, caualleros moros de Granada62.
Pérez de Hita carecía del don de síntesis que permitió al autor de El Abencerraje fundir en perfecta unidad artística elementos diversos. La erudición con que se inician las Guerras civiles se despega un poco de la parte novelesca, en la cual se narran los caballerescos encuentros de moros y cristianos en la Vega de Granada, así como los amoríos, rivalidades y enredos cortesanos de los nobles granadinos, en cuyos pintorescos festejos se volvían las cañas lanzas. A través de diversos episodios vemos crecer la tirantez entre abencerrajes y zegríes, comportándose los primeros como caballeros sin tacha y mostrándose valientes, pero alevosos, los segundos. La intriga culmina en la calumnia de adulterio que levantan cuatro zegríes a la reina Moraycela, esposa de Boabdil, y al abencerraje Albinhamete, dando lugar al degüello de los abencerrajes. La ciudad de las zambras y los saraos se cubre entonces de sangre y luto; los nobles se rebelan contra un soberano convertido de pronto en un tirano sanguinario y aclaman por rey a su padre Mulahacén; logra apaciguarlos Muza, hermano de Boabdil y, con toda la solemnidad y el aparato de los libros de caballería, se prepara y celebra el duelo entre los cuatro zegríes que mantienen la acusación y los cuatro campeones de Moraycela. Estos se presentan en la liza vestidos de turcos, pero son realmente nobles castellanos a quienes la reina mora ha confiado la defensa de su honor. Como era de esperar, resplandece la verdad en el duelo, pero se agrava la situación interna de Granada por disputarse el cetro tres reyes moros. En los últimos capítulos el autor trata nuevamente de acumular noticias históricas, sucediéndose rápidamente los episodios históricos o legendarios: prisión del Rey Chico; nuevos avances de los castellanos y nuevas divisiones de los granadinos; fundación de Santa Fe y duelo de Garcilaso; capitulación de la ciudad y llorosa partida de Boabdil. La novela termina con un episodio novelesco -amores de Gazul y Lindaraja- y con la relación de la muerte de don Alonso de Aguilar al intentar reducir a los fieros moriscos de Sierra Bermeja, que fue el último hecho histórico cantado en romances fronterizos.
Al tratar de la fundación y de la historia de Granada previa a la última campaña, Pérez de Hita se documentó principalmente en el Compendio historial de España (1571) de Garibay, y recogió leyendas que habría de aceptar también Bermúdez de Pedraza en sus Antigüedades y excelencias de Granada (1608). Las descripciones de fiestas e intrigas galantes que ocupan la mayor parte del libro son ampliaciones novelescas de los romances moriscos, que Pérez de Hita insertó en el texto tomándolos de la Flor de varios romances nuevos (1589), compilada por Pedro de Moncayo. Varios incidentes históricos, más o menos desfigurados, sirven para incluir algunos romances, ilustrándose a veces el mismo episodio con un romance viejo y otro nuevo. El intercalar romances en el texto es uno de los grandes aciertos de Pérez de Hita, pues con ello dio a su libro el doble interés de una buena novela histórica y una excelente antología poética que mutuamente se complementan. La acusación a la reina de Granada y el juicio de Dios pertenecen al fondo común de la literatura caballeresca y se hallan en la Crónica Sarracina de Pedro del Corral y en otras obras semejantes que Pérez de Hita, aficionado a esta clase de literatura, sin duda conocía. Parece ser que este tipo de intriga no se había introducido previamente en la temática del género morisco, pues las poesías referentes a tales sucesos aparecen en esta obra por vez primera y se deben probablemente a la pluma de su autor. Al narrar los últimos incidentes de la campaña, los pormenores de las negociaciones y la rendición, así como el llanto de Boabdil al dejar Granada y los reproches de su madre, el novelista sigue la Crónica de Pulgar, pero introduciendo varios incidentes ficticios63.
Hemos dicho que estos elementos diversos no llegan a fundirse en las Guerras civiles, pero sí están combinados con gracia y todos ellos contribuyen a realzar el interés de la lectura. Pérez de Hita subordina toda consideración a la amenidad de su obra, que es esencialmente una novela y no una historia, aunque se haya mencionado muchas veces como tal. Por convenir a la trama novelesca concede mayor importancia a la enemistad entre abencerrajes y zegríes que a las luchas de Muley Hacén, Boabdil y el Zagal, y no vacila en atribuir al último rey moro una tremenda matanza de abencerrajes, cuando en realidad esta familia fue aliada suya y padeció como él la ferocidad de Muley Hacén, siendo este soberano y alguno de sus predecesores quienes diezmaron un linaje cuyo engrandecimiento temían.
Al trastornar de tal forma los acontecimientos, Pérez de Hita esbozó en los últimos capítulos de la novela el tipo del Boabdil tirano y cobarde que recogería y difundiría más tarde la novela morisca francesa. En los siglos XVII y XVIII las obras de tema granadino suelen presentar, frente a un sanguinario Boabdil, aliado de los zegríes, un Muley Hacén pacífico y virtuoso protector de los abencerrajes, esquema que se hallaba ya en germen en las Guerras civiles, si bien el Rey Chico de Pérez de Hita se muestra, antes de creerse ultrajado, más frívolo que cruel.
No hallamos en esta novela un prototipo de caballerosidad morisca tan noble como Abindarráez, pero no le anda muy a la zaga el moro Muza, que anima el libro con sus arranques de generosidad y de genio, con su brío combativo y su llana galantería. Es hermano del Rey Chico y el único noble granadino que vela por la seguridad del reino y está por encima de rencillas y rivalidades. Le rodean galanes moriscos que representan grados inferiores de caballerosidad, como sucede en el Amadís con los hermanos y amigos del héroe. Muza encuentra un igual en nobleza en su vencedor, el maestre de Calatrava, y entre ambos se inicia una amistad semejante a la de Abindarráez y Narváez en El Abencerraje, que Pérez de Hita conocía64 y tuvo seguramente en cuenta al proyectar su obra. La práctica de las virtudes caballerescas lleva a Muza hacia el cristianismo y despierta en él un deseo de servir a los Reyes Católicos, en quienes ve el más alto ejemplo de honor y virtud. Cuando sabe que sus amigos abencerrajes han hallado honrosa acogida en el real castellano y fallan sus propios esfuerzos por poner orden en Granada, él mismo gestiona la rendición de la ciudad y se convierte, con otros muchos nobles granadinos, al cristianismo. De este modo el autor concilia la idealización del moro con la afirmación de la superioridad cristiana y presenta la toma de Granada como solución a un desconcierto, resultando la anexión y conquista espiritual de los buenos, así como el exterminio y expulsión de los malos. Con orientación poética opuesta, el romanticismo recogerá la heroica figura de Muza y lo convertirá en el enemigo más irreductible de los conquistadores.
El éxito de las Guerras civiles de Granada a través de todos los cambios de gusto ha sido muy persistente. En España se hicieron tres ediciones entre 1595 y 1600, y dieciséis durante el siglo XVII. El texto español se editó dos veces en Lisboa y dos en París, antes de ser traducido al francés en 1608. En Francia dio lugar, como veremos, a una moda morisca que duró dos siglos, suscitando un número considerable de novelas y obras dramáticas, y en Inglaterra tuvo un brote importante con The Conquest of Granada, de John Dryden. El libro de Pérez de Hita deleitó a los neoclásicos españoles y el romanticismo descubrió en él nuevos valores poéticos.
Pérez de Hita publicó en 1619 la Segunda Parte de las Guerras Civiles de Granada, que difiere fundamentalmente de la primera, pues lejos de ofrecer la visión poética de una contienda lejana, retrata una lucha reciente vivida por el propio autor, la rebelión de los moriscos granadinos en 1568. Había sido referida ya esta campaña por don Diego Hurtado de Mendoza en su Guerra de Granada, escrita antes de 1577, aunque la primera edición es de 1627, y por Luis del Mármol Carvajal en su Historia del rebelión y castigo de los moriscos de Granada (1600), pero parece ser que Pérez de Hita se dejó guiar más bien por sus recuerdos personales y los relatos que recogió en boca de los moriscos, utilizando también como fuente histórica los primeros cantos de la Austríada (1584), de Juan Rufo, que trataban asimismo de la rebelión65.
El autor conserva la técnica dé intercalar poesías en la prosa, pero en esta segunda parte los poemas son todos suyos y, en general, muy pobres. No faltan en el libro algunos pasajes vigorosos y tiene interés la presentación realista de los moriscos y sus costumbres, pero en conjunto es obra muy inferior a la primera. Fue reeditada pocas veces y P. Blanchard-Demouge no cita ninguna traducción. No obstante, inspiró a Calderón el Tuzaní de la Alpujarra, y su lectura contribuyó a la difusión del tema del morisco rebelde durante el romanticismo.
Historia de Ozmín y Daraja
El Abencerraje, Pérez de Hita y los romances moriscos pudieron influir en algunas narraciones cortas de localización africana, como la historia del cautivo en Don Quijote; «La libertad merecida», de Castillo Solórzano, incluida en sus Jornadas alegres, o el episodio de Calimán y Luzmán en la Selva de aventuras, de Jerónimo de Contreras, pues en todos estos relatos lances de amor o caballería suavizan el cautiverio de un cristiano que ha sido apresado por infieles. No obstante, la única novela morisca granadina del siglo XVII es la «Historia de los dos enamorados Ozmín y Daraja», de Mateo Alemán, incluida en su Guzmán de Alfarache (1599). Con El Abencerraje tiene en común el ser ambas muy breves y presentar una pareja de enamorados moros que encuentran amparo en personajes cristianos. Pero la «Historia de Ozmín y Daraja» está más cerca de los romances moriscos y de Pérez de Hita por la importancia que concede a las descripciones de fiestas de toros y justas y por llevar un sello de artificiosidad, dentro de su primorosa perfección. Mateo Alemán cuidó de la exactitud histórica del marco en que encajaba el hilo de su historia, y se documentó en la Crónica de Pulgar66.
La relación entre moros y cristianos aparece menos ennoblecida en «Ozmín y Daraja» que en El Abencerraje o en Pérez de Hita, pues los enamorados engañan a sus protectores cristianos, que, por otra parte, no tienen ningún rasgo de generosidad semejante al de Rodrigo de Narváez o al del maestre de Calatrava, cuando se niega a seguir un combate que ya tiene ganado por valorar la amistad de su contrario más que la victoria. En cambio, asoma un tema que rara vez se encuentra en los romances y que no había aparecido antes en la novela de asunto granadino: la pasión, en este caso no correspondida, de un cristiano por una mora. Mencionamos este detalle porque el amor entre personas de distinta religión se incorpora tardíamente a la temática morisca, y durante el Siglo de Oro está casi relegado al teatro, floreciendo, en cambio, profusamente fuera de España y en la literatura romántica española.
Poemas largos
El Siglo de Oro no produjo un gran poema sobre la conquista de Granada ni sobre las luchas de moros y cristianos en torno al último reino moro de la Península, pero tales temas fueron abordados en más de una ocasión y se introdujeron como intriga secundaria en obras estimables.
El propio Pérez de Hita compuso hacia 1572 un poema titulado Libro de la población y hazañas de la M. N. y M. L. ciudad de Lorca, que Paula Blanchard-Demouge ha estudiado considerándolo como un "«primer borrador»" de las Guerras civiles67. El plan del poema se ciñe mucho más a la historia que el de la novela, pero se observan ya en el Libro de Lorca algunas tendencias que el autor había de desarrollar ampliamente en su obra principal, tales como el buscar inspiración en el romancero, intercalar romances en el texto y demorarse en la descripción de combates individuales y festejos.
En 1590 se publicó en Madrid un largo y descolorido poema en octavas titulado La Conquista que hicieron los poderosos y Catholicos Reyes Don Fernando y Doña Isabel en el Reyno de Granada. En la Aprobación se felicita al autor, llamado Duarte Días, "«pues siendo portugués se ha podido vencer a si mismo, poniendo su cuydado y trabajo en alabança de los castellanos»", y se indica la fuente principal del poema, al advertir que "«va todo él muy arrimado a la historia según la escribió Antonio de Nebrija»". Efectivamente, el poeta narra la campaña de Granada, desde la toma de Zahara por los moros hasta la entrada de los Reyes Católicos en la capital, siguiendo tan de cerca la crónica de Hernando del Pulgar -atribuida frecuentemente a Nebrija, que la tradujo al latín-, que algunos pasajes parecen simple versificación del relato histórico. Duarte Días recurrió alguna vez a procedimientos característicos de los poemas italianizantes para ilustrar con una alegoría algún episodio de la conquista, o introducir, valiéndose de un sueño profético, sucesos posteriores. También vemos morir ante los muros de Alhama a un "«negro y valeroso Filodante»" y a "«un triste Melidoro»", de abolengo más poético que histórico, pero el autor acude preferentemente a la poesía fronteriza para ampliar la información de Pulgar, y dedica el último canto a glosar diversos romances referentes a dos duelos celebrados en la vega de Granada: el del Ave María, entre Tarfe y Garcilaso, y otro menos famoso, en que participa un caballero portugués68.
Si un portugués cantó en lengua castellana la conquista de Granada, un soldado italiano compuso hacia la misma fecha y publicó en Nápoles el único poema largo español que ha inspirado la historia de El Abencerraje. Nos referimos a la Historia de los amores del valeroso moro Abindearaez y dela hermosa Xarifa Abençearases..., por Balbi de Correggio69, donde se halla la acción de la novela muy amplificada por adiciones novelescas y alegóricas; entre otros nuevos personajes figura en el poema una alcaldesa de Antequera, esposa de Rodrigo de Narváez, y se describen prolijamente los festejos celebrados en la villa fronteriza para agasajar a la morisca pareja, festejos en que el rasgo exótico apenas colorea el lujo de una pequeña corte renacentista.
Un poeta de más aliento, el autor de El arauco domado, dedicó a la conquista de Granada los últimos cantos de su poema El Vasauro. Pedro de Oña escribió esta obra en Chile hacia 1635, pero no llegó a publicarla, y ha permanecido inédita hasta hace pocos años70. Intención primordial del poeta fue halagar a los virreyes-condes de Chinchón, y su obra es una glorificación de este linaje, pero al cantar las hazañas reales o imaginarias que llevan a cabo don Andrés Cabrera, conde de Chinchón, su esposa Beatriz y su hijo Fernando halla ocasión para referirse a los principales sucesos históricos acaecidos en Castilla entre 1465 y 1492. Al tratar del cerco de Málaga introduce combates singulares, inspirados por los romances, y elabora ampliamente el episodio histórico del atentado de un santón o morabita contra la vida de los Reyes Católicos. En esta ocasión y otras semejantes la condesa se comporta como intrépida amazona, quedando reservado un papel más tiernamente femenino a la doncella mora Fátima, de linaje abencerraje, que ha sido presa en Alhama. La cautiva brilla por sus prendas personales en la corte castellana, donde es muy agasajada, y, al contemplar un combate, se prenda de un precoz guerrero de doce años. Dentro del plano fabuloso en que se desarrolla la acción del poema quedan justificados tales desatinos, y la historia de Fátima, que acaba por renunciar a su amor, da lugar a pasajes muy bellos, de inspiración más lírica que épica. En la figura del héroe adolescente y las hazañas que realiza, entre las cuales figura la muerte de un moro que desaforadamente reta a Fernando el Católico, se observa la influencia de los romances sobre Garcilaso y Tarfe. Habiendo emplazado en torno a Málaga los lances caballerescos que corresponden usualmente al cerco de Granada, Oña relata más brevemente el resto de la campaña. No omite, sin embargo, la leyenda del suspiro del moro al referir los incidentes del día de la toma.
La campaña de Granada aparece como tema secundario en poemas dedicados a las hazañas del Gran Capitán, particularmente en el de Francisco de Trillo y Figueroa, titulado Neapolisea, poema heroyco y panegírico al Gran Capitán Gonzalo Fernández de Cordova (1651). El poeta se lamenta de que autores españoles y extranjeros hayan pasado por alto las hazañas de su héroe en torno a Granada, y dedica a la guerra de conquista unas veinte octavas, en las que ensalza desproporcionadamente la actuación del Gran Capitán, pero sin desviarse en lo esencial de los hechos históricos. Este fragmento, en el que no se percibe influencia del género morisco, parece ser la única versión poética de la toma de Granada que nos han dejado los poetas de la escuela granadina71. Apenas se encuentran alusiones al pasado moro de la ciudad en el bello y difícil poema que le dedicó Pedro Soto de Rojas, dándole el sugestivo título de Parayso cerrado para muchos. Jardines abiertos para pocos (1652). En cambio, este poeta adopta la gala colorista del género morisco para describir unos juegos de toros y cañas celebrados en Vivarrambla el año 1609, en los cuales la nobleza castellana lució marlotas y capellares72.
Los dieciocho primeros cantos de la Austríada (1584), de Juan Rufo, versan sobre la rebelión de los moriscos de la Alpujarra y tienen carácter histórico muy acusado, introduciéndose asimismo la escena de la entrega de las llaves por Boabdil al comienzo del poema. Gallardo da también vagas noticias de un poema sobre El rebelión de los moriscos73, compuesto por un granadino, y Rossell cita no esta obra, pero sí otras tres referentes a la expulsión de los moriscos74.
También figura en la poesía del Siglo de Oro la leyenda de los dos amantes de Antequera, que, acosados por sus perseguidores, se arrojan de lo alto de una altísima roca, por ellos llamada Peña de los Enamorados. Parece ser que el tema pasó de diversas obras históricas al poema latino de Juan de Vilches De rupe duarum amantium (1544), existiendo también otras versiones poéticas de la leyenda en latín y castellano, la más importante de las cuales es la incluida en Del asalto y conquista de Antequera (1627), por Rodrigo de Carvajal y Robles.
Comedias de moros y cristianos. Teatro anterior a Lope de Vega
En el teatro anterior a Lope de Vega el moro aparece frecuentemente como figura cómica, o bien el propio asunto exige la presencia de personajes musulmanes que no son caracterizados específicamente como tales. Sirvan de ejemplo las dramatizaciones de la leyenda de los infantes de Lara76. Estas obras no aclaran, sin embargo, cómo surgieron las llamadas "«comedias de moros y cristianos»", en las que volvemos a encontrar el ambiente caballeresco y la visión poética del moro granadino que caracteriza el género morisco. Más bien se puede vislumbrar su origen en cierto tipo de mascaradas que ya se celebraban en el siglo XV y que sobreviven en esas fiestas de moros y cristianos, de tan larga difusión en el tiempo y el espacio. Crawford señala el valor dramático de uno de estos festejos referido en los Hechos del Condestable Miguel Lucas de Iranzo77, que consiste en que un grupo de caballeros lujosamente ataviados a lo moro se presentan con gran ceremonia en la corte del condestable, e, identificándose como el rey de Marruecos y su cortejo, proponen a los cristianos un juego de cañas y prometen renegar de su fe si son vencidos, lo que efectivamente sucede. Tenemos ya aquí en germen una comedia de moros y cristianos con su característico lujo de trajes, desafío y conversión final de los moros.
Agustín de Rojas afirma en su «Loa de la comedia», incluida en el Viaje entretenido, que la comedia de moros y cristianos empezó a florecer poco antes de que compusieran sus obras dramáticas Juan de la Cueva, Cervantes y Francisco de la Cueva, y hasta menciona el nombre del autor que creó el género:
[...] después desto
se vsaron otras, sin estas,
de moros y de christianos,
con ropas y tunicelas.
Estas empezó Berrio.
Este Berrio es probablemente el licenciado Gonzalo Mateo de Berrio (1554-1628?), poeta granadino del que no se conserva ninguna comedia, pero que figura en la Flores de poetas ilustres (1605), de Espinosa, y fue citado por Lope de Vega en el Laurel de Apolo y por Cervantes en la Galatea79. El énfasis que pone Rojas en la vistosa indumentaria lucida en las comedias de moros y cristianos apunta a un origen relacionado con festejos caballerescos. En estas piezas no es raro que tenga que aparecer un jinete montado a caballo, y las escenas que con más vitalidad se transmiten de comedia en comedia son las relacionadas con el duelo de Tarfe y Garcilaso, tales como el reto del moro y el regreso triunfal del campeón cristiano mostrando la cabeza del vencido80. A caballo se representa todavía en el Southwest de los Estados Unidos la comedia Los moros y los cristianos, llevada al Nuevo Mundo a finales del siglo XVI81, y batalla ecuestre es la de Narváez y Abindarráez, que había de representarse en un baile durante las fiestas del Corpus en 157982. Si la obra más artística del género morisco dio título a un torneo ficticio, con mayor motivo pudo este espectáculo asimilar los romances que referían duelos famosos en la vega. En todo caso, el procedimiento de incorporar al texto dramático romances fronterizos se halla ya plenamente desarrollado en la Farsa del Obispo Don Gonzalo (hacia 1587), de Francisco de la Cueva, comedia en que la morisma está representada, en doble visión estilizada y realista, por el moro galante y el morillo, como ocurrirá en el teatro de Lope83.
Muestra temprana del género es asimismo La fundación de la Alhambra de Granada, aparecida en un volumen de seis comedias, impreso el año 1608 en Lisboa, a nombre de Lope de Vega, quien manifestó más tarde que no eran suyas84. Se encuentran en esta obra algunas descripciones de trajes moriscos y aparece un personaje no muy distante de los moros galantes y enamorados que pueblan el romancero artístico.
Lope de Vega
Fue Lope de Vega quien cultivó con más asiduidad la comedia de moros y cristianos. Muy joven escribió Los hechos de Garcilaso de la Vega y moro Tarje, más tarde refundida con el título de El cerco de Santa Fe, que es la primera comedia suya que se conserva85 y la más antigua escenificación conocida del famoso duelo del Ave María. En esta obra, cuya acción resulta muy incoherente, Lope dramatiza y entreteje en la acción fragmentos de romances fronterizos, y presenta un cuadro de la corte de Granada en que resaltan la galantería y las rivalidades por celos y envidias de los nobles moros.
Lope de Vega escribió en su juventud varias otras comedias, hoy perdidas, de tema fronterizo o morisco. La primera lista de El Peregrino (1603) cita Sarracinos y Aliatares, La toma de Alora, La prisión de Muza, Muza furioso, Zegríes y Abencerrajes y Abindarráez y Narváez. Estas últimas pudieron ser las primeras redacciones de La envidia de la nobleza y El remedio en la desdicha, respectivamente, y los títulos de las dos referentes a Muza parecen aludir a una discordia de tipo galante y cortesano narrada en el capítulo cuarto de las Guerras civiles. De Lope se conservan, además de Los hechos de Garcilaso, seis comedias de moros y cristianos86. Estas son: La envidia de la nobleza, que combina elementos diversos tomados de los romanees y de Pérez de Hita centrándolos en torno al tema de la muerte de los abencerrajes87; El hidalgo Bencerraje, donde aparece un rey moro enamorado de una doncella cristiana, que se ha refugiado en Granada con su amante don Luis, siendo un abencerraje quien les protege y salva; El hijo de Reduán, que contiene muchos elementos ajenos al tema morisco; Pedro Carbonero, en parte morisca y en parte de bandidos; El remedio en la desdicha, bellísima y fiel adaptación al género dramático de la historia de Abindarráez y Jarifa, y El cerco de Santa Fe, donde se combinan diversas intrigas que ilustran hazañas de los caballeros de Santa Fe. En todas estas comedias los moros aparecen como galantes, enamorados, celosos y muchos de ellos "«tienen el alma cristiana»" y acaban por convertirse. Los cristianos intervienen en amoríos, fiestas y zambras, y con frecuencia protegen a un moro injustamente perseguido por su rey o víctima de la envidia de algún rival; pero, en general, al castellano le preocupan la guerra y la honra más que el amor. Como ha observado Montesinos, no se equipara al moro y al cristiano, y la superioridad de éste queda subrayada, con poca sutileza las más veces. Aparece reiteradamente el tema de la amistad entre contrarios, que motiva acciones heroicas, y, por parte de los moros, alguna que otra deslealtad hacia su rey, justificada por el reconocimiento, más o menos formulado, de que la autoridad de éste es ilegítima. Lope introdujo en sus comedias numerosos romances, adaptándolos libremente a acciones diferentes. Intercaló asimismo bellísimos pasajes descriptivos que pintan no sólo moriscos atuendos, sino también arte y. paisaje, resultando evidente que le causó honda impresión la ciudad de Granada cuando la visitó en 1602. Sacó además mucho partido del elemento popular morisco, tanto al introducir el tipo del morillo como cuando presenta los cantos y bailes del pueblo moro.
En otras obras de Lope de Vega figuran, con motivo de intrigas secundarias, escenas de marcado sabor morisco. Por ejemplo, la corte del Rey Chico aparece en El nuevo mundo descubierto por Cristóbal Colón, y Los celos de Rodamonte contienen un bello elogio de la Granada mora, puesto en boca del personaje principal.
Otros autores
Los autores dramáticos contemporáneos de Lope de Vega no se mostraron adictos al género morisco. Sin embargo, Tirso de Molina escribió una comedia sobre la leyenda de la Peña de los Enamorados88, y Luis Vélez de Guevara presentó incidentalmente el tema de moros y cristianos en El cerco del Peñón de Vélez, La niña de Gómez Arias y El alba y el sol89.
Sobre la rebelión de los moriscos de las Alpujarras versa la comedia de Calderón Amar después de la muerte o el Tuzaní de la Alpujarra, y en Granada y sus alrededores se emplaza también, poco después de la conquista por los Reyes Católicos, la acción de La niña de Gómez Arias. Los moriscos rebeldes de Calderón tienen en común con los moros galantes de Lope su condición de valerosos y enamorados, y tanto el Tuzaní como el bandido moro de La niña de Gómez Arias resultan figuras de épica grandeza, pero carecen del refinamiento vistoso y cortesano que el género morisco presta a los galanes moros.
En obras de ingenios menores, que escribieron a mediados del siglo XVII, el tema de moros y cristianos vuelve a aparecer varias veces. Don Antonio Fajardo y Acevedo compuso La conquista de Granada90, comedia esencialmente histórica en que se introducen diversos incidentes ocurridos durante el cerco de la capital mora, entre ellos el incendio del campamento castellano, entretejiéndolos con enredos de damas y galanes. Las últimas escenas dramatizan la entrega de las llaves por Boabdil y los preparativos para la entrada solemne de los Reyes Católicos en la ciudad conquistada. Los personajes de La morica garrida y hermanos más amantes, de Juan Bautista Villegas, son moros de Granada y cristianos fronterizos91. El doctor Felipe Godínez escribió Buen moro, buen cristiano, extraña combinación del tema de moros y cristianos con el de santos y el de bandidos92, y se citan también Católica Belona conquista de Granada, de Simón Layusa, y la comedia anónima Muerte de los Abencerrajes y la honesta infamada93.
Más interés ofrece la comedia anónima El triunfo del Ave María94, por la popularidad que ha conservado hasta nuestros días y por representar un proceso de reiterada elaboración dramática de ciertos temas tradicionales que el teatro adoptó del romancero. Esta obra es una refundición tardía de El cerco de Santa Fe, que a su vez lo era de Los hechos de Garcilaso y moro Tarfe, teniendo en común las tres comedias un cierto aire de crónica dramática. El interés se halla dividido entre diversos lances y enredos en que participaban caballeros de Santa Fe y Granada, y persiste como episodio fundamental el duelo de Garcilaso y Tarfe, provocado por el arrogante reto del moro, que se presenta ante el real de los Reyes Católicos arrastrando el cartel del Ave María. La intervención de Pulgar, que consiste en que previamente clava el cartel en las puertas de la mezquita de Granada, fue incorporada a la segunda comedia de Lope, después de aparecer en el romancero. El triunfo amplía este episodio, complica las intrigas de enredo e introduce el tipo de la mujer guerrera en el personaje de la mora Celima, amada por Tarfe y prendada a su vez del conde de Cabra, que la hace prisionera. Las intrigas secundarias son también las mismas de El cerco de Santa Fe, si bien desaparece el Gran Capitán, siendo absorbido su papel por Pulgar y Garcilaso. Persisten en la comedia anónima ciertos procedimientos estilísticos de la poesía morisca, como la enumeración de linajes nobles, pero quedan suprimidas las glosas de romances fronterizos, así como las escenas populares, que daban particular encanto a la obra de Lope, introduciéndose, en cambio, un morillo gracioso. Se observa en El triunfo un descenso artístico en la presentación de los lances de moros y cristianos, pues el refundidor desconoce el realce que presta a la estatura de un héroe el ennoblecimiento de su contrario, y, exagerando una tendencia que ya apunta en comedias de Lope, exalta la nobleza castellana a costa del prestigio de los moros, a quienes despoja de la elegancia moral que les concedía el género morisco. Como consecuencia, si los caballeros granadinos resultan desaforados, la arrogancia de los castellanos bordea la fanfarronería, y el trato cortés entre enemigos queda relegado al incidente galante del conde de Cabra y la mora Celima. A pesar de cuanto hemos indicado, los temas tradicionales de Santa Fe y Granada conservan tanto brío y gala pintoresca, y halagan en tal forma el sentimiento patriótico, que la comedia hizo fortuna, entrando de lleno en el repertorio dramático del siglo XVIII95 y quedando incorporada desde muy antiguo a los festejos conmemorativos de la conquista, que se celebran el 2 de enero en Granada96. Autores locales la adaptaron al gusto neoclásico97 y al romántico98, pero tales refundiciones no lograron suplantar a la comedia tradicional en las representaciones anuales del Día de la Toma.
Fue también muy popular durante el siglo XVIII, aunque ha sido olvidada después, una comedia que conserva más fielmente el espíritu y el estilo propios del género morisco. Se titula La mejor Luna africana, y ha sido impresa repetidas veces como obra de tres ingenios99, aunque un manuscrito que se halla en la Biblioteca Nacional demuestra que en ella colaboraron nada menos que nueve autores, figurando entre ellos Moreto y los Vélez de Guevara100. El valor poético del texto es sumamente desigual, pero la comedia entera responde a un plan coherente. En ella se combina el episodio novelesco que hallábamos en las Guerras civiles de calumnia a la reina mora, con consiguiente matanza de abencerrajes y juicio de Dios, y el tema, nuevo en la literatura de tema granadino, del adalid moro que se prenda de una cautiva cristiana. Los caracteres de moros y cristianos, así como el trato amistoso entre contrarios, se ajustan en esta obra al convencionalismo morisco más puro. En boca de un castellano se pone un largo romance -cuya fuente anecdótica son los capítulos IX y X de las Guerras civiles- describiendo con el mayor entusiasmo unos festejos celebrados en Granada. Esta poesía corresponde a la parte atribuida a Luis Vélez de Guevara y extrema los recursos estilísticos de la poesía morisca, pues acumula imágenes gongorinas y oscuras en mayor medida que los autores de romances del siglo XVI. Muy notable es la contribución de Juan Vélez de Guevara que consiste en varias escenas, con acompañamiento de música y canto, emplazadas en el Generalife. La belleza del lugar y las músicas y canciones cortesanas deleitan al Rey Chico y a su esposa Luna cuando reciben a sus generales victoriosos, concertándose las entradas y salidas de los personajes, la expresión de sus opuestas pasiones y diversos motivos poéticos en un hábil juego escénico, de perfectas proporciones, que tiene un cierto aire de danza ceremoniosa.
Obras históricas y varias
Contribuyeron en gran medida a la persistencia del tema de Granada en la literatura diversas obras históricas del Siglo de Oro, así como las leyendas y descripciones que aparecían en misceláneas, libros de viaje, etc. Trataron especialmente del reino moro de Granada y su conquista, Esteban de Garibay en su Compendio (1571) y Luis del Mármol Carvajal en su Descripción General del África (1573), en tanto que este último y don Diego Hurtado de Mendoza historiaron la rebelión de los moriscos. También fueron vehículo importante de material anecdótico algunas genealogías, especialmente Nobleza de Andalucía (1588), de Argote de Molina, y obras que, como el Cronicón posthumo de Pérez del Pulgar (1649) o el de los Ponce de León (1620), por Salazar de Mendoza, aportaban nuevos datos sobre figuras que ya se habían convertido en tema literario.
Si los Anales de Granada (1588-1646), de fray Henríquez de Jorquera, tratan de sucesos contemporáneos, el origen y la historia antigua de esta ciudad preocuparon a algunos autores locales. El más importante es Bermúdez de Pedraza, autor de dos libros titulados Antigüedad y Excelencias de Granada (1608) e Historia eclesiástica de Granada (1638), que contienen muy bellas descripciones de la ciudad y sus alrededores; la parte histórica es desigual y se concede importancia relativa a la Granada mora.
Son muchas las obras que incidentalmente hacen referencia a leyendas de Granada. Se repite particularmente el tema del «Suspiro del moro», una de cuyas más antiguas y animadas relaciones se encuentra en una de las Epístolas familiares (1539) de fray Antonio de Guevara, que asegura haberla oído de labios de un morisco. Refieren brevemente este episodio Juan de Timoneda, en su Sobremesa y alivio de caminantes (1563), y Agustín de Rojas, en su Viaje entretenido (1603) que incluye otras leyendas granadinas.