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viernes, 22 de mayo de 2009

La novela “Después del Viento” de Lipe Collado, “más que un acto personal”.

La novela “Después del Viento” de Lipe Collado,  “más que un acto personal”.
  
Esta manifestación literaria sitúa a Lipe Collado en un sitial alto, bien alto de la literatura dominicana.
  
 …Eran Tígueres Gallos, Tígueres Bimbines, Tígueres Cinturistas y Tígueres, sin reparos e incapaces de llorar ante el cadáver de una madre”

Escrito por:  Enrique A. Cabrera Vásquez. (Periodista científico).

Nota: este ensayo de crítica  literaria fue  publicado primero en el periódico matutino de circulación nacional EL Siglo, el sábado 25 de diciembre de 1999, página 6E en su sección cultural, y luego reproducido en el periódico semanario  EL COLOSO DE MACORIX.

Foto del periodista Enrique Cabrera Vásquez (Mellizo),) leyendo el presente ensayo en el Centro Cultural Español, Santo Domingo, República Dominicana.

REPUBLICA DOMINICANA.- Sin convencionalismo literario, en un esfuerzo por condensar todo ese acervo de frescor ameno que nos brinda la prolifera creatividad intelectual y el talento de un prosista en ciernes, podemos decir, libre de mezquindad literaria, que la novela “Después del Viento” del amigo periodista Lipe Collado es un pastel sabroso, sustancioso y hasta cariñoso.
La misma nos permite concentrarnos en una lectura deliciosa, refrescante y agradable. Es una novela hecha con la elegancia y la gracia propia de una artística de vuelo alto. Sin esa tautológica teorética y monótona tan frecuente en algunas novelas frívolas y masivamente muy publicitadas; sin ese soliloquio cargado de hastío fatigante.

Foto del periodista, ensayista, profesor de comunicación   y escritor Lipe Collado 
“Después del Viento del conocido periodista y profesor universitario  Lipe Collado es todo una pieza literaria lograda con esmero. Con una excelente administración lingüística y morfológica del lenguaje, empleando apropiadamente un léxico adecuado propio del entorno ambiental donde se desarrolla la escena de la novela. Es la historia viviente, cruda, amarga, pintoresca de “El Barrio”. De esa expresiva manifestación de pueblo donde la cultura popular se asienta con profundidad y exigencia de subsistencia. Hilvanando trazos literarios concebidos con la genialidad propia de un escritor veterano y acucioso, que no brinca detalles y conduce al lector más exigente por la ruta de la satisfacción.
En esta novela hay prosa poética, ideas morales, y conceptos filosóficos de la vida. De una vida llevada con sacrificio y heroísmo personal, libre de ataduras formales y de cumplidos convencionalismo social. Es la vida suelta, espontánea, directa de “El Barrio”. De ese rincón de pueblo; de ese pedacito de nación, de esa parte de la patria, que se construye, se desarrolla y reafirma de cara al sufrimientos; penurias, privaciones; arrinconados por la opresión gobernante. 

(Foto del autor del libro, periodista  Lipe Collado).

La lectura de esta obra nos lleva por los recodos de la imaginación y de la fantasía. Nos conduce a la retrospección gozosa. A una película real de la vida donde contemplamos a “Los Buitres” protagonizando la hecatombe. Dando mandariazos; subvirtiendo la “tranquilidad” barrial con su presencia de espanto y destrucción. Repentinamente aparecieron ellos, "Los Buitres", cargando contra tradiciones seculares; emprendiéndola contra el género humano con alegre morbosidad propia de seres siniestros, perversos, malvados y odiosos.

 (Foto del autor del libro, periodista  Lipe Collado).

El primer capítulo arranca describiendo a esos seres canallas. Dice que durante tres días consecutivos, los moradores de El Barrio vieron escenas anticipadas de demoliciones. Que sus casas caían destruidas con mandarrias, picos, martillos y cinceles, (...). Explica que, “vieron hombres desarrapados, malolientes, alborotadores, orgullosos, de largos labios. Eran “trabajadores ’conocidos como "Los Buitres".

A mandariazos, picazos y martillazos dejaban ruinas, sembraban dolores, desilusiones y rencores. (…). El comienzo narrativo que inicia el recorrido literario es todo un esbozo patético de escenas escabrosas, duras, implacables y despiadadas. Es la llegada abrupta y violenta de una banda de lumpenes, “con caras de amargados, con cicatrices profundas de cuchilladas y navajazos”…”Sus brazos y pechos tatuados con mujeres de cuerpos perfectos, corazones flechados y nombres y apodos femeninos: “Cuca”, La China”, “Rosa”, María La Jaba”…Eran Tígueres Gallos, Tígueres Bimbines, Tígueres Cinturistas y Tígueres, sin reparos e incapaces de llorar ante el cadáver de una madre”.

Con un lenguaje sencillo y preciso la novela de Lipe Collado introduce al lector por los adentros de una escena social y comunitaria abusiva y atropellan te. Un panorama de desesperación, angustia, llanto e impotencia. Es la entrada salvaje del modernismo desalmado que se lanza a la destrucción de valores ancestrales, de símbolos añorados por moradores y vecinos de un inquieto barrio capitaleño de la capital dominicana que ven alterados sus normas de convivencia como precio a sus manifiestos sentimientos históricos y culturales. 

 (Foto del autor del libro, periodista  Lipe Collado).

Ese es “El Barrio” que dejó 15 años atrás Alfredo Verguero y al que regresa tras su amor de siempre: Matilda Caó, para caer estupefacto, borracho de impresión al contemplar azorado y sorprendido que “El Barrio ya no está…Sólo queda la blancura de los recuerdos de otros tiempos. Como los lejanos e inconclusos tiempo de la mantecoterapia, de la vida afótica y bohemia”. El protagónico Barrio de “Después del Viento”, puede ser un barrio cualquiera de cualquier país subdesarrollado del mundo.

Son hechos y situaciones tan frecuentes a todo lo ancho de República Dominicana que en esta epopeya trágica repite el vivo retrato de lo que acontece y puede estar aconteciendo en algún lugar de nuestro país y el mundo.

Lipe Collado nos denuncia esos detalles de absurdo, de dolor y estupideces en que se apoya el modernismo consuetudinario que trata afanosamente de casarse con el nuevo milenio conquistando el nuevo siglo. Es la impronta atropellada y bestial que ignora sentimientos y lazos espirituales. Vale destacar la justa utilización de la prosa como elemento cualitativo en los argumentos que le dan sentido y adorno al largo episodio del relato literario.

La obra tiende a ser, por momento, un largo poema que nos emociona y sacude los interiores. Que tremola nuestro intimista hálito rebelde adormecido por la rutina consumista impuesta por estos tiempos glaciales sostenidos por vocablos sofisticados que minimiza la denuncia y la deshumanización que catapulta el nuevo modernismo destructor. “Un viento infatigable, fúnebre, cantaba en los densos espacios nocturnos, y las estrellas blanqueaban como aretes agitados. El viento se llenaba de sonidos y estremecía el alma.

Arrastraba voces huecas y extrañas, ruidos caseros, cuchicheos de viejas y monótonos gritillos de recién nacidos. Ríos de sombras camino del mar cubrían las calles y el cielo se deshilachaba incomprensiblemente en telarañas que formaban una gruesa capa sobre los techos. Y las mañanas se envolvían en una calma profunda, brumosa, con un silencio todopoderoso, graso y gris, que pesaba en los oídos”.

Esta manifestación literaria sitúa a Lipe Collado en un sitial alto, bien alto de la literatura dominicana. Ese dominio de la prosa; esas descripciones tan bien llevada y concebidas, con esa profunda carga imaginativa merece un reconocimiento propio de un escritor consumado. A todo lo largo de las 366 página de “Después del Viento” nos encontramos con tramos de rica prosa. De verdaderos poemas sentimentales y sociales, como cuando dice “Al escampar, el cielo se expandió en tres franjas: roja, azul y blanca, y surgieron nubes níveas de silencios remotos alrededor de un túnel de consecutivo arcoíris unidos, con ligeras aberturas de ruido y retazos de palabras indescifrables.”

O cuando nos explica la bárbara acción destructiva de "Los Buitres" contra El Barrio, que no reparan ante nada ni se detienen ante nadie. Los Buitres la emprendieron “tierra arrasada” contra todo, con salvajismo inhumano, con cólera pusilánime; con ciega violencia despótica, con ruin fanfarronería; con irracional crueldad “se ocuparon de la vegetación. Los pétalos de las rosas, mimadas por el jardinero con un inocultable aire femenino, volaron camino del mar cual mariposas alborotadas.

Crueles machetes cortaron las matitas de rosas a ras del suelo. Y hubo llegado el momento en que matas floridas, y frondosos árboles de tronco magníficamente arrugados, cayeron amargamente bajo un rumor difuso. Quedaron al suelo como viejos cadáveres y sus raíces de pelo revuelto miraron al cielo azoradas ante la repentina revelación lumínica”.

Los episodios que caracterizan la simbiosis del recorrido de Alfredo Verguero hacia el tramo del reencuentro con su añorada Matilde Caó, pasando revista mental a aquel pasado anecdótico que era la raíz de su regreso y razón de sus tumbos, en procura de aquellos tiempos donde prevalecía una vida folklórica amenizada con la presencia de los “más famosos refranistas, aforistas y proverbistas” que les daban coloridos a la existencia sin detenerse ningún instante en trazar la ruta del devenir de aquella vida que comenzaba en El Conde para encaminarse hacia El Barrio; ese lugar de ensueños y desvelos, pintarrajeado con el trajín cotidiano, alegre y noble, de gentes sencillas; gentes de pueblo, con su peculiar cultura ingenua incapaz de comprender el Decreto del “progreso” que ordenaba la demolición del barrio que de boca en boca se iba transformando “según el temor de quienes vivían desde siempre en el cojín algodonado de sus tradiciones rosáceas”.

Es “Después del Viento” una obra hecha “aquí, en Santo Domingo”, donde –según su autor-“ nacen todos los verdes del mundo”, se concatenan coordenadas que procuran decir y cantar la historia con todos sus detalles; una historia que se inicia con el comienzo de la vida en la famosa e histórica calle El Conde adoquinado, ilustrado por esa vetusta arquitectura inspiradora de la musa poética de extraordinarios bardos que nos enseñaron que la vida es un canto infinito de amor, donde las imágenes nunca mueren en los labios revolucionarios de un René del Risco Bermúdez, un Mateo Morrison o un Tony Raful; ni con la inmolación y el martirologio del doctor Manolo Aurelio Tavares Justo, "en las escarpadas montañas de Quisqueya", en 1963, inolvidable episodio de nuestra historia mencionado en la obra en cuestión

La búsqueda afanosa de Alfredo Verguero de su Matilde Caó lo remonta por intrincados recorridos imaginativos, de desvelo, mala noche, pesadilla y espejismo. Es el deseo obsesivo que produce la pasión morbosa por un amor fantaseado durante 15 años de forzada ausencia, y que se acrecienta frente a la cruda realidad de la destrucción a golpes de mandariazos de un pasado frondoso, libre de ataduras ceremoniosas: la transformación del barrio. Alfredo Verguero continúa indagando por su Matilde Caó; aquel amor de su vida, por la “joven, exuberante muchacha. Tremenda mujer! Que dejó atrás hace 15 años.

En ese trajín de poco tiempo, llevado celosamente por su Rolex, se afirma en el espacio tiempo de su nostalgia; de su viviente pasado que reivindica para justificarse a sí mismo y con ello tener el coraje de enfrentarse a la amarga realidad del presente que encuentra.
Lo busca con ahínco y sin desmayo, con desesperación; “El pasado es lo único que uno puede afirmar, lo único palpable. Como el agua en el cuerpo humano, es el pasado en la vida de la gente “Por eso él amaba el pasado. Era lo que le daba vida y sustancia.
Tras los pasos de su Matilde Caó va dándole rienda suelta a su imaginación, con un tiempo de 15 años, reviviéndolo en cada paso, en el reflejo de cada rostro que ve, en el doblar de cada esquina, avivando la luz de su recuerdo y el deseo exacerbado que le llena de música el corazón.
Y pregunta incesantemente por ella, por su Matilde Caó; da con doña Cuchumbita, una mujer de 4-7 de estatura, que lo hospeda y enseña el pasado barrio en el entorno de su medio; que se le identifica como la administradora del pasado, que le habla de los tiempos dulces y agradables idos, atizándole el alma al penetrar “en el túnel de melcochas ruidosas de su sueño. Un sueño acompasado por ronquidos de cerdo halado por la cola”.
Son 64 capítulos apreciables, llenos de vivencias. Donde el autor da demostración del dominio de los adjetivos, con un estilo pedagógico y didáctico, mantiene en vilo al lector, seduciéndolo a seguir, atrapado emocionadamente en la lectura de manera disciplinada, tras el posible encuentro de Alfredo Verguero con su Matilde Caó.
En saber en que parará aquello, para al final estrellarse con la verdad: Alfredo Verguero en vez de dar con su amor tan idolatrado, idealizado y reverenciado, se encuentra con el estandarte figura patriótica del coronel Francisco Alberto Caamaño Deñó, símbolo enhiesto e histórico de la resistencia constitucionalista contra la intervención norteamericana de abril de 1965.

Luego de salir de la consulta del brujo, donde fue llevado por doña Cochumbina y Euduvina, sin saber a ciencia cierta el destino real de su Matilde Caó, Alfredo Verguero divaga alocadamente de norte a sur, de este a oeste, ensimismado en sus interminables pensamientos; en su devaneo patológico, recorre calles y lugares perdido en su ancestral barrio hasta llegar al puente Duarte, donde es “atrapado por el espectáculo de olores, sonidos y visiones”…”Un silencio denso impera en el puente y sus alrededores. La quietud arroja murmullos de paz…Los olores quedan en los recuerdos. Las luces y humedades se han evaporado totalmente. Ya la virgen no se peina. Y a lo lejos un gallo canta acoplado por el abanico de sus alas agitadas. Su canto se oye desesperado al rebotar en las paredes de los silencios”…

Nota: este ensayo de crítica  literaria fue  publicado primero en el periódico matutino de circulación nacional EL Siglo, el sábado 25 de diciembre de 1999, página 6E de su sección cultural, y luego reproducido en el periódico semanario  EL COLOSO DE MACORIX.
 

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